Fred Vargas - Bajo los vientos de Neptuno

Здесь есть возможность читать онлайн «Fred Vargas - Bajo los vientos de Neptuno» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Детектив, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

Bajo los vientos de Neptuno: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «Bajo los vientos de Neptuno»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

Fred Vargas juega sus mejores cartas en una novela policiaca de arquitectura clásica y perfecta, que transcurre entre París y la nieve de Quebec.
El comisario Adamsberg se dispone a cruzar el Atlántico para instruirse en unas nuevas técnicas de investigación que están desarrollando sus colegas del otro lado del océano. Pero no sabe que el pasado se ha metido en su maleta y le acompaña en su viaje. En Quebec se encontrará con una joven asesinada con tres heridas de arma blanca y una cadena de homicidios todos iguales, cometidos por el misterioso Tridente, un asesino fantasmal que persigue al joven comisario, obligándole a enfrentarse al único enemigo del que hay que tener miedo: uno mismo. Adamsberg esta vez tiene problemas muy serios…

Bajo los vientos de Neptuno — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «Bajo los vientos de Neptuno», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

– Me gustaría comprender -dijo Retancourt tras haber terminado el primer panecillo-. En la Brigada nunca hemos oído hablar de ese asesino con tridente. Es un caso antiguo, supongo. Y, por la mirada que le dirigió usted a la muerta, diría que personal incluso.

– Retancourt, le han asignado esta misión porque Brézillon no permite que sus hombres vayan solos. Pero no le han encargado que recoja mis confidencias.

– Perdón -objetó la teniente-. Estoy aquí para protegerle, o eso me dijo usted. Y si no sé nada, no puedo asegurar la defensa.

– No la necesito en absoluto. Hoy transmitiré mis informaciones a Laliberté y eso será todo.

– ¿Qué informaciones?

– Usted las oirá, como él. Las acepte o no, hará lo que quiera, eso es cosa suya. Y mañana haremos las maletas.

– ¿Ah, sí?

– ¿Por qué no, Retancourt?

– Es usted listo, comisario. No me haga creer que no se ha dado cuenta de nada.

Adamsberg la interrogó con la mirada.

– Laliberté no es ya el mismo hombre -prosiguió-. Ni Portelance, ni Philippe-Auguste. El superintendente se quedó de una pieza cuando usted efectuó aquellas mediciones en el cuerpo. Esperaba otra cosa.

– Ya lo vi.

– Esperaba que usted se desmoronara. Viendo la herida y, luego, viendo el rostro, que procuró desvelar en dos actos. Pero no sucedió así y eso le desconcertó. Le desconcertó, pero no le desanimó. También los inspectores estaban al corriente. No aparté los ojos de ellos.

– Pues no daba esa impresión. Sentada en un rincón y mordisqueando su aburrimiento.

– Era pura astucia -dijo Retancourt sirviendo dos tazas más de café-. Los hombres no prestan atención a una mujer gorda y fea.

– Eso es falso, teniente, y no es lo que yo quería decirle.

– Pero yo sí -dijo ella barriendo la objeción con un ademán distendido-. No la miran, les interesa tanto como un baúl, y la olvidan. Con eso cuento. Añada la apatía, una espalda encorvada, y te asegurarás poder verlo todo sin ser vista. No todo el mundo puede hacerlo y eso me ha prestado considerables servicios.

– ¿Había convertido usted su energía? -preguntó Adamsberg, sonriendo.

– En invisibilidad, sí -confirmó Retancourt seriamente-. Pude observar a Mitch y a Philippe-Auguste con toda tranquilidad. Durante los dos primeros actos, descubrimiento de las heridas y, luego, del rostro, se lanzaron rápidas señales de connivencia. E hicieron lo mismo durante el tercer acto, en la GRC.

– ¿En qué momento?

– Cuando Laliberté le comunicó la fecha del crimen. También entonces les decepcionó su falta de reacción. A mí, no. Dispone usted de una gran capacidad interpretativa, comisario, tanto que parecía auténtica aunque fuese trabajada. Pero necesito saber para seguir currando.

– Usted sólo me acompaña, Retancourt. Su misión se reduce a eso.

– Pertenezco a la Brigada y efectúo mi trabajo. Tengo una idea de lo que buscan, pero necesito su versión. Debería usted confiar en mí.

– ¿Por qué, teniente? No le gusto.

La brusca acusación no turbó a Retancourt.

– No mucho -confirmó-. Pero eso no tiene nada que ver. Es usted mi jefe y hago mi trabajo. Laliberté intenta cazarle, está convencido de que conocía usted a la muchacha.

– Es falso.

– Debería confiar en mí -repitió pausadamente Retancourt-. Sólo se apoya en sí mismo. Es su estilo, pero hoy es un error. A menos que tenga una buena coartada para la noche del 26, a partir de las diez y media.

– ¿Hasta ese punto?

