Le expliqué por qué estaba vacío. Le conté que una joven pareja vivía en ese piso cuando compré el edificio. Y que como no eran capaces de acostumbrarse a oír el violín a altas horas de la noche, pronto se marcharon.
Inclinó la cabeza y me preguntó: «A propósito, ¿cuántos años tiene? ¿Siempre habla de ese modo? Cuando me estaba mostrando las cometas, hablaba con normalidad. ¿Qué ha pasado? ¿Tiene algo que ver con el hecho de ser inglés o algo así? Tan pronto como pone un pie fuera de casa, empieza a hablar como Henry James».
«Él no era inglés», le repliqué.
«Bien, lo siento. -Empezó a abrocharse la correa del casco, pero parecía un poco contrariada porque tenía problemas para hacerlo-. Aprobé los exámenes del instituto porque me leía las Cliff Notes [2] , colega, y, por lo tanto, no distingo a Henry James de Sid Vicious. De hecho, ni siquiera sé por qué lo he mencionado a él. Y si nos ponemos así, tampoco sé por qué me ha venido Sid Vicious a la memoria.»
«¿Quién es Sid Vicious?», le pregunté con solemnidad. Se me quedó mirando fijamente y exclamó: «¡Venga, hombre! Seguro que estás bromeando».
«Sí», le respondí.
Después se rió. Bien, más que una risa parecía un grito. Me asió del brazo y empezó «Mira que…» con un grado tan excesivo de familiaridad que me sentí estupefacto y encantado a la vez. Me ofrecí a enseñarle el piso de la planta baja.
«¿Por qué?», me pregunta.
Porque me había preguntado sobre el piso y yo quería mostrárselo, y supongo que quería disfrutar de su compañía durante un rato. ¡Era tan poco inglesa!
«No le he preguntado por qué le enseñó el piso, Gideon -me replica-. Lo que quiero saber es por qué me está contando cosas de Libby.»
Porque ha estado aquí. Acaba de irse.
«Ella es importante para usted, ¿verdad?»
No lo sé.
3 de septiembre
«Libertad -me dice-. Dios, ¿no te parece horroroso? Mis padres fueron hippies antes de convertirse en unos yuppies, lo cual sucedió antes de que mi padre ganara mil millones de dólares en Silicon Valley. Sabes lo que es Silicon Valley, ¿verdad?»
Nos dirigimos hacia la cima de Primrose Hill. Llevo una de mis cometas. Libby me ha convencido para que la hagamos volar al caer la tarde (en algún momento del año pasado). Debería estar ensayando, ya que debo hacer una grabación de Paganini -se trata del Concierto Número dos para Violín-con la Filarmónica antes de tres semanas, y el Allegro maestoso me ha causado más de un problema. Libby acaba de llegar a casa después de tener una discusión con el desagradable Rock acerca de un dinero que le había retenido de nuevo, y me contó lo que él le había respondido al pedírselo. El gilipollas le había dicho: «¡Vete a freír espárragos y déjame en paz!». Pensé que sí, que tenía razón y que debería salir a que me diera el aire .Además, Gideon, trabajas demasiado.
Llevo ensayando más de seis horas, dos sesiones de tres horas con un pequeño descanso de una hora al mediodía que he aprovechado para ir paseando hasta Regent's Park; por lo tanto, estoy de acuerdo con el plan. Le dejo escoger cometa y elige una de varias capas que requiere una velocidad precisa de viento para mostrar todo lo que puede hacer.
Nos ponemos en camino. Seguimos la curva de Chalcot Crescent -Libby, que según parece prefiere el Londres decadente al Londres modernizado, vuelve a criticar con dureza a los burgueses-, cruzamos Regent's Park Road y llegamos al parque; desde allí, empezamos a subir la colina.
«Demasiado viento -le digo, y lo hago a gritos porque las ráfagas de viento golpean la cometa y el nailon me da en la cara-. Esta cometa necesita condiciones perfectas. Dudo que ni siquiera consigamos alzarla.»
