Mark Billingham - En la oscuridad

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Durante una noche de lluvia, Theo Shirley, un chico de diecisiete años, dispara al coche de una mujer cumpliendo así con la ceremonia de iniciación para formar parte de una banda. Ella no muere, pero su coche se estrella contra una parada de autobuses, matando a un policía.
La novia de éste, también policía, no acepta que su muerte haya sido un accidente. En su deseo por descubrir la verdad, llevará a cabo su propia investigación e irá descubriendo oscuros secretos que nos conducirán a un sorprendente giro final de la historia.

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– Lo lamento…

– Va a lamentarlo.

Helen se levantó y rodeó la mesa al ver a Patrick cruzando el recibidor tan campante hacia ellas. Se inclinó y agarró con firmeza el hombro lesionado de Ruston; lo dijo suavemente y con calma, para que Ruston supiese que decía en serio cada palabra.

– Ojalá te hubieses roto el cuello.

Si Patrick se sorprendió algo al verla, no lo demostró. Agitó el pulgar hacia la entrada.

– ¿A qué viene todo ese barullo? Hay dos coches de policía fuera.

– Puede que Sarah vaya a estar ocupada un rato -dijo Helen. Vio a dos agentes en la zona de recepción, blandiendo sus placas ante la mujer de detrás del mostrador. Un par más estaban entrando, empujando las puertas de cristal. Les dio las gracias al salir.

Se paró delante de Patrick antes de irse.

– Sólo para que lo sepa. Me importa una mierda su BMW.

Theo se llevó su plato a una mesa de la esquina, luego volvió a buscar un par de tabloides que alguien había leído y dejado en el mostrador. Con eso mataría quizá media hora. Imaginó que así debía de ser quedarse sin trabajo, salvo que no había habido aviso previo, y ser despedido no solía implicar preguntarse cuándo ibas a acabar con una bala en la cabeza.

Todo se había derrumbado desde que habían encontrado los cuerpos en el piso franco. La policía había destrozado el sitio y los perros se había vuelto locos. Ahora no era más que otro piso vacío en el bloque. Todo el negocio se había parado en seco, los clientes compraban en otro sitio y todos los de la pandilla andaban por las esquinas preguntándose qué iba a pasar; cuándo les iba a decir alguien qué hacer a continuación.

Unos días antes, Easy parecía tenerlo todo organizado; lo había preparado todo y reorganizado las existencias y la venta. Pero Theo no le había visto desde el sábado por la noche. Nadie le había visto. Lo cierto era que estaba empezando a hartarse de que los demás le preguntasen qué estaba haciendo Easy y dónde estaba.

Theo le había llamado un montón de veces, pero el móvil de Easy estaba apagado o se había quedado sin batería.

O lo que fuese.

Seguían saliendo cosas sobre los asesinatos en las portadas, pero nada que no hubiese visto antes. Parecía que sólo estaban repitiendo viejas historias para mantener las ventas, mientras esperaban la siguiente conteniendo el aliento. Como si supiesen que habría una siguiente. Pensó en cómo se le había ido la olla a Easy fuera del bar; cómo había estado a punto de darles otro cadáver con el que ponerse como locos.

Theo había bajado al Dirty South el domingo por la mañana y había buscado sangre en la parte de atrás. No había encontrado nada y se había sentido aliviado al pensar que Easy parecía haberse conformado con enseñar su navaja y acojonar al tipo. También había visto todos los informativos, por si acaso, y no habían mencionado nada, cosa que era buena. Tampoco era que una puñalada fuese a convertirse en una mega historia, ya no, pero aun así.

Lo único que podía hacer ahora era sentarse y mantenerse a salvo, mantener a salvo a todos los que le rodeaban, hasta que alguien le dijese qué hacer a continuación.

Pasó las páginas lentamente mientras comía, con un ojo en la puerta, como hacía siempre, sintiendo el peso de la pistola que se había llevado del piso franco en el bolsillo. La que Sugar Boy no había sido lo bastante rápido para coger.

Dejó de masticar, dejó de respirar durante unos segundos al ver la foto. Y el titular que había encima: El dolor de la viuda embarazada del poli.

