Fernando Dragó - La prueba del laberinto

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Premio Planeta de Novela 1992
Ésta es una extraordinaria novela que según su propio autor podría titularse, si alguien no le hubiese ya robado el título, La más hermosa historia jamás contada: "Detective español de cincuenta y tres años se ve obligado por los dioses, por la Confederación de Fuerzas del Más Allá y por las circunstancias, a partir en busca de Jesús de Galilea, predicador judío que desapareció misteriosamente en el trigésimo tercer año de nuestra era." No podía encontrarse un tema mayor ni un personaje de interés más hondo y universal: "En su vida hay misterio, viajes, tensión, incertidumbre, emboscadas, buenos y malos, mujeres hermosas y mujeres piadosas, traidores, exotismo, ocultismo, tiranos, luchas políticas y religiosas, entrechocar de espadas, conspiraciones, Reyes Magos, leprosos, prostitutas, adúlteras, amor, dolor, muerte y hasta una resurrección. ¿Qué más se necesita? Están todos los ingredientes de las películas de Indiana Jones." Con estos elementos apasionantes y el talento de uno de los mejores escritores españoles contemporáneos, Fernando Sánchez Dragó ha escrito esta novela, ganadora del Premio Planeta 1992.

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Dice así: ¿Algún cristiano conoce hoy la interpolación practicada en el capitulo quinto de la Primera Epístola de san Juan? Su séptimo versículo-«tres son los que dan testimonio (de Cristo) en el cielo: el Padre, el Verbo y el Espíritu Santo»-constituye la única referencia bíblica a lo que por error y apresuramiento se convirtió en principio irrenunciable de la ortodoxia católica: el dogma de la Trinidad. En 1806-aunque Servet ya lo había dicho y murió por ello-pudo comprobarse que la frase no figuraba en ninguno de los manuscritos griegos anteriores al siglo XV. Se trataba de una addenda occidental, fechada en el siglo IV y acaso imputable al español Prisciliano, que el Papado se negó a aceptar como tal aduciendo la tautológica coartada de que jamás el Espíritu Santo, guía y senescal de la Iglesia, hubiese tolerado la perdurabilidad de un falso concepto en la edición oficial de las Sagradas Escrituras. El 13 de enero de 1897, el índice-con la venia de León XIII, papa que se las daba de intelectual-prohibió poner en duda la autenticidad del versículo. Lo gracioso es que la idea de un dios ternario arrancaba de Hermes Trismegisto y había pasado a todas las religiones iniciáticas, paganas y orientales. Cristo, ciertamente, se había hecho eco de la misma, aunque no de cara a la parroquia plebeya. Y esto, la existencia de un nazareno oculto y reservado para pocos, era postulación gnóstica que los vaticanistas ignoraban o fingían ignorar, quedó encastillada la cosmogonia trinitaria entre quienes se habrían mesado los cabellos de conocer su linaje. No es la primera vez que, para evitar la herejía, Roma lleva a Roma la herejía (2).

Jueves 12 de abril

Éramos pocos y parió la bisabuela: he ligado con una mora. Me gusta a rabiar. Tiene los ojos como granos de café, lleva el potorro depilado, usa lencería occidental de encaje fino y vertiginosas transparencias debajo del caftán (o como se llame el ropón que lleva puesto), es atea, se las da de marxista, habla español-estudió románicas en la Universidad [29]de Zaragoza con una beca de no sé qué Caja de Ahorros)-y su trabajo consiste en guiar y pasear a los turistas y peregrinos de mi país, y de Iberoamérica, por los vericuetos de la Ciudad Santa.

La he invitado a comer un cuscús-en castellano deberíamos decir alcuzcuz, que además suena mejor-y después…

Cosas que pasan.

Freud diría que ha sido una treta de mi subconsciente para evitar el acoso de la azafata. Su boeing-¡qué pesadilla!-habrá aterrizado esta tarde en Tel Aviv. Mañana me dirán los benditos padres franciscanos si ha vuelto al ataque por teléfono o incluso, que a tanto llega su hambruna erótica y su desfachatez, presentándose en la Casa Nova.

Pero yo, naturalmente, he tomado precauciones: no voy a dormir allí. Mi novia mora, como todos los de su raza, conoce y practica a la perfección el arte de la hospitalidad.

Mañana, por cierto, estoy citado con un yemenita ciego de barba blanca en la Cúpula de la Roca o Mezquita de Omar, junto al Pozo de las Almas en el que -según quiere la leyenda- se cruzan las voces de los muertos con el fragor del agua de los ríos inferiores del paraíso que desembocan en la eternidad. Encima de ese feroz abismo escatológico se encuentra el sacro pedrusco elegido por Abraham o por Yahvé sobre el que Isaac estuvo a punto de morir sacrificado. Su rugosa superficie, por si lo dicho fuera poco, sirvió de pista de despegue para el Viaje Nocturno de Mahoma. Se trata, a todas luces, de lo que los chamanes amerindios llaman un lugar de poder.

¿Por qué me habrán citado ahí?

El yemenita tiene sesenta y dos años, ha sido profesor de Historia Comparada de las Religiones en la Universidad de Damasco, acaba de volver de La Meca y dice que va a quitarme un puñado de telarañas de los ojos.

Ya veremos.

Viernes 13 de abril

La Cúpula de la Roca y la explanada que la rodea -sobre la que surge como un jardín de piedra y mármol la mezquita de El Aksa-configuran el paisaje más alto, más profundo y más hermoso de la geografía jesubea. Devoción, emoción y silencio. Luz filtrada y matizada por celosías que no parecen de este mundo. Prodigiosos techos artesonados que me recuerdan los de la Alhambra.

Pájaros en el interior de la mezquita. Ropas manchadas por la sangre de los mártires de octubre de mil novecientos noventa y exhibidas como hito de la memoria de lo que allí pasó. Calma, calma, calma. El estrés, la depresión y la ansiedad-que son los males del siglo-aún no han llegado al imperio de Mahoma. Suerte que tienen sus súbditos.

¿Por qué el integrismo musulmán asusta tanto a los occidentales? Sus valedores son, en definitiva, los únicos seres humanos que se atreven a reivindicar el modus vivendi del mundo antiguo en medio de la cochambre y de la podredumbre generalizadas de la modernidad.

Y el mundo antiguo -sí, sí, ya sé que soy un troglodita, un reaccionario, un destructor de cuanto huele a economía, a tecnología y a futuro cibernético-era infinitamente superior en todos los sentidos a lo que la actualidad nos propone.

Que la ondulen.

¿Nunca aprenderemos los cristianos a respetar los usos y costumbres de quienes no lo son?

El único fundamentalismo que me asusta es el norteamericano. Y también, últimamente, el europeísta. Tanto los unos como los otros creen que todo les está permitido en nombre de la democracia. Ese es el nuevo fascismo, el nuevo colonialismo, el nuevo intervencionismo.

El encuentro con el yemenita ha sido fructífero. Fructífero y, en cierto modo, espeluznante. He anotado cuidadosamente lo que me ha dicho sobre Jesús y he enviado mis apuntes a Kandahar para que, sin leerlos, los ponga a buen recaudo en una caja de seguridad. Podrían, incluso, matarme por jugar con fuego. Eso, al menos, asegura el yemenita y a mí no me parece un dislate. Los creyentes acérrimas son así, la religión todo lo justifica a sus ojos y hay demasiados intereses en danza.

Ahora puedo decir que estaba en lo cierto al maliciarme que mi buen Jesús es el personaje más manipulado y falsificado de la historia. Su doctrina y sus obras tienen muy poco que ver con lo que machaconamente nos han contado. Las confidencias del yemenita, que me parecen razonables y verosímiles, son de aúpa. Pero chitón: la prudencia me obliga a guardar silencio y a encunarme en tablas. Todo se andará y se dirá a su debido momento.

Sábado 14 de abril

La mora, que se llama Jadiya, me tiene sorbido el seso y otras partes más o menos pudendas de mi baqueteada anatomía. No doy abasto. La gracia santificante se aleja.

Domingo 15 de abril

Recibo dos cartas: una es de Kandahar; la otra, de mi madre. Todo tranquilo en Madrid

.

Lunes 16 de abril

Otra carta. Mi chica, al parecer, ha vuelto de los valles de Babia y se ha encontrado con la sorpresa de que su chico no la estaba esperando con una caja de bombones y los calzoncillos limpios.

Tendremos gresca, pero ahí me las den todas: el Mediterráneo, que está por medio, me sirve de cinturón sanitario y de chaleco antibalas.

Martes 17 de abril

He fundido la mañana recorriendo los lugares donde la tradición pretende que anduvo san Pedro. Jaime, si me hubiera visto, se habría descacharrado. Lo he hecho por si las moscas: nunca se sabe… Pero ni flores. No he sentido nada especial. Nadie se me ha aparecido envuelto en una nube. Ninguna voz me ha hablado desde dentro.

La música de las esferas no ha acariciado mis oídos. El cosmos seguía su curso. Ni siquiera se me ha puesto la piel de gallina.

Eso sí: como de costumbre, no hay mal que por bien no venga. Dios da con una mano lo que quita con la otra. Gracias a mi vergonzante excursión parapsicológica he podido conocer en la iglesia de San Pedro de Gallicanto a un individuo verdaderamente fuera de lo común. Estaba yo sentado en un rincón del jardincillo que rodea el absurdo monumento de estilo paleofuturista, muy metido en mis cosas, respirando abdominalmente en ocho tiempos y con la sesera en blanco, cuando he oído que alguien hablaba cerca de mí en español floreado con inequívoco acento bonaerense. Era un guía judío que pastoreaba por los alrededores de la iglesia a un grupo de compatriotas suyos de origen sefardí. Mi concentración y mi devoción se han ido instantáneamente al carajo.

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