Una sombra de alarma cruzó por el rostro de la señora Mohr.
– Eddie fue el presidente del sindicato durante mucho tiempo. Hizo mucho por los trabajadores de Diamond Head, y consiguió un convenio… un convenio especial cuando se jubiló. No quisimos decirles nada a ninguno de los demás trabajadores de la planta, porque sabíamos que podía no parecer justo. Sólo pudimos permitirnos todo esto cuando se jubiló. Sólo hace dos meses que han terminado las obras del dormitorio y de la cocina. Pero todo eso no tiene nada de deshonesto. Eddie fue un hombre muy honrado. Formaba parte de los Caballeros de Colón y estaba en el consejo de la parroquia. Puede preguntárselo a cualquiera.
– Por supuesto -me senté en la silla que Judy había dejado vacante y le di unas palmaditas aplacadoras en la mano a la señora Mohr, preguntándome si estaba siendo tan destructiva como me sentía.
– ¿Qué clase de cosas especiales hizo por ellos en Diamond Head?
Sacudió la cabeza.
– Eddie era un hombre decente. Dejaba su trabajo en el trabajo y nunca me molestaba con eso. Cuando estábamos empezando, cuando estábamos los dos con Cindy y sus hermanos, yo también tuve que trabajar. Hacía pasteles en Davison's. Es una lástima que en aquellos tiempos no pudiésemos disponer de parte de este dinero.
– Es sólo porque el barrio se vino abajo por lo que papá pudo permitirse esto -intervino la señora Johnson-. Cantidad de casas se quedaban vacías. Pudo haberse mudado a otro sitio. Pero quiso permanecer aquí porque aquí se había criado, por eso compró la parcela de atrás y le añadió la piscina. Lo único que hizo fue mejorar el barrio, para que luego vengan y lo maten.
Oímos a lo lejos el timbre de la entrada. Cindy Johnson acudió a contestar, alisándose el pelo enmarañado como si no sintiera su tacto.
Unas lágrimas asomaron a los grandes ojos de la señora Mohr. Miró más allá de donde yo estaba, hacia el señor Contreras.
– ¿Qué fue lo que le dijo? ¿O qué le dijo usted? Después de colgar volvió a su estudio, convertimos la antigua cocina en estudio para él cuando hicimos la nueva el invierno pasado, y llamó a varias personas. No quiso decirme cuál era el problema, sólo salió dejándome aquí y ya no lo volví a ver. ¿Qué le dijo usted?
A pesar del aire acondicionado, el señor Contreras se estaba enjugando el sudor del cuello, pero contestó resueltamente.
– Él y yo… nunca fuimos muy íntimos cuando trabajábamos. Él frecuentaba a otro grupo, ya sabe cómo son esas cosas. Pero le oí decir a uno de los chicos que estaba dando un montón de dinero a una obra benéfica. Yo nunca había oído hablar de esa organización, pero Vic tiene unos amigos que tocaron el piano, o el violín, o algo así, en una de sus galas benéficas. Le dije que queríamos venir a hablar de eso con él. No sé por qué le enfureció tanto, eso lo puedo asegurar.
– ¿Qué le dijo él? -preguntó dolorosamente la señora Mohr.
– Me dio las gracias. Me dio las gracias por avisarle. Creo que fue así como lo dijo. Si hubiera sabido… Desde luego me arrepiento de haber hecho esa llamada.
– ¿Cree que salió para encontrarse con alguien? -le pregunté a la señora Mohr.
Entrelazó los dedos y luego los separó.
– Yo… sí, supongo que es posible. Dijo que iba a donde Barney, es un bar, donde sirven también sándwiches, que tenía que hablar con un hombre y que no iba a comer conmigo.
– ¿Era al bar de Barney adonde iba cuando tenía que hablar con alguien en privado?
