Sara Paretsky - Fuego

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Victoria Warshawski es una investigadora privada que procede de los barrios del sur de Chicago, donde la inmigración, las drogas, los embarazos adolescentes y el absentismo escolar son una constante. Aquejada de cáncer, la entrenadora de baloncesto del instituto donde ella estudió le pide que asuma el control del equipo femenino, y Warshawski no puede negarse.
El equipo está compuesto por adolescentes de minorías raciales, algunas de ellas con hijos, y todas procedentes de familias humildes. La mayoría de los padres de las chicas trabaja en By-Smart, una cadena de hipermercados que explota y discrimina a sus empleados.

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Eso lo recordaba vagamente; el dolor de los baches de Stony Island Avenue viajando a toda pastilla en un coche de bomberos me había despertado, y conservaba un recuerdo borroso de Grobian y William gritándose fuera de sí, echándose mutuamente la culpa del lío en que se habían metido. Supongo que no decidieron aunar fuerzas y culparme de todo a mí hasta que llegamos al hospital y tuvieron que contar una historia al policía.

Traté de permanecer despierta para seguir el relato de Conrad pero a pesar de los calmantes los hombros dislocados me latían con fuerza. Me dolían los ríñones; todo mi cuerpo, de la cabeza a los pies, era una llaga palpitante. Al cabo de un rato, me desentendí de todo y me dormí.

Cuando volví a despertarme, Conrad se había marchado pero estaban Lotty y Morrell. El hospital quería darme el alta y Lotty iba a llevarme a su casa.

– Es criminal, trasladarte ahora, y así se lo he dicho al director, pero la aseguradora propietaria del hospital es quien decide cuánta atención se dedica a un cuerpo apaleado, y al tuyo le corresponden doce horas.

Los ojos negros de Lotty centelleaban. Me di cuenta de que sólo en parte estaba indignada por mi comportamiento; la enfurecía que un hospital prestara más atención a sus propietarios que a un médico reputado.

Después de sus recientes heridas, Morrell supo muy bien qué traer para vestir un cuerpo apaleado. Había pasado por una boutique elegante de Oak Street y comprado un conjunto de calentamiento hecho de una cachemira tan suave que parecía piel de gatito. También trajo unas botas forradas de piel de borrego para que no tuviera que bregar con calcetines y zapatos. Temblorosa y aletargada, me vestí y vi que tenía la cara como una cosecha de berenjenas, más púrpura que olivácea. Camino de la salida, la enfermera me dio una bolsa con mi ropa empapada en limo. Aún estuve más agradecida a Morrell por ahorrarme su visión aquella mañana.

Morrell me ayudó a sentarme en una silla de ruedas y me puso su bastón en la falda para poder empujarme por el pasillo. Lotty caminaba a nuestro lado como un terrier; el pelaje se le erizó cuando tuvo que hablar con alguien del personal acerca de mi alta.

Ni siquiera mis heridas bastaban para que Lotty dejara de tratar las calles de la ciudad como el circuito del Grand Prix, pero yo iba tan grogui que no me alarmé lo más mínimo cuando por poco se estrella contra un camión en la calle Setenta y uno.

Morrell vino con nosotras hasta el apartamento: tomaría un taxi para regresar a Evanston desde allí. Mientras subíamos en el ascensor, anunció que el Foreign Office por fin había localizado a los padres de Marcena en la India; aterrizaban en Chicago aquella noche y se quedarían en su casa.

– Qué bien -dije tratando de hacer acopio de fuerzas para mostrar interés-. ¿Y qué hará Don?

– Se muda al sofá del salón, pero regresará a Nueva York el domingo. -Me pasó el dedo por el borde del vendaje de la cabeza-. ¿Podrás mantenerte al margen de la batalla por unos días, Hipólita? El lunes le harán a Marcena el primer injerto de piel; estaría bien no tener que preocuparme además por ti.

– Victoria no va a irse a ninguna parte -sentenció Lotty-. Daré instrucciones al conserje para que la lleve de vuelta a la cama si la ve en el vestíbulo.

Me reí débilmente, pero estaba muy inquieta por Billy y Josie. Morrell preguntó si me sentiría mejor si se alojaban en casa del señor Contreras.

– Se muere por hacer algo útil, y si tuviera que ocuparse de ellos, le ayudaría a soportar que te quedes en casa de Lotty.

– No sé si sabrá mantenerlos a salvo -dije preocupada.

