– Que nos equivocamos con Sommers y con Fepple -dijo Ralph fríamente-. Preston Janoff ha estado hablando con el director de relaciones con los agentes porque quería saber por qué seguíamos trabajando con un tipo que vendía una póliza nuestra al mes y eso cuando le iba bien. Y ha sido Janoff quien ha acordado pagarle el dinero a la familia Sommers y mañana les mandaremos un cheque. Pero esto es algo totalmente excepcional, como te he dicho. Aparte de eso, Vic, los invitados de los Rossy saben que eres detective, les vuelven locos las historias de los crímenes en Estados Unidos, es normal que te hagan millones de preguntas. Además, dime una cosa: ¿qué motivos podría tener Bertrand Rossy para relacionarse con un fracasado como Fepple, del que ni siquiera había oído hablar la semana pasada?
Tenía razón. Ahí estaba el quid de la cuestión. No se me ocurría ningún motivo.
– Ralph, la otra noche me enteré de que el dinero de Edelweiss viene de la familia de Fillida, que Bertrand se casó con la hija del jefe.
– Eso no es nada nuevo. Fue la familia de la madre de Fillida la que fundó la compañía en la década de 1890. Su abuelo materno era suizo y siguen conservando la mayoría de las acciones.
– Es una mujer curiosa. Muy elegante, con una forma de hablar muy suave, pero no cabe duda de que es la que lleva las riendas en todo lo que se dice y hace en esa casa. Supongo que también vigila muy de cerca lo que pasa en la calle Adams.
– Rossy es un tipo con una gran capacidad. Que haya dado un braguetazo no quiere decir que no haga bien su trabajo. De todos modos, no tengo tiempo de andar cotilleando sobre la esposa de mi director general. Tengo mucho trabajo.
– ¡Vete a paseo! -dije, pero ya había colgado.
Volví a marcar el número de Ajax y pedí que me pusieran con el despacho de Rossy. Su secretaria, la distante y bien peinada Suzanne, me dijo que esperase un momento. Rossy se puso al teléfono con una premura sorprendente.
Cuando le agradecí por la cena de la noche anterior, me dijo:
– Mi esposa disfrutó muchísimo con usted anoche. Dice que tiene usted mucha chispa y que es muy original.
– Lo añadiré a mi curriculum -dije cortésmente, lo cual le hizo soltar una de sus sonoras carcajadas-. Debe de estar contento de que Joseph Posner haya dejado de dar la lata frente al edificio de Ajax.
– Por supuesto. Un día tranquilo siempre es bien recibido en una gran compañía -contestó.
– Tiene razón. Puede que no le sorprenda saber que se llevó a sus manifestantes al hospital Beth Israel. Me contó no sé qué galimatías que usted le propuso. Dijo que usted iba a ordenar una auditoría interna de las pólizas de Edelweiss y de Ajax si dejaba tranquila a su empresa y se iban con la música frente al Beth Israel.
– Disculpe, pero no entiendo qué quiere decir «galimatías».
– Algo farragoso, una sarta de disparates. ¿Qué tiene que ver el hospital con los bienes perdidos de las víctimas del Holocausto?
– Eso yo no lo sé, señora Warshawski, o Vic, supongo que puedo llamarla Vic, después de la amistosa velada de anoche. Si quiere saber algo sobre el hospital y los bienes del Holocausto tendrá que hablar con Max Loewenthal. ¿Eso es todo? ¿Ha descubierto algo más, alguna información inusual sobre ese trozo de papel tan curioso que encontró en la oficina del señor Fepple?
Me enderecé en la silla: no podía permitirme ni una sola distracción.
– El papel está en un laboratorio. Pero me han dicho que se fabricaba en Basilea alrededor de los años treinta. ¿Eso le dice algo?
– Mi madre nació en 1931, señora Warshawski, así que un papel de esa época no me dice mucho. Y a usted, ¿le dice algo?
