– Magnus debió de comprenderlo todo al leer el borrador -dijo Erica despacio-. Debió de comprender quién era Christian.
– Y esa debía de ser su intención, sin duda, que se enterara de quién era. De lo contrario, no se lo habría dado a leer. Pero ¿por qué a Magnus? ¿Por qué no a Kenneth o a Erik?
– Yo creo que Christian sentía la necesidad de volver a Fjällbacka y verlos a los tres -dijo Erica pensando en lo que le había dicho Thorvald-. Puede parecer extraño y, seguramente, ni él mismo podría explicarlo. Seguramente los odiaba, al menos, al principio. Luego supongo que Magnus empezó a caerle bien. Todo lo que he oído decir de él apunta a que era una persona muy agradable. Y también fue el único que participó en contra de su voluntad.
– ¿Y tú cómo lo sabes? -preguntó Patrik extrañado-. En la novela solo dice que había tres chicos implicados, pero no ofrece un relato detallado del episodio.
– He estado hablando con Kenneth -respondió ella con calma-. Y me ha contado todo lo que pasó aquella noche. -Erica le refirió la historia de Kenneth mientras Patrik se ponía cada vez más pálido.
– Joder, joder. Y se libraron sin más. ¿Por qué los Lissander no denunciaron la violación? ¿Por qué se mudaron e internaron a Alice?
– No lo sé. Pero seguro que los padres de acogida de Christian pueden responder a esa pregunta.
– O sea que Erik, Kenneth y Magnus violaron a Alice mientras Christian miraba. ¿Y cómo es que no hizo nada? ¿Por qué no ayudó a Alice? ¿Quizá por eso recibió las amenazas, pese a que él no participó?
Patrik tenía mejor color y respiró hondo antes de proseguir:
– Alice es la única que tiene motivos para vengarse, pero ella no puede ser. Y tampoco sabemos quién es el culpable de esto -dijo empujando hacia Erica la carpeta con la documentación-. Aquí está todo lo que se averiguó sobre los asesinatos de Maria y Emil. Los ahogaron en la bañera de su casa. Alguien mantuvo bajo el agua a un niño de un año hasta que dejó de respirar, y luego hizo lo mismo con su madre. La única pista que tiene la Policía es que un vecino vio salir del apartamento a una mujer con el pelo largo y moreno, pero no puede ser Alice, desde luego, y tampoco me imagino a Iréne, aunque también ella tendría un móvil. Así que, ¿quién coño es esa mujer? -preguntó dando un puñetazo en la mesa de pura frustración.
Erica esperó a que se calmara. Luego le dijo, despacio:
– Yo creo que lo sé. Y creo que puedo demostrártelo.
Se cepilló los dientes a conciencia, se puso el traje y se anudó la corbata, que quedó perfecta. Se peinó y luego se despeinó el pelo un poco con los dedos. Se miró al espejo, satisfecho. Era un tipo atractivo, un hombre de éxito que tenía control sobre su propia vida.
Erik cogió la maleta grande con una mano y la pequeña con la otra. Había recogido los billetes en recepción y ahora los llevaba a buen recaudo en el bolsillo interior de la chaqueta, junto con el pasaporte. Una última ojeada al espejo, antes de salir de la habitación del hotel. Tendría tiempo de tomarse una cerveza en el aeropuerto antes de irse. Sentarse tranquilamente a observar a los suecos corriendo de un lado para otro, los mismos suecos con los que, muy pronto, él no volvería a tener nada que ver. A él nunca le había entusiasmado el talante sueco. Demasiado pensamiento colectivo, demasiada insistencia con el rollo de que la sociedad tenía que ser justa. La vida no era justa. Unos tenían mejores aptitudes que otros. Y, en otro país, él tendría muchas oportunidades de explotar esas aptitudes.
Pronto estaría en marcha. El miedo que ella le inspiraba lo había relegado a un rincón apartado del subconsciente. Y pronto no tendría la menor importancia. Dentro de muy poco no podría darle alcance.
– ¿Y cómo vamos a entrar? -preguntó Patrik cuando llegaron a la puerta de la cabaña. Erica no había querido revelarle nada más sobre lo que sabía o sospechaba, e insistió en que Patrik debía acompañarla.
