Sara Paretsky - Fuego

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Victoria Warshawski es una investigadora privada que procede de los barrios del sur de Chicago, donde la inmigración, las drogas, los embarazos adolescentes y el absentismo escolar son una constante. Aquejada de cáncer, la entrenadora de baloncesto del instituto donde ella estudió le pide que asuma el control del equipo femenino, y Warshawski no puede negarse.
El equipo está compuesto por adolescentes de minorías raciales, algunas de ellas con hijos, y todas procedentes de familias humildes. La mayoría de los padres de las chicas trabaja en By-Smart, una cadena de hipermercados que explota y discrimina a sus empleados.

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Ofrecí a Bysen y a Linus Rankin mi más resplandeciente sonrisa.

– De modo que ésta es mi modesta propuesta. No discutan a Sandra Czernin la indemnización por la muerte de Bron. Deben pagarle doscientos cincuenta mil dólares: eso cubrirá las facturas de la operación y el tratamiento de April Czernin y quizá le proporcione unos ahorros para pagar la universidad. En segundo lugar, ofrezcan un empleo a Rose Dorrado en su empresa con el mismo salario que cobraba trabajando para Frank Zamar. Tiene experiencia como supervisora. Contrátenla a jornada completa, de modo que obtenga las míseras prestaciones sanitarias que obtienen sus trabajadores a jornada completa. Y, por último, financien el programa de baloncesto del Instituto Bertha Palmer con esos cincuenta y cinco mil dólares que fui a pedirles hace un mes.

– Ah, sí, lo de cortar un dólar en cuarenta mil trozos o no sé qué otra idea loca que tuvo, ¿humm? -dijo Bysen recobrando parte de su bravuconería-. Y por ese camionero, a pesar de que estaba siendo infiel a sus votos matrimoniales, se supone que tengo que cortar otro billete en trozos de cuarto de millón. Eso es como decir que tengo que dar dinero a la gente por sus pecados.

– Vamos, querido. -May Irene apoyó una mano reprobadora sobre la rodilla de su marido-. ¿Y qué haría usted por nosotros, señorita Warshawski, si hiciéramos eso por usted?

– Respaldaría su declaración de que su hijo y su nuera actuaron a sus espaldas, de que ustedes no tuvieron arte ni parte en todo ese derramamiento de sangre en el South Side.

– ¡Eso es lo mismo que nada, jovencita! -dijo Linus Rankin-. ¡Es ridículo!

Volví a recostarme en la butaca.

– Es el trato que pongo encima de la mesa. Tómelo o déjelo, a mí me da igual, pero no estoy dispuesta a regatear.

– No importa, señorita War… shas… ki -soltó Billy de pronto con las mejillas encendidas-, porque yo pagaré las facturas de April si se niegan a pagar la indemnización de Bron, y también pondré el dinero para el programa de baloncesto. Tendré que vender unas cuantas acciones, y necesito el permiso de mis fiduciarios para hacerlo, pero aunque no me autoricen, bueno, supongo que un banco me prestaría el dinero porque saben que tendré mis acciones cuando cumpla los veintisiete. Supongo que podré pagar los intereses aunque sea a un plazo tan largo.

– Eso daría pie a un titular maravilloso. -Le sonreí-. «Heredero Bysen pide préstamo para saldar deuda moral de su abuelo». Váyanse a casa y reflexionen. Mañana es Acción de Gracias. Llámenme el lunes para comunicarme su decisión, después de un fin de semana tranquilo.

Tío Gary creyó que demostraría ser el hijo fuerte discutiendo conmigo, pero le dije:

– Adiós, Gary. Necesito reposo. Y ahora vayanse todos.

El cortejo de los Bysen salió en fila, hablando entre murmullos. Oí que Buffalo Bill le espetaba a Gary:

– Jacqui no ha traído más que problemas desde el primer día. Aseguraba que era cristiana, supongo que si hubieseis estado en el Edén te habría hecho escuchar a la serpiente, también, porque…

May Irene le interrumpió.

– Bastantes preocupaciones tenemos ya, querido, valoremos lo que queda de nuestra familia.

