– Por ahora tendrás que arreglártelas sin ellos.
– Lotty, no puedo arreglármelas sin ellos. Tengo que descubrir lo que significan para las personas que no tienen por qué relacionarlos con los muertos. Alguien le ha disparado a Paul por esos cuadernos. Puede que también esa mujer malvada con gafas de sol matase a un agente de seguros llamado Howard Fepple por hacerse con ellos. El martes alguien entró en casa de su madre y estuvo revisándolo todo, probablemente buscándolos.
Amy Blount, pensé de pronto. También habían entrado a robar en su casa el martes. Sin duda eran demasiadas coincidencias como para pensar que no estaban relacionadas con los cuadernos de Hoffman. Ella había visto los archivos de Ajax. ¿Y si esa mujer malvada con gafas de sol hubiese pensado que los cuadernos de Ulrich Hoffman habían ido a parar a los archivos y que, tal vez, Amy Blount no había podido resistir la tentación de llevárselos? Lo cual quería decir que tenía que ser alguien que supiera que Amy Blount había estado en esos archivos. Todo apuntaba a alguien dentro de Ajax. Ralph. Rossy. Y Durham, jugando por la línea de banda.
– Además - añadí, ya en voz alta, mientras las puertas del ascensor se abrían en la planta baja-, si hay alguien que los considera tan importantes, estás arriesgando tu vida al aferrarte a ellos.
– Eso es problema mío, no tuyo, Victoria. Te los devolveré en uno o dos días. Antes tengo que buscar algo en ellos -giró en redondo y se alejó por un pasillo en el que un cartel señalaba la salida al aparcamiento de los médicos.
Don y Rhea salieron de otro ascensor. Don iba diciendo:
– Es que no te das cuenta, cariño, esto te expondría justamente al tipo de crítica que te hace la gente como Praeger: que eres tú quien induce a las personas a tener esos recuerdos.
– Paul sabía que había estado en Inglaterra después de la guerra -contestó ella-. Eso no es algo que yo haya pensado o que le haya inducido a pensar. Y esos recuerdos del pozo de cal viva, Don, si tú hubieses estado presente… Yo he oído contar muchos recuerdos a mis pacientes que me han helado la sangre, pero nunca me habían movido al llanto. Siempre mantuve un distanciamiento profesional. Pero ver cómo arrojan viva a tu madre a un agujero que le han obligado a llenar antes de cal viva a punta de pistola, oír esos gritos y después enterarte de que el hombre que fue responsable de la muerte de tu madre era quien tenía tanto poder sobre ti, quien te encerraba en un vestidor, quien te pegaba, quien te insultaba, era algo absolutamente demoledor.
– Eso lo entiendo -dije, metiéndome en su conversación privada-. Pero, curiosamente, hay tantos huecos en su relato… Aunque Ulrich hubiese sabido que aquel niño tan pequeño había escapado de morir en el pozo de cal viva, ¿cómo hizo para dar con su paradero a pesar de todas las vicisitudes de la guerra, primero en Terezin y luego en Inglaterra? Si Ulrich fue realmente un Einsatzgruppenführer, debió de haber contado con innumerables oportunidades de matar al chico durante la guerra. Pero los documentos de llegada de Ulrich dicen que desembarcaron en Baltimore, de un mercante holandés procedente de Amberes.
– Eso no significa que no saliera primero de Inglaterra -dijo Rhea-. En cuanto al otro argumento, un hombre con sentimiento de culpa podría llegar a hacer cualquier cosa. Ulrich está muerto. No podemos preguntarle por qué estaba tan obsesionado con ese niño. Pero sabemos que pensó que tener un hijo judío le ayudaría a superar los problemas de inmigración en Estados Unidos. Por lo tanto, si sabía dónde estaba Paul, era lógico que se lo llevara y se hiciese pasar por su padre.
– Ulrich tenía un certificado oficial de desnazificación -le rebatí-. Y los documentos de entrada en el país no hacen ninguna mención de que Paul fuese judío.
– Puede que Ulrich los destruyera en cuanto llegó y se sintió a salvo de ser procesado -dijo Rhea.
Suspiré.
