– Esto es muy serio, Squeaky -dijo Hester levantando la vista hacia él-. Si no está aquí ni en su casa, es posible que esté en un apuro.
– ¡Ya lo sé! -replicó Squeaky bruscamente, levantando la voz de manera inusual-. ¿Por qué cree que he venido a verla? Se ha largado y ha hecho una estupidez.
– ¿Qué clase de estupidez? ¿Qué sabe de todo esto, Squeaky?
– Si supiera algo, ya se lo habría dicho. -Su exasperación había llegado a tal punto que le resultaba imposible quedarse quieto. Pasaba el peso de una pierna a la otra sin cesar-. Nadie va a hacerme caso. Tiene que hablar con Bessie y con Ruby y con las demás, si quiere sacar algo en claro. Explíqueselo al señor Monk, si es preciso. Si no la encontramos, puede pasarle algo malo. Dios sabe lo tonta que puede llegar a ser.
Hester tomó aire para enumerar una serie de alternativas sobre el paradero de Claudine, todas ellas razonables, pero le constaba que Claudine no se habría ausentado de la clínica sin avisarles para emprender un viaje, y que en aquellos momentos estaba inquieta y enojada a causa de Jericho Phillips, igual que todos los demás.
– Hablaré con Ruby y con Bessie. -Se levantó-. Si ellas no saben nada, preguntaré a las pacientes que tenemos ingresadas.
– Bien -respondió Squeaky con firmeza. Dudó si darle las gracias o no, y optó por no hacerlo. Hester iba a hacerlo por ella, no por él-. Esperaré aquí -concluyó.
Hester lo dejó y fue en busca de Bessie, que no sabía nada en absoluto, salvo que en su opinión Ruby presumía de estar atareada y se daba aires de importancia desde hacía un par de días, y que esa misma mañana la había visto preocupada.
– Gracias -dijo Hester con fervor.
Ruby estaba sola en la despensa, revisando las existencias de verduras.
Hester decidió no dar pie a negativas dando por sentada la culpa, práctica que normalmente no adoptaba, pero aquella situación se salía de lo normal. Claudine había desaparecido y lo primero era encontrarla; luego ya habría tiempo de aliviar los sentimientos heridos de quien fuera.
– Buenos días, Ruby -comenzó-. Por favor, olvídese de las zanahorias y escúcheme. La señora Burroughs ha desaparecido y es posible que esté metida en un lío, incluso que corra peligro. Su marido no sabe dónde está. Lleva dos noches sin ir a su casa, y aquí tampoco ha venido. Si sabe algo, tiene que contármelo de inmediato.
– Estuvo aquí hace dos noches -dijo Ruby con decisión, dejando un manojo de zanahorias en la mesa.
– Nadie la vio. ¿Está segura de no equivocarse de noche? -preguntó Hester.
– Sí, señorita. Llegó cansada y no se encontraba muy bien. No quiso que la viera nadie. Durmió en la habitación de infecciosas. Se marchó temprano. La vi.
– De modo que la vio. ¿Adónde iba?
Ruby la miró de hito en hito.
– No puedo decírselo, señorita. Le di mi palabra.
Los ojos le brillaban y estaba un poco sonrojada.
Una terrible duda asaltó a Hester. Había aventura en los ojos de Ruby. Claudine había ido a hacer algo que Ruby tenía en muy buen concepto, algo maravilloso. Se le hizo un nudo en la garganta.
– Ruby, tiene que contármelo. ¡Puede correr un grave peligro! ¡Jericho Phillips tortura y asesina a sus víctimas! -Vio que Ruby empalidecía-. ¡Cuéntemelo!
Levantó las manos como para agarrar a Ruby por los hombros y zarandearla, pero se reprimió justo a tiempo.
– ¡Lo prometí! -susurró Ruby-. ¡Le di mi palabra!
– Queda eximida -dijo Hester con urgencia-. Honorablemente eximida. ¿Adónde fue?
– A averiguar dónde venden las fotos que hace Phillips -contestó Ruby con voz ronca.
– ¿Qué? -Hester se quedó horrorizada-. ¿Cómo? ¿Adónde fue? ¡No se puede entrar a una tienda y preguntar por las buenas si venden pornografía! ¿Es que ha perdido el juicio?
Ruby suspiró con impaciencia.
– Claro que no. Iba vestida como una cerillera, con ropa vieja y sucia. Un buen disfraz, con botines gastados y todo. Le conseguí una falda y un mantón de una de las mujeres que vienen por aquí, y le engrasé el pelo y le oscurecí la cara y los dientes. No la habría distinguido de una vendedora de verdad, se lo prometo.
