Bryan se encogió de hombros.
– Dicen que las cicatrices que han descubierto en su cerebro durante las exploraciones que le han realizado se deben a diversas embolias pequeñas. ¡No me extrañaría nada!
– ¿En qué estás pensando?
El hombre que Bryan veía estaba tumbado en una cama, inmóvil, con los ojos brillantes, marcado por los electroshocks y las pastillas, las vejaciones de los otros pacientes, el aislamiento y el temor diario por su vida.
– Pienso en muchas cosas. ¡Pero sobre todo pienso en las transfusiones de sangre que le hicieron! ¡Es un milagro que haya sobrevivido!
– ¿Y cómo le van las cosas ahora?
– Supongo que van, sin más. Petra dice que ha hecho progresos.
Laureen respiró hondo.
– Me tranquiliza. También pensando en lo que te estás gastando en sus tratamientos -dijo Laureen sacando el labio superior y entrecerrando los ojos.
Bryan sabía que ella había notado su desasosiego.
– Seguro que todo irá bien hoy, querida -dijo.
– ¡Ya veremos! -repuso ella enfáticamente.
La casa no era grande. Varias de las propiedades que Bryan había estado dispuesto a comprarles eran considerablemente más grandes. A lo largo de la cerca de piedra descansaban unas tiernas plantas de hoja perenne, yertas y con manchas blancas por el rocío de la noche.
Cuando Petra salió al patio para recibirlos vieron que había envejecido sensiblemente.
La sonrisa que le brindó a Bryan al darle la mano era casi imperceptible.
– ¡Qué ganas teníamos de veros! -dijo Laureen devolviéndole el abrazo.
– ¡Gracias por tu invitación, Petra! -dijo Bryan mirándola con cierto embarazo-. ¡Me alegro de que estéis preparados para vernos ahora! -Petra asintió con la cabeza-. ¿Cómo va todo? -preguntó mirando hacia la casa.
– ¡Va! -respondió Petra, entrecerrando los ojos-. Ahora ya no quiere hablar alemán.
– Era de esperar, supongo -repuso Bryan mirándola fijamente.
– ¡Supongo que sí! ¡Pero a mí me está resultando difícil!
– Te estoy muy agradecido, Petra.
– Lo sé -dijo Petra con la misma sonrisa desleída de antes-. Lo sé, Bryan.
– ¿Ya estáis más tranquilos, ahora?
– Sí, pero al principio fue muy duro. Todo el mundo quería venir a verlo -explicó ella señalando con el dedo hacia la zona que llegaba hasta el acantilado-. Aparcaban sus coches incluso en el jardín trasero.
– Bryan me contó que salió en la prensa que la segunda guerra mundial de hecho había sido más larga para James que para el japonés que encontraron en una isla del Pacífico, hará un par de años -comentó Laureen intentando parecer admirada.
– Eso dijeron, sí. Y entonces no es de extrañar que los curiosos se acercaran a ver -dijo Petra invitándolos con un gesto a que se acercaran a la puerta principal de la casa. Hacía frío. No llevaba abrigo.
– ¡Podríamos haberlo mantenido en secreto de no haber sido por las autoridades! -dijo Bryan mirando hacia la puerta-. ¡Si al menos hubieran sabido decidir de qué presupuesto había que sacar la pensión! -James todavía no había aparecido-, De todos modos, se la concedieron, y con efecto retroactivo. Una especie de compensación por daños y perjuicios, podría decirse.
– Sí -repuso Petra abriendo la puerta. James estaba en el salón mirando por la ventana. Aunque las ventanas daban directamente al acantilado, la luz parecía no querer penetrar en la estancia. En cuanto Laureen lo vio, Bryan notó su malestar y ella se retiró en seguida a la cocina, donde Petra campaba a sus anchas.
Bryan intentó encontrar acomodo para sus manos. James tenia mejor aspecto que antes; había engordado un poco y los ojos parecían más dulces. Petra lo había cuidado bien. Se estremeció al oír la voz de Bryan. -¡Buenos días, James! Eso fue todo lo que logró decir.
