«No puede contenerse», se había dicho una y otra vez. Pero había sido incapaz de ver que él sí podía. Cogió la foto y le dijo a su mujer:
– Es hora de que te marches.
– ¿Adónde? -preguntó.
– No estoy seguro -dijo él-. A St. Ives, a Plymouth, otra vez a Truro. A Pengelly Cove, tal vez. Tu familia sigue allí. Ellos te ayudarán si necesitas ayuda. Si es lo que quieres a estas alturas.
Se quedó callada. Ben levantó la vista de la foto y miró a Dellen. Sus ojos se habían ensombrecido.
– Ben, ¿cómo puedes…? -dijo ella-. Después de lo que ha pasado.
– No. Es hora de que te marches.
– Por favor -rogó ella-. ¿Cómo sobreviviré?
– Sobrevivirás -respondió-. Los dos lo sabemos.
– ¿Y tú? ¿Y Kerra? ¿Qué hay del negocio?
– Alan está aquí. Es muy buen hombre. Y, si no, Kerra y yo nos las arreglaremos. Hemos aprendido a hacerlo muy bien.
* * *
En cuanto la policía llegó al Salthouse Inn, Selevan vio que sus planes se alteraban. Se dijo que no podía ser egoísta y partir con Tammy hacia la frontera escocesa sin saber qué estaba ocurriendo y, lo más importante, sin descubrir si podía hacer algo para ayudar a Jago, si es que su amigo necesitaba ayuda. No imaginaba por qué podría necesitarla, pero creía que lo mejor era quedarse donde estaba -más o menos- y esperar a tener más información.
No tardó en llegar. Imaginaba que Jago no volvería al Salthouse Inn, así que tampoco esperó allí, sino que regresó al Sea Dreams y se paseó un rato por la caravana, bebiendo un trago de vez en cuando de una petaca que había llenado para llevarse en el viaje hasta la frontera; al final, salió y fue a la caravana de Jago.
No estaba. Tenía una copia de la llave, pero no le pareció bien usarla, aunque creía que a Jago no le habría importado que entrara. Esperó en el último de los escalones metálicos, donde uno más ancho hacía las veces de porche y era adecuado para plantar su trasero.
Jago apareció en el Sea Dreams unos diez minutos después. Selevan se puso de pie con un crujido. Metió las manos en los bolsillos de la chaqueta y se acercó al lugar preferido de Jago Reeth para aparcar el Defender.
– ¿Estás bien, colega? -le dijo cuando Jago bajó del coche-. No te han dado mucho la lata en comisaría, ¿verdad?
– Qué va -respondió Jago-. Cuando se trata de la poli, sólo hace falta estar un poquito preparado. Entonces las cosas salen a tu manera y no a la suya. Los sorprende un poco, pero así es la vida. Una puta sorpresa tras otra.
– Supongo -dijo Selevan. Pero sintió una punzada de intranquilidad y no sabía decir exactamente por qué. Había algo en la forma de hablar de su amigo, algo en su tono de voz, que no era propio del Jago que conocía. Dijo con cautela-: No te habrán pegado, ¿verdad, colega?
Jago soltó una carcajada.
– ¿Esas zorras? Ni hablar. Sólo hemos charlado un poco y punto. Ha costado, pero ya ha acabado todo.
– ¿Qué pasa, entonces?
– Nada, colega. Pasó algo hace mucho tiempo, pero ya ha terminado. Mi trabajo aquí ha concluido.
Jago pasó al lado de Selevan y subió a la puerta de la caravana. No la había cerrado con llave, vio, así que no le habría hecho falta esperar en las escaleras. Jago entró y él lo siguió. Sin embargo, se quedó en la puerta con incertidumbre, porque no estaba seguro de qué ocurría.
– ¿Te han despedido, Jago?
Jago había entrado en el dormitorio al fondo de la caravana. Selevan no le veía, pero oyó que abría un armario y que arrastraba algo del estante que había encima del riel de la ropa. Al cabo de un momento, Jago apareció en la puerta, con un talego grande colgado en la mano.
– ¿Qué? -preguntó.
– Te he preguntado si te han despedido. Has dicho que tu trabajo había concluido. ¿Te han finiquitado o algo?
