Cogió al niño y lo levantó un poco para tumbarlo boca arriba en la bañera. El niño seguía riendo. Tranquilo y alegre, en la creencia de que nada malo podía ocurrirle en el mundo. Cuando el agua le cubrió la cara, dejó de reír y empezó a agitar brazos y piernas, pero no fue difícil mantenerlo debajo del agua. Ella no tuvo más que presionar ligeramente el pecho hacia abajo. El niño se movía cada vez más angustiado, hasta que los movimientos empezaron a debilitarse y se quedó inmóvil .
Entonces oyó los pasos de la mujer. Ella miró al niño. Se lo veía tan plácido y tranquilo allí tumbado. Se colocó pegada a la pared, a la derecha de la puerta. La mujer entró en el cuarto de baño. Al ver al niño, se quedó petrificada. Luego se acercó corriendo y gritando .
Fue casi tan fácil como con el niño. Ella la abordó en silencio por la espalda, la agarró por el cuello, que tenía inclinado sobre el borde de la bañera. Utilizó su peso para mantenerle la cabeza bajo el agua. Todo sucedió con una rapidez sorprendente .
Ni siquiera miró atrás cuando se marchó. Solo sintió la satisfacción que la embargaba entera. Christian ya no podría ser feliz .
Patrik miraba los dibujos. Y, de pronto, los comprendió perfectamente. El monigote grande y el monigote pequeño, Christian y Alice. Y las figuras negras de uno de ellos, que eran mucho más siniestras que las demás.
Christian cargó con la culpa. Patrik acababa de hablar con Ragnar, que se lo confirmó. Cuando Alice llegó a casa aquella noche, dieron por sentado que Christian la había violado. Los despertaron los gritos y, cuando bajaron a ver lo que ocurría, vieron a Alice tumbada en el suelo del recibidor. No llevaba más que la falda y tenía la cara ensangrentada e inflamada. Los dos se le acercaron corriendo y ella les susurró una sola palabra:
– Christian.
Iréne subió hecha una furia a su habitación, lo sacó de la cama, notó el olor a alcohol y sacó sus conclusiones. Y, a decir verdad, Ragnar creyó exactamente lo mismo. Pero siempre abrigó una sombra de duda. Y quizá por esa razón continuó enviando los dibujos de Alice. Porque nunca estuvo seguro.
Gösta y Martin consiguieron detener a Erik a tiempo. Acababan de informar a Patrik de que ya habían salido de Landvetter. Ya tenían por dónde empezar. Luego verían lo que podían hacer, después de pasado tanto tiempo. Desde luego, Kenneth no pensaba seguir callando, de eso podía dar fe Erica. Y, por otro lado, Erik les debía unas cuantas explicaciones de sus trapicheos económicos. Se vería entre rejas, seguro, al menos un tiempo, aunque a Patrik se le antojara un flaco consuelo.
– ¡Ya han empezado a llamar los periódicos! -Mellberg hizo su entrada triunfal, sonriendo de oreja a oreja-. Menudo jaleo se armará con todo esto. Una publicidad estupenda para la comisaría.
– Sí, supongo que sí. -Patrik seguía mirando los dibujos.
– ¡Hemos hecho un buen trabajo, Hedström! Lo reconozco. Bueno, habéis tardado un poco en arrancar, pero en cuanto os habéis empleado de lleno y habéis puesto en práctica las tácticas policiales de toda la vida, nos ha salido redondo.
– Desde luego -dijo Patrik. No tenía fuerzas ni para irritarse con Mellberg. Se frotó el pecho con la mano. Seguía doliéndole. Debió de llevarse un golpe mayor de lo que pensaba con la caída.
– Será mejor que vuelva a mi despacho -afirmó Mellberg-. El Aftonbladet acaba de llamar y será cuestión de tiempo que llamen del Expressen también.
– Ya… -dijo Patrik sin dejar de frotarse con la mano. Joder, pues sí que le dolía. Quizá se le pasara si se movía un poco. Se levantó y se fue a la cocina. Típico. Cuando él decidía tomarse una taza de café, ya no quedaba ni una gota. En ese momento llegó Paula.
– Allí ya hemos terminado. No tengo palabras. Jamás habría podido imaginar nada así.
