Sara Paretsky - Fuego

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Victoria Warshawski es una investigadora privada que procede de los barrios del sur de Chicago, donde la inmigración, las drogas, los embarazos adolescentes y el absentismo escolar son una constante. Aquejada de cáncer, la entrenadora de baloncesto del instituto donde ella estudió le pide que asuma el control del equipo femenino, y Warshawski no puede negarse.
El equipo está compuesto por adolescentes de minorías raciales, algunas de ellas con hijos, y todas procedentes de familias humildes. La mayoría de los padres de las chicas trabaja en By-Smart, una cadena de hipermercados que explota y discrimina a sus empleados.

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Cuando Billy el Niño me invitó a la plegaria matutina me imaginé algo así como la capilla de Nuestra Señora de una iglesia cuyo párroco es amigo mío: estatuas de la Virgen, velas, crucifijos y un altar. En cambio, nos hallábamos en una sala anodina en la cuarta planta sin más ventanas que unas claraboyas. Luego vi que era una especie de sala polivalente, más pequeña y mucho más informal que un auditorio, donde los empleados asistían a clases y otras actividades que no estaban directamente vinculadas al trabajo.

Aquella mañana habían dispuesto un semicírculo de sillas en torno a una mesa de madera clara. El viejo señor Bysen llegó justo antes de iniciarse el acto, cuando todos los demás asistentes ya estaban sentados. Se trataba de un hombre fornido, con un vientre que había ido creciendo con la edad, pero para nada gordo. A pesar de ayudarse con un bastón, caminaba con brío; de hecho, era como si se diese impulso con él. Un séquito compuesto principalmente por hombres trajeados con los ubicuos tonos grises se arremolinaba tras él. Billy el Niño, con pantalones vaqueros y camisa blanca, entró con Andrés al final del cortejo. Llevaba los rizos pelirrojos bien engominados. En aquella habitación de hombres de gris, la tez morena de Andrés destacaba como una rosa en un cuenco de cebollas.

Había un grupito de mujeres aparte de Marcena y yo, una de las cuales llegó con el séquito de Bysen. Se comportaba a un tiempo con deferencia y seguridad en sí misma: la perfecta secretaria personal. Tenía la cara plana como una sartén, y llevaba un delgado portafolio dorado cuya cremallera descorrió antes de dejarlo abierto sobre el pupitre de modo que tanto ella como Bysen pudieran verlo. Ella fue quien se sentó a la derecha de Bysen cuando el círculo de allegados ocupó las acolchadas sillas. Tía Jacqui, que llegó un momento después, por poco se queda sin asiento en la primera fila.

El oficio matutino parecía ser la ocasión en que Bysen recibía a la corte. Antes de que comenzaran las plegarias, varias personas se aproximaron a conversar en voz baja con él. La mujer con cara de sartén prestaba suma atención a todas ellas e iba tomando notas.

Junto al pastor y Billy el Niño, había otros cuatro hombres sentados a la mesa presidencial; las personas que aguardaban turno para departir con Bysen intercambiaban comentarios con una u otra de ellas, pero todas, reparé, dedicaban una sonrisa y una breve charla a Billy. En un momento dado, éste me localizó entre el público; me sonrió con timidez y un comedido ademán, lo que me levantó un poco el ánimo.

Tras unos quince minutos de atención a sus vasallos, Bysen asintió en dirección a la mujer de la cara de sartén, que guardó el portafolio. Aquélla era la señal para que todos regresaran a sus asientos. Billy, sonrojado por la importancia de su papel, se levantó para presentar al pastor del Mount Ararat añadiendo unas palabras sobre su implicación en South Chicago y lo importantes que la vida eclesiástica y el trabajo del pastor Andrés eran para dicha comunidad. Andrés hizo una invocación y Billy leyó un pasaje de la Biblia, el del hombre rico y el administrador desleal. Cuando hubo terminado, tomó asiento cerca de su abuelo.

Nos pusimos a rezar por todas las personas relacionadas con las sucursales de By-Smart, rogando sensatez para los directivos en su toma de decisiones, rogando por los obreros del país y el extranjero, para que no flaquearan a la hora de hacer lo que se esperaba de ellos. Mientras el pastor Andrés desgranaba su sermón y el resto de nosotros dormitaba, Bysen mantuvo su atención fija en el ministro sin parar de mover las cejas.

