– ¿Qué hay de los padres de Paul?
– Están en un hotel. Están… mejor allí, creo.
– ¿Ha decidido lo del funeral?
Las palabras salieron a trompicones de ella sin que pudiese controlarlas.
– Sí, y creo que, desde luego, debemos hacerlo. Probablemente sea mejor, ¿no cree? Si no, va a empezar a apestarlo todo.
El inspector volvió a sonrojarse, pero ahora le tocaba a Helen disculparse.
– No se preocupe.
– Como si los cambios de humor no fuesen lo bastante malos antes de todo esto.
– Me refería a si había pensado si quieren una ceremonia oficial de la policía.
– En realidad no. Todavía no -había pensado en ello. Había decidido que, aunque ella prefería algo tranquilo, dejaría que decidiesen los padres de Paul. Suponía que, llegado el momento, probablemente se decantarían por los discursos, las banderas y los portadores con guantes blancos.
Llegado el momento.
La investigación forense de la muerte de Paul se había abierto y, de acuerdo con el procedimiento habitual, se había aplazado inmediatamente. Volvería a arrancar en cuanto se completase la investigación policial. ¿Quién sabía cuándo?
– Hablaremos con el forense e intentaremos que entreguen el cuerpo… a Paul, lo antes posible -dijo-, pero puede tardar otro par de semanas -llamaron y se asomó una cara por la puerta-. ¿Qué pasa, Dave?
Los ojos del hombre se dirigieron como dardos hacia Helen y volvieron rápidamente hacia el inspector.
– Tu sesión informativa empezó hace cinco minutos…
El inspector asintió y el hombre cerró la puerta.
– Lo siento, tengo que irme.
Helen empezó a levantarse pero él alzó una mano, se puso en pie y rodeó la mesa.
– Tardaré al menos quince minutos -dijo-. Probablemente más -echó un ojo al cuaderno azul que yacía en medio de su mesa-. Obviamente, todas las declaraciones, informes y demás están en el sistema, pero probablemente es usted como yo, que anoto un montón de cosas en la libreta -Helen no dijo nada-. La verdad es que no vale la pena que me la lleve -dijo-, seguramente la dejaré justo ahí, en la mesa, y ya sé que no hace falta que le diga que no debería mirarla mientras no estoy -caminó hacia la puerta.
– Comprendo -dijo Helen.
Se quedó sentada un minuto o dos después de que el inspector se fuese, le faltaba el aliento, luego salió al pasillo, donde sabía que había un dispensador de agua. Se sirvió tres vasos de papel. Luego volvió al despacho del inspector y abrió su cuaderno.
Su nombre estaba escrito al principio de la primera página. Helen pensó que le pegaba. Supuso que podía ser picajoso y difícil de sacarse de encima. Pasó las páginas perforadas hasta que llegó a una cuyo encabezamiento rezaba: Hopwood, 2 de agosto. El nombre estaba profusamente subrayado y había garabatos en la esquina de la hoja: casas y estrellas. Cogió un bolígrafo de su bolso, una hoja A4 de la mesa y empezó a apuntar cosas.
Otras cien, ciento cincuenta libras a la semana. La posibilidad de aparcar el culo delante de la tele todo el día.
Una llave.
Un arma.
Eso era, le parecía a Theo, todo lo que había conseguido al «ascender». Las recompensas que le estaban esperando ese poco más arriba en el triángulo de Easy.
Y había habido algo más, algo un poco más difícil de definir y que daba mucho más miedo. Sabía que otros miembros de la pandilla lo llamarían «respeto», aunque a veces la palabra era pisoteada como un paquete de tabaco vacío, y le gustaban las miradas, los saludos con la cabeza. No tenía sentido fingir que no le gustaban, por parte de los que estaban donde él estaba ahora, y de los que seguían esperando su oportunidad. Se preguntaba si alguno de ellos tenía la menor idea de lo cagado que estaba aquella noche. Todavía estaba cagado. Imaginaba que muchos de ellos sí, creía haber visto algo conocido, algo compartido en algunas de aquellas miradas.
