– Paul, soy la doctora Herschel -dijo Lotty, posando sus dedos sobre la muñeca de Paul para tomarle el pulso-. Conocí a la familia Radbuka hace muchos años en Viena y en Londres. Estudié medicina en Londres y trabajé durante un tiempo con Anna Freud, cuya obra admiras tanto.
Los ojos color avellana de Paul dejaron de mirar a Rhea para posarse en Lotty, mientras el color volvía a su rostro.
Fuese cual fuese el escándalo que Lotty había montado delante de Cari y de Max, en aquel momento parecía absolutamente tranquila.
– No quiero que te pongas nervioso para nada. Así que, si tu pulso empieza a acelerarse, dejaremos de hablar de inmediato. ¿Lo has comprendido?
– Debería dejar de hablar ahora mismo -dijo Rhea, sin lograr que la furia perturbase su tranquilidad vestal. Al ver que la atención de Paul se había desplazado hacia Lotty, Don tomó a Rhea de la mano para transmitirle su apoyo.
– No -susurró Paul-. Ella conoce a mi salvadora inglesa. Ella conoce a mi auténtica familia. Hará que mi primo Max se acuerde de mí. Se lo prometo, no me pondré nervioso.
– Tengo los cuadernos de Ulrich -dijo Lotty-. Te los guardaré en un lugar seguro hasta que puedas venir a buscarlos tú mismo. Pero quería preguntarte algo sobre ellos. En una de sus páginas escribiste al lado del nombre de S. Radbuka que Sofie Radbuka era tu madre. Me pregunto cómo es que lo sabes.
– Porque me acuerdo -dijo.
Me coloqué junto a Lotty y hablé manteniendo su mismo tono de voz.
– Cuando le llevaste los cuadernos de Ulrich a Rhea, ella te ayudó a recordar que tu verdadero apellido era Radbuka, ¿verdad, Paul? Había una larga lista de nombres: Czestvo, Vostok, Radbuka y muchos otros. Cuando te hipnotizó recordaste que tu verdadero apellido era Radbuka. Tuvo que ser un momento maravilloso, aunque escalofriante.
Al otro lado de la cama, a Don se le cortó la respiración y se alejó involuntariamente de Rhea, quien le dijo:
– No fue así. Por eso esta conversación debe terminar ahora mismo.
Paul, concentrado en mi pregunta, no la oyó.
– Sí, así fue. Pude ver… a todos los muertos. A toda la gente que había asesinado el Einsatzgruppenführer, cayendo en el pozo de cal viva, gritando…
Lotty le interrumpió.
– Tienes que tranquilizarte, Paul. Ahora tienes que dejar de pensar en esos recuerdos tan dolorosos. Te acordaste de tu pasado y entonces, de toda esa lista de apellidos, elegiste…, recordaste… el de Radbuka.
Rhea nos lanzaba miradas asesinas desde el otro lado de la cama. Volvió a intentar interrumpir la entrevista, pero la atención de Paul estaba centrada en Lotty y no en ella.
– Lo supe porque yo había estado en Inglaterra cuando era niño. Tenía que ser ése.
– ¿Tenía que ser? -le preguntó Lotty.
Paul era extremadamente sensible a las expresiones emotivas de la gente, así que, cuando oyó aquella inesperada dureza en la voz de Lotty, se estremeció y apartó la mirada. Antes de que se alterase demasiado, intervine para cambiar de tema.
– ¿Cómo te enteraste de que Ulrich era un Einsatzgruppenführer?
– Apuntaba en una lista los muertos de cada familia o shtetl de cuyos asesinatos era responsable -dijo en un susurro-. Ulrich… siempre alardeaba de los muertos. Del mismo modo que alardeaba de las torturas a las que me sometía. Yo sobreviví a todas esas matanzas. Mi madre me hizo correr hacia el bosque cuando vio que empezaban a empujar a la gente con las bayonetas para hacerla caer en el pozo de cal viva. Alguien me llevó a Terezin, pero, claro… en aquel entonces no sabía… que era allí donde íbamos. Ulrich debió de haberse enterado… de que se le había escapado alguien. Él… me fue a buscar a Inglaterra… y me trajo aquí… para torturarme una y otra vez… por el crimen de haber sobrevivido.
