P. James - La muerte llega a Pemberley

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Pemberley, año 1803. Han pasado seis años desde que Elizabeth y Darcy se casaran, creando un mundo perfecto que parece invulnerable. Pero de pronto, en la víspera de un baile, todo se tuerce. Un carruaje sale a toda prisa de la residencia, llevándose a Lydia, la hermana de Elizabeth, con su marido, el desafortunado Wickham, que ha sido expulsado de los dominios de Darcy. Sin embargo, Lydia no tarda en regresar, conmocionada, gritando que su marido ha sido asesinado. Sin previo aviso, Pemberley se zambulle en un escalofriante misterio.

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El coronel hacía esfuerzos por controlarse, y tardó un poco en replicar.

– ‌Le sugiero, señor, que reserve sus alegatos para el tribunal.

Darcy se dirigió a Georgiana.

– ‌Yo solo pensaba en tu bienestar y felicidad. Por supuesto que puedes quedarte si lo deseas. Me consta que Elizabeth se alegrará de contar con tu ayuda.

La aludida llevaba un rato sentada en silencio, porque no quería empeorar las cosas opinando algo inadecuado. Pero ahora decidió intervenir.

– ‌Me alegraré mucho, sí. Debo estar disponible para sir Selwyn Hardcastle cuando llegue, y no veo la manera de que las notas puedan entregarse a tiempo a menos que cuente con ayuda. De modo que ¿por qué no nos ponemos manos a la obra?

Retirando la silla con más fuerza de la necesaria, el coronel dedicó una reverencia envarada a Elizabeth y a Georgiana, y abandonó la estancia.

Alveston se puso en pie.

– ‌Debo disculparme, señor -‌dijo, dirigiéndose a Darcy-‌, por haber intervenido en un asunto de familia que no me incumbe. Me he dejado llevar, y he hablado con más énfasis del que es correcto o aconsejable.

– ‌La disculpa se la debe más al coronel que a mí -‌replicó Darcy-‌. Es posible que sus comentarios hayan sido inadecuados o presuntuosos, pero ello no significa que no sean acertados. -‌Se volvió hacia Elizabeth-‌. Si puedes, amor mío, aclara la cuestión de las notas ahora mismo. Creo que ya es hora de que hablemos con el servicio, tanto con el interno como con los miembros que puedan estar trabajando en la casa. La señora Reynolds y Stoughton les habrán comunicado solo que ha habido un accidente y que se ha suspendido el baile, y en estos momentos deben de reinar la preocupación y el nerviosismo. Voy a llamar a la señora Reynolds para notificarle que vamos a bajar a la sala del servicio para hablar con todos tan pronto como hayas terminado de redactar el modelo de carta que Georgiana ha de copiar.

5

Media hora más tarde, Darcy y Elizabeth hacían su entrada en la sala del servicio, acompañados por el estrépito de dieciséis sillas que arañaban el suelo al retirarse, al que siguieron los «buenos días, señor» que llegaron en respuesta al saludo de Darcy, aunque pronunciados en voz tan baja que resultaron apenas audibles. A Elizabeth le sorprendió constatar la sucesión de delantales blanquísimos, recién almidonados, y de cofias plisadas, antes de recordar que, siguiendo instrucciones de la señora Reynolds, todo el personal debía vestirse impecablemente el día del baile de lady Anne. En el aire flotaba un aroma intenso y delicioso: a falta de órdenes en sentido contrario, era probable que las cocineras hubieran decidido empezar a hornear ya las primeras tartas y exquisiteces. Al pasar junto a la puerta abierta de la galería, a Elizabeth casi la abrumó el perfume de las flores cortadas. Ahora que ya no hacían falta, se preguntó cuántas sobrevivirían con buen aspecto hasta el lunes. Se descubrió a sí misma pensando en el mejor uso que podría darse a las aves dispuestas para ser asadas, a las grandes piezas de carne, a las frutas traídas de los invernaderos, a la sopa blanca y a los ponches. No todo estaría preparado todavía, pero, si no se daban las instrucciones pertinentes, habría sin duda un excedente, y no debía permitirse que se echara a perder. Le pareció una preocupación absurda en aquellas circunstancias, pero aun así llegó a ella mezclada con muchas otras. ¿Por qué el coronel Fitzwilliam no había mencionado su paseo a caballo, ni hasta dónde le había llevado? No era probable que se hubiera limitado solo a cabalgar junto al río, empujado por el viento. Y si finalmente detenían a Wickham y se lo llevaban, posibilidad que nadie había mencionado pero que todos debían tener por muy cierta, ¿qué ocurriría con Lydia? Seguramente ella no querría quedarse en Pemberley, pero había que ofrecerle hospitalidad cerca de donde se encontrara su esposo. Tal vez el mejor plan, y sin duda el más adecuado, sería que Jane y Bingley se la llevaran a Highmarten, pero ¿sería justo para su hermana mayor?

