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Elizabeth George: Sin Testigos

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Elizabeth George Sin Testigos

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En los últimos tres meses, ya son cuatro los cuerpos de jóvenes que la policía de Londres ha encontrado brutalmente mutilados, tras ser secuestrados y agredidos sexualmente. Ninguna de las tres primeras víctimas -chicos negros- ha podido ser identificada y New Scotland Yard ni siquiera había establecido relación entre las muertes hasta la aparición del último cadáver, un adolescente blanco intencionadamente dispuesto encima de una tumba. Ahora se sospecha que un asesino en serie está detrás de ellas. El caso cae en manos del comisario Thomas Lynley y su equipo. La investigación los conducirá a Coloso, una organización benéfica que se dedica a la reinserción de jóvenes problemáticos y marginales, y de la que podrían salir las víctimas del asesino en serie. Sin embargo, parece que Coloso esconde algo más que buenas intenciones y Lynley no sólo deberá lidiar con un complicado caso sino con la prensa y la opinión pública que no dudan en tildar a la policía de racista, ya que la mayoría de los chicos a los que Coloso ayuda son de raza negra.

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– Vale. Lo capto. -Barbara podía entender cómo debió de reaccionar Azhar a la llamada de la maestra. No conocía a nadie más orgulloso que el profesor pakistaní que tenía por vecino-. Bueno, amiguita, si alguna vez necesitas a una chica que haga de sustituta de tu madre -le dijo a Hadiyyah-, me ofrezco encantada.

– ¡Qué maravilla! -exclamó Hadiyyah. Por un momento, Barbara pensó que se refería a su ofrecimiento de actuar como madre sustituta, pero vio que su pequeña amiga sacaba un paquete de la bolsa de la compra: Chocotastic Pop Tarts-. ¿Son para desayunar? -preguntó Hadiyyah con un suspiro.

– La nutrición perfecta para la profesional que no descansa -le respondió Barbara-. Será nuestro pequeño secreto, ¿vale? Uno de tantos.

– ¿Y esto qué es? -Le preguntó de nuevo Hadiyyah como si no hubiera dicho nada-. Vaya, estupendo. ¡Barritas de helado de crema! Si fuera adulta, comería lo mismo que tú.

– Me gusta tocar todos los grupos de alimentos básicos -le explicó Barbara-. Chocolate, azúcares, grasas y tabaco. ¿Has encontrado los Players, por cierto?

– No debes fumar -le dijo Hadiyyah, que hurgó en una de las bolsas y sacó un cartón de cigarrillos-. Papá está intentando dejarlo. ¿Te lo había dicho? A mamá le encantará. Le pedía y pedía que lo dejara. «Hari, se te pondrán unos pulmones asquerosos si no lo dejas», le dice. Yo no fumo.

– Eso espero -dijo Barbara.

– Pero algunos chicos sí fuman. Se ponen en la esquina de la calle del colegio. Son chicos mayores. Y llevan la camisa por fuera de los pantalones, Barbara. Imagino que se creen que les queda muy guay, pero yo creo que están… -Frunció el ceño, pensativa-. Horrorosos -se decidió-. Absolutamente horrorosos.

– Los pavos reales y sus plumas -reconoció Barbara.

– ¿Eh?

– El macho de la especie, que quiere atraer a la hembra. Si no, ella no se fijaría en él. Es interesante, ¿verdad? Son los hombres los que deberían maquillarse.

– Papá estaría horroroso con los labios pintados, ¿verdad? -dijo Hadiyyah, riéndose.

– Tendría que espantarlas con la escoba.

– A mamá no le gustaría -observó Hadiyyah. Cogió cuatro latas de All Day Breakfast -la cena preferida de Barbara después de un día de trabajo más largo de lo habitual- y las llevó hacia el armario que había encima del fregadero.

– No. Imagino que no -reconoció Barbara-. Hadiyyah, ¿qué son esos alaridos horribles que te salen del cuello? -Le cogió las latas a la niña y señaló con la cabeza los auriculares, de los que no dejaba de salir una especie de música pop discutible.

– Nobanzi -dijo Hadiyyah oscuramente.

– ¿No qué?

– Nobanzi. Son geniales. Mira. -Del bolsillo de la chaqueta sacó la caja de plástico de un CD. En ella, tres anoréxicas de veintitantos años posaban vestidas con tops del tamaño de la generosidad de Scrooge y unos vaqueros azules tan estrechos que lo único que dejaban a la imaginación era cómo se las habían arreglado para meterse en ellos.

– Ah -dijo Barbara-. Modelos para nuestras jóvenes. Venga, dame. Déjame escucharlas.

