Sara Paretsky - Fuego

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Victoria Warshawski es una investigadora privada que procede de los barrios del sur de Chicago, donde la inmigración, las drogas, los embarazos adolescentes y el absentismo escolar son una constante. Aquejada de cáncer, la entrenadora de baloncesto del instituto donde ella estudió le pide que asuma el control del equipo femenino, y Warshawski no puede negarse.
El equipo está compuesto por adolescentes de minorías raciales, algunas de ellas con hijos, y todas procedentes de familias humildes. La mayoría de los padres de las chicas trabaja en By-Smart, una cadena de hipermercados que explota y discrimina a sus empleados.

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Y la señora inglesa dijo que lo tenía todo grabado en cinta pero que sólo iba a leerle el, no recuerdo la palabra, pero lo tenía todo escrito, copiado de la grabadora, sabía lo que pasaría si dejaba que ellos le echaran mano.

Así que leyó entera la parte donde el señor Grobian le decía al señor Czernin que saboteara la fábrica, que saboteara Fly the Flag, quiero decir. La tía de Billy estaba en la reunión, no en la de la fábrica sino en la que dijeron al padre de April que saboteara la fábrica. Y la señora inglesa fue leyendo lo que cada uno había dicho, incluso el comentario del señor William sobre que ese sabotaje le enseñaría al viejo, o sea al abuelo de Billy, que sabía actuar con firmeza.

Y cuando la señora Marcena acabó, el señor William soltó esa especie de risa falsa -lanzó una mirada rápida a Billy por si acaso lo ofendía- y dijo: «Veo que decía la verdad, Czernin. Pensaba que sólo eran vanas amenazas. Vamos a resolverlo. Mientras usted carga el camión, las sábanas nos parecieron bien, están en esas cajas de ahí, yo le extiendo un cheque».

Josie hizo una asombrosa imitación de la actitud quisquillosa del meticuloso William. Billy tenía la mirada vidriosa, como si estuviera sumido en un sopor etílico. No supe si estaba escuchando a Josie o reviviendo en su mente la aciaga velada.

– Luego no sé qué pasó realmente porque estábamos debajo de la mesa, pero el señor Grobian y el señor Czernin cargaron la carretilla elevadora y la señora inglesa dijo que le encantaría conducir la carretilla, que había llevado tanques y un tráiler pero nunca una carretilla. Sólo que no sabemos cómo se volcó la carretilla y se cayeron los dos, la señora inglesa y el señor Czernin. Ella chilló, o algo así, pero el señor Czernin no dijo ni pío.

Josie dejó de hablar; de pronto ya no era un relato excitante, era aterrador.

– ¿Qué sucedió?

Intenté imaginarme la escena: la carretilla dirigiéndose hacia el camión y cayendo por el borde. O Grobian y William arrojando una carretada de cajas encima de Bron y Marcena.

– No lo vi -susurró Billy-, pero oí que mi padre decía: «Creo que esto ha acabado con ellos, Grobian. Cárgalos en el camión. Los llevaremos al vertedero y dejaremos que sus familias piensen que se han fugado a Acapulco».

Billy se echó a llorar entre arcadas y sollozos que le sacudían el cuerpo entero. El arranque aterrorizó a Josie que nos miraba asustada a él y a mí con ojos como platos.

– Dale un vaso de agua -le ordené.

Di la vuelta a la mesa para acunarlo contra mi pecho. Pobre chico, presenciar cómo su propio padre cometía un homicidio. No era de extrañar que anduviera escondiéndose. Como tampoco que William quisiera dar con él.

Me sobresalté al oír una voz detrás de mí.

– Ah, eres tú, Victoria. Tendría que haberlo supuesto, con tanto alboroto.

Mary Ann McFarlane estaba de pie en el umbral.

Capítulo 44

La grabadora: ¿ángel o demonio?

Con la cabeza calva sobre su bata de tela escocesa de color escarlata, Mary Ann presentaba un aspecto sorprendente pero los tres reaccionamos en el acto ante su autoridad. Los arraigados buenos modales de Billy le hicieron ponerse de pie; se bebió el agua que Josie le había estado ofreciendo y pidió disculpas a Mary Ann por haberla despertado. Una vez superado el ajetreo de los saludos y las explicaciones de cómo me había topado con los fugitivos, Billy concluyó el relato explicando cómo habían terminado en casa de Mary Ann.

