Jussi Adler-Olsen - El mensaje que llegó en una botella

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El mensaje que llegó en una botella: краткое содержание, описание и аннотация

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¿Puede un terrible hecho del pasado seguir teniendo consecuencias devastadoras? Cuando una botella que contiene un mensaje escrito con sangre humana llega al Departamento Q, el subcomisario Carl Mørck y sus asistentes Assad y Rose logran descifrar algunas palabras de lo que fue la última señal de vida de dos chicos desaparecidos en los años noventa. Pero ¿por qué su familia nunca denunció su desaparición? Carl Mørck intuye que no se trata de un caso aislado y que el criminal podría seguir actuando con total impunidad.

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– ¡Pero un niño ha desaparecido para siempre! -interrumpió Bente Hansen-. ¿Y sus vecinos? Alguien debería darse cuenta de que de pronto falta el niño, ¿no?

– Exacto, alguien debería darse cuenta. Pero no muchos reaccionarían en unos círculos tan restringidos como esos si se les dice que han rechazado a un hijo por motivos religiosos, pese a que una decisión así suele tomarla un comité especial nombrado para tal función. La explicación de la expulsión es suficiente en ciertas sectas religiosas. De hecho, en muchas de ellas está prohibido tener contacto con un expulsado, y por eso suele evitarse. La comunidad se muestra siempre solidaria en esa cuestión. Tras su asesinato, Poul Holt fue declarado como expulsado por sus padres. Lo habían enviado lejos para que reflexionara; y entonces cesaron las preguntas.

– Ya, pero ¿y fuera de la comunidad? Debe de haber habido alguien.

– Sí, sería lo lógico. Pero a menudo no suelen tener ningún contacto con nadie que no sea de la comunidad. Ahí está el lado diabólico del asesino cuando elige víctimas así. De hecho, solo la tutora de Poul se puso en contacto con la familia, pero en vano. No puede obligarse a un estudiante a que vuelva a las aulas si él no quiere, ¿verdad?

Se podía oír el vuelo de una mosca. Todos lo habían comprendido.

– Sí, ya sabemos lo que pensáis, y también nosotros pensamos lo mismo.

El subinspector Lars Bjørn paseó la mirada por el grupo. Como siempre, trató de aparentar más trascendencia de la que tenía.

– Como este grave delito nunca se denuncia, y como sucede en ambientes tan herméticos, podría haber sucedido más veces.

– Es nauseabundo -comentó uno de los nuevos.

– Pues sí; bienvenido a Jefatura -repuso Vestervig, pero se arrepintió en el instante en que la mirada de Jacobsen lo partió en dos.

– Insisto en que todavía no podemos sacar conclusiones drásticas -dijo el inspector jefe de Homicidios-, pero de todas formas no diremos nada a la prensa hasta que sepamos más, ¿de acuerdo?

Todos asintieron en silencio, sobre todo Assad.

– Lo que sucedió después con la familia muestra a las claras el control que ejercía el asesino sobre ella -afirmó Marcus Jacobsen-. ¿Sigues, Carl?

– Bien. Según Tryggve Holt, la familia emigró a Suecia, a Lund, una semana después de que Tryggve fuera liberado. Luego todos los miembros de la familia recibieron la orden de no mencionar nunca más a Poul.

– No debió de ser fácil para el hermano pequeño -intercaló Bente Hansen.

Carl vio ante sí el rostro de Tryggve. Seguro que no lo fue.

– La paranoia de la familia por la amenaza del asesino se ponía de relieve cada vez que oían a alguien hablar danés. Y se marcharon de Escania a Blekinge, y volvieron a mudarse otras dos veces hasta que encontraron el sosiego en su casa actual de Hallabro. Pero todos los miembros de la familia recibieron instrucciones del padre para no dejar entrar en su casa a nadie que hablase danés y para no mantener relación alguna con nadie que no fuera Testigo de Jehová.

– Y Tryggve ¿protestó por ello? -preguntó Bente Hansen.

– Sí, y lo hizo por dos razones. Para empezar, no quería dejar de hablar de Poul, a quien quería mucho y de quien, por alguna razón, creía que había sacrificado su vida por salvarlo. Y en segundo lugar, porque estaba perdidamente enamorado de una chica que no era Testigo.

– Así que lo expulsaron -añadió Lars Bjørn. Habían pasado varios segundos desde que había oído su molesta voz.