Mi equipo se demoró un rato más para comentar la reunión, tratando de adivinar qué decidirían los Bysen. Finalmente, Morrell y los Love se fueron a visitar a Marcena. Amy se iba en coche a St. Louis para pasar el día de Acción de Gracias con su familia. Me puse de pie sobre mis temblorosas piernas y salí renqueando con el señor Contreras y los perros para volver a mi propio hogar por primera vez en una semana. Al día siguiente iríamos a Evanston a celebrar Acción de Gracias con Lotty en la casa de Max Loewenthal, pero aquella tarde estuve encantada de tumbarme en mi propia cama.

Capítulo 48

El baile del rinoceronte

Morrell y yo nos sumamos a un grupo multitudinario en casa de Max para el banquete de Acción de Gracias. Siempre tiene un montón de invitados: su hija viene desde Nueva York con su marido y sus hijos, los músicos amigos suyos y de Lotty llegan temprano y se marchan los últimos, y Lotty siempre invita a algún que otro interno de su servicio en el Beth Israel. El señor Contreras nos acompañó esta vez, contento de escapar de la casa de su petulante hija. En cuanto Max supo que los Love estaban en Chicago, les abrió las puertas de su casa, e incluso me propuso que invitara a Billy y a Mary Ann McFarlane; le indignaba pensar que Billy, distanciado de su familia, se quedara solo en una fecha tan señalada. Pero Billy estaba ayudando al pastor Andrés a servir platos de pavo a los sin techo, y Mary Ann dijo que su vecino iba a llevarle la cena y que estaría la mar de bien sin mí.

Marcena seguía en el hospital, por supuesto, pero se recobraba deprisa y estaba bastante animada. Había pasado a visitarla antes de ir a casa de Max. Me encontré con sus padres en la unidad de cuidados intensivos. Los Love se habían mostrado taciturnos e inquietos desde su llegada, pero la rápida mejoría de Marcena los estaba poniendo casi eufóricos.

Tuvimos que colocarnos máscaras y batas antes de entrar en la habitación de Marcena, para garantizar que no esparciéramos gérmenes sobre su vulnerable piel nueva. Sus padres me dejaron a solas con ella ya que no podía recibir a más de dos visitantes a la vez.

Entré de puntillas en la habitación. Marcena llevaba la cabeza afeitada y vendada; presentaba un cardenal en la mejilla izquierda y tenía el cuerpo escondido dentro de una especie de caja cubierta por las sábanas para protegerle la piel, pero sus ojos conservaban un atisbo de su chispa habitual.

Marcena señaló que formábamos una buena pareja de demonios necrófagos, con las cabezas afeitadas y los moretones.

– Tendríamos que haber hecho esto en Halloween, no para el día de Acción de Gracias. ¿Qué era esa cosa que me despellejó?

– Una cinta transportadora manual -dije-. ¿Nunca la viste en el tráiler de Bron? La usan para meter y sacar cargas pesadas; tendría que haber estado amarrada, pero, o bien fueron descuidados o ya les iba bien que nos causara lesiones graves. Aunque su plan consistía en arrojarte al vertedero como después hicieron conmigo, el idiota de William te llevó al campo de golf por error.

– Y Mitch fue mi héroe al conducirte en mi rescate, según dice Morrell. Es un asco que el hospital niegue la entrada a los perros. Me gustaría darle un besazo. ¿Cómo es que saliste mejor parada que yo?

Sus ojos tal vez brillasen pero hablaba con cierta dificultad; entre la parafernalia que rodeaba su cama había una bomba de morfina.

Me encogí de hombros con torpeza.

– Pura chiripa. Te diste un golpe tremendo en la cabeza cuando la carretilla se cayó; no pudiste moverte como hice yo.

Le pregunté si recordaba algo sobre el rato que estuvo en la fábrica, como por ejemplo cómo se había apartado de la carretilla elevadora al caer, pero me dijo que su último recuerdo coherente era el de conducir hasta Fly the Flag en el Miata de Billy; ni siquiera recordaba quiénes estaban presentes, si tía Jacqui o el propio Buffalo Bill habían estado allí.

Le dije que tenía su pluma grabadora pero que quería conservarla, al menos hasta que supiera por dónde irían los tiros de las interminables batallas legales.

– Es posible que el Estado quiera incautársela. La guardo en una caja de seguridad del banco para evitar que la mafia de los Bysen la robe de mi oficina, aunque, por descontado, su equipo legal está intentando suprimir todas las grabaciones.

– Puedes quedártela si me das una copia de lo que contiene. Morrell dice que han detenido a William y a Pat Grobian por la muerte de Bron. ¿Hay alguna posibilidad de que los declaren culpables?

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