Ralph me esperaba en la entrada. Me dio un beso de bienvenida y se apartó un poco para observarme la cara.
– Mucho mejor. Y veo que ya puedes andar.
Se acercó el maître. El lunes no era un día de mucho trabajo y nos llevó directamente a la mesa.
– Tim será su camarero -dijo-. ¿Desean algo para beber?
Ralph pidió un gin-tonic. Yo pedí un vaso de soda. Después de haber bebido tanta cerveza, el scotch no parecía lo más apropiado.
– Lo mejor que tiene divorciarse y venir a vivir a la ciudad, son los restaurantes -observó Ralph-. Aquí sólo he comido un par de veces, pero en mi barrio hay muchos.
– ¿Dónde vives? -pregunté.
– En la calle Elm. Bastante cerca de aquí. He alquilado un piso amueblado con ama de llaves.
– Qué práctico.
Seguro que le costaba una barbaridad. Tendría que ganar bastante.
– Debe de ser muy caro, ¿no? Y además tienes que pagar la pensión a tu ex.
– No me lo recuerdes -sonrió amargamente-. Como no conocía la ciudad cuando llegué, busqué un sitio agradable y cerca de Ajax. Pero algún día me gustaría comprarme un piso.
– Por cierto, ¿has averiguado si Masters recibe llamadas de McGraw?
– Sí, te he hecho este pequeño favor, Vic. Pero ya te lo dije: nunca ha recibido llamadas de McGraw.
– No se lo preguntaste a él directamente, ¿verdad?
– No -dijo con el rostro ensombrecido de resentimiento-. Hice lo que me pediste, sólo hablé con la secretaria, aunque no te puedo asegurar que ella no le comente nada. ¿Podemos cambiar de tema?
Yo también estaba un poco enfadada pero me retuve: aún tenía que enseñarle la reclamación.
Tim vino a tomar nota de lo que queríamos tomar. Yo pedí salmón poché y Ralph, langostinos. Después nos levantamos y fuimos a buscar ensalada en el bufé mientras yo pensaba un tema trivial para seguir hablando. No quería enseñarle la reclamación hasta después de la cena.
– Te he hablado tanto de mi divorcio, que no te he preguntado si te has casado alguna vez -dijo Ralph para entablar conversación.
– Sí, una vez.
– ¿Qué pasó?
– De eso hace mucho tiempo. Creo que ninguno de los dos estaba preparado para el matrimonio. Ahora él es un abogado famoso, vive en Hinsdale, tiene una esposa y tres hijos.
– ¿Aún os veis? -quería saber Ralph.
– No, y tampoco pienso en él. Pero sale a menudo en los periódicos. Me envió una postal por Navidad; por eso sé lo de Hinsdale y lo de los críos. Me envió una de aquellas fotos tan empalagosas con tres niños sonriendo estúpidamente enfrente de la chimenea. No sé si me la envió para demostrarme su virilidad o para que viera lo que me estaba perdiendo.
– ¿Y crees que te lo estás perdiendo?
Me estaba empezando a hartar.
– ¿Estás dando tantos rodeos para averiguar si me gustaría tener un marido y una familia? Pues te diré que no echo de menos a Dick, ni sueño con tener tres niños a mi alrededor.
Ralph estaba desconcertado.
– Cálmate, Vic. ¿No puedes echar de menos tener una familia sin confundirlo con la familia de Dick? Yo no echo de menos a Dorothy pero eso no significa que haya abdicado del matrimonio. Y no sería muy hombre si no echara de menos a mis hijos.
Tim nos trajo los platos. El salmón estaba aderezado con una salsa de pimientos deliciosa, pero no lo saboreé como se merecía porque Ralph había conseguido alterarme. Forcé una sonrisa.
– Lo siento. Es que me pongo muy a la defensiva cuando alguien piensa que una mujer sin hijos es como un escocés sin falda.
– Pero no te ensañes conmigo. Aunque haya actuado como un macho protector pidiéndote que no te mezcles con gángsters, no significa que piense que deberías estar en casa viendo culebrones y lavando la ropa.
