Sara Paretsky - Ángel guardián

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La detective Victoria Warshawski, mujer independiente, solitaria, aparentemente dura e incapaz de ordenar su vida doméstica y sentimental, vuelve a hacerse cargo de la causa de los desheredados encarnada en dos de sus vecinos: una anciana que vive sola con sus perros y cuya presencia incomoda a los nuevos residentes del barrio y el entrañable señor Contreras, que le pide su ayuda para localizar a un antiguo compañero de trabajo desaparecido cuando hacía averiguaciones sobre las condiciones de jubilación de la empresa en la que ambos trabajaban.

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Le pedí al taxista que siguiera por Kedzie hasta que llegamos a una cabina de teléfonos, y que me esperara mientras hacía una llamada. Unas manzanas más abajo aparcó junto al bordillo.

Llamé a una agencia de alquiler de coches que conozco en el Distrito Norte llamada Rent-A-Wreck. Di con su contestador, y les conté que estaba desesperada por un coche, que estaría allí dentro de media hora y esperaba que mientras tanto hubieran comprobado sus mensajes. Rent-A-Wreck es una empresa cutre que llevan un par de mujeres desde su casa, con los coches aparcados en su patio trasero. Esperaba que estuviesen simplemente cenando, y escucharan sus mensajes aunque no se pusieran al teléfono.

De vuelta en el taxi el señor Contreras y el chófer parecían haber llegado a un buen entendimiento. Ambos eran hinchas de los Sox con las desilusiones comunes a todos los aficionados al baloncesto de Chicago: mientras lamentaban la pérdida de Iván Calderón pensaban en realidad que ése era el año en que los Sox podían triunfar. Le di al taxista la dirección de Rent-A-Wreck y me recosté en el asiento, dejándoles enfrascarse en una acalorada discusión sobre si Fisk debería retirarse y darle una oportunidad a otro más joven.

Me parecía un pequeño milagro que yo aún estuviese viva. Si Milt Chamfers asesinaba a Eddie Mohr sólo por temor a lo que Eddie pudiera decirme, ¿por qué no me había pegado un tiro a mí? ¿Qué habría hecho Eddie para Diamond Head para que lo jubilaran con esa renta tan generosa, y qué no querían que revelara? No creía que Chamfers fuese el cerebro, ni en lo de pagar a Eddie Mohr ni en lo de mandar asesinarlo. Pero ¿quién había detrás de Chamfers? ¿Ben Loring, de Paragon Steel? ¿O el suegro de Dick y su hermano? Quizá todos ellos.

Cuando por fin llegamos a Rent-A-Wreck, en la avenida Cornelia, me consumía de impaciencia por actuar, por hacer algo, aunque no sabía muy bien qué. Pagué al taxista, dándole unos cuantos pavos más para que esperara en caso de que nadie contestara a nuestra llamada. Cuando Bev Cullerton salió a la puerta le hice señas al taxista. Pitó y se alejó.

– Hola, Vic. Tienes suerte de habernos pillado en casa. Callie y yo estábamos a punto de salir hacia la cafetería cuando hemos oído tu recado. ¿Has escacharrado ese extraño trasto que tienes? Tal vez podamos recomponértelo.

Sonreí.

– Esa historia remonta a la semana pasada. Sólo necesito moverme esta noche por la ciudad sin llevar a nadie pegado al culo. ¿Tienes algo para mí?

– Con el calor que hace todos quieren un coche para irse al condado de Door. Sólo nos queda uno, y no es gran cosa.

Dado el estado de la mayoría de los coches de Bev y Callie, uno que no fuera gran cosa sería un verdadero cacharro. Pero el que pide no puede exigir. Le di un billete de veinte como pago adelantado y cogí las llaves de un viejo Nova. El cuentakilómetros ya iba por su segunda revolución y el volante había sido diseñado para el entrenamiento del equipo búlgaro de levantamiento de pesas, pero Bev me aseguró que aún podía subir a ciento treinta si era necesario. Nos dio unos cojines para cubrir los mugrientos asientos y sujetó la puerta de la valla hasta que salimos del callejón.

– ¿Quiere ir a casa? -le pregunté al señor Contreras.

