Elizabeth George - Al borde del Acantilado

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Al borde del Acantilado: краткое содержание, описание и аннотация

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Thomas Lynley ya no es comisario de la policía de Londres. Tras el brutal asesinato de su mujer embarazada, no había ninguna razón para permanecer en la ciudad y en su puesto. Es por eso que decide volver a los parajes de su infancia e intentar recuperarse allí del golpe que acaba de recibir. Sin embargo, parece que no va a resultar nada fácil alejarse del crimen. Mientras se encuentra haciendo trekking por los campos de Cornualles, se tropieza con el cadáver del joven Santo Kerne, quien aparentemente se despeñó de un acantilado. Aunque en seguida se hace obvio que alguien manipuló el equipo de alpinismo del chico, Lynley decide investigar por su cuenta y no comparte toda la información que cae en sus manos con la verdadera encargada del caso: la subinspectora Bea Hannaford, una policía capaz y resolutiva, pero algo malcarada. Lo que sí hace es llamar a su antigua compañera Barbara Havers para pedirle ayuda. Havers que tiene órdenes de asistir a la subinspectora y de conseguir que Lynley reanude su actividad como detective en Londres, se dirigirá a Cornualles donde parece que hay una inacabable retahíla de sospechosos de haber podido matar a Kerne: amantes despechadas, padres decepcionados, surfistas expertos, antiguos compañeros de colegio y una madre demente. Cada uno de ellos tiene un secreto que guardar y por el que merece la pena mentir en incluso matar.

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– ¿Está en su cuarto?

– Ya te he dicho…

– ¿Dónde? -Lew todavía no se había dado la vuelta, algo que exasperaba a Cadan. Le entraron ganas de tomarse seis cervezas de golpe delante de su cara, sólo para llamar su atención.

– Ya te he dicho que no sé dónde…

– ¿Dónde es el trabajo? -Lew se giró, no sólo la cabeza sino todo el cuerpo. Se apoyó en la repisa de la ventana. Miró a su hijo y Cadan sabía que estaba estudiándolo, evaluándolo, y que el veredicto era que no daba la talla. Había visto esa expresión en el rostro de su padre desde que tenía seis años.

– En Adventures Unlimited -contestó-. Voy a encargarme del mantenimiento del hotel hasta que empiece la temporada.

– ¿Y luego qué?

– Si todo va bien, daré un curso. -Esto último era mucho imaginar, pero todo era posible, y estaban realizando el proceso de selección de instructores para el verano, ¿no? Rápel, escalada, kayak, natación, vela… Él sabía hacer todo eso y aunque no le quisieran para esas actividades, siempre quedaba el ciclismo acrobático y sus planes para modificar el maltrecho campo de golf. Aunque aquello no se lo mencionó a su padre. Una palabra sobre ciclismo acrobático y Lew leería «motivos ocultos» como si Cadan llevara la palabra tatuada en la frente.

– «Si todo va bien.» -Lew soltó el aire por la nariz, su versión de un resoplido de desdén, un gesto que decía más que un monólogo dramático y todo ello basado en el mismo tema-. ¿Y cómo piensas ir hasta allí? ¿En esa cosa de ahí fuera? -Se refería a la bici-. Porque no te voy a devolver las llaves del coche, ni el carné de conducir. Así que no creas que un trabajo cambiará las cosas.

– No te estoy pidiendo que me devuelvas las llaves, ¿no? -dijo Cadan-. No te estoy pidiendo el carné. Iré caminando. O en bici si es necesario. No me importa qué imagen dé. Hoy he ido en bici, ¿no?

Otra vez el resoplido. Cadan deseó que su padre dijera lo que pensaba en lugar de telegrafiárselo siempre a través de expresiones faciales y sonidos no tan sutiles. Si Lew Angarrack se decidiera y declarara «chico, eres un perdedor», Cadan al menos tendría algo para pelearse con él: fracasos como hijo frente a fracasos distintos como padre. Pero Lew siempre tomaba una vía indirecta y, por lo general, el vehículo que utilizaba era el silencio, la respiración fuerte y -como mucho- comparaciones directas entre Cadan y su hermana. Ella era Madlyn la santa, naturalmente, una surfista de talla mundial, directa a la cima. Hasta hacía poco, claro.

Cadan se sentía mal por su hermana y por lo que le había pasado, pero una pequeña parte repugnante de él se alegraba. A pesar de ser una cría, llevaba demasiados años haciéndole sombra.

– ¿Eso es todo, entonces? Nada de «bien hecho, Cade» o «felicidades»; ni siquiera «vaya, por una vez me has sorprendido». He encontrado trabajo y me van a pagar bien, por cierto, pero a ti no te importa una mierda porque… ¿qué? ¿No es lo bastante bueno? ¿No tiene nada que ver con el surf? Es…

– Ya tenías trabajo, Cade, y la fastidiaste. -Lew apuró el resto del café y llevó la taza al fregadero. Allí, la fregó igual que fregaba todo. Fuera manchas, fuera gérmenes.