Con todas aquellas preocupaciones agolpándose en su mente, apenas registraba las palabras de su esposo, que eran recibidas en medio de un silencio sepulcral, y solo las últimas frases franquearon su conciencia. Se había solicitado la presencia de sir Selwyn Hardcastle aquella noche, y se había procedido al levantamiento del cadáver del capitán Denny, que había sido trasladado a Lambton. Sir Selwyn regresaría a las nueve en punto, y querría interrogar a todos los que se encontraban en Pemberley en el momento de los hechos. La señora Darcy y él mismo estarían presentes mientras tuvieran lugar los interrogatorios. No se sospechaba en absoluto de ningún miembro del servicio, pero era importante que todos respondieran con sinceridad a las preguntas de sir Selwyn. Entretanto, debían proseguir con sus tareas sin hablar de la tragedia, y sin chismorrear entre ellos. El acceso al bosque quedaba restringido para todos menos para el señor y la señora Bidwell y sus familiares.

Aquella última afirmación tropezó con un silencio sepulcral, y a Elizabeth le pareció que todos esperaban que fuera ella quien lo rompiera; de modo que se puso en pie, consciente de que dieciséis pares de ojos la miraban con preocupación y temor, pues todos necesitaban oír que al final las cosas se solucionarían, y que ellos, personalmente, no tenían nada que temer, ya que Pemberley seguiría siendo lo que había sido siempre, su refugio y su hogar.

– ‌El baile no podrá celebrarse, claro está -‌dijo-‌, y ya se preparan notas para los invitados en las que se explica brevemente lo ocurrido. Pemberley se ha visto golpeado por una gran tragedia, pero sé que todos ustedes proseguirán con sus tareas, sin perder la calma, y que cooperarán con sir Selwyn Hardcastle y con su investigación, pues eso es lo que debemos hacer. Si hay algo en concreto que les preocupe, o cuentan con alguna información que deseen proporcionar, deberían hablar primero con el señor Stoughton o con la señora Reynolds. Quiero agradecerles personalmente las muchas horas que, como cada año, han dedicado a la preparación del baile de lady Anne. Al señor Darcy y a mí nos causa un gran dolor que sus esfuerzos, por unos motivos tan desafortunados, hayan sido en vano. Confiamos, como hemos hecho siempre tanto en los buenos como en los malos momentos, en la lealtad y en la devoción mutuas que son la base de la vida en Pemberley. No teman por su seguridad ni por su futuro: Pemberley ha soportado muchas tormentas durante su larga historia, y también este episodio quedará atrás.

Sus palabras fueron seguidas de un aplauso breve, acallado al instante por Stoughton, quien, acto seguido y secundado por la señora Reynolds, pronunció algunas frases con las que expresaba su comprensión y su afán de cumplir las órdenes del señor Darcy. Al poco se conminó a los asistentes a proseguir con sus deberes. En cuanto llegara sir Selwyn Hardcastle volverían a convocarlos.

Cuando Darcy y Elizabeth regresaban a la zona noble de la residencia, este comentó:

– ‌Tal vez yo haya dicho demasiado poco, y tú, amor mío, algo más de la cuenta, pero como de costumbre, juntos nos hemos complementado bien. Y ahora debemos prepararnos para recibir a su majestad la ley, encarnada en la persona de sir Selwyn Hardcastle.

6

La visita de sir Selwyn resultó menos tensa y más corta de lo que los Darcy temían. El alto comisario, sir Miles Culpepper, había escrito a su mayordomo el jueves anterior para informarle de que regresaría a Derbyshire a tiempo para la cena del lunes, y este había estimado prudente comunicar la noticia a sir Selwyn. No se facilitó explicación alguna para aquel cambio de planes, pero a este no le costó adivinar la causa. La visita de sir Miles y lady Culpepper a Londres, con sus espléndidos comercios y su gran variedad de seductoras distracciones, había exacerbado las discrepancias entre ellos, frecuentes en matrimonios en que los maridos, de más edad, creen que el dinero ha de usarse para ganar más, y en que las esposas, más jóvenes y bonitas, opinan que este está para gastarlo. ¿Cómo, si no -‌señalaba ella a menudo-, sabría la gente que lo tenían? Tras recibir las primeras facturas de los extravagantes dispendios de su esposa en la capital, el alto comisario había hallado en lo más profundo de su ser un compromiso renovado con las responsabilidades de la vida pública, y había informado a su esposa de que debían regresar inmediatamente. Aunque Hardcastle dudaba de que su carta enviada por correo expreso en la que le informaba del asesinato hubiera llegado aún a manos de sir Miles, sabía bien que apenas el alto comisario supiera de la tragedia exigiría un informe detallado del desarrollo de las investigaciones. Resultaba ridículo considerar que el coronel vizconde Hartlep, o algún miembro de la casa de Pemberley, hubieran participado en la muerte de Denny, por lo que sir Selwyn no pretendía pasar en la casa más tiempo del estrictamente necesario. Brownrigg, el jefe de distrito, ya había comprobado, a su llegada, que ningún caballo o carruaje hubiera abandonado los establos de Pemberley después de que el coronel Fitzwilliam saliera a montar aquella noche. El sospechoso al que se sentía impaciente por interrogar era Wickham, y él había llegado con el furgón penitenciario, acompañado de dos oficiales, con la intención de trasladarlo a un lugar más adecuado en la penitenciaría de Lambton, donde podría obtener toda la información necesaria que le permitiera impresionar al alto comisario con un relato detallado de sus investigaciones y de las de los policías.

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