Los dos viejos amigos se miraron a los ojos. La ira, la inseguridad y la pena brillaban en los ojos de James. Bryan notó entonces cómo su peso se propagaba hasta las manos cerradas. James intentó hasta dos veces concebir la siguiente frase con la boca abierta hasta que finalmente consiguió pronunciarla:
– ¡Y ahora tú me preguntas si recuerdo el globo! ¡Y seguirás preguntándome sobre eso y aquello! ¡Cosas que tú y otros conocéis y que tan sólo una parte insignificante de mí recuerda vagamente! ¡Es como si con esas preguntas intentarais obligarme a darles la espalda a aquellos años que pasé esperando!
– ¿Por qué crees eso? ¿Por qué íbamos a desear algo así? -preguntó Bryan mirando al hombre tembloroso con insistencia, mientras alzaba los brazos lentamente y agarraba los brazos de éste con fuerza.
James cerró los ojos. Al cabo de un rato, alzó las cejas. Todavía daban muestras de su excitación, aunque el rostro en sí se había relajado. Se rió secamente.
– ¡Al fin y al cabo, siempre hay algo que me vuelve en retales! -James apretó los brazos contra el cuerpo. Bryan se vio absorbido por su propio punto de gravedad-. Durante los últimos días he vuelto a ver las patrullas de perros que nos perseguían. Hacía años que no me pasaba. Las veo intentando atraparnos, Bryan. Cada vez están más cerca. ¡Y entonces veo los dos trenes que se cruzan en el valle! Uno en dirección oeste y el otro en dirección este. ¡Nuestra salvación, pensamos entonces!
Bryan asintió con la cabeza e intentó revolverse con todas sus fuerzas.
– ¡Y entonces pienso que tal vez no deberíamos haber saltado!
– No debes pensar en eso. James. ¡No tiene sentido!
James se apoyó contra Bryan y posó la barbilla en su hombro. A sus espaldas, la roca estaba ya prácticamente envuelta por la neblina. A sus pies, las olas chocaban contra la roca llevadas por el viento del este. Bryan oyó su llamada.
Una ave marina salió revoloteando del abismo y abandonó la formación a regañadientes. En aquel mismo instante, James aflojó las manos. Su cuerpo temblaba, como antes de la tormenta.
Al oír la repentina risa de James, Bryan echó la pierna izquierda un poco hacia atrás en un reflejo febril. La tierra helada lo hizo resbalar. La punta del zapato rastreó el borde del acantilado. James parecía estar muy lejos. Su mirada se volvió distante y la risa cesó tan repentinamente como había surgido. El repentino cambio de humor resultaba a la vez demente y lógico.
La succión que ejerció el abismo decreció. La atracción de las olas menguó. Con tanta delicadeza como en un paso de vals, Bryan cargó el peso sobre la pierna derecha y rodeó a James, que apenas registró el movimiento. Como si se tratara de una neblina perezosa, la tensión se desvaneció.
James dejó caer los hombros y soltó a Bryan.
El rostro que tenía delante tenía una expresión calmosa.
– ¡Estuvo bien que subiéramos a ese tren. James! -dijo-. ¡No debes pensar otra cosa! -Bryan ladeó la cabeza intentando atrapar la mirada de James-. ¡Y estuvo bien que cogiéramos el tren que cogimos, y no el otro! -añadió dulcemente.
Luego alzó la mirada al cielo y dejó que la brisa le revolviera el pelo. Inspiró profundamente. El contorno de sus ojos expresaba armonía.
– ¿Y sabes por qué, James? -Bryan miró largamente a su amigo. Cuando de pronto el viento se calmó. James abrió los ojos y miró a Bryan. Simplemente esperó. El rostro no expresaba curiosidad alguna-. ¡Porque si hubiéramos cogido el tren en dirección este, tendría que haberte buscado en Siberia, James!
James miró a Bryan un rato aún y luego volvió la cabeza hacia el otro lado. Por el baile rítmico de los ojos por el cielo abierto se habría dicho que James estaba contando las nubes, una por una, en su huida desordenada y turbulenta.
