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Mark Billingham: En la oscuridad

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Mark Billingham En la oscuridad

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Durante una noche de lluvia, Theo Shirley, un chico de diecisiete años, dispara al coche de una mujer cumpliendo así con la ceremonia de iniciación para formar parte de una banda. Ella no muere, pero su coche se estrella contra una parada de autobuses, matando a un policía. La novia de éste, también policía, no acepta que su muerte haya sido un accidente. En su deseo por descubrir la verdad, llevará a cabo su propia investigación e irá descubriendo oscuros secretos que nos conducirán a un sorprendente giro final de la historia.

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Theo se rió de su amigo al ver cómo le miraba la pareja mayor del green de al lado. Levantaron sus palos y echaron a andar calle abajo. No tenía sentido volver a intentar el lanzamiento, había dejado caer una cerca del green. Ya habían perdido media docena de bolas entre los dos.

– ¿Y para qué necesitas todo eso?

– ¿El qué?

Theo golpeó con un dedo la bolsa que colgaba del hombro de su amigo, una bolsa de cuero azul oscuro, llena de cremalleras y bolsillos con PING bordado en un lado y grabado a lo largo de los mástiles de todos los palos recién comprados que llevaba dentro. Los de madera llevaban enormes fundas de peluche.

– Es un pitch and putt, tío. Nueve hoyos.

Su amigo era más de un palmo más bajo que él, pero macizo. Se encogió de hombros.

– Hay que ir bien vestido, yo qué sé. -Cosa que él hacía, como siempre. Diamantes en ambas orejas y un chándal que combinaba con la bolsa, con un ribete azul claro y deportivas a juego. La gorra blanca lisa que siempre llevaba, sin logo, al igual que todo lo demás-. Yo no necesito llevar marcas -decía cada vez que tenía ocasión- para saber que voy bien.

Ezra Dennison, también conocido como EZ, pero casi siempre como Easy.

Theo caminaba con pachorra a su lado, con unos vaqueros y una cazadora de color gris claro con cremallera. Echó una ojeada y vio que la pareja mayor caminaba en la misma dirección por una calle paralela. Hizo un breve gesto con la cabeza y vio cómo el hombre se giraba rápidamente, fingiendo buscar su bola.

– Esto es agradable -dijo Easy.

– Sip.

El chico más bajo saludó con la mano un par de veces a una multitud imaginaria, haciendo el tonto.

– Easy y The O se acercan al dieciocho, como Tiger Woods y… algún otro tipo, qué más da.

A Theo tampoco se le ocurría ningún otro golfista.

Theo Shirley, The O o simplemente T. Una letra o la otra. «Theodore» en casa de su madre o cuando sus amigos le vacilaban.

¿Cómo va el marcador, Theodore?

– No sé para qué queréis tantos nombres -le había dicho su padre una vez entre risas, como siempre hacía antes de soltar su gracieta- si ni siquiera firmáis la tarjeta del paro.

Luego venía aquella mirada de su madre. La que siempre le dirigía cuando se moría de ganas de preguntarle por qué no tenía que ir a firmar el paro.

Easy rebuscó en su bolsa, sacó una bola nueva y la lanzó a los pies de Theo.

– Creo que te toca, viejo. -Levantó una mano-. Nada de fotos, por favor.

Theo sacó su palo de la bolsa zarrapastrosa que le habían dado en la cabaña y golpeó la bola, que se quedó a varios palmos del green.

Diez metros más allá, en el rough, Easy encontró su bola. Se colocó para lanzar, meneó el culo un buen rato y luego la lanzó unos veinte metros por encima de la loma, en medio de los árboles.

– El putting este es un coñazo -dijo.

Caminaron hacia el green. Hacía sol, pero el suelo seguía estando duro al pisar. Theo tenía los cordones de las zapatillas marrones por el agua llena de lodo y varios centímetros de los bajos de los vaqueros empapados por la hierba sin cortar en la que había pasado la media hora anterior.

Estaban casi a mediados de julio y era como si el verano se hubiese quedado encerrado en algún lugar. Theo estaba ansioso por que llegase de una vez. Odiaba el frío y la humedad le calaba los huesos, y a veces le hacía moverse con dificultad.

A su padre le pasaba lo mismo.