– Todavía no, señor Rossy, pero tendré en cuenta que está usted muy interesado en el tema. Por cierto, por la calle corre un rumor: que el concejal Durham no comenzó su campaña a favor de las indemnizaciones a los descendientes de los esclavos hasta después de que Ajax no empezase a preocuparse por la presión que iba a sufrir bajo la Ley sobre la Recuperación de los Bienes de las Víctimas del Holocausto. ¿Ha oído algo de eso?
Otra carcajada volvió a retumbar en la línea telefónica.
– Lo malo de ocupar un alto cargo directivo es que uno se encuentra muy aislado. A mí no me llegan los rumores, lo cual es una pena porque, después de todo, es lo que hace girar la rueda del molino, ¿o no? Y ése es un rumor muy interesante, desde luego, aunque también me resulta nuevo.
– Me pregunto si también le resultará nuevo a la señora Rossy.
Esta vez hizo una breve pausa antes de continuar.
– Dejará de serlo en cuanto se lo cuente. Como bien dijo usted anoche, ningún asunto de Ajax escapa a su interés. Y también le diré que usted nos ha enseñado otra palabra que no sabíamos: galimatías. Bueno, que he salido de una reunión para este galimatías. Adiós.
¿Qué había conseguido con aquella llamada? Casi nada, pero lo dicté de inmediato y lo dejé grabado en mi procesador de textos para poder estudiarlo cuando no me sintiese tan abrumada. Todavía tenía que hacer un montón de otras llamadas.
Primero volví a revisar todas las notas de Mary Louise, antes de llamar a mi abogado. Freeman me dijo, deprisa y corriendo, como siempre, que él personalmente estaba convencido de la inocencia de Isaiah Sommers pero que aquella llamada anónima denunciándolo y las huellas digitales no nos favorecían.
– Entonces supongo que necesitamos encontrar al verdadero asesino -dije con tenaz entusiasmo.
– No creo que ese tipo pueda permitirse pagar tus honorarios, Vic.
– Tampoco puede pagarte los tuyos, Freeman, pero, aun así, te pido que lleves el caso.
– ¿Así que también tengo que añadir esto a tu deuda pendiente? -dijo Freeman, riéndose entre dientes.
– Todos los meses te mando un montón de monedas -dije a modo de protesta.
– Eso es verdad. Aunque también es verdad que tu deuda ya iba por los trece mil antes de los honorarios de Sommers. Pero ¿me podrás traer alguna prueba? Fantástico. Sabía que podíamos contar contigo. Mientras tanto no dejo de repetirle al fiscal que Fepple tuvo una cita el viernes por la noche con una persona llamada Connie Ingram y que hizo todo lo posible para que tú no la vieras. Tengo mucha prisa, Vic, hablamos mañana.
El saldo que tenía pendiente con Freeman era uno de mis grandes dolores de cabeza. Se me había ido de las manos el año anterior cuando tuve problemas legales importantes pero, incluso antes de eso, siempre había rondado cantidades de cuatro cifras. Yo le había estado pagando mil dólares al mes, pero parecía que todos los meses surgían nuevas razones para acudir a él.
Llamé a Isaiah Sommers. Cuando le dije que alguien había llamado a la policía y le había denunciado, se quedó estupefacto.
– ¿Quién puede haber hecho una cosa así, señora Warshawski?
– ¿Cómo sabes que no lo ha hecho ella misma? -dijo Margaret Sommers entre dientes, hablando desde un teléfono supletorio.
– El que le dio el soplo a la policía por teléfono era un hombre que, por cierto, señora Sommers, en la grabación parece ser afroamericano. Mis contactos dentro del Departamento dicen que están bastante seguros de que la llamada fue realmente anónima. Yo seguiré investigando, pero sería de gran ayuda si pudiera decirme si conoce a alguien que le odie tanto como para querer mandarle a la cárcel por un asesinato que no ha cometido.
– No siga investigando -farfulló-. No puedo pagarle.
– No se preocupe por eso. La investigación ha alcanzado tal calibre que otro pagará la cuenta -le dije. No tenía por qué saber que ese otro iba a ser yo-. Por cierto, ya sé que no es un gran consuelo cuando uno está acusado de asesinato, pero Ajax le va a pagar a su tía todo el dinero de la póliza.
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