– ¿Vosotros hablabais con Alice?
– No, salvo los improperios que le soltábamos. -Kenneth se avergonzaba. Lo recordaba perfectamente, todo lo que habían dicho, todo lo que habían hecho. Habría podido ser ayer, era ayer. No, fue hacía mucho tiempo. Empezó a sentirse algo desorientado. Era como si los recuerdos que él había tenido dormidos despertaran ahora abalanzándose con toda su fuerza y arrollando cuanto hallaban a su paso.
– Cuando Alice tenía trece años, la familia se mudó de Fjällbacka y Christian dejó a la familia. Algo sucedió, y yo creo que tú sabes qué. -Erica hablaba con voz serena, sin enjuiciarlo, y Kenneth se animó a hablar. De todos modos, ella no tardaría en llegar. Y él no tardaría en reunirse con Lisbet.
– Fue en julio -comenzó, y cerró los ojos.
Christian notaba el desasosiego en el cuerpo. Una desazón que había ido creciendo y que le impedía dormir por las noches. Y que le hacía ver ojos bajo el agua .
Tenía que irse, sabía que tenía que irse. Si encontraba adónde, debía irse lejos. Lejos de su padre y de su madre, y de Alice. Y, curiosamente, separarse de Alice era lo que más le dolía .
– ¡Eh, tú!
Se volvió sorprendido. Como de costumbre, había ido a Badholmen dando un paseo. Le gustaba sentarse allí a contemplar el mar y la vista de Fjällbacka .
– ¡Aquí!
Christian no sabía qué pensar. Junto a los vestuarios de caballeros estaban Erik, Magnus y Kenneth. Y Erik lo estaba llamando. Christian los miró suspicaz. Fuera lo que fuera, no podían querer nada bueno. Pero era una tentación demasiado grande, de modo que, fingiendo indiferencia, se metió las manos en los bolsillos y se acercó hasta ellos .
– ¿Quieres un cigarrillo? -dijo Erik ofreciéndole uno. Christian negó con la cabeza. Aún a la espera de que ocurriese la catástrofe, de que se abalanzaran sobre él al mismo tiempo. Cualquier cosa, todo menos… aquella amabilidad .
– Siéntate -le dijo Erik dando una palmadita en el suelo, a su lado .
Él se sentó, como si estuviera en un sueño. Todo se le antojaba irreal. Había acariciado aquella idea tantas veces, se lo había imaginado tal cual. Y ahora sucedía de verdad. Allí estaba él, sentado como uno más del grupo .
– ¿Qué planes tienes para esta noche? -preguntó Erik intercambiando una mirada con Kenneth y Magnus .
– Ninguno en particular, ¿por qué?
– Estábamos pensando celebrar aquí una fiesta. Un rollo privado, por así decirlo. -Erik se rio .
– Ya -dijo Christian. Se movió un poco para encontrar una postura más cómoda .
– ¿Quieres venir?
– ¿Yo? -preguntó Christian. No estaba seguro de haber oído bien .
– Sí, tú. Pero necesitas una entrada -explicó Erik, intercambiando nuevas miradas con Kenneth y Magnus .
Así que había trampa. ¿Qué humillación habrían pensado proponerle?
– ¿Cómo? -preguntó, aunque no habría debido hacerlo .
Los tres muchachos se dijeron algo entre susurros. Al final, Erik lo retó con la mirada y le dijo :
– Una botella de whisky .
Vaya, solo eso. Sintió un alivio inmenso. Podría cogerla de casa sin la menor dificultad .
– Claro, eso está hecho. ¿A qué hora vengo?
Erik dio un par de caladas. Se lo veía seguro con el cigarrillo en la mano. Adulto .
– Tenemos que asegurarnos de que no nos molestará nadie, así que después de medianoche. Sobre las doce y media, ¿no?
Christian se dio cuenta de que aceptó demasiado ansioso, pero asintió y dijo :
– Vale, a las doce y media. Aquí estaré .
– Bien -respondió Erik fríamente .
