– Primero vamos a echar otro vistazo -dijo sin prestar atención a la expresión de desencanto de Patrik-. Mira ahí arriba. -Señaló el loft que tenían encima, una planta diáfana a la que se accedía por una escala de cuerda.
– ¿Estás de broma?
– Si no lo haces tú, tendré que hacerlo yo. -Erica se plantó las manos en la barriga, para que se hiciera una idea.
– Vale -replicó con un suspiro-. No me queda otro remedio. Y supongo que sigues sin poder decirme qué es lo que estoy buscando, ¿no?
– Pues es que no lo sé exactamente -dijo Erica con total sinceridad-. Es que tengo un presentimiento…
– ¿Un presentimiento? ¿Y quieres que suba por aquí por un presentimiento?
– Anda, sube ya.
Patrik trepó por la escala y entró en el loft .
– ¿Ves algo? -preguntó Erica empinándose.
– Pues claro que veo algo. Sobre todo cojines, colchonetas y unos tebeos. Supongo que es aquí donde juegan los niños.
– ¿Nada más? -preguntó Erica desilusionada.
– Pues no, me parece que no.
Patrik empezó a bajar, pero se detuvo a medio camino.
– ¿Qué es lo que hay ahí dentro?
– ¿Dónde?
– Ahí -dijo señalando una portezuela que había enfrente del loft diáfano.
– Ahí es donde la gente que tiene cabaña suele guardar los trastos, pero tú echa un vistazo.
– Sí, cálmate, ya voy. -Trató de guardar el equilibrio en la escala, mientras abría el pestillo con la mano. El marco podía quitarse entero, así que lo sacó y se lo pasó a Erica. Luego se dio la vuelta y miró dentro.
»¡Qué coño! -exclamó asombrado. Pero entonces se soltó el tornillo del techo y Patrik cayó al suelo en medio de un gran estruendo.
Louise llenó una copa de vino con agua mineral. Y la alzó en un brindis. No tardarían en pararle los pies a Erik. El policía con el que había hablado comprendió enseguida la naturaleza del asunto. Tomarían medidas, le dijo. Y le dio las gracias por su llamada. De nada, le dijo ella. No las merecía.
¿Qué iban a hacer con él? No se lo había planteado hasta el momento. Lo único que tenía en mente era que debían detenerlo, impedirle que huyera como un cobarde asqueroso con el rabo entre las piernas. Pero ¿y si lo metían en la cárcel? ¿Le devolverían el dinero a ella? Empezó a preocuparse, pero se calmó enseguida. Por supuesto que se lo devolverían y ya se encargaría ella de fundirse hasta la última corona. Y él estaría en la cárcel sabiendo que ella se estaba gastando todo su dinero, el de los dos, pero no podría hacer nada por impedirlo.
Se le ocurrió de pronto. Quería verle la cara. Quería ver qué cara ponía cuando se diera cuenta de que todo estaba perdido.
– Lo que hay que ver -dijo Torbjörn, subido en la escalera metálica que les habían prestado en la cabaña contigua.
– Y que lo digas, esto es lo nunca visto. -Patrik se frotaba la zona lumbar, donde se había llevado un buen golpe, aunque también le dolía un poco el pecho.
– En cualquier caso, no cabe duda de que eso es sangre. Y mucha. -Torbjörn señalaba el suelo, que ahora brillaba con un extraño resplandor. El Luminol desvelaba todos los restos, por muy bien que hubiesen limpiado la zona-. Hemos tomado algunas muestras, el laboratorio las comparará con la sangre de la víctima.
– Estupendo, gracias.
– A ver, entonces, ¿esto pertenece a Christian Thydell? -preguntó Torbjörn-. El tipo que bajamos del trampolín, ¿no? -dijo metiéndose en el hueco. Patrik subió por la escalera y se coló también como pudo.
– Eso parece.
– ¿Por qué…? -comenzó Torbjörn, pero calló enseguida. No era asunto suyo. Su misión consistía en obtener pruebas concluyentes, y pronto tendría todas las respuestas. Señaló.
– ¿Es la carta de la que hablabas?
– Sí, y que nos permite estar seguros de que se suicidó.
