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Jussi Adler-Olsen: La Casa del Alfabeto

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Jussi Adler-Olsen La Casa del Alfabeto

La Casa del Alfabeto: краткое содержание, описание и аннотация

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Alemania, segunda guerra mundial. El avión de los pilotos ingleses James Teasdale y Bryan Young es derribado en territorio enemigo durante una misión fotográfica. Consiguen sobrevivir, pero no llevan los uniformes, por lo que, si son capturados, serán acusados de espionaje y, probablemente, ejecutados. Finalmente logran subir a un tren que parte del frente oriental con soldados enfermos. En uno de los vagones encuentran a varios oficiales de alto rango muertos sobre unas camas. Sin vacilar, James y Bryan tiran a dos de ellos del tren y ocupan su lugar, con la esperanza de poder escapar en cuanto tengan una oportunidad. Así, llegan hasta la Casa del Alfabeto, un hospital psiquiátrico situado en el corazón de Alemania, Mientras, la guerra sigue haciendo estragos, su única oportunidad de sobrevivir es simular que son enfermos mentales, pero ¿serán capaces de hacerlo durante meses sin convertirse en auténticos perturbados? ¿Son los únicos del pabellón que están fingiendo?

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El piloto nunca alcanzó a entender lo que le había sobrevenido.

Se oyeron varios estampidos que Bryan no pudo localizar y de pronto se encontraron planeando en el aire. Bryan fijó la mirada en la nuca de James, como si esperara alguna reacción específica. El soplo que entraba por el cristal delantero hecho añicos era testimonio de que el triángulo de la cubierta protectora del motor se había desprendido durante la brusca ascensión. James meneó la cabeza ligeramente y no dijo nada.

Entonces cayó hacia adelante, con el rostro ladeado.

El estruendo del motor creció. Todas las junturas temblaron emitiendo ruidos amenazadores al compás de los rebotes que hacía el avión al atravesar las distintas capas de aire. Bryan tiró del cinturón de seguridad que lo apresaba y se arrojó sobre James, agarró la palanca de mando y tiró de ella hacia el cuerpo inánime.

Un delta de pequeños regueros de sangre se deslizó por la mejilla de James señalando la causa. Sobre y delante de la oreja se abrían dos largas brechas superficiales. La pieza de metal le había alcanzado en la sien y le había desgarrado gran parte del lóbulo de la oreja.

Sin previo aviso, se desprendió estruendosamente un pedazo más de la cubierta del morro y rodó por el ala izquierda. Un crujido anunció que todavía no se había acabado. Entonces, Bryan tomó la decisión por los dos y liberó a James de un tirón.

Como en una explosión, se desprendió la cúpula de la carlinga y la succión arrancó a Bryan del asiento. En medio del ulular del viento helado, Bryan agarró a James por debajo de las axilas y lo arrastró afuera, hasta el ala, donde un viento desgarrador azotó sus cuerpos. En ese mismo instante, el avión desapareció bajo sus pies. La sacudida en el espacio hizo que Bryan soltara a James que, laxo, cayó al vacío. Como un muñeco de trapo, el cuerpo de James flotó en el aire, frenado por el viento. Entonces se abrió su paracaídas de un tirón. El aleteo de los brazos le hacía parecer un pajarito volantón que emprende su primer vuelo.

Los dedos de Bryan eran como témpanos de hielo cuando tiró de la anilla de su paracaídas. En el momento que oyó el chasquido de la tela abriéndose sobre su cabeza, los disparos que llegaban de la tierra crepitaron enviando débiles destellos traicioneros a través del velo de nieve.

El avión dio un bandazo y se precipitó al vacío por detrás de ellos. Si salían a buscarlos, tendrían que emplearse a fondo. Hasta que eso ocurriera, Bryan debería concentrarse para que James, una pequeña bola gris que no paraba de dar bandazos, no desapareciera de su campo visual.

La tierra se acercó a Bryan con una fuerza inusitada y brutal. Los surcos del arado se perfilaban como zanjas de hormigón en la tierra dura y helada. Mientras todavía se encontraba echado en el suelo, intentando recuperar el aliento, el viento volvió a llenar la tela del paracaídas y lo arrastró por encima de los montículos de tierra, que desgarraron su mono de piloto. La nieve suelta había creado nuevos surcos de hielo antes de que Bryan hubiera siquiera alcanzado a notar el dolor.

Bryan vio cómo el cuerpo de James chocaba contra el suelo. Fue una visión terrorífica, como si la parte inferior de su cuerpo se hiciera añicos.

Contra todos los reglamentos, Bryan dejó que el viento se llevara el paracaídas y se dispuso a cruzar los surcos con pasos renqueantes. Algunas estacas demarcaban lo que había sido un corral. Los caballos habían desaparecido, sacrificados hacía ya tiempo. El paracaídas de James se había enganchado entre la corteza y la madera de uno de los postes. Bryan echó un vistazo a su alrededor, todo estaba en silencio. Entre las cascadas de nieve recién caída que lo azotaban, Bryan consiguió agarrar con las dos manos la tela danzante del paracaídas, y se dejó guiar por los tirones regulares de las cuerdas para alcanzar a James.