Entonces sonrió cansinamente y dio la espalda al viento mientras echaba la cabeza hacia atrás, dejando que los últimos rayos de luz del día cubrieran su rostro.
Después de que James lo hubo abandonado, Bryan se quedó inmóvil siguiéndolo con la mirada en su camino de vuelta a la casa, paso a paso en la pálida refracción del sol poniente. La silueta no se volvió ni una sola vez.
El chasquido final de la puerta le llegó una eternidad más tarde, a la vez apagado e infernal. Bryan cerró los ojos y respiró hondo; le faltaba el aire.
Las convulsiones le vinieron en oleadas.
Cuando finalmente bajó los hombros y abrió los ojos. Laureen apareció delante de él. Lo miró como nunca antes. Le pareció que lo atravesaba con la mirada. Mientras se cogía del cuello de la gabardina de Bryan intentó sonreír.
– Creo que los dibujos son falsos, Bryan -anunció poco después y se llevó la mano al pelo para sentir el efecto del viento-. Le aconsejé a Petra que los hiciera examinar.
– ¡Lo suponía!
Bryan prestó oídos a los gritos. Las gaviotas tenían hambre.
– No sé si lo hará. James le ha dicho que ya los venderá. Le ha dicho que hay que darle tiempo al tiempo, y que él ya se encargará de ellos.
Las palabras le llegaron en nudos disueltos. Se diluyeron creando otros significados.
– ¿Que él ya se encargará? -Bryan respiraba sosegadamente-. ¡En cierto modo, eso me suena!
Laureen lo cogió del brazo. Con la otra mano intentó alisarse el pelo revuelto por el viento.
– No te encuentras bien, ¿verdad, Bryan? -le preguntó con cautela.
Bryan se encogió de hombros. Las ráfagas de viento transportaron algunas gotitas extraviadas de espuma de mar al borde del acantilado. Laureen se equivocaba. Sin embargo, el estado de ánimo que se estaba apoderando de él le resultaba extraño.
– ¿Te sientes traicionado, Bryan? -preguntó ella suavemente.
Bryan se metió la mano en el bolsillo. El paquete de cigarrillos apareció debajo del manojo de llaves. Se quedó con el cigarrillo sin encender en la boca un rato aún; se cimbreaba al viento. La construcción invertida y curiosa de la pregunta le fascinó. Él no había sabido formularla de manera tan sencilla. Desde que James le había dado la espalda, hacía tan sólo un momento, había quedado en suspenso una pregunta como aquélla.
– ¿Si me siento traicionado? -Bryan se mordió la mejilla por dentro cuando ésta empezó a temblarle-. ¿Cómo es ese sentimiento? ¡No lo sé! Pero me he sentido engañado. ¡Todo el tiempo! Conozco ese sentimiento.
El eco de promesas rotas desfilaron por su mente amenazando la buena educación, la falsedad de las normas de comportamiento adquiridas en el internado, los conceptos de honor de la vida adulta, todos los recuerdos reconfortantes sobre la solidaridad y el recuerdo reciente de la espalda de James, que se irguió delante de él desapareciendo de camino hacia la casa.
Bryan se debatió largo rato en aquella lucha, y finalmente la ganó con dulzura.
– Estaba pensando, ¿por qué han tenido que pasar treinta años hasta que alguien formulara esa pregunta con tanta claridad, Laureen? -dijo quedamente.
Ella se quedó inmóvil.
El sol apareció sobre su cabeza como una aura, mientras el mar oscurecía.
– ¡Sin embargo, si me lo hubieras preguntado antes, no habría sabido qué responder!
– ¿Y ahora?
– ¿Ahora? -Bryan se ciñó el cuello de la gabardina-. ¡Ahora soy libre!
Bryan se quedó un momento en aquella postura. Entonces levantó el brazo hacia un lado y encontró el hombro de Laureen. La apretó contra su cuerpo y la sostuvo así cariñosamente hasta que notó que ella se relajaba.
Entonces sacó las llaves.
– ¿Me harías el favor de ir a por el coche. Laureen? Puedes recogerme en la arboleda.
Bryan señaló un grupo de árboles que había más abajo y soltó el manojo de llaves.
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