– ¡Por lo que me ha contado Petra, aún no han dicho nada en la radio acerca de los muertos! No cree que los hayan encontrado todavía.
– Pero lo harán -dijo Laureen.
– ¡Para entonces, ya estaremos lejos de aquí! No se les ocu rrirá relacionarlo que ha pasado con nosotros. Seguramente no sabrán explicarse lo que ha sucedido.
– ¿Estás seguro? -Laureen dejó vagar la mirada por la habitación-. El taxista que nos llevó a Petra y a mí a la casa estaba convencido de que íbamos a visitar la granja de enfrente. No creo que vaya a haber problemas con él. ¡Pero luego hay tantos otros detalles! -Laureen lo miró, preocupada.
– La carta que James obligó a escribir a Lankau ocupará un lugar central en la investigación. Sin duda relacionarán la muerte de los otros con la suya. No te preocupes por eso.
– ¡Le dijiste a Lankau que habías dejado dicho en el hotel que estabas en su casa!
– ¡Tú fuiste la única que lo creyó, Laureen!
Laureen frunció el ceño y alzó la mirada al techo.
– ¡Las huellas dactilares, Bryan! ¿Qué me dices de las huellas dactilares?
– ¿En el coche? No hay; me aseguré de que no quedara ni una sola.
– ¿Y en la cabana, y los cobertizos, y en la terraza? ¡Debe de haber miles de huellas!
– ¡No creo que encuentren nada! Sabes que fuimos muy meticulosos y sistemáticos.
Laureen suspiró y volvió a repasarlo todo.
– ¿Estás seguro, Bryan? ¡Era de noche cuando recogimos y ordenamos la casa! ¡Tú estabas borracho! ¡Petra estaba fuera de sí! ¡No puedo vivir el resto de mi vida temiendo que averigüen lo que realmente pasó!
– ¡Lankau mató a los demás! Eso será lo que creerán. Encontrarán su carta y constatarán que fue él quien la escribió.
– Creerán que su intención era suicidarse con la pequeña escopeta de caza que encontró Petra. ¿Es así?
– ¡Así es, sí! Y que no le dio tiempo de llevar a cabo su cometido antes de caer muerto. La autopsia descubrirá que se trató de una crisis cardíaca de lo más natural.
– ¿Y las heridas en su cuerpo?
– ¡Tú misma viste todas las cicatrices! Lankau era duro consigo mismo. ¡Se extrañarán, no cabe duda, pero no encontrarán respuestas a sus preguntas!
– ¿Y la escopeta y los cartuchos?
– ¡Sólo encontrarán sus huellas digitales!
– ¿Y qué me dices de los demás sitios? Las casas de Kröner y de Stich. ¿Qué encontrarán allí? ¿Estás seguro de que no estará a rebosar de indicios? ¡Las huellas de James deben de estar por todas partes!
– ¡Seguramente! Pero no lo encontrarán por ningún lado. No sabrán ni dónde ni a quién buscar. Es posible que ni siquiera lo intenten. Tendrán más que suficiente con entender el alcance del escándalo que significará dejar al descubierto la doble vida de esos tres hombres. ¡No deberías pensar más en ello! -Bryan se quedó pensativo un rato, hasta que las palabras salieron de su boca por sí solas-. Si pasara lo impensable y la investigación los condujera hasta nosotros, sólo James tendrá que responder de sus actos. Ni tú ni yo. ¡Pero no sucederá, Laureen, puedes estar segura!
– Cuando esa directora, esa tal Frau Rehmann, descubra la cantidad de muertos que hay en el asunto, confesará. ¡Estoy convencida!
Laureen se llevó el pañuelo a la nariz.
– ¡Yo, en cambio, estoy convencido de que no lo hará! Los sobornos y la prevaricación no constituyen precisamente una buena base para una carrera profesional. Seguro que mantendrá la boca cerrada. -Bryan golpeó su maleta suavemente. Ahora sólo le restaba llamar a la delegación olímpica y podrían irse-. Laureen -dijo entonces-, Frau Rehmann podrá vivir a sus anchas siempre y cuando no reaccione. Sabe lo que hace; sabía muy bien cómo había que exigir que le pagáramos. ¡Como si fuera algo con lo que había contado toda su vida! Porque no le vamos a dar un talón, ¿verdad? El dinero será transferido a su nombre directamente a una cuenta en Zurich. No podrá echarse atrás, llegados a ese punto.
