Mikey sacó del maletero la bolsa de deportes del crío, y la tiró a la acera antes de meterse en el asiento de atrás. El crío la recogió y la estrelló contra la pared soltando un taco.
Seguía soltando tacos cuando el Cavalier se alejó.
Helen paró un momento en Old Kent Road, cogió una botella de vino tinto que sabía que le gustaba a Katie. Durante los escasos minutos que esperó para pagar, le molestó gastarse el dinero, repentinamente cabreada ante la idea de que Katie la hubiese invitado por compasión. Le entraron ganas de decirle lo mucho que ella la compadecía por tener a un flipado por novio, y el mismo patético deseo de ser popular que cuando iban a la escuela.
Para cuando volvió al coche, volvía a estar calmada, y se sentía no poco culpable. Decidió que, aún con lo desesperada que estaba por dar a luz, iba a echar de menos no poder achacar al embarazo sus violentos cambios de humor.
Empezó a llover mientras subía por Borough, y cobró fuerza mientras cruzaba el puente de Londres.
Esperaba que, en cuanto se hubiesen quitado la cena de en medio, Graham desapareciese en el desván, o donde quisiera que se dedicase a torturar animalitos, para que ella y Katie pudiesen sentarse a cotillear. Sería incluso más agradable si pudiese beber. Dos días antes, le habían dicho que la cabeza del bebé se había colocado y hubiera sido estupendo poder brindar con algo. No beber era algo que sin duda no echaría de menos de estar preñada. De hecho, en lo que a ella respectaba, podían ponerle una copa en la mano en cuanto cortasen el cordón.
Siguió en dirección norte hacia Dalston y Hackney, preguntándose si estaría mal visto incluir un trago de vino en su planificación post parto. Si la comadrona saldría corriendo a llamar a los servicios sociales.
Si compartiría esa primera botella con Paul.
Tras echar un vistazo en torno a la sala, Paul decidió que odiaba prácticamente a todos los que estaban allí. Por supuesto, una pinta o dos antes les había querido en igual medida, y había grandes probabilidades de que volviese a hacerlo si se bajaba unas cuantas más. La cerveza le afectaba mucho, haciéndole pasar de ser un gilipollas sentimental a un cabrón huraño con la misma rapidez que disminuía su capacidad para hilar una frase completa, con tanta frecuencia como tenía que abrirse paso hasta los servicios.
El agente que se jubilaba había dado su discurso y, aparte de recibir un juego de barómetro y reloj de pared en lugar de un reloj de pulsera o una petaca, todo había ido prácticamente como Gary Kelly había predicho. Paul había aplaudido y berreado con tanto entusiasmo como todos los demás. Ahora, al ver la multitud de relucientes trajes dando vueltas por la pequeña e insulsa sala, riéndose demasiado alto y bebiéndose las doscientas libras que habían pagado, supo algo.
Aun estando borracho, supo que quería algo más.
De ningún modo iba a conformarse con aquello cuando le llegase el momento. Quería dejarlo mucho antes de que nadie reservase una sala encima de un pub e iniciase una colecta para comprar alguna mierda en H. Samuel. Quería irse mucho antes, y estar bien establecido.
Cruzó la mirada con la de Gary Kelly, en el otro extremo de la barra, y puso los ojos en blanco. Kelly era un poli decente, pero no resultaba difícil imaginarle de pie en el lugar de Bob Barker dentro de veinte años. Ser bueno en el trabajo no bastaba ni remotamente, ni siquiera para los ambiciosos. Había que tener iniciativa, echarle huevos y mantener esa parte de uno a la que en realidad nada le importaba gran cosa.
Y había que mentir, mentir como quien respira.
Theo se sentó en el escaparate del Chicken Cottage de High Street como le habían dicho, con una caja de alitas delante y un periódico que no había abierto. Miró el reloj. Pasaba de la medianoche, la hora a la que Easy le había dicho que estuviese listo, y empezó a pensar que no iba a pasar. Que Wave había cambiado de idea o que había surgido algún negocio.
Tal vez nunca hubiese ido a pasar desde un principio.