Hadiyyah le dio encantada los auriculares, y Barbara se los puso. Cogió distraídamente un paquete de Players y lo agitó para sacar un cigarrillo, a pesar de la mueca de desaprobación de Hadiyyah. Encendió uno mientras lo que parecía el estribillo de una canción -si podía llamarse así- le agredió los oídos. Las Vandellas Nobanzi no eran de su gusto, estaba claro, con o sin Martha, decidió Barbara. Se oyó un estribillo de palabras ininteligibles. Un montón de gemidos orgásmicos de fondo parecieron sustituir tanto al bajo como a la batería.

Barbara se quitó los auriculares y se los devolvió. Dio una calada al pitillo y miró a Hadiyyah ladeando la cabeza con aire especulativo.

– ¿A que son geniales? -dijo la niña. Cogió la caja del CD y señaló a la chica del medio, que llevaba rastas de dos colores y tenía una pistola humeante tatuada en el pecho derecho-. Esta es Juno. Es mi preferida. Tiene una niña que se llama Nefertiti. ¿Verdad que es preciosa?

– Me lo has quitado de la boca. -Barbara hizo una bola con las bolsas vacías y las guardó en el armario de debajo del fregadero. Abrió el cajón de los cubiertos y al fondo encontró un bloc de notas adhesivas que, por lo general, empleaba para recordarse cosas importantes que debía hacer, como «Piensa en arreglarte las cejas mañana» o «Limpia este baño asqueroso». Esta vez, sin embargo, garabateó cuatro palabras.

– Ven conmigo -le dijo a su pequeña amiga-. Es momento de encargarnos de tu educación. -Y cogió el bolso de bandolera y llevó a Hadiyyah a la parte delantera de la casa, donde los zapatos de la niña descansaban debajo del banco situado en la zona empedrada que había justo por fuera de la puerta del piso de la planta baja. Barbara le dijo que se calzara mientras ella iba a pegar la nota en la pared.

– Sígueme. Tu padre ya está avisado -le dijo Barbara cuando Hadiyyah estuvo lista, y salieron de la propiedad en dirección a Chalk Farm Road.

– ¿Adonde vamos? -Preguntó Hadiyyah-. ¿De aventura?

– Deja que te pregunte algo. Asiente si alguno de estos nombres te resulta familiar. Buddy Holly. ¿No? Ritchie Valens. ¿No? The Big Bopper. ¿No? Elvis. Bueno, claro. Quién no conoce a Elvis, pero apenas cuenta. ¿Qué me dices de Chuck Berry? ¿Little Richard? ¿Jerry Lee Lewis? Great Balls of Fire. ¿Te suenan? Joder, pero ¿qué os enseñan en el colegio?

– No deberías decir palabrotas -dijo Hadiyyah.

Una vez en Chalk Farm Road, el paseo hasta su destino, el Virgin de Camden High Street, no era muy largo. Sin embargo, para llegar hasta allí, debían atravesar el distrito comercial, el cual, por lo que Barbara siempre había podido determinar, era distinto a cualquier otro barrio comercial de la ciudad: desde las tiendas hasta la calle, repleto de jóvenes de todos los colores, creencias y tipos de adorno corporal; inundado por una cacofonía atronadora de música que llegaba de todas las direcciones; perfumado por toda clase de olores, desde pachulí a fish and chips. Aquí, las tiendas tenían monigotes en los escaparates con forma de gatos grandísimos, el trasero gigantesco de un torso enfundado en unos vaqueros, botas enormes, el morro de un avión hacia abajo… Sólo vagamente tenían los monigotes algo que ver con los artículos que había dentro de las tiendas, ya que la mayoría estaban dedicadas a cualquier cosa negra y a muchas cosas de piel. Piel negra. Piel negra sintética. Visón negro sintético sobre piel negra sintética.

Barbara vio que Hadiyyah estaba asimilándolo todo con la expresión de una novata, el primer indicio de que la niña no había estado nunca en Camden High Street, a pesar de lo cerca que se encontraba de sus respectivas casas. Hadiyyah la seguía, con los ojos como platos, la boca abierta y el semblante embelesado. Barbara tenía que llevarla con la muchedumbre y apartarla de ella, con una mano en el hombro para asegurarse de que no se separaban en la aglomeración.

– Es estupendo, estupendo -musitó Hadiyyah, con las manos pegadas al pecho-. Oh, Barbara, esto es mucho mejor que una sorpresa.

– Me alegro de que te guste -dijo Barbara.

– ¿Vamos a entrar en las tiendas?

– Cuando me haya ocupado de tu educación.

La hizo entrar en la tienda de discos y la llevó a la sección de clásicos del rock and roll.

– Esto sí es música -le dijo Barbara-. A ver… ¿Por dónde te inicio? Bueno, en realidad no hay duda, ¿verdad? Porque al fin y al cabo, tenemos al Más Grande y luego están todos los demás. Así que… -Escudriñó la sección en busca de la H y luego por entre las H en busca de la única H que importaba. Examinó los recopilatorios, dándoles la vuelta para leer las canciones mientras a su lado Hadiyyah estudiaba las fotografías de Buddy Holly en las portadas de los CD.

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