No era la primera vez que Laureen se había acercado a la ventana aquella mañana. Bryan se puso en pie y se dirigió hacia la ventana, donde la agarró de los hombros. El suspiro que soltó Laureen era ambiguo. El césped verde que se extendía delante del hotel Colombi estaba desierto. A lo lejos, al otro lado del parque, se oyó débilmente un convoy de trenes que traqueteaba sobre las múltiples vías de desvío del terreno ferroviario.
– Y Bridget, ¿qué me dices de Bridget? -dijo Laureen quedamente-. ¿No crees que sabe demasiado? Al fin y al cabo, estuvo con nosotras ayer. ¡Oyó los nombres de los simuladores!
– Bridget no será capaz de acordarse de nada, ni siquiera si se los hubieran grabado en el cerebro con un escoplo. Estaba tan borracha ayer y se emborrachó aún más a lo largo de la noche, a juzgar por su aspecto esta mañana. Además, es improbable que los diarios ingleses vayan a dedicarle páginas y tiempo a la muerte de tres ex nazis. ¡Nunca lo sabrá!
Laureen liberó los brazos cruzados que había apoyado en el pecho e intentó respirar profundamente. Las costillas magulladas le dolían cada vez más.
– ¿Y realmente tiene que volver con nosotros? -preguntó Laureen mirándolo fijamente a los ojos.
La pregunta había estado en camino mucho tiempo.
– Sí, Laureen. James vendrá con nosotros. Vine hasta aquí con este propósito.
– ¿Y Petra? ¿Qué dice Petra?
– ¡Ella sabe que es lo mejor para James!
Laureen se mordió el labio y atravesó a Bryan con su mirada. Sus fantasías se apoderaron de ella.
– ¿Crees que Petra sabrá controlarlo, Bryan?
– Eso cree ella, Laureen. ¡Ya veremos! ¡Pero volverá con nosotros a casa!
– ¡No podemos tenerlo cerca de nosotros, Bryan! ¿Me oyes? -le espetó Laureen, mirándolo fijamente a los ojos.
– Ya veremos, Laureen. Yo me encargaré de buscar una solución.
Cuando llegaron Laureen y Bryan, tanto Petra como James ya se encontraban en el andén. James estaba recién lavado y parecía una roca mirando de soslayo las vías del tren. No les devolvió el saludo ni soltó la mano de Petra.
– ¿Va todo bien? -preguntó Bryan.
Petra se encogió de hombros.
James desvió la mirada, esquivándolos. Laureen lo siguió con los ojos ocultos tras unas gafas de sol, procurando que Bryan siempre estuviera entre ella y los otros dos.
– ¡Está triste ahora mismo! -ahondó Petra.
– ¿Por algo en particular? -Bryan intentó atrapar la mirada de James. La luz del sol era fuerte. Su rostro estaba envuelto en luz. En la vía contigua había varios vagones de equipaje y de correos estacionados que esperaban que llegara el siguiente día laborable. Pronto llegaría el tren.
– Habla de un pañuelo que desapareció. No ha hablado de otra cosa en toda la mañana. Esperaba encontrarlo en la casa de Kröner. Gerhart pensaba… -Petra hizo una pequeña pausa y prosiguió-: James creía que Kröner lo había escondido en un pequeño rollo que encontró en su casa; lo llevaba escondido debajo del abrigo hasta que llegamos a casa. ¡Creo que ha mirado al menos veinte veces si estaba dentro del rollo!
– ¿Era el pañuelo de Jill, James? -Bryan se puso a su lado. James asintió con la cabeza. Bryan se llevó la mano al costado y se volvió hacia Petra-. Era un pañuelo que Jill le dio cuando era pequeño. Los simuladores se lo robaron, cuando estábamos ingresados en el lazareto.
– Estaba convencido de que Kröner lo había guardado en ese rollo. ¡Pero sólo había dibujos! ¡Lo ha dejado hecho polvo!
Bryan sacudió la cabeza melancólicamente.
– Jill era su hermana. Murió durante la guerra.
Pese a que Bridget llegó bastante tarde y sus pasos por el andén eran tan inseguros que, en otras circunstancias, la habrían hecho enrojecer, Laureen la recibió como si no se hubieran visto durante años.
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