Tuvo que propinarle tres empellones hasta que consiguió darle la vuelta y ponerlo de costado. La cremallera cedió a regañadientes. Las puntas de los dedos helados de Bryan se abrieron paso entre las bastas prendas de vestir de su amigo. El calor que encontró más bien le produjo dolor.

Bryan contuvo la respiración hasta que sintió el pulso débil del compañero.

Cuando finalmente el viento se hubo calmado, la ventisca también había cesado. De momento todo estaba en calma.

James había empezado a resollar débilmente cuando Bryan lo arrastró hacia una espesura del bosque. Las copas de los árboles eran transparentes. Alrededor de los troncos se amontonaban los despojos de varias generaciones de tormentas prometiendo abrigo y cobijo. Tanta leña desaprovechada sólo podía significar que no vivía nadie cerca de allí, se dijo Bryan.

– ¿Qué dices? -inquirió una voz proveniente del cuerpo que se dejaba arrastrar irresoluto a través de la alfombra de nieve.

Bryan se postró de rodillas y levantó la cabeza de James posándola cuidadosamente en su regazo.

– James, ¿qué ha pasado?

– Pero ¿es que ha pasado algo? -Los ojos de James todavía no se habían abierto del todo. Miró a Bryan y luego dejó vagar la mirada por el espacio sobre su cabeza. Entonces la giró, dirigiéndola hacia el terreno negruzco que acababan de abandonar-. Dios mío, ¿dónde estamos?

– Nos estrellamos, James, ¿Estás herido?

– ¡No lo sé!

– ¿Notas las piernas?

– Están heladas.

– Pero ¿las sientes. James?

– Que sí, joder, ¡ya te he dicho que están heladas! ¿Qué lugar desierto es éste al que me has arrastrado?

CAPÍTULO 2

El cielo matinal parecía burlarse de ellos. La luz de las estrellas aparecía con claridad bajo la línea abierta del horizonte; incluso el firmamento resultaba amenazador.

La visibilidad era muy buena y les permitía dominar el terreno varias millas a la redonda, aunque, en contrapartida, también ellos corrían el riesgo de ser descubiertos.

El paracaídas de James se hallaba en medio de un campo de tal extensión, que podría alimentar a una aldea entera. Desde allí, unas oscuras y nítidas huellas conducían hasta el escondite al que Bryan había arrastrado a James.

La situación empezaba a preocupar a Bryan, ahora que sabía. que su compañero estaba menos maltrecho de lo que cabía suponer. La helada había detenido la hemorragia de la oreja y las hinchazones en el rostro y el cuello de James eran insignificantes gracias a los efectos del frío. Habían tenido mucha suerte.

Y ahora parecía que se les había acabado.

La helada agrietaba las comisuras de sus labios y se iba apoderando lentamente de sus cuerpos. Si querían sobrevivir, tendrían que buscar cobijo en algún lugar.

James estaba al tanto de posibles aviones que pudieran sobrevolar la zona. Desde el aire, los restos que habían dejado en medio del campo no dejarían ninguna duda acerca de lo que allí había sucedido. Si llegaban los aviones, los sabuesos vestidos de verde militar no tardarían mucho en aparecer.

– En cuanto hayamos recogido los paracaídas, creo que deberíamos seguir corriendo hacia la hondonada de allí. -James señaló en dirección norte, hacia unos campos negruzcos y volvió a mirar hacia atrás-. Si nos dirigimos hacia el sur, ¿a cuánta distancia crees que estamos de la población más próxima?

– Si realmente nos hallamos donde yo creo, nos dirigimos directamente a Naundorf. Debe de encontrarse a aproximadamente una milla. Eso creo, pero no estoy seguro.

– Es decir, ¿que las vías del tren están hacia el sur?

– Sí, si no me equivoco. Pero no estoy seguro. -Bryan volvió a echar un vistazo a su alrededor-. Me parece que deberíamos hacer lo que has propuesto -dijo.

Un poco más allá, a lo largo de los primeros setos de abrigo, la nieve se amontonaba protegiéndolos parcialmente de ser vistos. Por tanto, siguieron la hilera de árboles durante algunos minutos hasta que apareció el primer agujero en la nieve. James jadeaba pesadamente y, mientras Bryan arrojaba el paracaídas en la zanja a través de la cavidad que se había abierto, apretó los brazos contra el pecho con fuerza, en un vano intento de ganarle la partida al frío. Cuando Bryan se disponía a preguntarle por su estado, ambos se detuvieron instintivamente y aguzaron el oído. El avión apareció a sus espaldas, moviendo las alas en un ligero balanceo mientras sobrevolaba la espesura que ellos acababan de abandonar. Por entonces. James y Bryan ya se habían echado al suelo. El avión hizo un giro, pasó por encima del campo meridional y desapareció tras los árboles. Durante algún tiempo, el zumbido del aparato se hizo cada vez más profundo, como si fuera a desaparecer. James levantó la cabeza lo suficiente para respirar.

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