– Oye, escúchame, Vic Warshawski: no pensarás que me vas a arrastrar por todo Chicago y luego me vas a aparcar en casa como si pensaras que estoy chocho y no puedo entender unas cuantas frases en inglés. Quiero saber por qué has dejado ese Impala allí junto al bar de Barney y qué es todo este jaleo. Y si estás maquinando algo para esta noche más vale que yo entre en tus planes, o ya puedes quedarte esperando en el coche hasta el amanecer, porque no vas a conseguir que me baje de aquí. A no ser que estés planeando enrollarte con Conrad -esa última palabra iba envuelta en una malicia de adolescente.

– Precisamente, preferiría no volver a ver a Conrad esta noche -giré con fuerza el volante hacia la derecha y me acerqué al bordillo, para hacerle un rápido resumen de los problemas que había estado meditando durante el trayecto en taxi. Además de todo eso, me preguntaba qué podían estar haciendo Vinnie o los Pichea ahora que sabían que había descubierto su sucia estafa a los viejos del barrio. Era la primera oportunidad que tenía de contárselo al señor Contreras. Se indignó, se enfureció, y durante un rato nos distrajo su sermón contra los que se aprovechan de la gente mayor.

– Vinnie es un tío bastante nefasto -dije cuando se calmó un poco-. Quién sabe qué será capaz de maquinar para desquitarse. De todas formas, no sé cómo estoy todavía viva, si Milt Chamfers es capaz de matar a Eddie sólo para impedir que hable conmigo. Me preocupa que usted también esté corriendo peligro, sólo por andar conmigo, por lo de llamar a Eddie Mohr, lo de acompañarme a verle y todo eso.

– ¡Oh, no te preocupes por mí, pequeña! -dijo con rudeza-. No es que tenga ganas de morir, pero si alguien me pegara un tiro, no sería lo mismo que si no hubiese disfrutado de la vida. ¿Qué piensas hacer esta noche?

– Necesito encontrar un lugar con teléfono. Pero lo que realmente necesito es entrar en el despacho de Dick.

– El anterior señor Warshawski -repitió el viejo con regodeo-. Pero ¿para qué?

– Allí es donde todo se relaciona: los bonos de Diamond Head que la señora Frizell le compró a Chrissie Pichea; Chicago Settlement, y la propia Diamond Head: Dick les hizo los trámites legales. Sencillamente, no se me ocurre otra manera de hacer esa conexión sin mirar sus archivos. Y no sé cómo entrar allí.

– ¿No puedes forzar la cerradura?

– Perdí mis ganzúas en el canal la otra noche, pero ése no es el verdadero problema. En una firma importante como ésa, los empleados trabajan a todas horas. No sé cómo entrar sin que me pesquen. Y no sé de qué otra forma conseguir lo que necesito saber.

Se lo pensó durante un rato.

– Sabes, chiquilla, tengo una idea. No digo que sea una gran idea, y habrá que trabajársela un poco, pero ¿sabes quién puede entrar en esos sitios sin que nadie le preste atención?

– El personal de limpieza, pero…

– Y los obreros -me interrumpió, triunfal-. Para los jefazos, son sólo parte del mobiliario.

Un traje nuevo, pero no de Saks *

El señor Contreras tenía que ir a casa a dar de comer a Peppy y a dejarla salir. Decidimos que lo llevaría hasta Diversey y lo recogería en Barry, al otro lado de nuestro callejón. El plan no me entusiasmaba mucho, pero tuve que reconocer que era más probable que cualquiera que estuviese montando guardia frente a mi casa me disparara a mí que a él.

Pasé la siguiente media hora sufriendo. No podía pasar con el coche por Racine, por si acaso tenían a alguien lo bastante listo como para buscarme independientemente del coche que llevara. Di un largo rodeo por Barry y me quedé aplastada en el asiento, con la pistola lista, prestando oído a cualquier ruido de violencia para poder correr al rescate del señor Contreras. Cuando apareció al otro extremo del callejón, el estómago se me levantó incontrolablemente; escupí una bocanada de bilis por la ventanilla del coche justo a tiempo.

El señor Contreras, dividido entre la excitación y la inquietud, me ofreció su gigantesco pañuelo para limpiarme la boca. Lo utilicé con cierta congoja. Marlowe nunca se deja dominar por sus nervios.

Mi vecino traía un par de monos descoloridos, junto con una enorme caja de herramientas. Lo echamos todo en la parte de atrás. Giré enérgicamente el volante y salí del barrio. Antes de hacer cualquier otra cosa necesitaba un vaso de agua y algo de comer: otras necesidades corporales que nunca parecen afligir a los grandes detectives.

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