– Acabo de dejarle en el aeropuerto. ¿Te ha comentado Agnes que puedo conseguiros un guardia de seguridad?
– Eso sería de gran ayuda. Si hubiese sabido que iba a abrir la cámara de los horrores al participar en esa conferencia de la Birnbaum y que iba a conseguir que Calia corriera estos riesgos…
– ¿Riesgos? -pregunté, interrumpiéndole-. ¿Es que Radbuka ha vuelto a aparecer? ¿La ha amenazado directamente?
– No, no es nada concreto. Pero no puedo entender esa obsesión suya de que es pariente mío… Ni por qué anda merodeando por aquí…
Volví a interrumpirle para preguntarle otra vez si Radbuka había vuelto a aparecer.
– No lo creo. Pero, claro, la casa está tan expuesta, con un parque público enfrente. ¿Crees que mi preocupación es exagerada? Tal vez sí, tal vez sí, pero es que ya no soy tan joven y para mí Calia es lo más importante. Así que, si puedes conseguir a alguien de confianza que venga a quedarse… y, por supuesto, yo me hago cargo de la factura.
Max me condujo hasta la cocina para que pudiera usar el teléfono. Agnes estaba allí sentada, tomando un café y observando preocupada a Calia, que alternaba cada cucharada de cereales con la cantinela de que quería ir al zoológico.
– No, cariño. Hoy nos vamos a quedar en casa y vamos a pintar -repetía Agnes una y otra vez.
Me llevé una taza de café y fui a telefonear. Tom Streeter me prometió que acercaría a su hermano Tim a casa de Max en menos de una hora.
– Con Tim estarás segura allí a donde vayas -le dije a Agnes.
– ¿Es el lobo malo? -preguntó Calia.
– No, es un oso de peluche bueno -le dije-. Ya verás, a mamá y a ti os va a encantar.
Max se sentó junto a Calia intentando disimular mejor que Agnes su preocupación. Cuando le pregunté qué me podía decir acerca de la familia Radbuka que había conocido en Londres, volvió a levantarse y me llevó lejos de la mesa. Mientras hablaba se volvía una y otra vez a mirar a Calia.
– Yo no los conocí. Lo único que sé es que Lotty siempre ha dicho que eran unos simples conocidos suyos y yo no le he dado más vueltas al asunto.
Calia se levantó de la mesa, diciendo que ya había terminado de desayunar, que estaba cansada de estar en casa y que iba a salir ya mismo.
– Cuando tu abuelo y yo acabemos de charlar, tú y yo iremos al parque con los perros -le dije-. Sólo tienes que esperar diez minutos más. La televisión -le dije a Agnes, para que me leyera los labios. Puso cara de disgusto pero llevó a Calia al piso de arriba, donde estaba instalada la niñera universal.
– ¿Crees que los Radbuka eran parientes o amigos íntimos de Lotty? -le pregunté a Max.
– Ya lo dije el domingo por la noche. Lotty siempre dejó claro que no pensaba discutir el tema de los Radbuka con nadie. Supongo que por eso me pasó la información que tenía sobre ellos por escrito, para evitar cualquier discusión. No sé quiénes eran.
Llevó los platos de Calia a la pila y volvió a sentarse a la mesa.
– Ayer estuve revisando los papeles que llevé en aquel viaje a Europa Central que hice después de la guerra. Tenía que buscar a tanta gente que ya no me acuerdo bien de nada. Lotty me había dado la dirección de sus abuelos en la Renngasse, que era donde vivía antes del Anschluss. Un lugar muy elegante que había sido ocupado en el 38 por una gente que se negó a hablar conmigo. Concentré gran parte de mi energía en Viena, en mi propia familia, y después quería ir a Budapest a buscar a la familia de Teresz. Claro que en esa época no estábamos casados. Éramos muy jóvenes todavía.
Su voz se fue apagando ante los recuerdos. Después de un minuto, sacudió la cabeza, sonriendo tristemente, y continuó:
– En fin, déjame que vaya a buscarte las notas que tengo sobre los Radbuka.