Jago pareció pensar en aquello, algo raro en opinión de Selevan. A uno lo despedían o no. Le echaban o no. La pregunta no necesitaba reflexión. Al final, Jago esbozó una sonrisa lenta que no era muy propia de él.
– Exacto, colega -dijo-. Así es. Finiquitado. Me finiquitaron… hace mucho tiempo. -Hizo una pausa, pareció pensativo y luego habló para sí-. Hace más de veinticinco años. Ha costado.
– ¿El qué? -Selevan sentía impaciencia por llegar al fondo de la cuestión porque este Jago era distinto al Jago con quien se había sentado junto a la chimenea los últimos seis o siete meses y prefería mucho más al otro, el que hablaba con franqueza y no con… Bueno, con parábolas y cosas así-. Tío, ¿ha pasado algo con la poli? ¿Te han hecho…? No pareces tú.
Selevan podía imaginarse qué podía hacer la poli. Eran mujeres, cierto, pero el hecho era que Jago era un viejo excéntrico más o menos de la edad de Selevan y no tenía una buena condición física para sus años. Aparte de eso, si lo habían llevado a comisaría, allí habría tíos, otros policías, que podían darle una paliza. La poli sabía pegar sin dejar marcas, Selevan lo sabía. Veía la tele, en especial películas americanas en Sky, y había visto cómo lo hacían. Un poco de presión con los pulgares, un par de agujas de coser clavadas en la piel. No haría falta demasiado para un tipo como Jago. Sólo que… No se comportaba como si hubiera sufrido algún tipo de humillación a manos de la policía, ¿verdad?
Jago dejó el talego sobre la cama -Selevan pudo verlo desde donde estaba, sin saber si sentarse o quedarse de pie, marcharse o quedarse- y empezó a abrir los cajones de la cómoda empotrada. Y lo que le vino entonces a la cabeza a Selevan fue lo que tendría que habérsele ocurrido al ver el talego en las manos de Jago: su amigo se marchaba.
– ¿Adónde vas, Jago? -dijo.
– Ya te lo he dicho. -Jago volvió a la puerta, esta vez con un bulto pequeño de pantalones cortos y camisetas bien doblados en las manos-. Aquí las cosas han terminado. Ha llegado el momento de largarme. De todos modos, nunca me quedo demasiado tiempo en el mismo sitio. Sigo el sol, las olas, las temporadas…
– Pero la temporada está aquí. Está a punto de empezar. Está a la vuelta de la esquina. ¿Dónde vas a encontrar una temporada mejor que aquí?
Jago dudó, medio girado hacia la cama. Parecía que no se lo había planteado: el destino de su viaje. Selevan vio que movía los hombros. Había algo menos definitivo en su postura. Insistió.
– En cualquier caso, aquí tienes amigos. Eso cuenta para algo. Afrontémoslo, ¿vas al médico por esos temblores? Imagino que irán a peor, ¿dónde estarás si te marchas solo?
Jago pareció meditarlo.
– No importa demasiado, ya te lo he dicho. Mi trabajo ha concluido. Lo único que queda es esperar.
– ¿A qué?
– A… ya sabes. Ya no somos unos chavales, colega.
– ¿La muerte, quieres decir? Qué tontería. Te quedan años. ¿Qué diablos te han hecho esas policías?
– Nada de nada.
– No te creo, Jago. Si hablas de morir…
– Hay que afrontar la muerte. Y también la vida, en realidad. Forman parte la una de la otra, y deben ser algo natural.
Selevan sintió un ligero alivio cuando oyó aquello. No le gustaba pensar que Jago se planteaba la idea de morir porque no le gustaba pensar lo que sugería sobre las intenciones de su amigo.
– Me alegra oír eso, al menos. Eso de que es algo natural.
– ¿Porque…? -Jago sonrió despacio mientras comprendía. Meneó la cabeza de la misma manera en que reaccionaría un abuelo cariñoso a la travesura de un nieto-. Ah. Eso. Bueno, podría acabar con todo tranquilamente, ¿verdad?, porque aquí ya he terminado y no tiene mucho sentido continuar. Hay muchos sitios donde hacerlo por estas tierras, porque parecería un accidente y nadie sabría distinguirlo, ¿eh? Pero si lo hiciera, también se acabaría todo para él y no podemos consentirlo. No. Algo así no se acaba, colega. No si puedo evitarlo.
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