Tenía la cara constreñida y la boca abierta, como si estuviese gritando, pero sabía que era la mujer con la que había hablado hacía una semana o así. Le había sorprendido lo que pesaba al levantarla. La mujer del Fiesta azul y los huevos rotos.

Theo leyó el artículo, pero no lo asimiló realmente. La había ayudado y ella le había dado las gracias por ello. Dios, hasta había dicho algo en el aparcamiento, una broma sobre ponerle su nombre al niño…

Recordó el ruido del BMW al chocar. Lo sintió. El metal y los cristales, y el golpe sordo mientras se alejaban y él intentaba mirar atrás a través de la lluvia.

« - Probablemente ser í a un nombre tan bueno como cualquier otro. »

Se quedó mirando fijamente la foto y dejó que se le enfriase el desayuno. El titular decía «dolor», pero a él no se lo parecía.

Tenía cara de querer matar a alguien.

Treinta y cinco

Helen miró las dos cámaras de CCTV que había en cada esquina del tejado mientras esperaba en la puerta de entrada. Había visto más en las cancelas por donde había entrado y se preguntó si la había estado viendo mientras se acercaba. En realidad, no era ninguna sorpresa que un hombre así fuese cuidadoso. Tenía mucho que proteger, y probablemente había bastante gente que se alegraría de verle perderlo todo.

Aunque, por otra parte, también debía de tener a bastante gente de su lado; gente que podía advertirle de cualquier peligro u obtener información cuando otros se esforzaban por conseguirla. Una red. Y sus propios métodos para conseguir que la gente hiciese algo de ruido cuando una investigación oficial se daba de bruces contra un muro de silencio.

La idea de que quien estuviese detrás de la muerte de Paul también era responsable de los tiroteos no tenía sentido. Si estabas intentando proteger tu culo, ¿por qué montar algo que iba a exigir librarte de toda una banda después? De modo que, una vez eliminado de la foto quien hubiese utilizado a los chicos del coche para hacerle el trabajo sucio, no había sido muy difícil.

No había precisamente muchos más candidatos.

Helen había llamado temprano a Jeff Moody, después de varias conversaciones con la Brigada de Homicidios para organizar su cita en el Workz. Al mencionar a Frank Linnell, él le había asegurado que todavía estaba haciendo indagaciones, comprobando la naturaleza exacta de su relación con Paul.

– Creo que podré descubrir un poco más por mí misma -había dicho ella.

– No estoy seguro de que sea buena idea.

– Abandoné las buenas ideas hace semanas -dijo Helen.

Esta vez no había habido problema para preguntar la dirección de Linnell.

El recibidor le recordó al vestíbulo de un hotel exclusivo, con una gran extensión de mármol marrón veteado y una exagerada lámpara de araña. Había óleos en las paredes y una amplia escalera curvada que ascendía tres, tal vez cuatro pisos o más. Unos cuantos millones, pensó Helen.

Linnell la condujo hasta una cocina que hacía que la de Jenny se pareciese a la suya. Se sentó a la mesa y le observó mientras preparaba un poco de té. Le sorprendió ver que no parecía haber personal interno, que no parecía haber nadie más en la casa.

– Tienes un aspecto fantástico esta mañana -le dijo-. Teniendo en cuenta la noche que habrás tenido. Yo no dormí mucho, si te digo la verdad. Es duro, ¿verdad?, seguir adelante como si nada hubiera pasado.

– Supongo que sí -Helen se quedó mirando su espalda mientras él echaba leche y removía. Lo estaba haciendo otra vez, hablarle como si su relación con Paul significase tanto como la suya.

– Pero al final no nos queda más remedio, ¿no? -Llevó las tazas y le preguntó si quería galletas. Dijo que la mujer que se encargaba de la cocina hacía las mejores galletas, si le apetecían.

Helen ya había comido y había vomitado dos veces.

– Lo hiciste bien ayer – dijo-. Demostraste mucha fuerza, si no te molesta que te lo diga. Más que la mayoría de nosotros, en cualquier caso. Hubo algunas lágrimas, ya te digo.

Helen tomó un sorbo de té hirviendo, y disfrutó la quemazón. No quería hablar de minucias sobre el funeral, en realidad no quería hablar de nada de lo que no tuviese que hablar. Quería abordar la cuestión.

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