Hester soltó el aire lentamente, sin salir de su consternación.
– ¡Dios nos asista! -dijo. De nada serviría echarle la culpa a Ruby-. Gracias por decirme la verdad. Siga contando zanahorias.
– ¿No le pasará nada malo, verdad, señorita Hester? -preguntó Ruby angustiada.
Hester la miró. Se notaba que tenía miedo.
– No, claro que no -contestó Hester enseguida-. Sólo tenemos que encontrarla, y ya está.
Se volvió, salió de la cocina y regresó deprisa a su despacho, taconeando presurosamente por el entarimado.
Casi había terminado de explicar a Squeaky lo que había averiguado cuando entró Margaret Rathbone. Viendo su expresión, saltaba a la vista que había oído buena parte de la conversación.
– Buenos días, Margaret -dijo Hester sorprendida-. No sabía que estuviera aquí.
– Ya me he dado cuenta -contestó Margaret con frialdad. Llevaba un vestido de muselina verde muy favorecedor, como si sólo hubiese venido a traer un mensaje o quizás una aportación económica. Su atuendo contrastaba con la blusa y la falda gris de Hester, sin duda confeccionadas como prendas de trabajo. Margaret se adentró en la habitación, saludando con la cabeza a Squeaky pero sin dirigirse a él-. ¿Cuándo pensaba decirme que Claudine ha desaparecido?
Squeaky la miró y enseguida volvió la vista hacia Hester, abriendo mucho los ojos.
La irrupción de Margaret había cogido a Hester desprevenida.
– Ni siquiera he pensado en usted -contestó sinceramente-. Me estaba preguntando qué sería lo mejor para encontrar a Claudine. ¿Tiene alguna sugerencia?
– Mi sugerencia habría sido que no hiciera confidencias a Claudine acerca de su obsesión con Jericho Phillips -contestó-. La admira tanto que haría cualquier cosa con tal de granjearse su amistad. Es una dama de la alta sociedad, educada para ser encantadora, entretenida, obediente y una buena esposa y anfitriona. Desconoce por completo su mundo de pobreza y delincuencia, salvo por las cosas que oye decir a las mujeres de la calle que vienen aquí.
»Ella no asistió al juicio, estaba demasiado atareada velando por el funcionamiento de la clínica, y desde luego no habrá leído nada al respecto en los periódicos. Las mujeres decentes no leen esas cosas, y las mujeres de la calle por lo general son analfabetas. Es una ingenua en lo que atañe a su mundo, y si usted hubiese asumido su responsabilidad como es debido, lo sabría de sobra.
A Hester no se le ocurrió qué decir en su defensa. Discutir si las calles eran «su mundo» sería salir por la tangente. Claudine era ingenua y Hester lo sabía, o debería haberlo sabido si se hubiese tomado la molestia de meditarlo. Era tan culpable como Margaret la acusaba de serlo.
Hubo un movimiento junto a la puerta y todos se volvieron para ver a Rathbone entrar. Era de suponer que había acompañado a Margaret. Quizás habían venido después de una recepción o se disponían a hacerlo después de la visita.
Rathbone los miró uno por uno con el rostro muy serio. Sus ojos se detuvieron en Hester un instante y luego se dirigió a Squeaky.
– Señor Robinson, ¿tendría la bondad de dejarnos a solas un momento? La señora Monk le avisará en cuanto haya hablado con ella. Gracias.
Esto último fue en agradecimiento después de que Squeaky hubiese mirado a Hester y, tras el consentimiento de ésta, saliera de la habitación, cerrando la puerta a sus espaldas.
Hester aguardó a que Rathbone refrendara la acusación de Margaret. En cambio, se volvió hacia Margaret.
– Tu crítica no sirve de nada, Margaret -dijo en voz baja-. Y además pienso que es injusta. La señora Burroughs emprendió la acción que haya emprendido por decisión propia y por sus deseos de ser útil. Si finalmente resulta que ha cometido una estupidez, será trágico. Lo único provechoso que cabe hacer ahora es buscarla con la esperanza de que pueda ser rescatada de la situación o el peligro en que se encuentre. Como es natural, Hester está empeñada en hacerlo posible dentro de los límites de la ley para detener a Jericho Phillips. Es en parte culpa suya que se haya librado de la soga por haber matado al niño Figgis. Entiendo que esté decidida a enmendar ese error.
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