Dice el Libro de los Proverbios: donde no hay visiones, el pueblo perece [33]. Quizá radique ahí el problema de Israel.
Llevo todo el día de hoy preguntándome qué carajo pensaban y cómo llenaban su tiempo, su devoción, su apostolado, su fe y su liturgia las comunidades cristianas anteriores a la redacción y divulgación del primer evangelio. En ese espacio vacío, que duró décadas, podría estar la clave de casi todo lo que ignoramos. Es el período de la historia del cristianismo que más me interesa (y voy a hacer lo posible y también lo imposible para desandar lo andado y remontarme hasta él.
¿Se puede?
Sí, claro que se puede. Pero no diré-todavía-cómo.
El monte, el demonio y la luna me aguardan.
Ojalá tenga suerte. Seguro que la voy a necesitar. Jericó forma parte de los Territorios Ocupados y el punto al que me dirijo es de los que llaman off limits. He sobornado con treinta dólares de vellón al hermano lego que tiene la llave de la puerta trasera del monasterio. Ahí, al parecer, está el sésamo que se abre al escenario de las tentaciones de Jesús. Ha debido de parecerle una enormidad, porque se le han puesto los ojos como dos platos soperos. Lo mismo cree que le quiero dar por la retambufa. No me extrañaría. El ars amandi zaguero es una honrosa tradición monástica (sobre todo intramuros de la Iglesia oriental) cuya solera no cabe poner en duda. Mi cómplice, de hecho, desprende un tufo de maricona con lunares y pelos en la pechuga que tira para atrás. Procuraré darle esquinazo en cuanto me facilite el acceso al lugar de autos.
Horrible sospecha: ¿y si es él quien pretende llevar la iniciativa y darme por el trasero a mí?
Según la ley de Mahoma… Cosas más raras se han visto, y no digamos por estas latitudes. Bien podría ser ésa, en lo que al hermano lego se refiere, la cuarta tentación de Satanás. Y entonces…
¡Menudo lío y qué escena tan gratificante! El desierto de Judea a nuestros pies, el ermitaño persiguiéndome con el borde inferior del hábito de estameña a la altura de las rodillas, Lucifer danzando por allí entre fosforescencias y nubes de azufre, yo con el culo y el alma en trip de ácido lisérgico, y la luna mirándolo todo con cara de boba. Una película de los Hermanos Marx, una comedia de enredo escrita por Dalí, un retablo del Bosco.
Es tarde. Ya no hay suficiente luz para seguir escribiendo. Al toro.
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Sábado 21 de abril
El hermano lego no era maricón, sino espía a sueldo del ejército israelí. ¡Anda y que lo folle un pez! A eso de la medianoche, cuando yo llevaba alrededor de tres fantásticas horas de tripi y andaba muy cerca del quinto cielo, diez o doce soldaditos de mierda armados hasta la tonsura y capitaneados por un sargento cincuentón con ojos de loco y huevos de pantera me rodearon, me iluminaron y cegaron con sus potentísimas linternas mientras me gritaban en arameo (digo yo) y me apuntaban con sus metralletas, me zarandearon, me esposaron y me llevaron en jeep al cuartel.
Y allí he pasado el resto de la noche, que lo ha sido de Walpurgis. Interrogatorios cruzados, insultos, amenazas, vejaciones psicológicas y careos con el dueño del tenderete de fruta, con el soplón que me ha vendido (ahora caigo en la cuenta de que le di la soldada de Judas: treinta monedas) y con el sefardí de la agencia de viajes. Al pobre lo han traído hasta aquí desde Jerusalén -menos mal que la distancia entre las dos ciudades es de unos cuarenta kilómetros- sacándolo de la cama a la hora en la que don Quijote salió de la venta. O antes.
Yo, a pesar de los zarpazos y tarascadas del LSD (que todavía me bulle en la sangre), no he perdido en ningún momento la cabeza ni el dominio de la situación. Lo único que en realidad me preocupaba era el riesgo de que encontrasen la bola de hachís y mi cuaderno de apuntes, de que leyeran éste con lupa -tienen intérpretes y traductores de todas las lenguas-y de que se enteraran de mi afición a los alucinógenos, de mis contactos con el yemenita, de mis tradicionales lazos de amistad con el mundo árabe y del cisco con el askenazi hidrófobo de la barbita puntiaguda.