James volvió la cabeza y se quedó mirando a Bryan un buen rato, como si tuviera que juntar los elementos de su rostro para que éstos conformaran un todo. Lo saludó secamente con un gesto de la cabeza y volvió a mirar por la ventana.
Bryan se quedó sentado a su lado durante media hora, contemplando cómo su pecho se elevaba y se hundía.
Las mujeres se divertían en la cocina. Era evidente que la conversación informal y ligera le sentaba bien a Petra. Laureen no tenía intención de moverse de allí. Miraron a Bryan con curiosidad cuando éste entró en la cocina.
– No me ha hablado.
Bryan se acercó a la mesita y tomó asiento pesadamente.
– Nunca dice gran cosa, Bryan.
– ¿Es que nunca está contento?
– De vez en cuando. Últimamente no se ha reído demasiado -explicó Petra mientras sacaba otra taza del armario de la cocina-. Supongo que ya volverá a reír. En cierto modo puede decirse que James ya está mucho mejor. Pero el proceso es lento, o al menos eso me parece a mí.
Bryan posó la mirada en la taza cuando Petra la rellenó.
– Si hay algo que pueda hacer yo, no dudes en decírmelo.
– No hace falta que hagas nada.
– ¿Dinero?
– ^Ya nos das más que suficiente. Y luego está la pensión.
– Ya me avisarás, si necesitas algo.
– Así lo haré.
Bryan percibió el escepticismo en el tono de voz de Petra que acompañó la siguiente frase:
– ¡Y además están los dibujos!
– ¿Los dibujos?
– Sí, los dibujos que había en el rollo que James le quitó a Kröner -dijo Petra, que alzó la mano en cuanto vio que Bryan se disponía a preguntar. Le pidió que esperara y abandonó la cocina.
– ¿Está raro, Bryan? -preguntó Laureen, mirándolo preocupada de reojo. Parecía que no quisiera conocer la respuesta.
– Un poco, sí.
– ¡A lo mejor hemos venido demasiado temprano!
– Es posible. Cuando hayamos comido, creo que le pediré que vayamos a dar una vuelta. Así, a lo mejor consigo que me hable.
Laureen dejó la taza de té sobre la mesa.
– ¡Estás loco!
– ¿Por qué dices eso?
– ¡No pienso permitirlo! ¡No pienso dejar que te acerques al acantilado con James!
– ¿Por qué no, Laureen?
– ¡Te lo prohíbo, y no se hable más! Te hará daño. ¡Sé que te hará daño!
Laureen pronunció la última frase con énfasis. Cuando Petra bajó el último peldaño de la escalera, miró rápidamente hacia Laureen. Sus mejillas todavía estaban encendidas.
– ¡Perdón! -dijo Petra haciendo ademán de irse.
– ¿Todavía me sigue odiando?
Bryan apenas se atrevía a escuchar la respuesta.
– ¡No lo sé, Bryan! -respondió Petra, frunciendo el entrecejo-. Nunca me habla de ti.
– ¿Pero es una posibilidad?
– Tratándose de James, todo es posible. -Petra se volvió y le pasó a Bryan el rollo que había ido a buscar-. ¡Mira esto!
El papel estaba amarillento y arrugado. El cordel era fino y probablemente tan viejo como el papel. Apareció un diario. «Unterhaltungs Beilage» decía con letras ensortijadas. Bryan volvió la primera página. Allí estaban los dibujos. Los miró. Fue poniéndolos uno al lado del otro sobre la mesa de la cocina, después de asegurarse de que no estaba mojada. Examinó el papel y las firmas. Miró a Petra repetidas veces y volvió a sentarse.
– Entiendo que Kröner los guardara-dijo Bryan-, ¿Habéis pedido que os hicieran una tasación?
– No se pueden tasar, según James; no, así como así.
Petra posó la mano suavemente sobre uno de los dibujos y se volvió hacia los utensilios de cocina que había sobre la mesa.
Laureen examinó el menor de los dibujos. Sacudió la cabeza.
– ¿Allí dice Leonardo da Vinci?
Petra asintió con la cabeza.
– Sí, y aquí. Y aquí. ¡Y éste está firmado por Bemardino Luini! -Laureen se calló y miró con determinación a Petra-. ¡No podéis tenerlos aquí, Petra! -exclamó.
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