Comí unos bocados de salmón mientras pensaba en Dick y nuestro corto y desafortunado matrimonio. Ralph me estaba mirando con un poco de ansiedad y preocupación.
– Mi matrimonio fracasó porque soy demasiado independiente. Y no me gusta limpiar, como comprobaste la otra noche. Pero el verdadero problema es mi independencia. Es como si quisiera conservar mi espacio a toda costa -sonreí-. Me cuesta hablar de ello.
Ataqué el salmón de nuevo y me concentré un rato en la comida. Me mordí el labio inferior y continué con el monólogo.
– Tengo lazos mucho más fuertes con mujeres porque creo que no intentan invadir mi territorio. Pero en cambio, con los hombres, siempre tengo la sensación de tener que luchar para seguir siendo quien soy.
Ralph asintió con la cabeza. No sé si me entendía pero parecía que le interesaba lo que le estaba contando. Seguí comiendo y tomé un sorbo de vino.
– Con Dick aún fue peor. No sé por qué me casé con él. A veces pienso que es porque representaba a la clase burguesa y parte de mí quería ser como él. Dick no era un marido adecuado para una mujer como yo. Trabajaba con Crawford y Meade, uno de los gabinetes jurídicos más prestigiosos, no sé si lo conoces, y yo era una joven abogada de oficio con ganas de comerme el mundo. Nos conocimos en un seminario de abogados. Dick creía que se había enamorado de mí porque era muy independiente, pero en realidad creo que vio mi independencia como un reto, y cuando vio que no podía cambiarme, se cabreó. Al cabo de un tiempo me cansé de trabajar de abogada de oficio porque el sistema está muy corrompido. Nunca discutes sobre justicia, sólo sobre cuestiones de derecho. Quería dejarlo pero tenía que encontrar un trabajo que estuviera relacionado con mi sentido de la justicia, y que no consistiera únicamente en ganar puntos. Dejé la abogacía de oficio y mientras pensaba qué podía hacer, una chica me pidió que defendiera a su hermano de una acusación de robo. Realmente, tenía el «culpable» escrito en la cara; habían robado videos y cámaras en un estudio y el chico tenía acceso y oportunidades para entrar. Total, que acepté el caso y descubrí que era inocente cuando encontré al verdadero culpable.
Bebí un trago de vino y pinché un trozo de salmón. Ralph ya había acabado pero alejó a Tim con la mano para que no le retirara el plato hasta que yo no hubiera acabado.
– Cuando dejé de trabajar como abogada, Dick pensó que me convertiría en ama de casa. Me animó para que dejara lo de oficio pero luego descubrí que lo hacía para que yo me quedara en casa aplaudiendo su meteórica carrera jurídica. Entonces acepté aquel caso, bueno, aunque en realidad no era un caso, sino más bien un favor a una mujer que me envió a la chica.
Aquella mujer era Lotty. Hacía tiempo que no pensaba en eso y me eché a reír. Ralph arqueó las cejas.
– Como me tomo mis obligaciones muy en serio, acabé pasando una noche en un muelle de carga y descarga, ya que era crucial para resolver el caso. Aquella misma noche, Crawford y Meade daban una fiesta para abogados con esposas incluidas. Yo me había arreglado porque pensaba ir a la fiesta después de lo del muelle pero el tiempo pasó tan deprisa que al final no fui y Dick no quiso perdonarme. Así que nos separamos. En aquel momento se me vino el mundo encima, pero cuando lo recuerdo ahora me parece tan absurdo que me entra la risa.
Aparté el plato hacia a un lado de la mesa. Sólo me había comido la mitad pero no tenía más hambre.
– El problema es que ahora me asustan un poco las armas. A veces pienso que debería tener un par de hijos y llevar la típica vida de clase media, pero es un mito, sabes: hay muy poca gente que viva como en los anuncios, en completa armonía, con mucho dinero y todo eso. Sé que aspiro a un mito, no a una realidad. A veces pienso que me equivoqué de camino; no sé cómo expresarlo… Quizás debería quedarme en casa viendo culebrones, a lo mejor no estoy haciendo lo más correcto con mi vida. Así que cuando alguien me lo insinúa, le salto a la yugular.
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