Después de descargarla en mi Mac, pedí a Amy que hiciera unas treinta copias: quería asegurarme de difundirlas por todas partes, de modo que aun con todo el empeño de Linus Rankin, o de los detectives de Carnifice, fuese imposible eliminarlas todas. Mandé unas cuantas a mi propio abogado, Freeman Carter, metí otras cuantas en la caja fuerte de mi oficina, envié una a Conrad y otra a un agente veterano que había sido amigo de mi padre y, tras debatirlo largo y tendido con Amy y Morrell, finalmente envié una a Murray Ryerson al Herald-Star. Murray estaba intentando como un loco convencer a sus jefes de que le dejaran escribir contra el dinero y el poder de los Bysen; pero aún estaba en el aire si le autorizarían a investigar la historia.
Mientras tanto, la grabación reforzó tanto mi historia que obligó al fiscal del Estado, nervioso por tener que actuar contra el dinero y el poder de los Bysen, a ponerse en acción. Grobian y William habían sido acusados el viernes de asaltarme, pero los soltaron casi de inmediato bajo fianza. El lunes, no obstante, la gente de Conrad volvió a detenerlos, esta vez por el asesinato de Bron.
Los polis siguieron la pista de Freddy hasta el domicilio de su nueva novia y lo acusaron de homicidio en segundo grado por la muerte de Frank Zamar, ya que no había tenido intención de provocar un incendio, sólo de cortocircuitar los cables. Arrestaron a tía Jacqui como cómplice, cosa que en cierto modo resultaba de lo más apropiado: si los cargos se mantenían, si terminaba cumpliendo condena en Dwight, podría dar clases sobre cómo completar tu vestuario con una acusación de homicidio. William y Grobian pagaron su fianza en cuestión de horas, igual que tía Jacqui, pero el pobre Freddy fue dejado a merced del abogado de oficio, sin dinero para la fianza; seguramente pasaría no sólo el día de Acción de Gracias en Cook County, sino la Navidad y quizás incluso la Pascua, habida cuenta de la celeridad con que el Estado lleva a la gente a juicio.
Cuando Freddy se dio cuenta de que Pat Grobian iba a colgarle el muerto, comenzó a cantar como uno de los miembros del coro del Mount Ararat. Refirió a Conrad su reunión con Grobian en el almacén, la que yo había visto, en la que Grobian le ordenó que entrara en casa de Bron para buscar la grabadora de Marcena. Confesó a Conrad que había puesto la ranita llena de ácido nítrico en Fly the Flag. Incluso le contó que estrelló el Miata contra la maleza de debajo de la Skyway por orden de Grobian: estaba resentido por eso, porque pensaba que Grobian tendría que haberle regalado el coche en agradecimiento por su trabajo, pero lo único que sacó después de bregar toda la noche fueron cincuenta dólares.
Conrad no me contó todo esto en el hospital, pero cuando vino a casa de Lotty para hacerme más preguntas llenó las lagunas de mi historia. Añadió que lo pasaba en grande escuchando a Grobian y William atacándose mutuamente.
– Así es como volcaron ese viejo tráiler; discutían sobre si William era realmente una rata o Grobian un matón; no es broma, señora W., reconstruyeron su disputa en mi beneficio; y William agarró el volante diciendo que era lo bastante machote como para conducir el camión. Pelearon por el control del volante y el camión volcó. Me encanta, de veras que sí, cuando los ricos y famosos adoptan la misma actitud que mis punkis callejeros.
Por cierto, el camión en el que te llevaron era el de Czernin, o al menos el mismo que conducía la noche en que le dieron la paliza. No acierto a comprender por qué Grobian no lo desguazó: encontramos sangre de Czernin y de Love en las bisagras de la cinta transportadora manual, junto con tu AB negativo. Por cierto, tienes la sangre más rara del planeta.
Pasé el comentario por alto.
– ¿Qué hay de tía Jacqui? Estaba en la fábrica con ellos el jueves por la noche. ¿Dónde estaba cuando el camión se despeñó?
