Sara Paretsky - Sin previo Aviso

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Para la detective privada V. I. Warshawski, «Vic», esta nueva aventura comienza durante una conferencia en Chicago, donde manifestantes furiosos están reclamando la devolución de los bienes que les arrebataron en tiempos de la Alemania nazi. De repente, un hombre perturbado se levanta para narrar la historia de su infancia, desgarrada por el Holocausto… Un relato que tendrá consecuencias devastadoras para Lotty Herschel, la íntima amiga y mentora de V. I. Lotty tenía tan sólo nueve años cuando emigró de Austria a Inglaterra, junto con un grupo de niños rescatados del terror nazi, justo antes de que la guerra comenzara.
Ahora, inesperadamente, alguien del ayer ha regresado. Con la ayuda de las terapias de regresión psicológica a las que se está sometiendo, Paul Radbuka ha desenterrado su verdadera identidad. Pero ¿es realmente quien dice ser? ¿O es un impostor que ha usurpado una historia ajena? Y si es así, ¿por qué Lotty está tan aterrorizada? Desesperada por ayudar a su amiga, Vic indaga en el pasado de Radbuka. Y a medida que la oscuridad se cierne sobre Lotty, V. I. lucha para decidir en quién confiar cuando los recuerdos de una guerra distorsionan la memoria, mientras se acerca poco a poco a un sobrecogedor descubrimiento de la verdad.

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Se me puso la piel de gallina. Casi no me atrevía a mirar aquella página. Tenía que enfrentarme a ella como si fuera un enigma, una adivinanza, como cuando, estando en la oficina del defensor de oficio, tuve que defender a un hombre que había desollado a su propia hija. El día del juicio, Dios santo, conseguí salir adelante gracias a que fui capaz de disociar mis sentimientos de mi razonamiento.

¿Significaba aquello que habían muerto en 1943 o en 1941? Con 72 o con 45, ¿qué?

Todas las anotaciones tenían el mismo formato: un año, un signo de interrogación y un número. La única diferencia era que algunas tenían una cruz seguida de un signo de «visto» y otras solamente una cruz.

Abrí el segundo libro Contenía una información similar a la del fragmento que - фото 5

Abrí el segundo libro. Contenía una información similar a la del fragmento que había encontrado en la oficina de Fepple, columnas con fechas, escritas al estilo europeo, la mayor parte con el signo de «visto», y algunas con un espacio en blanco. ¿Qué hacía Howard Fepple con un trozo del viejo y costoso papel suizo de Ulrich Hoffman?

Me dejé caer sentada en la banqueta del piano. Ulrich Hoffman. Rick Hoffman. ¿Era aquel Hoffman el padre de Paul Radbuka? ¿Aquel Hoffman, antiguo agente de la Agencia Midway con su Mercedes y con los libros que siempre llevaba consigo para anotar quién le pagaba? ¿El Hoffman cuyo hijo había recibido una enseñanza carísima pero que nunca había llegado a nada? Pero ¿es que también había vendido seguros en Alemania? El dueño de aquellos libros era un inmigrante.

Busqué dentro del maletín el número de teléfono de Rhonda Fepple. Sonó seis veces antes de que saltara el contestador automático con la inquietante voz de Howard diciendo que dejara un mensaje. Le recordé a Rhonda que era la detective que había estado en su casa el lunes y le pedí que me llamara lo antes posible, dejé el número de mi móvil y volví a mirar aquellos libros. Si Rick Hoffman y Ulrich eran la misma persona, ¿qué tenían que ver aquellos libros con los seguros? Intenté casar las entradas con lo poco que sabía sobre pólizas de seguros, pero nada tenía sentido para mí. La primera página del primer libro estaba llena de nombres que formaban una lista muy larga, junto con otros datos que no podía descifrar.

Aquella lista continuaba a lo largo de páginas y más páginas Sacudí la cabeza - фото 6

Aquella lista continuaba a lo largo de páginas y más páginas. Sacudí la cabeza. Entrecerré los ojos por lo difícil que se me hacía aquella caligrafía llena de florituras y traté de interpretar lo que decía. ¿Qué era, entre todo aquello, lo que habría hecho pensar a Paul que Ulrich estaba en los Einsatzgruppen? ¿Qué había allí sobre el apellido Radbuka que le hubiera persuadido de que era su nombre auténtico? «Los papeles estaban en clave», me había gritado el día anterior, en las inmediaciones del hospital y que, si yo confiara en Rhea, lo entendería. ¿Qué habría visto ella cuando Paul le enseñó aquellas páginas?

Y, para terminar, ¿quién era la tal Use Bullfin que le había disparado? ¿Sería producto de su imaginación? ¿Habría sido un desvalijador de viviendas común y corriente al que Paul había tomado por un miembro de las SS? ¿O se trataría de alguien que quería aquellos libros? ¿Había algo más en la casa? ¿Algo que él, o ella, hubiera encontrado entre todos aquellos papeles y se hubiera llevado?