Pero de los escarmentados nacen los avisados.
Padezco, desde mis verdes años de militancia antifranquista, lo que entre bromas y veras llamo el síndrome de la clandestinidad. De ahí que anoche, antes de subir al monasterio, envolviera en una bolsa de plástico el chinón de hachís y el cuaderno de apuntes y lo escondiese todo debajo de un pedrusco. Por eso no dieron con él al registrar el suzuki. Hoy, en cuanto termine de escribir esta croniquilla, meteré el cuerpo del delito en un sobre resistente y se lo enviaré por correo certificado a Kandahar. Se acabaron los riesgos inútiles. No quiero comprometer a nadie -¿por qué, pese al síndrome de la clandestinidad, he mencionado en estas páginas mis amores con la palestina y los dos petas que me fumé en un rincón del zoco con Zacarías?-ni levantar antes de tiempo la liebre de la orientación que imprimiré a mi libro sobre Jesús.
En fin… A eso de las diez de la mañana, después de comprobar llamando por teléfono a la embajada española que efectivamente soy-ésa fue mi principal coartada-un novelista en busca de vivencias místicas y crísticas, mis carceleros me dejaron en libertad sin pedirme perdón ni invitarme, a modo de desayuno, a un mal puñado de aceitunas con pan ácimo y queso de cabra.
¡Viva la hospitalidad!
Por enésima vez se ha demostrado que el Maligno no pierde comba. ¡Y yo que quería verme las caras con él en la mismísima yema del Monte de la Tentación! Alguien, sin embargo, escuchó y atendió mi ruego, porque el Demonio (con más mayúsculas que nunca) acudió, en efecto, a la cita, aunque lo hizo multiplicándose por diez y disfrazándose de militarote en pie de guerra. ¡Puah!
Son las tres de la tarde. El Mar Muerto me espera.
¡Ojalá volvamos a vernos en mejores circunstancias, Jericó! Y así será, porque no en vano te llamas como una de mis futuras hijas. Ella, cuando nazca y se haga grande, querrá verte y me traerá hasta ti. Palabra de tuareg.
Qumran Martes 24 de abril
Llevo aquí tres gloriosos días de borrachera mística, histórica y geográfica, hundido hasta el pescuezo en uno de los parajes más sugestivos de la tierra.
A un lado, el Mar Muerto, que hace honor a su nombre. Su belleza es tan grande, y tan extraña, que no parece de este mundo.
Al otro, el desierto de Judea: un jardín zoológico petrificado y habitado por formas que remedan fósiles de fragmentos de animales anteriores al Diluvio. Su geografía, arrugada y descoyuntada por los espasmos geológicos y los rigores climatológicos, dibuja gibas de dromedario, patas de mamut, caparazones de tortuga, testuces de mastodonte, espinazos de armadillo, crestas de iguana.
Y todo el paisaje pintado con colores sobrios, suaves, mates, ambiguos. Nada, excepto la fuerza del sol, hiere la vista.
El agua del inmenso lago, al evaporarse, revela la urdimbre vibratoria del universo. Vale decir: Dios, como Jesús en la tempestad del Tiberíades, camina a diario sobre la superficie del Mar Muerto.
Extraños seres-poliomielíticos, escleróticos, eccematosos, tullidos, contrahechos, mutilados y afectados por toda clase de enfermedades nerviosas y dermatológicas-chapotean (o, más bien, flotan quieras que no) en sus aguas salutíferas y milagreras.
Hacer el muerto en el Mar Muerto… ¡Hopla!
Se entienden muchas cosas desde aquí. Muchísimas. En ningún otro lugar de la tierra ha llegado hasta mí con tanta nitidez la música de las esferas.
En cuanto al yacimiento arqueológico de Qumran y las cuevas de los esenios…
Estoy escaldado: en boca cerrada no entran moscas ni sargentos cincuentones ni askenazis de solideo y barbita puntiaguda.
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