– Durante el fin de semana Grobian, por lo menos, estará detenido. De aquí al lunes, lo creas o no, te sentirás mucho más fuerte y estarás en condiciones de pensar un plan mejor.

Tuve que acceder: no me quedaban fuerzas para hacer nada más. Incluso tuve que avenirme a que Morrell enviara a Amy Blount a casa de Mary Ann a recoger a la pareja de fugitivos; detestaba no cuidar de ellos yo misma, detestaba a Morrell por añadir que no podía manejar el mundo entero por mí misma y que lo mejor sería que dejara de intentarlo.

Pasé el resto del día durmiendo. Cuando me desperté, entrada la tarde, Lotty me trajo un cuenco de su sopa casera de lentejas. Me quedé tumbada en su cuarto de invitados, disfrutando con la habitación limpia, la ropa limpia, la serenidad de sus afectuosas atenciones.

Hasta la mañana siguiente no me mostró la pluma roja, la grabadora de Marcena.

– Llevé tu hedionda ropa a la lavandería, cariño, y encontré esto en la bolsa. Supuse que querrías conservarlo.

Me costaba creer que aún siguiera en mi cuerpo después de todo lo que había pasado, o que Bysen y Grobian no la hubiesen encontrado cuando me tuvieron inconsciente y en su poder. Se la arranqué de las manos.

– Dios mío, claro que lo quiero.

Capítulo 47

Fiesta en la oficina

– Si la impresión le provoca un derrame cerebral y la palma, bailaré sobre su tumba.

La voz aguda y quisquillosa de William flotaba como una nube de hollín en mi oficina. Las regordetas mejillas de Buffalo Bill estaban hundidas. Bajo sus pobladas cejas, los ojos se veían pálidos, llorosos, los vacilantes ojos de un débil anciano, no los ojos de lince del dictador corporativo.

– ¿Has oído eso, May Irene? ¿Quiere verme muerto? ¿Mi propio hijo quiere verme muerto?

Su esposa se inclinó sobre mi mesa de café para palmearle la mano.

– Hemos sido demasiado exigentes con él, Bill. Nunca supo ser tan duro como tú querías que fuese.

– He sido demasiado exigente con él, ¿y eso significa que está bien que quiera verme muerto? -Su estupefacción devolvió un poco de color a su rostro-. ¿Desde cuándo te tragas esa bazofia liberal? La letra, con sangre entra.

– No creo que la señora Bysen quisiera decir eso -murmuró Mildred.

– Mildred, por una vez, deje que hable por mí misma. No me haga de intérprete cuando hablo con mi marido, por Dios. Todos hemos oído la cinta que ha puesto la señora Warshawski; creo que estaremos de acuerdo en que es un triste episodio en la vida de nuestra familia, pero somos una familia, somos fuertes, saldremos adelante. Linus ha evitado que salga en los periódicos, Dios le bendiga -dirigió una mirada agradecida al abogado de la empresa, sentado en una de las sillas laterales- y estoy convencida de que nos ayudará a llegar a un acuerdo con la señora Warshawski.

Me recosté en mi sillón. Todavía estaba cansada, aún me dolían las articulaciones de los hombros de haber tenido los brazos atados a la espalda durante dos horas. Tenía un par de costillas rotas y mi cuerpo seguía pareciendo un campo de berenjenas maduras, pero me sentía de perlas: limpia, renacida, con esa sensación de euforia que uno tiene cuando se siente realmente vivo.

Para cuando Lotty encontró la pluma grabadora, la batería se había agotado. Se negó a dejarme salir de su casa para hacerme con un cargador pero cuando le expliqué por qué tenía tanta urgencia por escucharla cedió lo suficiente como para permitir que Amy Blount me trajera el ordenador portátil. Cuando la conecté a mi iBook, se puso obedientemente en marcha y vació sus entrañas digitales.

El jueves por la noche, en el almacén, todavía le quedaba carga como para grabar a William, Grobian y Jacqui. El disparo de Grobian contra mí resonó aterradoramente en la sala de estar de Lotty, seguido por una exclamación satisfecha de William que no había oído entonces. La pluma se había quedado seca en el trayecto del vertedero al hospital; sólo reprodujo parte de la disputa entre Grobian y William, pero oí lo bastante del lenguaje subido de tono de Grobian como para ampliar generosamente mi vocabulario si escuchaba la grabación unas cuantas veces más.

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