Yo misma dormité hasta que la voz del pastor cobró fuerza, aumentó de volumen, se volvió más declamatoria. Me incorporé para prestar atención a sus palabras.

– Cuando Jesús nos habla del administrador que ha hecho un mal uso de las dádivas de su amo, nos habla a todos nosotros. Todos somos sus administradores, y aquellos a quienes más les es dado, es de quienes más espera. Padre Celestial, Tú has hecho a esta empresa, y a la familia que está al frente de ella, grandes y generosos dones. Te rogamos en nombre de Tu Hijo que los ayudes a recordar que sólo son Tus administradores. Ayuda a cuantos forman parte de esta empresa a tenerlo presente. Ayúdalos a usar Tus dádivas con sensatez, para la mejora de cuantos trabajan para ellos. Tu Hijo nos enseñó a rezar «No nos dejes caer en la tentación y líbranos de todo mal». El éxito de By-Smart siembra mucha tentación a su paso, la tentación de olvidar que muchos de los que trabajan aquí soportan una gran carga, que se presentarán ante Tu Hijo con muchas lágrimas que Él tendrá que enjugar. Ayuda a cuantos trabajan aquí, en esta gran empresa, a recordar a los menos favorecidos entre nosotros, a recordar que tienen la misma llama divina, el mismo derecho a la vida, el mismo derecho a una justa retribución como fruto de su trabajo.

Un repentino estrépito me sobresaltó. El señor Bysen se había levantado de golpe corriendo la silla y dejando caer el bastón. Uno de los hombres de la mesa se puso de pie de un salto y lo sostuvo por un brazo, pero Bysen lo apartó con enojo y señaló el bastón. El hombre se agachó a recogerlo y se lo pasó a Bysen, que se dirigió pisando fuerte hacia la salida. La mujer con cara de sartén se colocó el portafolio dorado debajo del brazo y le siguió, alcanzándolo justo antes de que llegara a la puerta.

Todo el mundo se había despertado y estaba bien erguido en las incómodas sillas. Un murmullo cruzó la sala, como el viento entre la hierba de las praderas. Marcena, que se había despertado de golpe con el alboroto, me dio un codazo y preguntó qué estaba pasando.

Me encogí de hombros con cara de incomprensión, sin dejar de observar al hombre de gris que había entregado el bastón a Bysen: discutía muy enojado con Billy el Niño. El pastor Andrés permanecía de pie con los brazos cruzados, en actitud nerviosa pero beligerante. Billy, rojo como un tomate, dijo algo que hizo que el hombre mayor levantase los brazos con exasperación. Dio la espalda a Billy y anunció que el oficio se había prolongado más de lo habitual.

– Tenemos reuniones y otros asuntos importantes que atender, de modo que vamos a terminar guardando un minuto de silencio para pedir a Dios que nos bendiga y nos dé fuerzas para hacer frente a los numerosos desafíos con que tropezamos a diario. Tal como nos ha recordado el pastor Andrés, somos meros administradores de los grandes dones de Dios. Todos soportamos pesadas cargas, todos necesitamos la ayuda divina en cada paso de nuestro camino. Oremos.

Incliné la cabeza con el resto de la congregación pero miré a tía Jacqui con el rabillo del ojo. Tenía la cabeza gacha y las manos quietas, pero sonreía con disimulo. ¿Sería por ver a Billy a malas con su abuelo o porque se lo pasaba bien con el mero revuelo?

Guardamos silencio por espacio de unos veinte segundos hasta que el hombre de gris dijo «Amén» y se fue a grandes zancadas hacia la salida. En cuanto se hubo marchado, el resto de asistentes se puso a conversar con excitación.

– ¿Quién era ese hombre? -pregunté a la mujer de mi izquierda, que estaba comprobando si tenía mensajes en su móvil mientras se levantaba para irse.

– El señor Bysen -contestó, tan asombrada de que no lo supiera que volvió a sentarse.

– No, él no. Me refiero al hombre que ha finalizado el servicio ahora mismo, el que ha discutido con Billy el Ni… con el joven Billy Bysen.

– Ah, ése es el señor William. El padre de Billy. Supongo que no estaba muy contento con el pastor que Billy ha traído del South Side. Veo que usted está de visita: ¿es una de nuestras proveedoras?

Sonreí y negué con la cabeza.

– Sólo una conocida del joven Billy de South Chicago. Me invitó a venir hoy. ¿Por qué se ha ofendido tanto el señor Bysen con las observaciones del pastor Andrés?

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