Se dio la vuelta y me preguntó:
– ¿Qué investiga para McGraw?
Negué con la cabeza.
– Mis clientes pagan la confidencialidad.
– ¿Qué tipo de cosas investiga? ¿Divorcios?
– La mayoría de gente piensa en divorcios cuando conoce a un detective. Personalmente, creo que este tipo de casos son muy rastreros. Normalmente hago investigaciones industriales. ¿Sabe quién es Edward Purcell, el ex director de Transicon?
Thayer asintió con la cabeza.
– He oído hablar de él.
– Yo investigué aquel caso. Purcell me contrató porque la directiva le presionaba para que averiguara adónde iban a parar los disponibles. Pero tuvo la mala suerte de no borrar todas las pruebas antes de contratarme. El suicidio de Purcell puso la imagen de la empresa por los suelos y duró lo que un suspiro en Chicago.
Thayer se inclinó hacia mí.
– ¿Y qué investiga para McGraw?
Thayer no era tan agresivo como McGraw pero se notaba que era poderoso y que estaba acostumbrado a intimidar a los demás. Me clavó los ojos y me erguí para soportarlo.
– ¿Y a usted qué le importa, Sr. Thayer?
Frunció el ceño como debía de hacerlo con sus empleados para que cumplieran sus órdenes sin rechistar.
– Si le dio una tarjeta mía, es asunto mío.
– No tiene nada que ver con usted, Sr. Thayer.
– Ya está bien, Thayer -gruñó McGraw-. Lárgate de mi despacho.
Thayer se dio la vuelta para mirar a McGraw y me sentí un poco aliviada.
– ¿No intentarás mezclarme en alguno de tus sucios negocios?
– Cuidado con lo que dices, Thayer. Me han absuelto todas las veces que he ido a juicio. Incluso en el congreso. Así que no me vengas con esas gilipolleces.
– El congreso te absolvió, claro… Tuviste suerte de que Derek Bernstein muriera la noche antes de que empezaran las vistas en el senado.
McGraw se encaró con el banquero.
– ¡Eres un hijo de puta! Sal de aquí ahora mismo o conseguiré que te bajen esos humos de banquero.
– No me asustan tus matones, McGraw. No me amenaces.
– ¡Basta! -dije tajante-. Ya veo que los dos son tipos duros. Estoy muerta de miedo. ¿Pueden parar de pelearse como niños? ¿Por qué le preocupa tanto, Sr. Thayer, que el Sr. McGraw me diera una tarjeta suya? No ha intentado involucrarle en sus negocios sucios, si es que tiene alguno. ¿Alguna cosa le remuerde la conciencia o sólo intenta demostrar que tiene a todo el mundo acojonado?
– Mida sus palabras, señorita. Tengo muchos amigos poderosos en esta ciudad que podrían…
– A eso me refiero precisamente -interrumpí-. Sus amigos poderosos pueden retirarme la licencia. No me cabe ninguna duda. Pero ¿a usted por qué le molesta tanto que yo investigue?
Se quedó un rato callado. Y al final dijo:
– Tenga cuidado con McGraw. Aunque los tribunales lo hayan absuelto, tiene muchos negocios sucios.
– Está bien. Tendré cuidado.
Me lanzó una mirada de desprecio y se fue.
McGraw me miró con cara de aprobación.
– Lo ha puesto en su sitio, Warshawski.
No le hice caso.
– ¿Por qué me dio un nombre falso, McGraw? ¿Y por qué mintió en el apellido de su hija?
– ¿Cómo me ha encontrado?
– Cuando vi el apellido McGraw até cabos. Me acordé de la noche en que le dispararon. De hecho, me acordé cuando el teniente Mallory mencionó a los Afiladores de Cuchillos. ¿Por qué acudió a mí? ¿Pensó que mi padre podría ayudarlo como la otra vez?
– ¿De qué me está hablando?
– Vamos, McGraw, yo estaba ahí. A lo mejor no se acuerda de mí pero yo sí que me acuerdo de usted. Vino ensangrentado y mi padre le curó la herida del hombro y le ayudó a escapar. Supongo que pensó que esta vez también lo ayudaría hasta que descubrió que estaba muerto. Y después, ¿qué? ¿Encontró mi nombre en las Páginas Amarillas y pensó que era el hijo de Tony? Y ahora dígame por qué usó el nombre de Thayer.
Intentó relajarse un poco.
– Pensé que no aceptaría mi caso si sabía quién era.
– ¿Pero por qué usó el nombre de Thayer, uno de los peces gordos del mayor banco de Chicago? ¿Por qué no usó un nombre cualquiera, como Joe Blow?
– No lo sé. Supongo que fue un impulso.
– ¿Un impulso? Usted no es idiota. Sabe perfectamente que Thayer podría denunciarlo por difamación.
– ¿Y por qué se lo ha dicho? Está bajo mis órdenes, ¿no?
– No se equivoque, Sr. McGraw. Yo trabajo por libre y usted me ha contratado por un servicio profesional concreto, pero no estoy bajo sus órdenes. Así que volvamos a lo que nos interesa. ¿Por qué me contrató?
– Para que encontrara a mi hija.
– ¿Y por qué me dio un nombre falso? ¿Cómo quería que la encontrara? No, yo creo que me contrató para que encontrara el cadáver.
– Escuche, Warshawski…
– No, escuche usted, McGraw. Es evidente que sabía que el chico estaba muerto. ¿Cuándo lo supo? ¿O lo asesinó usted?
Arrugó la frente y se me acercó con aire amenazador.
– No se pase de lista, Warshawski.
El corazón me latía más deprisa pero no me amedrenté.
– ¿Cuándo encontró el cadáver?
Me miró durante unos segundos y después sonrió.
– Ya veo que no se asusta fácilmente. Me gustan las mujeres con agallas. Estaba preocupado por Anita. Me llama todos los lunes por la noche y como este lunes no lo hizo, pensé que iría a ver qué pasaba. Ya sabe que aquel barrio es muy peligroso…
– Me parece increíble la cantidad de gente que cree que la Universidad de Chicago está en un barrio peligroso. No entiendo por qué los padres no mandan a los hijos a estudiar allí. Pero seamos sinceros. Sabía que Anita había desaparecido cuando vino a verme o nunca me habría dado una foto suya. Bien, está preocupado por ella y quiere que la encuentre. ¿Cree que mató al chico?
McGraw montó en cólera.
– ¿Pero qué dice? ¡Claro que no! Si quiere saberlo, Anita volvió del trabajo el martes y encontró al chico muerto. Me llamó en pleno ataque de histeria y desapareció.
– ¿Lo acusó de haberlo matado?
– ¿Por qué tendría que acusarme?
Estaba furioso y tenso.
– Se me ocurren un montón de razones. Por ejemplo, usted odiaba al chico y pensaba que su hija se estaba vendiendo a la patronal. En un arrebato de protección paternal mató al chico para recuperar a su hija pero…
– ¡Está loca, Warshawski! No hay ningún padre que esté tan chalado.
He conocido a padres mucho más chalados pero no me apetecía extenderme en el tema.
– Si no le gusta esta teoría, probemos con otra. Peter descubrió que usted y los Afiladores de Cuchillos estaban involucrados en algún asunto turbio, o incluso criminal. Se lo contó a Anita pero como estaba enamorado no quería entregarlo a la policía. Pero por otro lado, Peter era un chico joven e idealista y se veía obligado a enfrentarse a usted. Y no se dejaría sobornar. Usted lo mató, o contrató a alguien para que lo matara, y Anita sabía que sólo podía haberlo hecho usted. Así que salió por piernas.
McGraw tuvo otro arrebato de ira. Me insultó y gritó como un poseso. Al final dijo:
– ¿Y por qué diablos voy a querer que encuentre a mi hija sabiendo que ella puede acusarme?
– No lo sé. Tal vez porque se llevan muy bien y cree que su hija no lo delatará. Pero la policía no tardará demasiado en relacionarle con Anita. Saben que los chicos tenían algo que ver con la hermandad porque en su piso había propaganda editada por el impresor de los Afiladores. No son tontos; todo el mundo sabe que usted está al frente del sindicato y saben que había una McGraw en el piso. A la policía le da igual si se lleva bien con su hija o no. Tienen que resolver un caso de asesinato y estarán encantados de acusarle, sobre todo si un tipo con el poder de Thayer les presiona. Si me dice lo que sabe, tal vez pueda… No le prometo nada, pero tal vez pueda salvarle, a usted y a su hija. Si no es culpable, claro.
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