Jussi Adler-Olsen - El mensaje que llegó en una botella

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¿Puede un terrible hecho del pasado seguir teniendo consecuencias devastadoras? Cuando una botella que contiene un mensaje escrito con sangre humana llega al Departamento Q, el subcomisario Carl Mørck y sus asistentes Assad y Rose logran descifrar algunas palabras de lo que fue la última señal de vida de dos chicos desaparecidos en los años noventa. Pero ¿por qué su familia nunca denunció su desaparición? Carl Mørck intuye que no se trata de un caso aislado y que el criminal podría seguir actuando con total impunidad.

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»Bueno, pues creo que hay que mencionar a los cuáqueros, la Sociedad de Martinus, la Iglesia de Pentecostés, Sathya Sai Baba, la Iglesia Madre, los evangelistas, la Casa de Cristo, los ovni-cosmólogos, los teósofos, Hare Krishna, Meditación Transcendental, los chamanistas, la Fundación Emin, los Guardianes del Pecado, Ananda Marga, el movimiento Jes Bertelsen, los que apoyan a Brahma Kumaris, la Cuarta Vía, la Palabra de Vida, Osho, New Age, tal vez la Iglesia de la Glorificación, los Nuevos Paganos, A la Luz del Maestro, el Círculo Dorado y puede que también la Misión Interna -dicho lo cual hizo una honda inspiración para recuperar el aliento.

Esta vez nadie aplaudió. Habían comprendido que ser experto era algo muy relativo.

– Sí -Carl esbozó una sonrisa-. Hay muchas comunidades religiosas. Y muchas de ellas rinden culto a un líder o colectividad, de modo que al cabo del tiempo se convierten automáticamente en unidades cerradas. Si se dan las condiciones adecuadas, existen desde luego unos cuantos territorios de caza bien surtidos para un psicópata como el que asesinó a Poul Holt.

El inspector jefe de Homicidios dio un paso adelante.

– Lo que habéis oído es un caso que terminó en asesinato. No ocurrió en nuestro distrito policial, pero casi. Y nadie ha sabido nada de lo ocurrido. Voy a decir la última palabra por esta vez. Carl y sus ayudantes se encargarán del caso.

Se volvió hacia Carl.

– Pedid ayuda cuando la necesitéis.

Jacobsen se volvió hacia Pasgård, cuyos pesados párpados colgaban indiferentes ante sus ojos fríos.

– Y en cuanto a ti, Pasgård, déjame decirte que tu entusiasmo es digno de alabanza. Es magnífico que pienses que estamos mejor capacitados para resolver este caso, pero en Homicidios debemos intentar seguir con lo que tenemos entre manos. Que tampoco es moco de pavo, ¿verdad? ¿Qué te parece?

El payaso hizo un gesto afirmativo. Cualquier otro comentario habría supuesto una nueva estupidez.

– Pero, de todas formas, te diré que si crees que estamos más capacitados que el Departamento Q para resolver el caso, tal vez debiéramos reflexionar sobre ello. Digamos, pues, que podemos prescindir de un hombre para ese caso. Y ese has de ser tú, Pasgård, puesto que muestras tanto interés.

Carl notó que se le caía la mandíbula y el aire de los pulmones se le bloqueaba. No era posible, ¿iban a tener que trabajar con aquel inútil?

A Marcus Jacobsen le bastó una sola mirada para darse cuenta del dilema.

– Tengo entendido que se ha encontrado una escama de pez en el papel donde se escribió el mensaje. Entonces, Pasgård, ¿puedes encargarte, por una parte, de averiguar de qué pez se trata y, por otra, de saber si esa clase de pez vive en aguas que estén a una hora en coche de Ballerup?

El inspector jefe de Homicidios no hizo caso a los ojos abiertos como platos de Carl.

– Y para terminar, Pasgård: recuerda que podría haber molinos de viento cerca del lugar, o algo que suene como ellos, y que lo que provoca ese sonido debía estar allí ya en 1996. ¿Lo has entendido?

Carl respiró aliviado. No tenía ningún inconveniente en que Pasgård se encargara de aquellas tareas.

– No tengo tiempo -dijo Pasgård-. Jørgen y yo estamos yendo casa por casa en Sundby.

Jacobsen miró al mocetón que estaba en un rincón asintiendo con la cabeza. Sí, era verdad.

– Pues durante un par de días Jørgen deberá trabajar solo -decidió Jacobsen-. ¿De acuerdo, Jørgen?

El hombrachón se encogió de hombros. No estaba entusiasmado. Y seguro que la familia que deseaba aclarar el ataque a su hijo tampoco lo estaría.