– Eso creo.

– ¿Sospechoso de haber matado a la muchacha? Divaga usted, Retancourt.

– Dígame si la conocía.

Adamsberg guardó silencio.

– Dígamelo, comisario. El torero que no conoce a su animal recibirá, sin duda, una cornada.

Adamsberg observó el rostro redondo de la teniente, decidido e inteligente.

– De acuerdo, teniente, la conocía.

– Mierda -dijo Retancourt.

– Me acechaba, desde los primeros días, en el sendero de paso. Decirle por qué me la llevé al estudio, el domingo siguiente, no viene a cuento. Pero eso es lo que hice. Lamentablemente para mí, estaba como una cabra. Seis días más tarde, me anunciaba un embarazo acompañado de chantaje.

– Feo -declaró Retancourt tomando un segundo panecillo.

– Decidida a subir a nuestro avión, a seguirme hasta París, a instalarse en mi casa y compartir mi vida, dijera yo lo que dijese. Un viejo outaouais, instalado en Sainte-Agathe, le había predicho que yo le estaba destinado. Y ella se había agarrado con uñas y dientes.

– Nunca he conocido esa situación, pero la imagino. ¿Qué hizo usted?

– Intenté hacerla razonar, me negué, la rechacé. A fin de cuentas, huí. Salté por la ventana y corrí como una ardilla.

Retancourt asintió con un gesto y la boca llena.

– ¿Por eso estaba usted ojo avizor en el aeropuerto?

– Me había asegurado que estaría allí. Ahora sé por qué no vino.

– Muerta desde hacía dos días.

– Si Laliberté conociese esta relación, habría vaciado su cartuchera y me lo habría dicho de entrada. De modo que Noëlla no reveló nada a sus amigos, en cualquier caso, no mi nombre. El superintendente no está seguro. Da palos de ciego.

– Pero posee otro elemento que le permite apretarle las tuercas: el tercer acto, sin duda. La noche del 26.

Adamsberg miró fijamente a Retancourt. La noche del 26. No había pensado en ello, aliviado sólo por el hecho de que el crimen no se hubiera cometido el viernes 24 por la noche.

– ¿Está usted al corriente de lo de aquella noche?

– Lo ignoro todo, salvo su hematoma. Pero como Laliberté se guardó la carta hasta el final, deduzco que es importante.

Se acercaba la hora en la que los inspectores de la GRC irían a ocuparse de ellos. Adamsberg resumió rápidamente a su teniente la borrachera del domingo por la noche y sus dos horas y media de amnesia.

– Mierda -repitió Retancourt-. No comprendo qué le lleva a establecer un vínculo entre una muchacha desconocida y un hombre borracho como una cuba en un sendero. Tiene otras bazas, y no tiene por qué mostrarlas. Laliberté utiliza métodos de cazador, y sin duda goza con la captura. Puede hacer que la prueba sea larga.

– Cuidado, Retancourt. No sabe nada de mi amnesia. Sólo Danglard está al corriente.

– Pero sin duda ha recogido algunos datos desde entonces. Su salida de La Esclusa a las diez y cuarto, su llegada al inmueble a las dos menos diez. Es mucho tiempo para un hombre que camina con la cabeza despejada.

– No se preocupe por eso. No olvide que conozco al asesino.

– Es cierto -reconoció Retancourt-. Eso resolverá la cuestión.

– Salvo por un detalle. Una nadería con respecto al asesino, pero que puede funcionar mal.

– ¿No está seguro de usted mismo?

– Sí. Pero mi hombre murió hace dieciséis años.

XXXIII

Fernand Sanscartier y Ginette Saint-Preux se encargaban, esta vez, de acompañar al superintendente. Adamsberg imaginó que se habían presentado voluntarios, el domingo, tal vez para demostrarle su apoyo. Pero sus dos antiguos aliados mostraban una actitud forzada y molesta. Sólo la ardilla de guardia, con su compañera aún, le había saludado amablemente frunciendo el hocico. Un pibe pequeño y bueno, fiel.

– Esta vez te toca a ti, Adamsberg -comenzó Laliberté, cordial-. Exponme los hechos, tus conocimientos, tus sospechas. Right, man?

Amabilidad, apertura. Laliberté utilizaba viejas técnicas. Aquí, la de alternar fases de hostilidad y de relajación. Desestabilizar al detenido, tranquilizarlo, alertarlo de nuevo, desorientarlo. Adamsberg reafirmó sus pensamientos. El superintendente no le haría descarrilar como a un animal asustado, y menos aún con Retancourt a sus espaldas, en la que tenía la extraña sensación de estar apoyándose.

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «Bajo los vientos de Neptuno»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «Bajo los vientos de Neptuno» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


Отзывы о книге «Bajo los vientos de Neptuno»

Обсуждение, отзывы о книге «Bajo los vientos de Neptuno» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.

x