Mark Billingham - En la oscuridad

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Durante una noche de lluvia, Theo Shirley, un chico de diecisiete años, dispara al coche de una mujer cumpliendo así con la ceremonia de iniciación para formar parte de una banda. Ella no muere, pero su coche se estrella contra una parada de autobuses, matando a un policía.
La novia de éste, también policía, no acepta que su muerte haya sido un accidente. En su deseo por descubrir la verdad, llevará a cabo su propia investigación e irá descubriendo oscuros secretos que nos conducirán a un sorprendente giro final de la historia.

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Kelly avanzó por la acera, con los brazos estirados, todavía cantando. Paul guardó el teléfono y le siguió. Se unió a él con la parte que recordaba de la letra, los dos arrastrando las palabras como Jagger en un mal día mientras caminaban hacia el semáforo.

El deporte, en el sentido más amplio de la palabra, había acudido al rescate de Helen: Graham añadió el amor por las partidas de dardos televisadas a su catálogo de rarezas y dejó a las dos mujeres solas la mayor parte de la noche.

Se sentaron en la ampliación del comedor y recordaron los viejos tiempos: antiguos profesores y compañeros de clase casi olvidados, soltando risitas y maldades como las chicas de trece años que habían sido una vez. Solían acabar hablando de la época del colegio, y Helen siempre se deleitaba en los recuerdos de un tiempo en que la responsabilidad era insignificante y las preocupaciones se limitaban a los exámenes de matemáticas y el maquillaje.

Esta noche, todo aquello parecía muy lejano.

Cuando Katie empezó a hablar de abrir una segunda botella de vino, Helen miró su reloj y se horrorizó al ver lo tarde que era. Eran casi las dos menos cuarto cuando por fin salió de allí, y le llevaría por lo menos una hora volver desde Seven Sisters, incluso a aquella hora de la noche.

Todavía habría bastante tráfico mientras los clubs y bares se vaciaban. Una noche de viernes/sábado por la mañana no existía tal cosa como una carrera fácil.

Oyó sonar su teléfono cuando pasaba por Stamford Hill Estate. Estaba en su bolso y, como no había ningún lugar adecuado para parar, dejó que saltase el buzón de voz. A esa hora sólo podía ser Paul. Sonaron los tonos que indicaban que el remitente había dejado un mensaje. Imagino su contenido: « S ó lo llamaba para darte las buenas noches. Espero que Graham no se pusiese muy gilipollas » .

La oleada de cariño que sintió pronto fue engullida por la resaca de la culpabilidad y, mientras aminoraba para detenerse en un semáforo, pensó en algo que Katie había dicho en uno de los momentos menos estridentes de la noche: «En aquella época siempre sabías lo que querías. Lo tenías todo planificado. Hijos, marido, carrera, el lote completo. Era como si nunca dudases, y todas las demás sabíamos que lo conseguirías todo, porque al fin y al cabo siempre fuiste una tía con suerte».

Encendió la radio al bajar hacia Stoke Newington High Street, preguntándose a qué hora volvería Paul de casa de Kelly y lo resacoso que estaría. Estaba deseando contarle todos los detalles sobre Graham y su cuelgue con los dardos.

Le parecería divertido.

La noche es seca, pero la carretera todavía está grasienta por el chaparrón de hace unas horas, resbaladiza al ser engullida bajo los faros, y no hay demasiado tráfico sobre los socavones de la que probablemente es una de las grandes arterias peor cuidadas de la ciudad.

Es por la mañana, por supuesto, en sentido estricto, primera hora. Pero para las escasas almas que se dirigen a sus hogares, luchan por llegar al trabajo en la oscuridad o se dedican ya a sus asuntos de uno u otro tipo, se parece mucho a la noche, a altas horas de la condenada.

Noche cerrada…

Wave no se había dado ninguna prisa, se había tomado el trayecto hacia el norte desde Lewisham con calma, incluso había parado una vez después de cruzar el puente de Londres para comprarse una hamburguesa y algo de beber. Había parado como si fuese un picnic familiar, se había limpiado el kétchup de las comisuras de la boca, mientras Theo se quedaba sentado a su lado, charlando con Easy, Mikey y SnapZ e intentando controlar el temblor de su pierna.

Justo antes de volver a poner el coche en marcha, Wave se había inclinado para abrir la guantera, y le había dicho a Theo que buscase dentro.