Ése resulta ser el caso, para decepción de Libby, ya que tiene ganas de maldecir a Rock. El canalla amenaza con decirle al responsable, quienquiera que sea -va moviendo la mano en dirección a Westminster, por lo cual me figuro que debe de estar hablando del gobierno-, que nunca estuvieron casados de verdad. Físicamente casados, quiere decir, ya que no lo hicieron. Y que todo es una mierda que no me puedo llegar a imaginar.
«¿Qué sucedería si él le contara al gobierno que nunca estuvisteis casados?»
«Pero sí que lo estábamos. De hecho, aún lo estamos. ¡Ostras! ¡Me saca de quicio!»
Parece ser que tiene miedo de que su situación legal se vea afectada si su marido se sale con la suya. Y como se ha trasladado de un piso indudablemente insalubre -así es como me lo imagino- a la planta baja de un edificio de Chalcot Square, él tiene miedo de perderla para siempre, lo cual no parece desear a pesar de sus constantes aventuras amorosas. Por lo tanto, acababan de tener otra discusión, que él había finalizado mandándola a freír espárragos.
Como no puedo complacerla con lo de la cometa, decido invitarla a tomar un café. Entonces me dice de qué nombre es diminutivo Libby: Libertad.
«Hippies -vuelve a decir de sus padres-. Querían que sus hijos tuvieran nombres diferentes -lo dice haciendo ver que da una calada a un porro imaginario de marihuana-, y el de mi hermana todavía es peor: Igualdad, ¿te lo puedes creer? La llaman Igu. Si hubieran tenido otra hija, la habrían llamado…»
«Fraternidad», respondo.
«¡Veo que lo has entendido! -me contesta-. Pero debería estar muy contenta de que escogieran nombres abstractos. ¡Ostras! Podría ser mucho peor. Podría llamarme Árbol.»
Me reí y añadí: «O quizás un tipo de árbol: pino, roble o sauce».
«Sauce Neale. El nombre perfecto para pasar inadvertida.» Manosea los sobres de azúcar hasta que encuentra uno de sacarina. Me entero de que siempre está a dieta y de que su intento de tener un cuerpo perfecto ha sido «el único contratiempo que ha sufrido en su tranquila existencia». Tira la sacarina en su café con leche descremada. «¿Qué me dices de ti, Gid?»
«¿De mí?»
«De tus padres, ¿cómo son? Estoy convencida de que no eran hippies.»
Como puede ver, aún no conoce a mi padre, a pesar de que él la vio desde la sala de música a finales de una tarde en la que ella regresaba del trabajo y aparcaba su Suzuki en el lugar habitual: en la acera, junto a las escaleras que conducen al piso de la planta baja. Había hecho rugir el motor dos o tres veces, tal y como acostumbraba, y había armado tal jaleo que había llamado la atención de mi padre. Mi padre se acercó a la ventana, la vio y exclamó: «¡Santo Cielo! Hay un motorista infernal que está encadenando su motocicleta a la verja de entrada, Gideon. Ven a ver». Dicho esto, abrió la ventana.
«Es Libby Neale. No pasa nada, papá. Vive aquí.»
Se dio la vuelta poco a poco de la ventana y exclamó: «¿Qué? ¿Eso es una mujer? ¿ Vive aquí?».
«En el piso de la planta baja. Decidí alquilarlo. ¿No te lo había dicho?»
No se lo había contado. No obstante, no le había dicho nada de Libby ni del piso por ningún motivo en concreto; sencillamente, era un tema que no había aparecido en la conversación. Papá y yo hablamos a diario, pero nuestras conversaciones siempre giran en torno a nuestras preocupaciones profesionales: futuros conciertos, alguna gira que debe de estar organizando, sesiones de grabación que no han salido bien, entrevistas o apariciones en público. Lo prueba el hecho de que no supe nada de su relación con Jill hasta que llegó un punto en que no hablar de ella era más extraño que hacerlo. Después de todo, la repentina aparición de una mujer en un estado avanzado de embarazo en la vida de uno requiere algún tipo de explicación. Pero por otra parte, nunca hemos tenido una estrecha relación paternofilial. Desde mi infancia, ambos hemos estado absortos en mi carrera musical, y esa concentración por ambas partes ha excluido la posibilidad -o tal vez obviado la necesidad-de tener esa clase de intimidad que parece ser tan importante entre la gente de hoy en día.
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