Sentados a diez pisos de altura, en su diminuto balcón, enfundados en chaquetas y jerséis, el viejo le dejaba echarse unos tragos de cerveza cuando su madre no miraba.

– ¿Ves?, no estamos hechos para el frío. Para el biruje. Por eso nunca verás esquiar a un negro.

Theo siempre se reía con chorradas como aquella.

– Nosotros venimos de una isla. -Para entonces ya llevaba bastante cerveza encima-. Sol y mar, es lo natural.

– Tampoco hay demasiados nadadores negros -decía -No…

– Entonces no tiene sentido.

El viejo asentía, pensativo:

– Es una cuestión de flotabilidad natural.

Su padre no tenía mucho más que decir al respecto. Desde luego no lo sacaba a relucir cuando Theo ganaba todas aquellas carreras en los concursos de natación de la escuela. Se colocaba al borde de la piscina y gritaba más alto que nadie, haciendo aún más barullo cuando alguna estirada sentada detrás de él intentaba hacerle callar.

– Sólo porque su chaval nada como si se estuviese ahogando -decía.

El viejo siempre andaba diciendo alguna chorrada hasta que Mamá le decía que dejase de hacer el idiota. Incluso al final, acostado en el sofá, cuando la medicación le hacía delirar.

Easey cruzó el green y empezó a dar golpes sin ton ni son entre los árboles mientras Theo embocaba la bola con un golpe corto. Al mirar atrás, vio gente esperando en el tee de atrás. Estaba empezando a salir del green cuando Easy apareció, se acercó y empezó a hablar, pasándose la bandera de una mano a otra:

– ¿Qué haces luego?

– Poca cosa. Ir a ver a Javine, no sé. ¿Y tú?

Easy lanzó la bandera.

– Tengo un asunto por la tarde.

Theo asintió y miró hacia atrás, a la gente que estaba esperando.

– Ningún problema, sólo unas cosillas. Será mejor que vengas. -Easy esperaba alguna reacción-. Llama a tu chica.

– ¿Cosillas?

– Unas cosillas de nada, te lo juro. -Una sonrisa cruzó lentamente su cara-. En serio, un rato de nada, tío, te lo juro por Dios.

Theo recordaba aquella sonrisa de cuando iban a la escuela. A veces le costaba recordar que Easy ya no era un crío. Era más oscuro de piel que Theo, sus viejos eran de Nigeria, pero no importaba. Ambos eran del mismo sitio, de la misma zona de Lewisham, y casi siempre andaban con toda clase de gente. Había un montón de mestizos en la pandilla, aunque la mayoría eran jamaicanos, como él. También había algún asiático, hasta un par de blancos perdidos. Se llevaba bien con ellos, siempre que no pusiesen demasiado empeño.

Se oyó un silbido desde el tee de atrás. Easy lo ignoró, pero Theo salió del green y, tras unos segundos, Easy le siguió.

– Entonces, ¿te vienes luego?

– Vale, siempre que sea un rato de nada -dijo Theo.

– Claro. No habrá problema, T. Además, si surge algo, sabes que siempre lo tengo todo bajo control.

Theo vio otra vez aquella sonrisa, y observó a su amigo dar unas palmaditas en el lateral de su bolsa de golf como si fuese un cachorro.

– ¿Qué coño tienes ahí?

– Cállate.

– ¿Vas puesto o qué?

– Mira, así es como yo lo veo. -Easy bajó la bolsa-. Un pitch para golpear la bola en el green, ¿no? Un putter para embocarla al hoyo. Y los otros… para otras cosas. -La sonrisa se hizo aún mayor-. ¿Me entiendes?

Theo asintió.

A veces le costaba recordar que Easy había sido un crío alguna vez.

Theo se puso tenso cuando Easy abrió una cremallera y empezó a hurgar dentro de la bolsa. Intentó dejar salir el aire lentamente cuando su amigó sacó media docena más de bolas y las dejó caer de una en una.

Easy sacó una madera y apuntó con ella a la bandera de la esquina más alejada del campo.

– Lancemos unas cuantas a aquel.

– Ése no es nuestro hoyo, tío. No es el siguiente.

– ¿Y? -Easy se colocó, mordiéndose el labio, concentrado-. Sólo quiero lanzar unas cuantas cabronas de estas. -Golpeó con fuerza sin darle a la bola por varios centímetros, y lanzando a varios palmos de altura un terrón enorme y húmedo.

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