Sara Paretsky - Valor seguro

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La investigadora privada V. I. Warshawski, experta en kárate y tiradora mortal, es contratada por el vicepresidente de un importante banco de Chicago para que encuentre a la novia de su hijo Peter, misteriosamente desaparecida.
Cuando Warshawski encuentra el cadáver de Peter, su cliente se esfuma. Sin embargo, la detective se niega a abandonar la investigación, y halla una pista que la convierte en la principal enemiga de una peligrosa organización integrada por asesinos a sueldo y pistoleros sin escrúpulos.

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– ¿Qué es? -preguntó Murray.

– Tendrías que ser detective, Murray. Haces tantas preguntas como nosotros y te emocionas de la misma forma cuando tienes una pista. Te voy a decir una cosa: Earl Smeissen está metido en el caso. Él me puso este precioso ojo morado que tú, caballero donde los haya, has evitado mencionar. No es del todo imposible que acabe flotando en el río de Chicago. Mira por la ventana de tu despacho cada hora o cada dos para comprobarlo.

Murray no pareció muy sorprendido.

– ¿Ya lo sabías? -le pregunté.

Esbozó una sonrisa.

– ¿Sabes quién arrestó a Donald Mackenzie?

– Sí. Frank Carlson.

– ¿Y para quién trabaja Carlson? -preguntó.

– Para Henry Vespucci.

– ¿Y sabes quién le ha cubierto la espalda a Vespucci durante estos últimos años?

Medité la respuesta.

– ¿Tim Sullivan?

– ¡Acaba de ganar una preciosa muñeca de porcelana! -dijo Murray-. Como eres tan lista, te diré con quién pasó Sullivan las últimas navidades en Florida.

– ¿!Con Earl!? No…

Murray se echó a reír.

– Sí. Con el mismísimo Earl Smeissen. Si te vas a mezclar con esta gente, será mejor que tengas mucho cuidado.

Me levanté y me puse la carpeta bajo el brazo.

– Gracias, Murray. No eres la primera persona que me lo dice. Gracias por las fotos. Si averiguo algo ya te lo diré.

Cuando saltaba la barrera que separaba la terraza de la acera, oí que Murray gritaba algo. Me alcanzó jadeando al final de las escaleras que van del nivel del río hasta la avenida Michigan.

– Quiero que me digas qué le dejaste a tu abogado -dijo sin aliento.

Le sonreí.

– Hasta la vista, Murray -dije y me monté en un autobús que pasaba por ahí.

Tenía un plan, aunque en realidad estaba dando palos de ciego. Suponía que McGraw y Masters tenían un asunto entre manos. Tenían que verse en alguna parte. Aunque seguramente les bastaría con el teléfono y el correo electrónico para llevar sus negocios, McGraw temía que le pincharan el teléfono o le interceptaran el correo. Lo más seguro es que prefiriera hacer los negocios cara a cara. Así que tenían que verse de vez en cuando. En un bar, por ejemplo. Y si se encontraban en un bar, lo más sencillo sería escoger uno cerca del despacho de Masters o de McGraw. Claro que también era posible que se vieran en un sitio lo más alejado posible de sus despachos para que nadie los relacionara. Pero total, como estaba dando palos de ciego… Como no tenía los recursos para recorrerme toda la ciudad, di por sentado que sí quedaban para verse, y si lo hacían en un bar, tenía que ser un bar cerca de sus despachos. A lo mejor mi plan no serviría para nada, pero es todo lo que se me ocurría. Tenía más esperanzas de averiguar algo sobre Anita al día siguiente en la reunión de mujeres radicales, pero mientras tanto no podía estar inactiva.

El rascacielos acristalado de Ajax estaba situado en la avenida Michigan con Adams. El Loop está limitado al este por Michigan. En una acera está el Instituto de Arte y en la otra el Grant Park, que se extiende hasta el lago con parterres y bonitos surtidores. Escogí el banco Dearborn, en la calle La Salle, para limitar el oeste, y recorrer desde Van Buren, dos manzanas al sur de Ajax, hasta Washington, tres manzanas al norte. Fue una decisión totalmente arbitraria pero en esta zona había suficientes bares para estar entretenida un buen rato; siempre estaba a tiempo de expandirla si era necesario.

Bajé del autobús unos metros más allá del Instituto de Arte, en Van Buren. Me sentía muy pequeña entre edificios tan altos y con tanto que recorrer. No sabía cuánto tendría que beber para obtener respuestas de los miles de camareros que tendría que interrogar. Seguramente existía una forma mejor de conseguir la información que necesitaba, pero a mí no se me ocurría otra. Tenía que trabajar con lo que tenía más a mano. No tenía a Peter Wimsey en casa para que me dijera cuál era el paso más lógico a seguir.

Me encogí de hombros y caminé media manzana hasta llegar al primer bar de Van Buren, el Spot. Después de meditar qué historia les podía contar, pensé que lo mejor era decir algo que se aproximara a la verdad.

El Spot era un bar estrecho y oscuro que parecía un furgón de cola. Tenía mesas separadas por biombos a la izquierda, y una barra a lo largo de la pared derecha con un pequeño hueco para que la camarera regordeta y blancucha pasara y atendiera a los clientes de las mesas.

Me senté en un taburete de la barra. El camarero estaba limpiando vasos. Ya no quedaba casi nadie comiendo; sólo algunos bebedores empedernidos al final de la barra. Un par de mujeres apuraban hamburguesas y daiquiris en una mesa. El camarero siguió con su trabajo de forma metódica y no me atendió hasta que no acabó de enjuagar el último vaso. Yo lo esperé mirando al vacío como si tuviera todo el tiempo del mundo para perder.

Aunque la cerveza no era mi bebida preferida, si tenía que pasarme el día de bar en bar, seguramente era la más apropiada. No me emborracharía; o al menos no tan rápidamente como si tomara vino o licor.

– Una cerveza de barril, por favor -dije.

Fue a llenarme una copa de cerveza espumosa. Cuando me la trajo, le enseñé las fotos.

– ¿Alguna vez ha visto a estos hombres por el bar? -le pregunté.

Me lanzó una mirada de desprecio.

– ¿Es de la pasma o algo así?

– Sí. ¿Ha visto a estos hombres por el bar?

– Voy a llamar al jefe -dijo, e inmediatamente gritó-: ¡Herman!

De una de las mesas del fondo del bar se levantó un hombre robusto con un jersey de poliéster. No me había fijado en él cuando entré, pero entonces me di cuenta de que estaba sentado con una camarera. Estaban comiendo aprovechando que ya había pasado la hora punta de clientes.

El hombre robusto se puso al lado del camarero, detrás de la barra.

– ¿Qué pasa, Luke?

Luke me señaló con la cabeza.

– Esta señorita quiere hacerte una pregunta -contestó y se fue a apilar los vasos distribuidos piramidalmente a ambos lados de la caja registradora. Herman se me acercó. Aunque las facciones muy marcadas le daban un aire de hombre duro, parecía buena persona.

– ¿Qué desea, señora?

Le enseñé las fotos.

– Intento averiguar si han visto alguna vez a estos dos hombres juntos -dije en un tono neutro.

– ¿Es por motivos legales?

Le enseñé mi licencia de detective.

– Soy investigadora privada. Se está llevando a cabo una investigación del gran jurado y se cree que ha habido un acto de connivencia entre un testigo y un miembro del jurado -dije enseñándole también mi carné de identidad.

Se miró el carné unos segundos, resopló y me lo devolvió bruscamente.

– Sí, ya veo que es investigadora privada, pero no he oído nada de esta historia del gran jurado. Conozco a este hombre -y señaló la foto de Masters-. Trabaja en Ajax. No viene a menudo pero desde que tengo este negocio viene unas tres veces al año.

No dije nada, pero me tomé un trago de cerveza. Cualquier cosa para aliviar una situación incómoda.

– También le diré que este otro no ha venido nunca, al menos cuando yo estaba aquí -soltó una carcajada y me dio una palmadita en la mejilla-. Tranquila, tesoro, no le diré a nadie que ha pasado por aquí.

– Gracias -dije secamente-. ¿Cuánto es la cerveza?

– Invita la casa.

Soltó otra carcajada y se marchó hacia la mesa para acabar de comer. Tomé otro trago de cerveza, dejé un dólar en la barra para Luke y salí tranquilamente del bar.

Bajé por Van Buren y pasé por los almacenes Sears más grandes de Chicago. La otra acera estaba llena de restaurantes de comida rápida, pero tuve que cruzar a la siguiente manzana para encontrar otro bar. El camarero se miró las fotos sin comprender nada y llamó a una camarera. Ella se miró las fotos más detenidamente y al final señaló a McGraw.

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