– Vaya idiotez -dijo Cadan-. Trabajar para ti siempre fue una mala idea y los dos lo sabemos, aunque no quieras reconocerlo. No soy una persona que se fije en los detalles. Nunca lo he sido. No tengo la… No lo sé… La paciencia o lo que sea.

Lew secó la taza y la cuchara, guardó las dos cosas y pasó un paño por la encimera vieja de acero inoxidable llena de arañazos, aunque no tenía ni una miga.

– Tu problema es que quieres que todo sea divertido. Pero la vida no es así y te niegas a verlo.

Cadan señaló afuera, hacia el jardín trasero y el equipo de surf que su padre acababa de lavar.

– ¿Y eso no es divertido? Te has pasado todo el tiempo libre de tu vida cogiendo olas, pero se supone que tengo que verlo como… ¿qué? ¿Una tarea noble como curar el sida? ¿Acabar con la pobreza en el mundo? Me echas la bronca porque hago lo que quiero hacer, pero ¿acaso no has hecho tú lo mismo? No, espera. No contestes. Ya lo sé. Lo que tú haces es preparar a un campeón. Tienes un objetivo. En cambio yo…

– Tener un objetivo no es malo.

– Exacto. No es malo. Y yo tengo el mío. Sólo que no es el mismo que el tuyo. O el de Madlyn. O el que tenía Madlyn.

– ¿Dónde está? -preguntó Lew.

– Ya te he dicho…

– Ya sé lo que me has dicho. Pero alguna idea tendrás de dónde se habrá metido tu hermana si no ha ido a trabajar. La conoces. Y a él. También le conoces a él, en realidad.

– Oye, no me eches la culpa de eso. Ella conocía su reputación, todo el mundo la conoce. Pero no quiso escuchar a nadie. Además, lo que a ti te importa no es dónde está, sino que se haya descarriado. Igual que tú.

– No se ha descarriado.

– Anda que no. ¿Y en qué lugar te deja eso a ti, papá? Depositaste todos tus sueños en ella en lugar de vivir los tuyos.

– Los retomará.

– Yo no apostaría por ello.

– Y no te… -De repente, Lew se calló lo que pensaba decir.

Se quedaron mirándose cada uno desde un extremo de la cocina. Era una distancia de menos de tres metros, pero también era un abismo que se ensanchaba año tras año. Cada uno estaba en su borde respectivo y a Cadan le pareció que algún día uno de los dos se despeñaría.

* * *

Selevan Penrule se tomó su tiempo para llegar a la tienda de surf Clean Barrel, tras decidir rápidamente que sería indecoroso marcharse corriendo del Salthouse Inn en cuanto se corrió el rumor sobre Santo Kerne. Tenía motivos para salir disparado, pero sabía que no daría muy buena impresión. Además, a su edad, ya no podía salir disparado a ninguna parte. Demasiados años ordeñando vacas, arreando el maldito ganado por los pastos; iba siempre con la espalda encorvada y tenía las caderas molidas. Sesenta y ocho años y se sentía como si tuviera ochenta. Tendría que haber vendido el negocio y abierto el camping de caravanas treinta y cinco años antes, y lo habría hecho si hubiera tenido el dinero, los huevos y la visión necesarios y no una esposa e hijos. Ahora se habían ido todos, la casa se caía a pedazos y él había reconvertido la granja. Sea Dreams, la había llamado. Cuatro hileras perfectas de caravanas del tamaño de una caja de zapatos encaramadas en los acantilados sobre el mar.

Condujo con cuidado. De vez en cuando aparecían perros en los caminos rurales. También gatos, conejos, pájaros. Selevan odiaba la idea de atropellar algo, no tanto por la culpa o la responsabilidad que tal vez sintiera por haber causado una muerte, sino por las molestias que le acarrearía. Tendría que parar y detestaba hacerlo cuando había emprendido una acción. En este caso, la acción era llegar a Casvelyn y entrar en la tienda de surf donde trabajaba su nieta. Quería que Tammy supiera la noticia por él.

Cuando llegó al pueblo aparcó en el embarcadero con el morro de su viejo Land Rover señalando el canal de Casvelyn, un lugar estrecho que en su día conectaba Holsworthy y Launceston con el mar pero que ahora serpenteaba tierra adentro unos once kilómetros antes de terminar abruptamente, como un pensamiento interrumpido. Tendría que cruzar el río Cas para llegar al centro del pueblo, donde estaba la tienda de surf, pero encontrar aparcamiento allí siempre era un gran problema -hiciera el tiempo que hiciese y en cualquier época del año- y, de todos modos, le apetecía pasear. Mientras caminaba por la carretera en forma de media luna que definía el extremo suroccidental del pueblo, tendría tiempo para pensar. Debía encontrar un enfoque que transmitiera la información y le permitiera juzgar la reacción de la chica. Porque para Selevan Penrule, lo que Tammy decía que era y lo que Tammy era en realidad eran dos cosas totalmente opuestas. Sólo que ella aún no lo sabía.

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