Habían pasado el resto de la noche del lunes acurrucados debajo de la mesa de trabajo, demasiado impresionados y asustados como para marcharse. Creían haber oído otras voces aparte de las de William y Grobian, aunque no estaban seguros, y no sabían si había alguien vigilando la fábrica. Por la mañana tenían frío, además de hambre. Se arriesgaron a levantarse para ir al lavabo, que estaba en la parte intacta de la planta. Como nadie los atacó, decidieron marcharse, pero no sabían adónde ir.

– Yo quería llamarla, entrenadora Warshawski -dijo Josie-, pero Billy tenía miedo de que todavía estuviese usted trabajando para el señor William. Así que vinimos aquí, ya que la entrenadora McFarlane fue la persona que ayudó a Julia cuando se quedó embarazada.

Di un puñetazo imaginario a Mary Ann.

– ¿Por qué me has dicho esta tarde que no conocías muy bien a las chicas Dorrado?

Me dedicó una de sus adustas sonrisas.

– Quería que acudieran a ti, Victoria, pero les había prometido que mantendría su secreto hasta que estuvieran en condiciones de contarlo. El problema es que yo creía que Billy se estaba escondiendo mientras resolvía la ética de los negocios de su familia; hasta que lo he oído decir ahora mismo no he sabido que había presenciado la muerte de Bron. De haberlo sabido antes, te ruego que creas que te habría llamado quam primum famam audieram.

Mary Ann suele pasar al latín cuando se pone nerviosa; hacer eso la serena, aunque dificulte que los médicos y enfermeras comprendan lo que les dice. Yo misma tengo dificultades para seguirla y, en aquel momento, estaba demasiado abrumada por el relato de Billy como para hacer el esfuerzo de traducción.

– Habéis dicho que Marcena leyó una transcripción, que no puso en marcha la grabadora -dije a Billy-. Pero ¿visteis la grabadora en Fly the Flag?

– No vimos nada -dijo Josie.

– ¿Y el padre de Billy no os vio?

– No nos vio nadie.

Ahora entendía que William anduviera buscando la grabadora con tanto afán. Se habían apoderado de su ordenador pero no tenían el original. Pero ¿por qué buscaba desesperadamente a Billy si no sabía que su hijo había estado allí? Pregunté a Billy a quién más se lo había contado.

– A nadie, señora War… sha… sky, a nadie.

– ¿No mandaste un mensaje a nadie?

Negó con la cabeza.

– Qué pasa con el blog; April dice que tenéis uno que tú y tu hermana usáis para permanecer en contacto.

– Sí, pero utilizamos alias, por si acaso. Candy está en una misión en Taegu, en Corea del Sur, mi familia, mi padre la envió allí después de… del aborto, para mantenerla alejada de la tentación y para que compensara la vida que había segado. Se supone que no debo escribirle, pero nos carteamos a través de ese blog, que está dedicado a Óscar Romero porque él es mi… mi héroe espiritual. Mi padre no sabe nada, y cuando le escribo uso mi alias, Gruff, pero…

Billy miraba el linóleo del suelo trazando círculos con su zapatilla de deporte.

– ¿Le contaste lo de Bron y tu padre?

– Más o menos.

– Carnifice podría rastrear vuestros postings en el blog a través de tu ordenador portátil, aunque hubieseis usado los alias más ingeniosos del mundo.

– Pero le conté a Candy lo de Bron desde el ordenador de la entrenadora McFarlane -objetó.

Di un grito tan fuerte que Scurry salió corriendo por el pasillo en busca de cobijo.

– ¡Tienen tu alias, así que pueden buscar cualquier posting nuevo que hagas! Y ahora podrán rastrear el disco duro de Mary Ann. Si pretendéis pasar desapercibidos es absolutamente imprescindible que no mantengáis contacto con el mundo exterior. Ahora tengo que pensar dónde aparcaros; los detectives de tu padre se meterán en el ordenador de Mary Ann en cuestión de horas. Quizá también tengamos que trasladarte a ti -agregué dirigiéndome a mi antigua entrenadora.

Mary Ann dijo que no pensaba moverse de su casa, ni aquella noche ni en ningún otro momento; que se quedaría allí hasta que se la llevaran al cementerio.

No perdí tiempo discutiendo con ella ni tratando de convencer a los chicos de que debían trasladarse; mi tarea más urgente era encontrar la grabadora de Marcena antes de que lo hicieran los sabuesos de William. Puesto que según parecía la llevaba a todas partes, sin duda la tenía consigo el lunes. A lo mejor sólo había leído una transcripción porque estaba grabando la reunión y fue lo bastante precavida como para no dejarles ver su aparatito.

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