Inventarse historias era más divertido que investigar, pero es con la investigación con lo que se hace el trabajo. Me puse a buscar noticias en Nexis, con la esperanza de averiguar cuándo se había visto a Calvin en público por última vez. Hacía cinco años que había dejado la dirección de Ediciones Bayard en manos de Renee. El Herald-Star y el New York Times publicaron importantes artículos sobre el tema. Se rumoreaba que en realidad ella llevaba ya cuatro largos años al frente de la compañía.
Eso fue todo lo que conseguí averiguar en la Red. Calvin no había acudido a fiestas de beneficencia ni a ningún otro evento público, que hubiera recogido la prensa, desde su retiro. Para recabar más información tendría que hacer el trabajo a la antigua y a pie, es decir, hablar con amigos y vecinos. Algo por lo que Darraugh de ninguna manera estaría dispuesto a pagarme. Aunque, bien pensado, era muy posible que él lo supiera… Y no sería complicado preguntárselo la próxima vez que hablásemos.
Cuando cambié la búsqueda a Olin Taverner, obtuve bastantes resultados. Elegí la crónica de la Radio Pública Nacional, que tenía la ventaja de que se podía digerir la información con los ojos cerrados. Me conecté a un reproductor en tiempo real y me recosté para escuchar el reportaje.
Taverner había muerto en Anodyne Park, pero había crecido en New Solway. De modo que él y Calvin Bayard no sólo eran viejos enemigos, sino que debieron de ser compañeros de juego, pues contaban más o menos con la misma edad. Saldrían juntos a pasear en sus ponis por los alrededores de New Solway o mortificarían a la servidumbre, o lo que sea que hagan los niños ricos para divertirse.
Tal vez Marcus Whitby se dirigía a ver a Taverner cuando la muerte se le cruzó en el camino. Me disponía a levantarme a por mi mapa detallado de la región para ver si había alguna manera de llegar a pie hasta Anodyne Park y terminar en un estanque en Larchmont, cuando el nombre de Bayard volvió a captar mi atención.
En los últimos años, varias publicaciones, como el Washington Times y el Wall Street Journal, han tratado de cambiar la opinión pública respecto a Taverner, Bushnell y otras prominentes figuras de la época de McCarthy. Muchos representantes de la derecha actual afirman que la izquierda destruyó la reputación de verdaderos patriotas, y se han propuesto revisar ese periodo de nuestra historia. Uno de los más curiosos intentos de rehabilitación ha venido de la mano de Edwards Bayard, hijo de Renee y Calvin Bayard, quien se enfrentó a Taverner ante el Comité. Hace unos años, Edwards Genier Bayard se unió a las filas de los liberales convertidos en expertos conservadores. En la actualidad trabaja para la influyente Fundación Spadona, el grupo de expertos de la derecha que ha marcado la pauta de gran parte del discurso político contemporáneo. Nuestra corresponsal en asuntos políticos Jolynn Parker ha hablado con el señor Bayard en su oficina en Washington.
Jolynn, con su característica voz gutural, empezó a detallar los momentos clave de la carrera de Bayard: doctor en Economía por la Universidad de Chicago, un tiempo en el Fondo Monetario Internacional dirigiendo el programa que vendía las reservas de agua de Bolivia a empresas de ingeniería de Estados Unidos y Francia, y en la actualidad director de la sección de asuntos económicos de la Fundación Spadona.
– Su padre es toda una leyenda en los círculos políticos liberales. ¿Cómo se tomó el que usted aceptara un cargo en Spadona, organización que tantas veces se ha opuesto a sus medidas políticas y a su ideología?
– Tuvimos una serie de interesantes comidas navideñas -dijo Bayard-, pero mis padres respetan la libertad de expresión, al igual que yo, y creemos que en América hay sitio para diferentes opiniones públicas.
– ¿Cómo es que sus ideas han terminado siendo tan diferentes de las de sus padres? -preguntó Jolynn.
– Por mi trabajo en la Universidad de Chicago, que coincidió con el final del Gobierno de Allende en Chile. Acabé convenciéndome de que apoyar a un comunista como Allende, como hicieron mis padres, dañaba los intereses de Estados Unidos en aquel país, y que tampoco era justo para el pueblo chileno.