– Había regresado a Barrington Hills. Ahora dice que obedecía órdenes de Buffalo Bill. Dice que cuando ella le contó que Zamar no estaba cumpliendo el acuerdo entre Fly the Flag y By-Smart, Buffalo Bill le dijo que tenía que darle una lección a Zamar, que él lo hizo muy a menudo de joven hasta que corrió la voz por el barrio de que más valía no meterse con By-Smart. Si están olvidando la lección, habrá que enseñársela de nuevo; sostiene que el viejo Búfalo le dijo algo así.
Conrad explicó que Jacqui insistía en que Buffalo Bill le había asegurado que encargarse de Zamar serviría para demostrar que estaba preparada para ocupar un puesto en el consejo de dirección de By-Smart. Ya oía al viejo diciéndoselo con el consabido aliño de «humm, humm, humm», pero si Jacqui creía que estaba a la altura del viejo búfalo, o tenía muchas agallas o andaba muy desencaminada.
El martes, mientras Lotty estaba operando, Morrell vino a visitarme. Había ido al hospital del condado a ver a Marcena, que se iba recuperando de su primer injerto de piel. Estaba en cuidados intensivos, pero ya consciente, y al parecer se recobraba bien: estaba alerta, sin síntomas de lesiones cerebrales debidas a la terrible experiencia en el tráiler de By-Smart.
Haber pasado por la misma angustiosa situación que ella, arrollada por la cinta transportadora manual del tráiler, me hizo sentir un mayor alivio personal por su recuperación de lo que quizás hubiese sentido antes. Marcena no recordaba los momentos previos al accidente, y mucho menos el accidente en sí; pero ahora que sabía dónde buscar, Conrad había enviado a su equipo de forenses a Fly the Flag. Dedujeron que Marcena había saltado de la carretilla elevadora durante la caída, pero que a Bron no le había dado tiempo; el impacto de la horquilla contra el suelo le había roto el cuello. Lo más probable era que Marcena hubiera perdido el sentido al golpearse la cabeza y que sus otras heridas fuesen resultado del viaje por la marisma.
Otro punto sobre el que sólo podíamos especular era el pañuelo de Marcena, el que Mitch había encontrado y lo había conducido hasta ella. El equipo forense suponía que le colgaba del cuello cuando Grobian la metió en el tráiler; tal vez quedara atrapado en las puertas y luego se enganchara en la valla cuando el camión salió del camino para ir a campo traviesa hasta el vertedero.
Sólo eran cuestiones menores las que me preocupaban. Tenía el íntimo convencimiento, o deseo, de que Marcena hubiera recobrado el conocimiento y dejado un rastro adrede: el pañuelo se había roto, quedando un trozo grande en la valla y otro más pequeño que Mitch había encontrado antes. Me gustaba pensar que había dado algún paso para intentar salvarse, que no se había quedado tendida pasivamente en el camión, aguardando la muerte. La idea de la impotencia de cualquier persona me aterra, la mía más que ninguna.
– Es posible, Victoria -dijo Lotty cuando hablé con ella-. El cuerpo humano es un instrumento asombroso, y la mente aún más. Nunca descartaría que Marcena hubiera hecho algo pensando que no tenía fortaleza e ingenio suficientes para hacerlo.
Ese mismo martes comencé a tomar las riendas de mi negocio otra vez. Entre docenas de notas con los mejores deseos de amigos y periodistas, y una furgoneta llena de flores de mi cliente más importante («Encantados de saber que todavía no has muerto, Darraugh», decía la tarjeta), mi servicio de mensajes me dijo que tenía más de veinte llamadas de Buffalo Bill exigiendo una reunión de inmediato: quería saber «qué mentiras le estaba metiendo en la cabeza a su nieto y aclarar de una vez por todas lo que podía y no podía decir acerca de la familia».
– El chico no quiere volver a casa -dijo Buffalo Bill cuando lo llamé el martes por la tarde-. Dice que usted le ha contado toda clase de mentiras sobre mí, sobre el negocio.
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