Era un revólver del 38, de cañón corto y no demasiado pesado; de acero, con cinta adhesiva roja enrollada en la empuñadura. Theo lo había sopesado con la mano como si tal cosa. No era la primera vez que cogía un arma, pero sí la primera que sentía que lo era.

Easy había soltado un grito alborozado desde atrás.

– Te queda bien, T.

SnapZ había palmeado un redoble en el respaldo del asiento de Theo.

Wave había incorporado el Cavalier al tráfico. Había dicho:

– Vamos viento en popa.

Cruzaron la City, pasaron la estación de Liverpool Street y entraron en Kingsland Road a eso de las dos y cuarto. Wave dio unas vueltas, dobló a la izquierda justo antes del canal, y condujo el Cavalier alrededor del bloque un par de veces.

– ¿Vamos a hacerlo o qué? -preguntó Mikey asomando la cabeza entre los asientos delanteros.

– Cuando yo esté listo -dijo Wave.

Mikey se ajustó la gorra y volvió a echarse para atrás, apretujándose entre Easy y SnapZ.

– Me parece bien, tío -dijo.

Theo respiró profunda y lentamente. Dejó el arma en el asiento, entre sus piernas, relajó las manos sobre la tela de sus vaqueros con disimulo, pero al volver a coger el arma, seguía notando la cinta adhesiva caliente y resbaladiza contra la palma de la mano.

Había empezado a llover otra vez. Wave puso en marcha los limpiaparabrisas. La goma de uno de ellos se había caído y Theo estiró el cuello, intentado ver a través de la mancha de color rojo eléctrico de agua y luces traseras.

– ¿Qué, estamos emocionados, Estrella? -dijo Wave.

Theo asintió y fue lanzado hacia atrás de golpe cuando Wave pisó el acelerador repentinamente para pasar un cruce a toda velocidad; luego redujo, con los ojos fijos en la calzada, examinando el tráfico que venía de frente.

Se oyeron más gritos alborozados desde atrás, el estruendo de los pies golpeando las alfombrillas de goma. Easy se echó hacia delante.

– ¿Qué dices, T?

Wave buscó con la mano detrás del volante y encendió los faros.

– Creo que Theodore acaba de cagarse por los pantalones -dijo SnapZ.

Theo parpadeó, vio aquella mirada de Javine. Volvió a respirar lentamente, aspirando el recuerdo del limpio olor de Benjamín Steadman, de su coronilla…

Easy se acercó a la oreja de Theo.

– Coser y cantar -le dijo.

Theo asintió.

Easy se estiró y palmeó el brazo de Theo, luego se estiró un poco más para acariciar el cañón del arma. Su sonrisa fue un tanto excesiva, había algo frío en su susurro:

– Ya conoces el protocolo…

Segunda parte. Monigotes

Once

El inspector probablemente estaba un poco más hablador de lo que solía en un esfuerzo por evitar silencios incómodos, y la mayor parte de lo que decía iba dirigido a la mesa o, cuando se reclinaba en su silla, a las losetas descascarilladas del techo. No establecía demasiado contacto visual pero, desde luego, nadie le culpaba.

– Probablemente haya estado en mi situación usted misma -dijo.

– He tratado con gente con problemas bastante peores que el mío, sí eso es lo que quiere decir.

– Entonces, ya sabe cómo es.

– Le compadezco.

– No quería decir eso -dijo el inspector, sonrojándose-. Sólo…Ya sabe que es complicado hablar del caso con un pariente.

– No estábamos casados.

– Aun así… tenemos buenas razones para no hacer esto normalmente. Comprenderá que probablemente no estaría usted aquí sí no fuese de la Casa.

El despacho del inspector, que claramente compartía con alguien más, estaba en el tercer piso de Becke House, las oficinas centrales de la Brigada de Homicidios de la Zona Oeste. Había dejado claro que, como responsable de la investigación, el inspector jefe habría estado allí en persona si no estuviese en la oficina de prensa preparando una declaración. Los periódicos locales habían publicado la noticia de un accidente con víctimas mortales, pero ahora iban a hacerse públicos todos los detalles (el nombre de la víctima, la intervención de otro coche, los disparos) con la esperanza de atar algún cabo suelto. De que se presentase alguien con información.

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