Anna se quedó petrificada con la noticia en un primer momento, pero su pragmatismo tomó el mando enseguida. Se levantó y se dirigió a la puerta. Las llaves del coche estaban en el mueble de la entrada y las cogió al pasar.
– Nos vamos a Uddevalla. Venga, conduzco yo.
Erica la siguió sin pronunciar palabra. Se sentía como si el mundo se estuviera derrumbando a su alrededor.
Pisó tanto el acelerador, que la gravilla salió despedida por los aires. Tenía prisa. El avión de Erik saldría al cabo de dos horas y ella quería estar allí cuando lo cogieran.
Conducía a gran velocidad. No le quedaba otro remedio si pretendía llegar a tiempo. Pero a la altura de la gasolinera se dio cuenta de que se había olvidado en casa el monedero. No tenía gasolina suficiente para llegar a Gotemburgo, así que soltó una maldición para sus adentros e hizo un giro de ciento ochenta grados en pleno cruce. Perdería un montón de tiempo volviendo a recogerlo, pero no tenía otra opción.
En cualquier caso, era una sensación magnífica la de haber tomado el control, se dijo mientras volaba cruzando Fjällbacka. Se sentía una mujer nueva. Se sentía relajada, la sensación de poder la convertía en un ser hermoso y fuerte. El mundo era un lugar maravilloso en el que vivir y, por primera vez en muchos años, era suyo.
Erik se quedaría sorprendido. Seguramente, nunca creyó que ella averiguase lo que se traía entre manos y mucho menos que se le ocurriera llamar a la Policía. Iba riendo en el coche mientras sobrevolaba la cima de la pendiente de Galärbacken. Ahora era libre. No tendría que soportar aquel juego humillante al que llevaban años entregándose. No tendría que soportar las mentiras ni los comentarios ultrajantes, no tendría que soportarlo a él. Louise pisó aún más el acelerador, hasta el fondo. El coche iba como un proyectil derecho a su nueva existencia. Ella era la dueña de la velocidad, la dueña de todo. La dueña de su vida.
Lo vio tarde. Apartó la vista un segundo, miró hacia el mar, admirada de la belleza del hielo que lo cubría. Fue solo un segundo, pero eso bastó. Se dio cuenta de que se había pasado al otro carril y alcanzó a registrar que, en el asiento delantero, iban dos mujeres. Y las dos mujeres abrían la boca y gritaban con todas sus fuerzas.
Luego solo se oyó el estruendo del choque de un coche contra otro, un ruido que resonó al rebotar contra la pared de roca maciza. Después, solo el silencio.
Ante todo quiero darle las gracias a mi querido Martin. Porque me quieres y siempre encuentras nuevas formas de demostrármelo.
Como de costumbre, hay una persona imprescindible para mis libros: mi editora, esa mujer maravillosa que es Karin Linge Nordh. Exigente y comprensiva a un tiempo, una combinación maravillosa, ¡y consigue que mis libros sean mejores! Para la edición del presente volumen hemos contado también con la colaboración de Matilda Lund, cuya contribución ha sido muy valiosa. Te estoy muy agradecida. Y los demás de la editorial: vosotros sabéis a quién me refiero. ¡Es increíble lo bien que trabajáis! También merece aquí una mención la agencia de publicidad, creadora de unas campañas fantásticas, aunque algo morbosas. Lo que más gratitud me inspira es la implicación de la editorial en la publicación del libro Snöstorm och mandeldoft , en beneficio de la organización MinStoraDag.
Bengt Nordin es, como siempre, una persona muy importante para mí, tanto desde un punto de vista personal como en lo profesional. Gracias también a los genios de la nueva agencia Nordin Agency: Joakim, Hanserik, Sofia y Anna. Por vuestro entusiasmo y por vuestro trabajo desde que le disteis el relevo a Bengt, que se ha ganado poder disfrutar de su tiempo libre. Solo tú sabes, Bengt, lo mucho que significas para mí. En todos los ámbitos.
Gracias a mi madre, entre otras cosas, por quedarse con los niños, y a Anders Torevi, por la rapidez con la que leyó el borrador y porque siempre puedo recurrir a tus conocimientos sobre Fjällbacka. Por cierto, quiero dar las gracias también a todos los habitantes de Fjällbacka, porque habéis acogido mis libros en vuestro corazón, por vuestra lealtad y porque siempre me apoyáis al máximo. A pesar de los muchos años que llevo en Estocolmo, me hacéis sentir como una «chica de Fjällbacka».
Gracias también a los policías de la comisaría de Tanumshede, si no menciono a ninguno, no se me olvidará nadie. Hacéis un trabajo estupendo y tenéis una paciencia increíble permitiendo que yo -y el equipo de televisión- ocupemos la comisaría. Jonas Lindgren, del departamento forense de Gotemburgo, gracias por estar siempre dispuesto a ayudarme y por corregir mis errores forenses.
Debo dar las gracias a mis amigos, por supuesto, que, haciendo gala de la mayor paciencia, siguen ahí, a pesar de los largos períodos en que ni siquiera los llamo. Gracias a Mona, que fue mi suegra, a la que he conseguido sobornar para que siga enviándome las albóndigas más ricas del mundo, a cambio de poder leer el libro en cuanto lo termino. Y también a Micke, el padre de los niños, le mando mi agradecimiento por ser siempre tan bueno y tan comprensivo. Y al abuelo paterno, Hasse Eriksson. No sé cómo podría explicarte lo importante que eres para nosotros. Este año nos hemos visto privados de ti, demasiado pronto y demasiado rápido, pero el mejor abuelo del mundo no puede desaparecer. Sigues viviendo en tus hijos y en tus nietos, y en el recuerdo. Y sí, sé cocinar…
Gracias a Sandra, que lleva dos años haciendo de canguro de los niños y acudiendo siempre que ha sido necesario. Es la mejor canguro del mundo, sin competencia posible. Incluso nos pregunta si la dejamos venir a jugar con los niños si pasa mucho tiempo sin que necesitemos sus servicios. Se preocupa por ellos y, por esa razón, le estoy eternamente agradecida.
Gracias también a mis fieles seguidores en el blog. Y a mis amigas escritoras, sobre todo a Denise Rudberg, que siempre está dispuesta a escuchar y que es la persona más inteligente y más leal que conozco.
Y, por último, aunque no por ello menos importantes: a Caroline y a Johan Engvall, que seguramente son las personas más buenas del mundo y que, entre otras cosas, me ayudaron en Tailandia, cuando me naufragó el ordenador mientras escribía los últimos capítulos de La sombra de la sirena . Os tengo muchísimo cariño. Y Maj-Britt y Ulf: sois increíbles, siempre estáis cuando hace falta.
Camilla Läckberg
www.camillalackberg.com
www.laprincesadehielo.es
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