– Algo es algo -dijo Torbjörn, aún sin poder dar crédito a lo que veía. Aquella especie de trastero estaba atestado de accesorios femeninos. Ropa, maquillaje, joyas, zapatos. Una peluca de pelo largo y moreno.
– Recogeremos todo esto. Nos llevará un buen rato. -Torbjörn retrocedió despacio para salir, hasta que llegó con los pies al borde del suelo del loft , donde estaba apoyada la escalera-. Desde luego, lo que hay que ver -murmuró otra vez.
– Yo vuelvo a la comisaría. Tengo un par de cosas que revisar antes de informar al resto de los compañeros -dijo Patrik-. Avísame cuando terminéis aquí. -Se dio la vuelta hacia Paula, que había acudido a su llamada y que seguía con vivo interés el trabajo de los técnicos-. ¿Tú te quedas?
– Faltaría más -respondió Paula.
Patrik salió de la cabaña y los pulmones se le llenaron del fresco aire invernal. Lo que Erica le había contado cuando dieron con el escondite de Christian sumado a lo que decía la carta hizo que las piezas encajaran en su sitio una tras otra. Se le antojaba incomprensible, pero sabía que todo era verdad. Ahora lo entendía. Y cuando Gösta y Martin volvieran de Gotemburgo, los pondría al corriente de aquella trágica historia.
– Casi dos horas para que salga el vuelo. No tendríamos que haber salido tan pronto. -Martin miró el reloj cuando ya se acercaban a Landvetter.
– Ya, pero no tenemos por qué pasarlas esperando, ¿no? -Gösta giró y entró en el aparcamiento que había enfrente de la terminal-. Entramos, damos una vuelta y, cuando encontremos al elemento, lo detenemos.
– Tenemos que esperar a que lleguen los refuerzos de Gotemburgo -le recordó Martin, que se angustiaba siempre que las cosas no sucedían conforme a la normativa.
– Bah, a ese lo cogemos tú y yo sin problemas -opinó Gösta.
– Vale -respondió Martin dudando.
Salieron del coche y entraron en el aeropuerto.
– Bueno, ¿y qué hacemos ahora? -preguntó mirando a su alrededor.
– Pues podemos sentarnos a tomar un café. Y estar ojo avizor mientras tanto.
– ¿No íbamos a recorrer la terminal a ver si lo localizamos?
– ¿Y qué acabo de decir? -replicó Gösta-. Pues que tenemos que estar ojo avizor mientras tanto. Si nos sentamos ahí -señaló una cafetería que había en medio del vestíbulo de salidas-, tendremos un panorama estupendo de toda la zona. Y tendrá que pasar por delante de nosotros cuando llegue.
– Sí, en eso tienes razón. -Martin se dio por vencido. Sabía que no valía la pena discutir cuando a Gösta se le ponía a tiro una cafetería.
Se sentaron a una mesa después de haber pedido café y un dulce de mazapán. A Gösta se le iluminó la cara al primer bocado.
– Esto sí que es un alimento para el espíritu.
Martin no se molestó en señalar que el dulce de mazapán no podía clasificarse como alimento, precisamente. Y, además, no podía negar que estaba buenísimo. Acababa de tomarse el último bocado cuando atisbó algo con el rabillo del ojo.
– Mira, ¿no es él?
Gösta se dio la vuelta enseguida.
– Pues sí, tienes razón. Venga, vamos a por él. -Se levantó con una rapidez inusitada y Martin se apresuró a seguirlo. Erik se alejaba de ellos a buen paso, con el equipaje de mano y una maleta enorme. Llevaba un traje impecable, corbata y una camisa blanca.
Gösta y Martin aceleraron el paso para darle alcance y, como Gösta llevaba ventaja, llegó primero. Le puso a Erik una mano en el hombro y dijo:
– ¿Erik Lind? Me temo que tienes que acompañarnos.
Erik se volvió con la perplejidad pintada en la cara. Por un instante, pareció sopesar la posibilidad de echar a correr, pero se conformó con librarse de la mano de Gösta.
– Tiene que tratarse de un error. Salgo ahora mismo en viaje de negocios -respondió Erik-. No sé qué está pasando, pero tengo que coger un avión, es una reunión muy importante. -Tenía la frente llena de sudor.
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