Christian se alejó aprisa. Sentía los pies más ligeros que nunca. Y si cambiaba su suerte y podía estar con ellos por fin…
El resto del día pasó muy lentamente. Por fin llegó la hora de acostarse, pero no se atrevía a cerrar los ojos por miedo a quedarse dormido. De modo que permaneció totalmente despabilado, mirando las manecillas que avanzaban con morosidad insufrible hacia la medianoche. A las doce y cuarto se levantó y se vistió procurando no hacer ruido. Bajó sigilosamente y se acercó al mueble bar. Había allí varias botellas de whisky y cogió la que estaba más llena. La botella chocó con otra al sacarla y se oyó un tintineo. Christian se quedó inmóvil un instante. Pero no parecía que el ruido hubiese despertado a nadie .
Cuando llegó a Badholmen, los oyó de lejos. Sonaba como si llevasen allí un rato, como si hubiesen empezado la fiesta sin él. Por un momento se planteó dar media vuelta. Desandar el camino hasta la casa, entrar de nuevo sin hacer ruido, dejar la botella en su sitio y meterse en la cama. Pero entonces oyó la risa de Erik y él quería participar de esa risa, ser uno de aquellos con los que Erik intercambiaba miradas. Así que siguió adelante con la botella de whisky bien apretada bajo el brazo .
– ¡Hombre, hola! -farfulló Erik señalando a Christian-. Aquí llega el rey de la fiesta. -Soltó una risita que corearon Kenneth y Magnus. Este último parecía haber bebido más que ninguno, se tambaleaba y le costaba fijar la vista .
»¿Has traído la entrada? -preguntó Erik animándolo con un gesto para que se acercara .
Christian le dio la botella, aunque con desconfianza. ¿Habría llegado el momento de la humillación? ¿Lo echarían de allí una vez que hubieran conseguido lo que querían?
Pero no ocurrió nada. Nada, salvo que Erik quitó el tapón de la botella, bebió un buen trago y se la pasó a Christian. Él se quedó mirándola. Quería, pero no se atrevía del todo. Erik lo instó a beber y Christian comprendió que tenía que hacer lo que le decía si quería estar con ellos. Se sentó botella en mano y bebió. Y estuvo a punto de atragantarse con un sorbo demasiado grande que le bajó de golpe por la garganta .
– Eh, ¿qué pasa, muchacho? -Erik se echó a reír y le arreó unas palmadas en la espalda .
– Bien -respondió Christian antes de dar otro trago para demostrar que así era .
Pasaron la botella un par de rondas y Christian ya empezaba a notar una agradable calidez por todo el cuerpo. Empezó a ceder el desasosiego. El whisky inhibía todo aquello que últimamente lo mantenía despierto por las noches. Los ojos. El olor a carne en proceso de putrefacción. Tomó otro trago .
Magnus se había tumbado boca arriba y tenía la mirada perdida en el firmamento. Kenneth apenas hablaba. Simplemente asentía lleno de admiración ante todo lo que decía Erik. Pero a Christian le gustaba estar allí. Era alguien, era parte del grupo .
– ¿Christian? -Se oyó una voz desde la entrada. Christian se giró. ¿Qué estaba haciendo ella allí? ¿Por qué tenía que presentarse en su fiesta y estropearlo todo? La furia de siempre despertó de nuevo .
– Lárgate -le espetó, y ella hizo un mohín .
– ¿Christian? -repitió ella a punto de llorar .
Él se levantó para echarla de allí, pero Erik le puso la mano en el hombro .
– Deja que se quede -dijo. Christian lo miró atónito, pero se sentó otra vez. Obedeció .
»¡Ven! -Erik le hizo a Alice una seña para que se acercara .
Ella miró a Christian buscando su aprobación, y él se encogió de hombros .
– Siéntate -dijo Erik-. Estamos de fiesta .
– ¡Fiesta! -exclamó Alice encantada .
– Qué suerte que hayas venido, así hay alguna chica guapa también. -Erik le rodeó los hombros con el brazo y le acarició un mechón. Alice se echó a reír. Le gustaba que le dijeran «guapa» .
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