Llamé a Christie Weddington, de mi servicio de contestador.
– Vic, Mary Louise ha estado intentando localizarte, además de un montón de gente. Amy Blount volvió a llamar y también una tal Margaret Sommers.
Margaret Sommers. La esposa de mi cliente, la que creía que yo iba a estafar o a destruir a su marido. Anoté los datos de las llamadas y le dije a Christie que me pasara las que fuesen urgentes al teléfono móvil. Me llevé el inalámbrico a la cocina para prepararme el desayuno mientras hablaba con Margaret Sommers. Llamé a su oficina, donde me dijeron que se había marchado a casa por un problema familiar. Fui al salón a mirar el número de su casa en mi agenda electrónica.
Contestó nada más sonar el teléfono, gritándome:
– ¿Qué le ha dicho a la policía de Isaiah?
– Nada -aquel ataque inesperado me tomó por sorpresa-. ¿Qué le ha pasado?
– Está mintiendo, ¿verdad? Esta mañana han ido a buscarlo al trabajo y se lo han llevado detenido, delante de sus compañeros. Dijeron que tenían que hablar con él de Howard Fepple. Dígame, ¿quién iba a mandarle la policía a mi marido, aparte de usted?
¿Por qué no me habría quedado en la cama?
– Señora Sommers, yo no he hablado con la policía de su marido. Y no tengo ni idea de lo que ha pasado esta mañana. Si quiere que hablemos de ello, empiece por el principio, sin lanzarme acusaciones infundadas. ¿Lo han detenido? ¿O sólo se lo han llevado a una comisaría para interrogarlo?
Estaba furiosa y muy alterada, pero hizo un esfuerzo y se tragó sus insultos. Isaiah la había llamado desde el trabajo para decirle que se habían presentado unos policías y que lo iban a arrestar por el asesinato de Fepple. No sabía el número de la comisaría, pero era la que quedaba en la Veintinueve y Prairie. Ella ya había estado allí y no la habían dejado ver a Isaiah.
– ¿Ha hablado con alguno de los detectives que le está interrogando? ¿Sabe cómo se llaman?
Eran dos y ella se había quedado con sus nombres a pesar de que se habían portado como si fuesen los amos del universo y no tuviesen por qué darle ninguna explicación.
Ninguno de los dos nombres me sonaba.
– Pero ¿no le dijeron nada? ¿Por qué habían detenido a su marido, por ejemplo?
– Ay, se comportaron de una forma muy grosera. Los hubiera matado y me habría quedado tan a gusto. Me trataban como si estuviesen de cachondeo. «¿Qué pasa? ¿Tienes ganas de quedarte por aquí y chillarnos un poco, cariño? Podríamos encerrarte en la celda de al lado y oír cómo os inventáis unas cuantas mentiras entre los dos.» Eso fue exactamente lo que me dijeron.
Pude imaginarme la escena a la perfección, así como la impotencia y la furia que habría sentido Margaret Sommers.
– Pero… lo tienen que haber detenido por algún motivo. ¿Pudo averiguarlo?
– Ya se lo he dicho. Porque usted habló con ellos.
– Sé que todo esto tiene que haberla afectado mucho -le dije amablemente-. Y entiendo que esté furiosa. Pero intente pensar en algún otro motivo porque, de verdad, señora Sommers, yo no le he dicho nada a la policía de su marido. Sobre todo, porque no tenía nada que decirles.
– ¿Qué? ¿Me va a decir que no les dijo que estuvo el sábado en la oficina de Fepple?
Sentí un escalofrío.
– ¿Estuvo allí? ¿Fue a la oficina de Fepple? ¿Y por qué? ¿Y cuándo?
Fuimos para atrás y para adelante hasta que, por fin, pareció aceptar que yo no sabía nada de todo aquello. Ella había convencido a Isaiah de que fuese a ver a Fepple en persona, según acabé enterándome. Eso era lo que había pasado, pero Margaret intentaba hacerme creer que había sido por culpa mía: ellos no confiaban en mí porque yo no estaba haciendo nada, lo único que hacía era tratar de quedar bien con los de la compañía de seguros. Margaret había hablado con el concejal y éste le había sugerido que hablasen con Fepple. Así que, como Isaiah no quería llamarle para pedir una cita, lo hizo ella desde su oficina el viernes por la tarde.