– Tú tendrás respuestas para todo, pero Paul tiene un santuario erigido al Holocausto, lleno de libros y de artículos sobre las experiencias de los supervivientes. Está empapado de todo eso y puede estar confundiendo las historias de otras personas con su propio pasado. Después de todo, dice que sólo tenía doce meses cuando le enviaron a Terezin. ¿Se habría dado cuenta de lo que estaba viendo, si de verdad hubiese presenciado el asesinato de su madre y del resto del pueblo de la forma en que lo describe?
– Tú no sabes nada sobre psicología ni sobre los que han sobrevivido a la tortura -dijo Rhea-. ¿Por qué no hablas de lo que sabes, si es que entiendes de algo?
– Pues yo sí que entiendo lo que Vic intenta decir, Rhea -dijo Don-. Tenemos que hablar seriamente de tu libro. A no ser que en esos diarios de Ulrich aparezca escrito algo muy concreto, algo como: «Este niño que he traído conmigo no es hijo mío, es alguien que se apellida Radbuka». Bueno, tengo que estudiarlos con tranquilidad.
– Don, creía que estabas de mi lado -dijo Rhea con sus ojos miopes llenos de lágrimas.
– Y lo estoy, Rhea. Por eso no quiero que te expongas a las críticas, publicando un libro que tiene tantas lagunas que alguien como Arnold Praeger y esos tipos de la Memoria Inducida las detectarían enseguida. Vic, ya sé que tú proteges esos originales como si se tratase del panteón nacional pero ¿me dejarás verlos en algún momento? Podría ir a tu oficina y echarles una hojeada delante de ti.
Le hice una mueca.
– Lotty se los ha llevado, lo que no sólo me pone furiosa, si no que también me preocupa. Si a Paul lo disparó alguien que iba tras esos cuadernos, llevarlos encima es tan seguro como andar con plutonio puro a cuestas. Me ha prometido devolvérmelos este fin de semana. Yo fotocopia una docena de páginas y puedes verlas si quieres, pero… entiendo tu problema.
– ¡Pues qué bien! -dijo Don, ya fuera de quicio-. Para empezar, ¿se puede saber cómo llegó todo ese material a tus manos? ¿Y tú cómo sabes del santuario de Paul? Has estado en su casa, ¿verdad?
Asentí con la cabeza, a regañadientes. La situación ya había ido demasiado lejos como para que pudiese mantener en secreto mi presencia en la escena del crimen.
– Encontré a Paul inmediatamente después de que lo dispararan y llamé a una ambulancia. Habían registrado toda su casa, pero había un vestidor oculto tras las cortinas de la habitación dedicada al Holocausto. Al que lo atacó no se le ocurrió mirar allí. Era un lugar realmente espantoso.
Volví a describírselo: la pared llena de fotos, los reveladores comentarios que Paul había escrito saliendo de la boca de Ulrich.
– Esas cosas que dices que él se llevó de tu consulta, Rhea, estaban todas allí, colocadas alrededor de fotos tuyas.
– Me gustaría verlo -dijo Don-. Quizás haya alguna prueba crucial que haya escapado a tu atención.
– Si quieres vete a verlo y que te aproveche -le dije-. Una vez ya ha sido suficiente para mí.
– Ninguno de los dos tiene derecho a violar la intimidad de Paul y entrar en su casa -dijo Rhea fríamente-. Todos los pacientes idealizan de algún modo a sus psicólogos. Ulrich era un padre tan monstruoso que Paul me yuxtapone a él como si yo fuese la madre ideal que nunca tuvo. Y en cuanto al haber entrado en su casa, Vic, esta mañana me llamaste para pedirme su dirección. ¿Por qué lo hiciste si sabías dónde vivía? ¿Y quién te abrió la puerta si ya le habían disparado cuando llegaste? ¿Estás segura de que no fuiste tú la mujer que lo disparó, enfurecida porque él intentaba demostrar su parentesco con tus amigos?
– Yo no lo disparé a ese necio, a pesar de que ha sido un quebradero de cabeza -dije suavemente, pero echando chispas por los ojos-. Pero ahora cuento con manchas de su sangre en mi ropa y puedo mandarla para que le hagan la prueba del ADN. Eso servirá para demostrar, de una vez por todas, si está emparentado o no con Max, con Cari o con Lotty.
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