– Has sido muy valiente -le dije-. Te enfrentaste a él. Has sobrevivido y él está muerto. ¿Sabías que esos libros existían antes de que él muriera?
– Los guardaba… bajo llave… en su escritorio. En el salón. El… me pegaba… si yo abría… esos cajones… cuando era pequeño… Cuando murió… me hice con ellos… y los guardé… en mi escondite secreto.
– ¿Y hoy ha venido alguien a llevarse esos libros?
– Ilse -dijo-. Use Wólfin. La reconocí. Ella… llamó… a la puerta. Al principio estuvo amable. Se había enterado por Mengele. Al principio amigos…, después, tortura. Dijo que… era de Viena. Dijo que Ulrich había traído esos libros a Estados Unidos…, que no tendría que haberlo hecho… después de la guerra. Al principio no entendí…, después… intenté llegar a mi escondite secreto… para ocultarme de ella…, pero sacó la pistola antes.
– ¿Y qué aspecto tenía? -le pregunté, haciendo caso omiso a la advertencia que Lotty me hizo por lo bajo para que parase ya de preguntar.
– Malvado. Un gran sombrero. Gafas de sol. Una sonrisa horrible.
– ¿Ulrich te habló de esos libros cuando vendía seguros aquí, en Chicago? -le pregunté, intentando encontrar la forma de sonsacarle si había estado últimamente en la agencia de seguros Midway, por si había estado acosando a Howard Fepple.
– Ulrich solía decir que los muertos nos dan la vida. No olvides que… serás rico. Quería que yo… fuese… médico… Quería que yo… hiciera dinero con los muertos… Yo no quería… vivir entre… los muertos. No quería quedarme en… el vestidor… Me torturaba… Me llamaba mariquita, maricón, siempre en alemán, siempre… en el idioma de… la esclavitud -las lágrimas empezaron a rodar por sus mejillas y comenzó a respirar con dificultad.
Lotty le dijo:
– Necesitas descansar, necesitas dormir. Queremos que te pongas bien. Ahora tengo que dejarte, pero antes de irme, dime, ¿con quién hablaste en Inglaterra? ¿Qué fue lo que te hizo recordar que te llamabas Radbuka?
Tenía los ojos cerrados y el rostro demacrado y cerúleo.
– Su lista de los muertos que él mismo había asesinado…, de los que alardeaba en sus libros…, apuntaba sus nombres. Busqué todos los nombres… en Internet… Encontré uno… en Inglaterra… Sofie… Radbuka… Así supe… cuál nombre era mío… y que me enviaron a Anna Freud en Inglaterra… después de la guerra… Tenía que ser ése.
Lotty continuó tomándole el pulso mientras Paul se quedaba dormido. Los demás la observábamos como tontos mientras ella comprobaba la frecuencia del goteo intravenoso conectado a los brazos de Paul. Cuando abandonó la habitación, Rhea y yo la seguimos. Rhea tenía el rostro arrebolado e intentó enfrentarse a Lotty en el pasillo, pero ésta pasó rápidamente junto a ella camino de la sala de enfermeras, donde preguntó por la enfermera a cargo de la planta. Empezó a preguntarle sobre la medicación que se le estaba administrando a Paul.
Don había salido de la habitación más despacio que los demás. Emprendió una conversación en voz baja con Rhea, con una expresión preocupada en el rostro. Lotty acabó de hablar con la enfermera y salió disparada por el pasillo hacia el ascensor. Corrí tras ella, pero me dirigió una mirada severa.
– Tendrías que haberte ahorrado tus preguntas, Victoria. Yo quería averiguar cosas muy específicas pero tus preguntas desviaron su atención y acabaron por alterarle demasiado. Yo quería saber cómo se dio cuenta de que Anna Freud era su salvadora, por ejemplo.
Me metí en el ascensor con ella.
– Lotty, basta ya de toda esta mierda. ¿No te conformas con haber empujado a Cari al vacío? ¿También quieres apartarnos a Max y a mí de tu vida? Te pusiste furiosa la primera vez que Paul mencionó Inglaterra. Yo sólo estaba intentando ayudarte para que él no se cerrase en banda. Y también… Sabemos lo que esos cuadernos significan para Paul Hoffman. A mí me gustaría saber lo que significaban para Ulrich. Por cierto, ¿dónde están? Los necesito.
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