Lo que más miedo le daba de todo era tener que estar a la altura de algo.
– ¿Estás viendo esta mierda, tío?
Theo sacudió la cabeza.
Mikey se apretujó junto a él en el sofá de vinilo rasgado y cogió el mando. Theo se quedó mirando la pantalla, viendo cambiar el canal cada pocos segundos: una mujer en una casa vacía, gente en cintas corredoras, coches, vaqueros, póker, un idiota pescando.
El volumen estaba bajo porque tenían que estar pendientes de la puerta.
Después de recorrer todos los canales dos veces, Mikey se quedó con un episodio de Diagn ó stico Asesinato. Se recostó.
– Es el carroza de Chitty Chitty Bang Bang, tío. El cabrón está viejo…
El piso cuya llave había recibido Theo estaba al final de un rellano en la tercera planta del edificio, el bloque color zurullo que había en frente de donde estaban el piso del propio Theo y de su madre. Allí era donde Theo había pasado el último par de días, con Mikey y SnapZ o tal vez algún otro de los chicos, controlando el alijo y el dinero.
Aparte de la pantalla de plasma y de una PS3, no había gran cosa en el sitio. Algún que otro mueble desparejado en el salón. Los elementos básicos en la cocina: cubertería y una tetera, un microondas, unos cuantos platos y tazas en la alacena donde se guardaban las rocas envueltas en film de cocina y tuppers sellados.
El único dormitorio no tenía prácticamente nada más que la cama, con un saco de dormir estirado sobre el colchón desnudo, una pila de periódicos viejos y una lámpara enchufada a la pared, en una esquina. La caja de caudales metálica estaba escondida bajo una tabla del suelo suelta. Era responsabilidad de Theo asegurarse de que los billetes se transferían a la caja después de cada transacción, listos para que así los recogiese por Wave al final de cada jornada.
– El alijo y la pasta -le había dicho Easy-. Ahora tienes responsabilidades, T.
Lo que Theo tenía en abundancia era tiempo para quedarse sentado y mejorar su juego en el Grand Theft Auto, para hablar de chorradas con Mikey o con quien fuese. Para llamar a Javine cuando le apetecía.
Demasiado tiempo para pensar.
– El mismo tipo que salía en Mary Poppins -dijo Mikey-. Debe de estar forrado, tío. ¿Qué necesidad tiene de hacer esta mierda?
Se suponía que no tenía que morir nadie.
Dos tiros en la parte de atr á s del coche. Ese era el trato, no hacer daño a nadie y largarse con el trabajo hecho. Joder, ¿qué hacía la puta imbécil asustándose y pegando aquel volantazo como si hubiese chocado o algo? Subiéndose a la puta acera y lanzándose sobre aquella gente, provocando todo aquel lío.
Joder. Joder. Joder.
– No pasa nada -había dicho Easy, pero no era él el que tenía el arma en la mano, ¿verdad?
Theo no sabía más sobre el hombre de la parada de autobús que lo poco que había salido en el periódico. Un reportaje de treinta segundos en London Tonight, imágenes de cómo remolcaban el BMW. No sabía su nombre, si estaba casado, si tenía hijos, nada. Pero sabía que debería seguir vivo, y que la poli se tomaría las cosas mucho más en serio porque no era así.
La pandilla también se lo había tomado más en serio, se tornaban a Theo más en serio. Aquellos saluditos y miradas, como si hubiese ascendido mucho más de lo que pretendía. Como si hubiese dado un gran paso, de camello a pez gordo de la banda.
Se dio cuenta de que Mikey se levantaba, buscaba la pistola de la mesa y le decía:
– ¿Estás sordo o qué?
No había oído la puerta.
Cogió su arma (no la que había usado tres noches antes, de la que Wave ya se había deshecho) y fue hasta la puerta principal. Volvió a sonar el golpe, haciendo un ruido metálico contra el refuerzo de metal. Miró el monitor de la pared y la imagen de la cámara montada sobre la parte de afuera de la puerta.
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