Tal vez acudir y estar listo para hacerlo era el único examen y no había nada más. Se preguntó si Easy y los demás estarían observándole desde algún lugar ahora mismo, partiéndose el culo de él, esperando allí, como un imbécil. Cagándose.
Cogió una alita de pollo pero estaba fría, así que volvió a dejarla caer en la caja. Fuera empezaban a bajarse los paraguas conforme escampaba la lluvia. Había estado lloviendo y escampando gran parte de la noche, pero seguía haciendo calor y no se había traído la chaqueta, aunque Javine se había puesto en medio de la puerta para obligarle a cogerla.
Entonces, allí de pie, le dirigió una mirada que decía: Espero que lo que vayas a hacer merezca la pena. O tal vez su mirada sólo dijese: Te quiero, te veo luego, y todo lo demás estuviese en su cabeza.
No tenía ni idea.
Sentía la cabeza hecha un lío: la meneaba al ritmo de la música que salía del altavoz que había encima de él, salsa o algo así, la giraba, intentando mantener la calma y pensar en cómo iban a ser las horas siguientes, la apoyaba en el cristal frío, imaginándose a sí mismo sacando el teléfono y llamando.
Diciéndole a Easy que estaba bien donde estaba. Que trabajaría más duro y echaría más horas. Que no necesitaba ascender.
Abrió los ojos al oír el claxon, miró hacia fuera y vio los faros a través del cristal empañado. No reconoció el coche, y tardó unos momentos en darse cuenta de que era Easy, sonriéndole como un imbécil desde el asiento trasero, con Mikey y SnapZ a uno y otro lado. Vio a Wave sentado al volante, inclinándose levemente hacia el lado para dar unas palmaditas sobre el asiento del copiloto y diciéndoles algo a los chicos de atrás luego.
Algo que les hizo reír a todos.
Theo asintió y se puso en pie, tomó un sorbo de su botella de agua. Cogió un puñado de servilletas al salir; ya empezaba a sudar.
Sintió la bofetada del aire frío al salir a la calle trastabillando con Kelly. Inspiró hondo varias veces, hinchó las mejillas y parpadeó lentamente.
– Muy bien -dijo Kelly-, ¿vamos a buscar un club o qué?
Paul miró su reloj con los ojos bizcos.
– ¿Estás de broma?
Kelly indicó la acera de en frente con la cabeza. Ventanas tintadas y un cartel de neón que apenas emitía luz suficiente para iluminar la palabra: Masajes.
– Siempre podemos meternos ahí. Relajarnos un poco.
– Yo me voy a la cama -dijo Paul.
Se quedaron en silencio medio minuto, viendo pasar el tráfico. Soplaba una buena brisa y Kelly trataba de encender un cigarrillo. Se metió en un portal, levantó la chaqueta para darse el abrigo necesario y lo encendió.
– ¿Vamos a buscar un taxi entonces? -preguntó Paul.
– Si tienes suerte… -Vieron pasar unos cuantos coches más-. Tal vez encontremos uno clandestino en la calle principal. Un minitaxi de Al Jazeera o así…
Paul tenía ganas de vomitar. Cerró los ojos unos segundos, esperó a que se le pasase.
– Mierda…
– Pasaremos un buen rato en mi casa -dijo Kelly.
Paul frunció el ceño.
– ¿Me estás entrando, tío?
– En tus sueños.
– ¿Estás seguro de que a Sue no le importará?
– Ya te lo he dicho, está fuera -dijo Kelly-. Podemos irnos a dormir, ir a desayunar al bar de la esquina, lo que sea.
Paul pensó que sonaba bien. Mejor que ver a Helen andar de puntillas a su alrededor, en cualquiera caso.
– Quedé en llamar a casa -dijo.
– Sí, será mejor. -Kelly tiró la colilla de su cigarrillo y empezó a cantar Under My Thumb mientras Paul rebuscaba el móvil en su chaqueta.
Paul susurró «que te den» mientras marcaba y esperó. Le salió el buzón de voz de Helen y dejó un mensaje.
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