– Los hombres necesitan un sitio donde estar con otros hombres. Vosotras las jóvenes no siempre entendéis eso. Pero no los puedes tener amarrados a tus faldas todo el día, eso no es bueno para el matrimonio. Y conozco a Barney: nos criamos juntos. Antes que él, su padre era el dueño del bar. Hace ya sesenta años que estamos en esta esquina de la Cuarenta y uno y Kedzie. Sirven buenos sándwiches y una buena cecina, no esas porquerías enlatadas que te venden en los chiringuitos de comida rápida. Era un buen sitio para Eddie. También podía jugar un poco al billar. Siempre le ha gustado. Pero ojalá no le hubiese dejado ir hoy. Si le hubiese hecho quedarse para averiguar lo que le había exasperado tanto, no hubiese ido por la calle cuando pasó ese coche. Aún estaría conmigo.
Cindy volvió y se inclinó junto a su madre.
– Hay un negro ahí fuera, mamá. Dice que es detective y tiene su placa y todo, pero no lleva uniforme. ¿Quieres hablar con él? ¿O quieres que llame a la comisaría para comprobar?
La señora Mohr sacudió la cabeza.
– ¿A qué viene? ¿A disculparse?
Sentí que se me encendía la cara.
– Probablemente tiene algunas preguntas que hacerle, señora Mohr. Probablemente es el mismo detective que contestó la llamada cuando robaron el coche de su marido y lo utilizaron para atacar a una doctora en el barrio norte.
Me levanté y me acerqué a la puerta. Como pensaba, era Conrad Rawlings. No pareció abrumado por el placer de verme, y me sentí enrojecer todavía más.
– Vaya, vaya, señorita W. Debí suponer que me ibas a tomar la delantera.
– No es lo que piensas -balbuceé-. No sabía que estaba muerto. Vine a hablar con él tratando de conseguir una pista sobre Mitch Kruger.
– ¿En serio?
El señor Contreras, contento de tener un escape, había bajado al vestíbulo detrás de mí. Las exasperantes experiencias de la última media hora le habían puesto más agresivo de lo normal.
– Pues claro que en serio. Estoy harto de veros a los polis hostigando a Vic en vez de procurar coger asesinos. Nunca la escucháis, así que termina remojándose en el canal y encima venís a echarle la culpa. Da la casualidad de que he hablado con Eddie Mohr esta mañana. Entonces estaba bien. Le dije que íbamos a venir esta tarde, y la primera noticia que tengo es que le han pegado un tiro en la calle.
– Vale, vale -dijo Rawlings-. No habéis intentado adelantaros a mí. ¿De qué queríais hablar con él?
– De dinero. ¿Y tú?
– Bueno, yo he oído lo del tiroteo y ese nombre me sonaba de algo, por lo de la agresión a la doctora con el coche. Así que me proponía echar un vistazo por aquí. No soy tan rápido como tú, señorita W., pero sí que me muevo. Esta noche era la que te tocaba trabajar hasta tarde, recuerdo perfectamente que me lo dijiste ayer.
Cindy se acercó a nosotros en el vestíbulo antes de que se me ocurriese algo que aliviara un poco la amargura que denotaba su voz. Me sentía capaz de besarle delante del señor Contreras, pero no delante de Cindy. Parecería que lo estaba tratando con condescendencia, y eso dificultaría demasiado su entrevista con ellas.
– ¿Lo conoce? -me preguntó Cindy.
– Sí. Es amigo mío. Un buen amigo, aunque a veces es demasiado impulsivo al juzgarme.
– Creo que puede hablar con mi madre. Pero sea breve. Hoy ha recibido una fuerte conmoción.
– Sí señora -asintió Rawlings-. Lo tendré en cuenta… Conduce con cuidado ese cacharro hasta casa, Vic. No quiero enterarme de que alguno de los muchachos te ha tenido que extraer de él.
Reconocimiento de una nueva profesión
– ¿Crees que yo lo he matado, pequeña? -me preguntó el señor Contreras una vez en el coche.
Su ansiedad me quitaba todas las ganas de echarle la bronca por haber avisado a Eddie Mohr esa mañana.
– Claro que no. Si uno de nosotros lo ha matado, he sido yo, por empeñarme en esta investigación.
– No crees que lo hayan matado unos gángsteres, ¿verdad?
– Qué va. Alguien le convenció de que fuese al bar de Barney y le disparó a su vuelta a casa. Lo único que hubiera querido… -me interrumpí.
– ¿Qué, pequeña? ¿Qué es lo que hubieras querido?
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