Jacobsen se volvió hacia Pasgård.

– No es gran cosa, podrás hacerlo en dos días, ¿verdad?

Con ello el inspector jefe de Homicidios daba un castigo ejemplar.

Si has de mear a alguien, no lo hagas contra viento.

Capítulo 25

Había sucedido lo más espantoso que podía ocurrir, y Rakel estaba destrozada.

Satanás se había revelado entre ellos y los había castigado por su frivolidad. ¿Cómo podían haber dejado que un perfecto desconocido se llevara a sus dos preferidos, y además en un día sagrado? El día anterior debían haber leído juntos la Biblia y haberse preparado para el bendito sosiego, como solían hacer los sábados. Debían haber juntado las manos para que el espíritu de la Madre de Dios los envolviera y los apaciguara.

¿Y ahora? Ahora el brazo divino los señalaba como un rayo. Habían caído en todas las tentaciones a las que se resistió la sublime Virgen María. La adulación, el disfraz del Diablo, las palabras huecas.

Había llegado el castigo. Magdalena y Samuel estaban en manos del criminal, había pasado una noche y medio día, y no podían hacer nada.

Y Rakel sentía la humillación con suma nitidez. Igual que la vez que la violaron y nadie acudió en su auxilio. Pero entonces pudo actuar, ahora no podía.

– Tienes que conseguir el dinero, Joshua -regañó a su marido-. ¡Consíguelo!

Joshua tenía mal aspecto. El blanco de sus ojos se fundía con el color de su rostro.

– No lo tenemos, Rakel. Ya sabes que anteayer pagué por adelantado a Hacienda. Un millón a un buen interés, como siempre.

Hundió la cabeza entre las manos.

– Como siempre, en nombre de Dios. ¡Justo como solemos hacer!

– Joshua, ya has oído lo que ha dicho por teléfono. Si no pagamos el rescate los matará.

– Tendremos que recurrir a otros miembros de la comunidad.

– ¡NO! -gritó con tal fuerza que su hija más pequeña empezó a llorar en la habitación contigua-. Él se ha llevado a nuestros hijos, tú vas a hacer que vuelvan, ¿entendido? Si se lo cuentas a alguien no volveremos a verlos, estoy segura de eso.

Su marido giró la cabeza hacia ella.

– ¿Cómo lo sabes, Rakel? Puede que sea un farol. Quizá debiéramos acudir a la Policía.

– ¿A la Policía? Qué sabrás tú… Puede que haya allí alguna mala persona a sueldo del Diablo. ¿Sabes con seguridad que no va a llegar a sus oídos? ¿Lo sabes?

– Pues entonces a nuestros amigos. La gente de la comunidad no va a decir nada. Si estamos juntos en esto conseguiremos el dinero.

– ¿Y si él está allí cuando acudas adonde ellos? ¿Y si tiene entre nosotros cómplices sin que lo sepamos? Tuvo una relación muy estrecha con nosotros sin que viéramos su verdadero rostro. Entonces, ¿cómo puedes saber que no hay más como él? ¿Cómo, Joshua?

Miró a su hija pequeña, que estaba aferrada al marco de la puerta, mirándolos con ojos enrojecidos.

Tenía que encontrar una solución.

– Joshua, tienes que encontrar una solución -dijo Rakel, levantándose de la mesa de la cocina. Después se arrodilló ante su hija pequeña y abrazó su cabeza.

– No debes desesperar, Sarah. La Madre de Jesús va a cuidar de Magdalena y Samuel. Solo tienes que rezar, así los ayudarás. Y si esto ha sucedido porque hemos hecho algo pecaminoso, rezando lograremos el perdón. Solo tienes que hacer eso, cariño.

Vio que su hija se sobresaltaba al oír la palabra perdón. Que sus ojos tenían hambre de perdón. Quería decir algo, pero su boca se negaba a abrirse.

– ¿Qué ocurre, Sarah? ¿Quieres decir algo a mamá?

Las comisuras de su boca se hundieron y sus labios se pusieron a temblar. Algo pasaba.

– ¿Tiene que ver con el hombre?

La niña asintió en silencio y las lágrimas fluyeron mansas.

Rakel contuvo la respiración sin querer.

– ¿Qué es? ¡Dilo!

La niña se asustó por el tono áspero de su madre, pero su boca se desató.

– He hecho una cosa que me habíais dicho que no hiciera.

– ¿Qué has hecho? Dilo, Sarah.

– He mirado el álbum de fotos durante el descanso, mientras los demás estabais en la cocina con la Biblia. Perdona, mamá. Ya sé que he sido una tonta.

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