– Ya -respondió Patrik. Era consciente de que no sonaba muy agradable, pero estaba tan cansado… No se sentía con fuerzas para hablar del caso, ni para pensar en Alice y en Christian, en el niño que cuidó del cadáver de su madre mientras se descomponía en el calor estival.
Sin apartar la vista de la cafetera, contó unas cucharadas de café. ¿Cuántas llevaba? ¿Dos o tres? No lo recordaba. Intentó concentrarse, pero la siguiente cucharada cayó fuera del colador. Llenó otra, pero notó una punzada en el pecho y empezó a jadear.
– ¡Patrik! ¿Estás bien? ¿Patrik? -Oía la voz de Paula, pero sonaba lejos, muy lejos. Decidió no hacerle caso y fue a llenar otra cucharada, pero la mano no obedecía. Vio una luz como un rayo y el dolor del pecho se multiplicó por mil. Alcanzó a pensar que algo no andaba bien, que le estaba pasando algo.
Y entonces se desmayó.
– ¡¿Se enviaba las amenazas él mismo?! -Anna se revolvió en la silla. El bebé le apretaba la vejiga y, en realidad, tendría que ir a hacer pis, pero la curiosidad podía con ella.
– Sí. Y a los demás también -dijo Erica-. No sabemos si Magnus llegó a recibir alguna. Seguramente no.
– ¿Y por qué empezó cuando comenzó a escribir el libro?
– Pues, una vez más, es solo una teoría, pero según Thorvald, cabe la posibilidad de que no pudiera tomar la medicación para la esquizofrenia y trabajar en el libro. Al parecer, esos fármacos producen una serie de efectos secundarios entre los que se cuenta el cansancio, y puede que eso le impidiera concentrarse. Yo estoy por pensar que dejó de tomar las pastillas y que la enfermedad afloró con toda su fuerza, tras llevar muchos años controlada. Y el trastorno de personalidad se hizo patente. El blanco principal del odio de Christian era él mismo, y seguramente no supo enfrentarse al sentimiento de culpa que había crecido con el tiempo. De modo que se dividió en dos: Christian, que intentaba olvidar y llevar una vida normal, y la sirena, o Alice, que odiaba a Christian y que le ayudaba a soportar la culpa.
Erica volvió a explicárselo con paciencia. No era fácil de comprender; a decir verdad, resultaba imposible. Thorvald le había asegurado que era muy poco frecuente que la enfermedad derivase en manifestaciones tan extremas. El de Christian no era un caso común, desde luego, pero claro, su vida tampoco lo fue. Y tuvo que vivir experiencias que habrían acabado con el más fuerte.
– Por eso se quitó la vida -explicó Erica-. En la carta que dejó dice que tenía que salvarlos a todos de ella. Que la única manera de hacerlo era darle lo que quería: a sí mismo.
– Pero… fue él quien pintó la pared de los niños, él era la amenaza.
– Sí, exactamente. Cuando se dio cuenta de lo mucho que quería a sus hijos, comprendió que la única manera de protegerlos era matar a la persona que era la causa de que ella quisiera hacerles daño. Es decir, a sí mismo. En su mundo, la sirena era real, no un monstruo imaginario. Existía de verdad y quería matar a su familia. Igual que había matado a Maria y a Emil. De modo que los salvó quitándose la vida.
Anna se secó una lágrima.
– Es todo tan terrible.
– Sí -dijo Erica-. Es terrible.
En ese momento, sonó chillón el timbre del teléfono y Erica lo cogió irritada.
– Si es otro maldito periodista le diré… Hola, Erica Falck. -A Erica se le iluminó la cara-. ¡Hola, Annika! -Pero le cambió enseguida y empezó a respirar con dificultad-. ¡Qué dices! ¿Adónde lo llevan? No puede ser. ¿A Uddevalla?
Anna miraba a Erica preocupada. A su hermana mayor le temblaba la mano que sostenía el teléfono.
– Pero ¿qué pasa? -preguntó Anna cuando Erica hubo colgado.
Erica tragó saliva y tenía los ojos empañados de lágrimas.
– Patrik se ha desmayado -dijo con un hilo de voz-. Creen que puede ser un infarto. Va en una ambulancia camino de Uddevalla.
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