– ¿El concejal? -le pregunté-. Déjeme adivinar a qué concejal se refiere…
– Al concejal Durham, por supuesto. Como el primo de Isaiah forma parte del movimiento OJO, siempre ha sido muy amable con nosotros. Pero Fepple dijo que no podíamos ir el viernes porque tenía toda la tarde ocupada. Intentó que fuésemos más adelante, pero yo le dije que nosotros trabajábamos todos los días de la semana, que no éramos profesores universitarios para poder andar entrando y saliendo libremente de nuestros trabajos. Se comportó como si yo estuviera pidiéndole que me diese un millón de dólares pero, al final, dijo que si yo iba a armar tanto escándalo por una cosa así e iba a llamar al concejal, como amenacé que iba a hacer, que fuésemos a verle el sábado por la mañana. Así que mi marido y yo fuimos juntos en el coche. Ya estoy cansada de que todo el mundo le tome el pelo a Isaiah. Cuando llamamos a la puerta, no contestó nadie y me puse furiosa, porque pensé que nos había dado plantón. Pero cuando abrimos, lo vimos allí, muerto. No lo vimos inmediatamente, porque la oficina estaba a oscuras. Pero no tardamos mucho en darnos cuenta.
– Espere un momento -le dije-. Cuando hemos empezado a hablar, me ha acusado usted de haber mandado a la policía a por su marido. ¿Qué le hace creer eso?
No pensaba decírmelo, pero al final me soltó que la policía había recibido una llamada telefónica.
– Dijeron que había sido un hombre, un negro, pero estoy segura de que eso lo dicen para ponerme nerviosa. No conozco a ningún hermano que pueda acusar a mi marido de asesinato.
Podía ser que los detectives la hubieran tomado con ella y con Isaiah, pero también podía ser que hubiera sido un hermano el que había dado el soplo por teléfono. Lo dejé pasar: en el estado en que se encontraba, Margaret Sommers necesitaba echarle la culpa a alguien. Y ese alguien bien podía ser yo.
Volví a preguntarle sobre su visita a la oficina de Fepple el sábado.
– Cuando estuvieron en la oficina de Fepple, ¿buscaron el expediente del tío del señor Sommers? ¿Se llevaron algún papel?
– ¡Oh, no! ¿Después de entrar y verle allí tirado? Con la cabeza… ¡Ay! ¡Si no me atrevo siquiera a decirlo! Nos fuimos lo más rápido posible.
Pero habían tocado lo suficiente. Mi cliente debía de haber dejado huellas dactilares en algún lugar de la oficina. Y, gracias a mí, la policía había dejado de considerar la muerte de Fepple como un suicidio. Así que Margaret Sommers tampoco andaba tan desencaminada: yo había provocado la detención de su marido.
Confusión
Nada más colgar, me puse a aporrear algunos acordes agudos al piano. Lotty suele criticarme por lo que denomina mi búsqueda despiadada de la verdad, y dice que en el camino paso por encima de las personas sin detenerme a pensar en sus deseos ni en sus necesidades. Si hubiese sabido que por ser un lince en el caso de la muerte de Fepple iba a conducir a Sommers a la cárcel… Pero era inútil reprocharme por haber ayudado a que la policía llevara a cabo una investigación con todas las de la ley. Eso ya estaba hecho, ahora tenía que ocuparme de las consecuencias.
Pero ¿y si hubiese sido Isaiah Sommers el que había matado a Fepple? El lunes me había dicho que tenía una Browning sin licencia, lo cual no impedía que también tuviese una SIG sin licencia. Aunque es una pistola cara y no es el tipo de arma que alguien se compra para tener en casa.
Toqué dos teclas juntas del piano con tal fuerza que Peppy se alejó de mí. ¿Y si después hubiese organizado todo para que la muerte de Fepple pareciese un suicidio? Demasiado complicado para mi cliente. Quizás lo hubiese organizado su mujer, ella sí que tenía un carácter fuerte. Me la podía imaginar poniéndose lo suficientemente furiosa como para matar a Fepple, a mí o a cualquiera que se le pusiera por delante.
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