Mientras subía a su estudio, me serví un poco de fruta de la nevera y unos bollos. En un par de minutos estaba de vuelta con una gruesa carpeta. Se puso a pasar las páginas y se detuvo en una hoja de papel gris barato, metida en una funda de plástico transparente. Aunque la tinta estaba descolorida y se había vuelto marrón, no había duda de que aquélla era la letra inconfundible de Lotty, de trazo firme y puntiagudo.
Querido Max:
Admiro tu valor al emprender este viaje. Para mí Viena representa un mundo al que no soportaría regresar, ni aunque el Real Hospital de la Beneficencia me concediese licencia para hacerlo. Por eso, gracias por ir, porque yo también estoy tan desesperada como todos los demás por obtener una respuesta concluyente. Ya te he hablado de mis abuelos. Si, por algún milagro, hubiesen sobrevivido y hubiesen podido regresar a su casa, su dirección es: Renngasse, 7, tercer piso exterior.
También te quiero pedir que busques información sobre otra familia de Viena, apellidada Radbuka. Es para alguien que está en el hospital y que no puede recordar demasiados detalles. Por ejemplo, el hombre se llamaba Shlomo, pero esta persona no sabe el nombre de su esposa, ni tampoco si el matrimonio podría haberse registrado con algún apellido germanizado. Tienen un hijo que se llama Moishe y que nació alrededor de 1900, una hija llamada Rachel, otras dos hijas, de cuyos nombres no está segura -una podría ser Eva- y varios nietos de nuestra generación. Tampoco recuerda bien la dirección: vivían en la Leopoldsgasse, cerca del final de la Untere Augarten Strasse. Tienes que doblar justo en la UA hacia la Lgasse y después meterte por la segunda calle a la derecha. Por ahí se entra en un patio interior y es en el tercer piso interior. Ya sé que es una descripción desastrosa para manejarse en un lugar que hoy debe de ser un montón de escombros, pero no puedo proporcionarte nada mejor. Pero, por favor, te ruego que le des tanta importancia como la que le darás a la búsqueda de nuestras familias. Por favor, haz todo lo que sea posible por encontrar algún rastro de ellos.
Estaré de guardia esta noche y mañana por la noche así que no podré verte antes de que te marches.
En el resto de la carta Lotty daba los nombres de algunos tíos y tías y terminaba diciendo: Te adjunto con la carta una moneda de cinco coronas de oro, de antes de la guerra, para ayudarte a pagar el viaje.
Pestañeé un par de veces: las monedas de oro tenían un aire de romanticismo, exotismo y riqueza.
– Creía que Lotty era una estudiante pobre, que apenas podía pagarse las clases y el alojamiento.
– Lo era. Pero tenía un puñado de monedas de oro que su abuelo le había ayudado a sacar a escondidas de Viena. Darme una significaba que aquel invierno tendría que dormir con abrigo y calcetines en vez de poner la calefacción. Quizás aquello contribuyó a que se pusiera tan enferma al año siguiente.
Avergonzada, retomé la cuestión principal:
– O sea, ¿que no tienes ni idea de quién pudo haberle pedido ayuda a Lotty en Londres?
Negó con la cabeza.
– Podía haber sido cualquiera. O podía haber sido la propia Lotty quien buscaba a algún pariente. Me pregunté si no sería el apellido de algún primo suyo. A ella y a Hugo los mandaron a Inglaterra. Los Herschel habían sido gente bastante adinerada antes del Anschluss. Y todavía contaban con algunos recursos. Pero, en alguna ocasión, Lotty mencionó a unos primos muy pobres que se habían quedado allí. También pensé que podría tratarse de alguien que estuviese ilegalmente en Inglaterra, alguien a quien Lotty protegiese por alguna cuestión de honor. Aunque, cuidado: yo no tenía ningún dato concreto y eso era lo que me imaginaba… o tal vez se le ocurrió a Teresz. Ahora no me acuerdo. Claro que puede que Radbuka fuese un paciente o un colega del Real Hospital de la Beneficencia al que Lotty estuviese protegiendo por idéntica razón.
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