– Hay quien diría que la intervención de Estados Unidos para derrocar al Gobierno electo de otro país fue algo injusto, sobre todo a la luz de las miles de personas que el Gobierno de Pinochet encarceló y asesinó durante los años ochenta.
Bayard soltó una risa sarcástica.
– He oído esas quejas muchas veces, Jolynn, pero la economía chilena es hoy más fuerte que nunca.
Apreté el icono de pausa. Me preguntaba cómo habrían sido aquellas interesantes comidas navideñas, y por qué Catherine habría adoptado los valores de sus abuelos en lugar de los de su padre, y dónde estaba su madre. Ninguna de mis búsquedas en Internet me proporcionó algún cotilleo íntimo sobre el matrimonio de Edwards. Salí de Nexis y pasé a mis mensajes telefónicos.
Para mi sorpresa, Gcraldine Graham no había vuelto a llamar. No obstante, Amy Blount había llamado diciendo que la casera de Whitby iría a la casa de éste por la mañana para abrirnos la puerta.
Darraugh telefoneó desde Nueva York, sólo para decirme que había hablado tanto con su madre como con su asistente, Caroline, y que tenía plena confianza en mis aptitudes, pero que pensaba que por el momento ya habíamos dedicado suficiente atención a los problemas de su madre.
Mi servicio de contestador tiene un ingenioso programita que identifica el número de teléfono de las llamadas que se reciben, y en el correo electrónico que me envía, me incluye la relación de esos números. Darraugh se alojaba en el Yale Club de Nueva York, donde lo buscaron hasta dar con él en el bar.
– ¿Qué pasa? ¿No has recibido mi mensaje? -preguntó.
– Sí, hace dos minutos, y mañana por la mañana tendrás mi informe. Pero hay dos cosas: la primera es que la familia del muerto me ha contratado para que averigüe la causa de su muerte, de modo que continuaré mis investigaciones en New Solway.
– Preferiría que no lo…
– Te lo cuento por cortesía, Darraugh, porque eres uno de mis clientes más apreciados. Sabes que por lo general no revelo los asuntos de un cliente a otro cliente. -Hice una pausa para dejarle digerir eso antes de añadir-: La segunda es que he hablado con la nieta de Calvin Bayard esta tarde. Dice que el señor Bayard tiene una llave de Larchmont. ¿Es eso posible?
– ¿Posible? ¿Que si es posible que tenga una llave de la casa de mi familia? Más te vale no ir diciendo eso por ahí. -Su furia hizo que vibrara el auricular.
– Darraugh, tómatelo con calma. La chica me dijo que él tenía una llave.
– Se equivoca. Miente por cualquiera de las razones por las que mienten los chicos. -Su voz pasó de la furia a la mera frialdad.
– Ya veo. -Me apreté el puente de la nariz, deseando poder ver-. Intenté hablar con el señor Bayard, pero me negaron la posibilidad de manera categórica. ¿Tienes idea de por qué?
– Por ninguna oscura razón. Está mal de salud; Renee lo protege con su habitual empeño. Envíame la cuenta por las horas de trabajo que has invertido en la queja de mi madre. Espero que te acuerdes, mientras averiguas quién es el asesino de ese hombre, que llevo muchos años pagándote las facturas. Espero que tengas eso en cuenta si por cualquier razón resulta que tus investigaciones te llevan a New Solway. Debes comprender que podrías caer en arenas movedizas de las que tal vez no pueda sacarte nadie.
Colgó antes de que yo pudiera decir nada. Hacía quince años que conocía a Darraugh Graham, pero nunca le había oído amenazarme.
LAGUNAS EN LAS NOTICIAS
Mucha gente veía a Olin Taverner como el mayor enemigo de su marido, Renee. ¿Podría decirnos por qué Calvin Bayard seguía viéndose con Olin Taverner? -Dennis Logan inclinó la cabeza hacia Renee Bayard, mirándola tan abiertamente que ella se hundió aún más en el sillón del estudio.
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