– Fui a casa de la hermana de Sanna a buscar la llave -explicó sacando del bolso un llavero muy abultado.
Patrik sonrió. Fuera como fuera, no podía negarse que Erica tenía iniciativa.
– ¿Qué estamos buscando? -dijo entrando en la cabaña detrás de ella.
Erica no respondió enseguida, sino que dijo:
– Este es el único lugar que Christian podía considerar como propio.
– Pero… ¿no es de Sanna? -preguntó Patrik mientras trataba de habituarse a la penumbra.
– Sí, según las escrituras. Pero aquí era adonde venía Christian para estar solo y cuando quería escribir. Y sospecho que lo utilizaba como un refugio.
– ¿Y? -dijo Patrik sentándose en un banco de cocina que había contra la pared. Estaba tan cansado que no podía tenerse en pie.
– No sé. -Erica miró desorientada a su alrededor-. Es que creo… bueno… creía…
– ¿Qué creías? -la instó Patrik. Aquella cabaña no era buen escondite para lo que quiera que estuvieran buscando. Constaba de dos habitaciones diminutas de techo tan bajo que él tenía que agachar la cabeza para estar de pie. Estaba llena de artes de pesca antiguas y había una mesa abatible junto a la ventana. Desde allí, la vista era extraordinaria. El archipiélago de Fjällbacka. Y, más allá, Badholmen-. Pronto lo sabremos, espero -dijo Patrik mirando el trampolín, que se alzaba lúgubre hacia el cielo.
– ¿El qué? -Erica se movía sin ton ni son por la angosta habitación.
– Si fue asesinato o suicidio.
– ¿Lo de Christian? -preguntó Erica, aunque sin esperar respuesta-. Si consiguiera encontrar… qué mal, yo creía… habríamos podido… -Hablaba de forma inconexa y Patrik no pudo evitar la risa.
– Te aseguro que en estos momentos das una imagen de lo más confusa. Si me dices qué estamos buscando, quizá pueda ayudarte.
– Creo que fue aquí donde asesinaron a Magnus. Y esperaba encontrar algo… -Siguió examinando las paredes de madera sin lijar, pintadas de azul.
– ¿Aquí? -Patrik se levantó y empezó también a inspeccionar las paredes, luego el suelo, y dijo de pronto-: La alfombra.
– ¿Qué quieres decir? Si está limpísima.
– Pues por eso, precisamente. Está demasiado limpia, tanto que parece nueva. Ven, ayúdame a levantarla. -Cogió una esquina de la pesada alfombra mientras Erica se esforzaba por imitarlo desde el lado opuesto-. Perdona, cariño, ¿pesa mucho? No tires demasiado fuerte -dijo Patrik inquieto al oírla jadear por el esfuerzo mientras tiraba con aquella barriga enorme.
– No, está bien -respondió-. No seas pesado y ayúdame, anda.
Retiraron la alfombra y examinaron el suelo de madera. También parecía limpio.
– Puede que en la otra habitación, ¿no? -sugirió Erica.
Pero allí el suelo estaba igual de limpio y no había alfombra.
– Me pregunto…
– ¿Qué? -dijo Erica ansiosa, pero Patrik no respondió, sino que se arrodilló en el suelo y empezó a examinar las grietas que había entre los tablones. Al cabo de un rato, se puso de pie otra vez.
– Habrá que llamar a los técnicos y esperar el resultado de sus análisis, pero creo que tienes razón. Esto está muy limpio, pero parece que por aquí haya chorreado sangre, entre los listones.
– Pero ¿no debería haber restos de sangre también en la superficie? -preguntó Erica.
– Sí, solo que no es fácil detectarla a simple vista, sobre todo si han fregado el suelo. -Patrik inspeccionaba la madera, que presentaba aquí y allá manchas de varios tonos.
– De modo que murió aquí. -Pese a lo convencida que estaba, Erica notó que se le aceleraba el corazón.
– Sí, creo que sí. Y está cerca del mar, donde pensaban arrojar el cuerpo después. ¿Por qué no me cuentas lo que sabes, eh?
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