– Sí, Tryggve fue expulsado -concedió Carl-. Y lleva expulsado tres años. Se mudó unos kilómetros al sur, su relación con la chica se afianzó y empezó a trabajar de ayudante en un almacén de madera de Belganet. La familia y la comunidad no le dirigían la palabra, pese a que el almacén estaba cerca de la casa de sus padres. Solo han hablado una vez, después de haberme puesto yo en contacto con la familia. Y su padre hizo todo lo posible por presionar a Tryggve para que cerrase el pico, y a Tryggve le pareció bien, por lo que he oído. Y no habló hasta que le enseñé el mensaje de la botella. Aquello lo dejó noqueado. O tal vez justo lo contrario. Lo obligó a volver a la realidad, por así decir.

– ¿La familia volvió a tener noticias del asesino después del secuestro? -preguntó alguien.

Carl sacudió la cabeza.

– No, y no creo que vuelvan a tenerlas.

– ¿Por qué no?

– Han pasado trece años. Tendrán otras cosas que hacer, ¿no?

Un extraño silencio volvió a reinar en la estancia. Lo único que se oía era el parloteo sistemático de Lis en la antesala. Alguien tenía que ocuparse de hablar por teléfono.

– ¿Hay algo que indique la existencia de otros casos como ese, Carl? ¿Lo habéis investigado?

Carl miró agradecido a Bente Hansen. Era la única de la sala con quien no había tenido serias discusiones a lo largo del tiempo y, seguramente, la única del grupo que nunca había tenido necesidad de alardear de nada. Era un hacha, ni más ni menos.

– He puesto a Assad y a Yrsa, la sustituta de Rose, a buscar grupos de apoyo a los renegados de las diversas sectas. Puede que así consigamos saber algo de los niños expulsados o que han escapado de algunas comunidades. Es una pista débil, pero si nos dirigimos a las diversas comunidades no llegaremos a saber nada.

Algunos de los presentes miraron a Assad, que parecía recién salido de la cama. Con la ropa puesta, claro.

– Tendréis que dejarnos el caso a los profesionales que entendemos de esas cosas, ¿no? -dijo uno.

Carl levantó la mano.

– ¿Quién ha dicho eso?

Uno de los tipos dio un paso adelante. Se llamaba Pasgård y era un bruto. Macanudo en el trabajo, pero era de los que se abrían paso a codazos y empujones para chupar cámara cuando la gente de la tele andaba cerca. Probablemente se veía en la silla del jefe en poco tiempo. Pues sería pasando por encima de su cadáver.

Carl entornó los ojos.

– Vale. Entonces, como eres tan listo, quizá tengas la amabilidad de hacernos partícipes de tu extraordinario conocimiento de sectas y grupos afines en Dinamarca que pudieran ser objeto del ataque de un hombre como el que mató a Poul Holt. ¿Puedes nombrar alguna? ¿Unas cinco, digamos?

El tipo protestó, pero la sonrisa irónica de Jacobsen lo presionaba.

– ¡Hmm! -rezongó, y miró a la sala-. Testigos de Jehová. Los baptistas no deben de ser una secta, pero la familia Tongil… La Cienciología… los satanistas y… la Casa del Padre.

Miró victorioso a Carl y buscó la aprobación de los demás.

Carl trató de simular que estaba impresionado.

– Bien, Pasgård. Desde luego, no puede decirse que los baptistas sean una secta, pero tampoco puede decirse de los satanistas, a menos que estés pensando justo en el movimiento Church of Satan. O sea que tienes que buscar un sustituto; ¿lo tienes?

El hombre torció el gesto mientras todos lo miraban. Le pasaron por la mente las grandes religiones del mundo, y las rechazó todas. Se veía cómo movía los labios en silencio. Y por fin llegó.

– Los Niños de Dios -propuso, desencadenando aplausos dispersos.

Carl hizo lo propio y aplaudió un poco.

– Muy bien, Pasgård, así que enterremos el hacha de guerra. Hay muchas sectas, e iglesias libres parecidas a sectas, en Dinamarca, y nadie puede acordarse de todas. Por supuesto que no.

Se volvió hacia Assad.

– ¿Verdad, Assad?

El hombrecillo sacudió la cabeza.

– No, primero hay que, o sea, aprenderse la lección.

– Y tú, ¿la has aprendido?

– No del todo, pero puedo mencionar algunas más, entonces. ¿Las nombro? -Assad miró al inspector jefe, que hizo un breve movimiento de aprobación.

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