– Prejuicios -dije con la mirada perdida. McGonnigal se puso pálido-. Sin prejuicios, sargento -añadí.
Mallory estaba a punto de estallar.
– De todas formas -me apresuré a decir-, cuando vi que no había ninguna Anita Hill en la universidad, imaginé que el tipo sólo quería despistarme. Y después me aseguré.
– ¿Cómo? -preguntó Mallory.
– Conseguí una foto de Thayer en el Banco Dearborn y vi que no era mi cliente.
– Vicki, eres una metomentodo. Tony se revolvería en su tumba si pudiera ver lo que haces. Pero no eres idiota. No me digas que no le pediste ninguna identificación.
– Me dio su tarjeta, el teléfono de su casa y una fianza. Imaginé que podría contactar con él cuando quisiera.
– Déjame ver la tarjeta -inquirió.
Desconfiado de mierda.
– Es su tarjeta -dije.
– Me gustaría verla, por favor -dijo con el tono típico del padre que se contiene ante una hija rebelde.
– No verás nada que yo no viera, Bobby.
– No me creo que te diera una tarjeta -dijo Mallory-. Conocías al tipo y ahora lo estás encubriendo.
Me di por vencida. Fui al dormitorio y saqué la tarjeta del primer cajón. Borré las huellas con una bufanda, volví a la cocina y se la di a Mallory. El logo del banco estaba en la parte inferior izquierda. «John L. Thayer, vicepresidente ejecutivo del Banco Fiduciario Dearborn» en el centro. En el margen derecho, mi garabato con el supuesto número de teléfono de su casa.
Mallory sonrió satisfecho y puso la tarjeta en una bolsa de plástico. No le dije que las únicas huellas que quedaban eran las mías. ¿Para qué estropearle su única ilusión?
Mallory se inclinó hacia delante.
– ