¿Cómo copularían, si es que copulaban, Adán y Eva? Secreto divino. Y no soy yo, ciertamente, la persona llamada a desvelarlo.
Una duda: ¿me estaré convirtiendo o me habré convertido ya en un cínico de la entrepierna? No me gustaría.
Y otra: ¿podré encontrar a Jesús de Galilea si mientras lo busco no estoy en gracia de Dios?
A esta pregunta sólo cabe responder negativamente, de modo que más me vale ir pensando en ponerme y apretarme el cinturón de castidad.
Y retiro lo que he dicho de Verónica. No es tan guapa ni tan zote como he dicho. Mea culpa.
Y ahora, señor Ramírez, al grano.
Acabo de estrenar el cuaderno de tapas de arpillera que me he traído de Madrid. Será el receptáculo de todos los apuntes que tome al hilo de este viaje sin brújula en pos de Jesús de Galilea. Pero ojo: he dicho apuntes y no diario ni memorias ni nada que se le parezca. La puntualización tiene su importancia. Mis pretensiones son humildes: concisión, estilo telegráfico, economía de temas, desnudez de lo esencial, raspa de la sardina y, en todo momento, derechito al grano.
No me extenderé. No me desparramaré. No haré literatura. Esta, si acaso, vendrá luego, cuando regrese -exultante o con el rabo entre las piernas… Eso no lo sé- a los campamentos de invierno y me ponga a escribir el libro que Jaime me ha pedido y que mi sistema inmunológico, hasta ahora, no rechaza. Pero insisto: tengo que contenerme, tengo que huir-por muchos motivos que no sería prudente mencionar en estas páginas-de las tentaciones retóricas. Ni una sola metáfora, ningún adorno, ninguna figura de dicción. Lo que aquí escriba, si soy capaz de refrenarme y de meter en cintura mi tendencia a la locuacidad y a los excesos barrocos, me servirá de memorándum, de carnet de baile, de caja negra, de hoja de ruta.
Y, además, intentaré ser críptico. Utilizaré sólo medias palabras, cabos sueltos, pistas misteriosas que resulten ininteligibles para quienes de reojo, y sin mi consentimiento, echen un vistazo a estas páginas. Podría -Dios no lo quiera- extraviar el cuaderno, podrían robármelo podrían…
A Hemingway le birlaron el manuscrito de su primera novela en un tren. Infinitas son las rendijas por las que se cuela el Maligno.
Una de la tarde. Verónica debe estar al caer.
Comeremos aquí, porque-según dice ella, y me resisto a creer que sea un truco de lagarta-la parálisis forzosa del sábado judío empieza el viernes a la hora del almuerzo. No fueron, no, los ingleses quienes inventaron la macana del weekend. En todas partes cuecen tonterías.
Acerté: ahí viene la azafata meneando el trasero y con un escote de escándalo. ¡Qué santa Teresita del Niño Jesús me proteja!
Shalom.
Lunes 2 de abril
¡Por fin solo! Verónica y el boeing ya están de regreso en Madrid. Se fueron ayer por la tarde.
Lo malo es que ella -no el boeing- vuelve el próximo jueves; y lo hace, según me ha dicho, con la deplorable intención de que siga la juerga. Supongo que los franciscanos se echarán al quite y no le permitirán que se instale en mi habitación. Yo, desde luego, no pienso trasladarme otra vez a la pijotería del King David. Aquí estoy tan ricamente: silencio, frugalidad, bóvedas de piedra de sillería, pasillos interminables, un buen cuarto de baño, una sólida mesa-sobre cuya superficie garrapateo estas líneas-y unos precios de la época de las cruzadas. Y todo eso, para colmo, en la yema de la ciudad santa. Sería un perfecto idiota si renunciara a semejante momio en nombre del fugaz y repetitivo placer de la carne compartida. ¡Vade retro!
En cuanto a Jerusalén… Dejémosla estar, de momento. No me gusta escribir sobre lo inmediato. Eso es lo que hacen los periodistas. Allá ellos.
Son las seis y media de la mañana. Madrugar es algo que siempre me ha puesto de buen humor. Una ducha, y a la calle. La ciudad me espera.
Martes 3 de abril
¿Primera impresión? Pienso en aquel cura de Boccaccio que intentaba disuadir a su sobrino, también-si no recuerdo mal-sacerdote, de que peregrinase a Roma con el argumento de que, si lo hacía, perdería la fe.
Yo no voy a llegar tan lejos. No diré que los cristianos corren el riesgo de convertirse en unos perros descreídos si visitan Jerusalén. Jesús es un valor estable no sujeto a fluctuaciones y sobrevive siempre a cualquier tentativa de aniquilación u oscurecimiento de su persona. Lo sé, entre otras cosas, porque lo he intentado…
– ¿Tú, Dionisio?
– Sí, yo. Lo intenté cuando tuve el sarampión comunista, allá por mis años mozos, y también más tarde, en 1969, cuando Brahma, Shiva y Vishnú me derribaron del caballo de Occidente en las escalinatas del Ganges a su paso por Benarés [28], pero todos mis esfuerzos en ese sentido -ya fueran de carácter agnóstico, ya fideísta-se revelaron inútiles. Jesús siguió donde estaba.
Había empezado a decir- ¿y mis propósitos de laconismo?-que a los visitantes cristianos de Jerusalén les resultará difícil conservar la devoción después de presenciar lo que aquí sucede.
Mal asunto no para Cristo, sino para las tres Iglesias. Sobre todo para la católica. Y conste que lo siento.
Jueves 5 de abril
Decía Quevedo: buscas en Roma a Roma, ¡oh, peregrino!, / y en Roma misma a Roma no la hallas…
Llevo aquí cuatro días y sé ya perentoriamente, sin la más mínima posibilidad de acogerme al dulce y frágil beneficio de la duda, que esta fantástica, poderosa e irrepetible ciudad de oro es una colosal engañifa, una máscara, un tinglado de mercaderes para sacar dinero a los incautos, un montaje turístico de cartón piedra y quizá, inclusive, una contrahechura o caricatura de la fe firmada por Satanás.
Anotación al margen: no hay mal que por bien no venga. Gracias al genocida Bush y a su títere de cachiporra Sadam Hussein, respaldados el uno y el otro por el instinto de cobardía de casi todos mis semejantes, no se ve un alma extranjera por estos pagos de Dios. Ni peregrinos ni travellers ni tourists. Estoy más solo que la una. La ciudad entera es para mí. Alabado sea el Señor.
Viernes 6 de abril Pues sí: soy un perfecto idiota y, además, un corderito. ¡Beeee, beeee! Ayer me llamó por teléfono la azafata y hoy he amanecido (casi a la hora del almuerzo) en su habitación del King David. Suma y sigue: otra vez la misma trampa… Acaba de empezar el sábado judío, los restaurantes están cerrados, tomemos algo aquí mismo, cuánto te he echado de menos, mua mua y bla bla bla.
Jesús debería de retirarme su confianza, si es que la tengo. Y mi chica, no digamos.
Sábado 7 de abril La azafata se ha ido de excursión a no sé dónde y yo, para purgar mis culpas, me he venido a mi refugio de la Casa Nova -al que no había renunciado-con la intención de pasar en él todo el día hojeando papeles, ordenando impresiones y haciendo un poco-sólo un poco-de literatura. Sin que sirva de precedente. El cuerpo me la pide y los sábados, en esta ciudad (y supongo que en todo el país), no se puede ir a ninguna parte.
De modo que afilo la pluma después de tomarme un plato de hummus (pasta de garbanzos aliñada con zumo de limón y aceite de oliva.
Es grandioso) en el chiringuito del chaflán, que milagrosamente estaba abierto, y…
Hace un par de días asesté una puñalada trapera en el hoyo de las agujas de esta ciudad de lidia a la que los creyentes consideran unánime tabernáculo e indiscutible epicentro de las tres grandes religiones monoteístas.
Hoy, cuarenta y ocho horas después, sigo pensando lo mismo, pero me gustaría matizar las cosas y aclarar que el objeto de mi furia no es ni por asomo la Jerusalén histórica y humana, sino la civitas mitológica y presuntamente divina.
En cuanto a la primera, ¡qué prodigio! Ciudad de oro, sí, ciudad de mármoles y alabastros, de roca virgen y de piedra de sillería, de metales preciosos y hierro forjado, de ágata y lapislázuli, de incrustaciones y taraceas, de cúpulas, de espadañas, de torreones, de almuédanos, de púrpura de sultanes y de sandalias de franciscanos, de rastrillos y mazmorras, de callejones angostos (y angustiosos) y de repentinas explanadas luminosas, de cruces, de lunas en cuarto menguante y de estrellas de seis puntas.
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