Ni siquiera me sirvió de ayuda sentarme a la mesa del comedor y poner por escrito aquellas preguntas en un bloc, aunque me permitió estudiar todo aquel material con mayor sosiego. Al final, dejé los cuadernos a un lado para ver si en el archivador había alguna cosa más. Un sobre contenía los documentos de inmigración y nacionalización de Ulrich, empezando por el permiso para desembarcar, fechado el 17 de junio de 1947, en Baltimore, con su hijo Paul Hoffman, nacido el 29 de marzo de 1941 en Viena. Paul había tachado aquello con una cruz y, al margen, había puesto Paul Radbuka, al que raptó en Inglaterra. En los documentos también constaba el nombre del barco holandés en el que habían llegado, un certificado de que Ulrich no era nazi, los permisos de residencia, con sus renovaciones a intervalos regulares, y los papeles de la obtención de la ciudadanía, otorgada en 1971. En ellos Paul había garabateado Criminal de guerra nazi: revocar y deportar por crímenes contra la humanidad. Por la televisión Paul había dicho que Ulrich quería un niño judío para conseguir entrar en los Estados Unidos, sin embargo allí, en los documentos, no había ninguna referencia a la religión de Paul ni a la de Ulrich.

Mi cerebro trabajaría mejor si descansase un poco. El día se me había hecho muy largo después del trance de encontrarme a Paul herido y descubrir su desconcertante refugio. Pensé de nuevo en él como cuando era un niño, encerrado y aterrorizado dentro de aquel vestidor, y en su forma de venganza, tan débil como si todavía siguiese siendo un niño.

Capítulo 40

Confesión

Dormí profundamente pero atormentada por pesadillas en las que estaba encerrada en un pequeño vestidor, rodeada de rostros con esvásticas que me miraban de un modo lascivo y con Paul bailando enloquecido al otro lado de la puerta como el Rumpelstilskin del cuento y gritando «Nunca adivinarás mi nombre». Fue un verdadero alivio que mi servicio de contestador me devolviese a la realidad, a las cinco, para decirme que me había llamado una señora de nombre Amy Blount y que había dicho que había quedado conmigo para ayudarme a mirar un documento y que, si me iba bien, podía pasarse por mi oficina en una media hora.

En realidad, lo que yo quería era ir a casa de Max pero, por otro lado, Mary Louise me habría dejado en la oficina un informe de las entrevistas que había mantenido con los amigos y vecinos de Isaiah Sommers. Pensándolo bien, los libros de Ulrich Hoffman podrían tener algún significado para Amy Blount, pues era historiadora y entendía de documentos raros.

Metí a Ninshubur en la secadora y llamé a la señorita Blount para decirle que iba de camino a mi oficina. Al llegar, hice fotocopias de algunas páginas de los libros de Ulrich, incluyendo también la que tenía las notas al margen hechas por Paul.

Mientras esperaba la llegada de la señorita Blount, me puse a leer el informe, perfectamente mecanografiado, de Mary Louise. En el South Side no había conseguido nada. Ninguno de los amigos o compañeros de trabajo de Isaiah Sommers podía pensar en nadie que tuviera nada contra él como para denunciarlo a la policía.

Su mujer tiene mal carácter pero, en el fondo, está de su lado. No creo que fuese ella quien dio el soplo. Terry Finchley me ha dicho que, de momento, la policía tiene dos teorías encontradas:

1. Que lo hiciera Connie Ingram porque Fepple intentó propasarse. Esa teoría no les gusta porque creen que dice la verdad cuando mantiene que nunca fue a la oficina y les gusta porque la única coartada que tiene es su madre, que se pasa la mayor parte de las noches frente a la tele. Y no pueden pasar por alto el hecho, corroborado por el equipo de investigación forense, de que Fepple (o bien otra persona) escribiera esa cita erótica en el ordenador el jueves, cuando todo el mundo está de acuerdo en que aún estaba vivo.

2. Que lo hiciera Isaiah Sommers porque pensaba que había estafado a su familia diez mil dólares, que les eran muy necesarios. Esta les gusta más, porque pueden situar a Sommers en la escena del crimen. Pero no pueden probar que tenga o haya tenido una SIG del calibre 22, y tampoco pueden encontrar el arma. Terry dice que, si pudieran descartar totalmente a Connie como sospechosa, se arriesgarían a llevarlo ante los tribunales y también dice que, sabiendo que Freeman Cárter y tú estáis trabajando para Sommers, tienen que tener unas pruebas irrefutables. Saben que el señor Cárter los destrozaría ante el tribunal, ya que la SIG pudo estar tanto en las manos de Sommers como en las de cualquier otro.

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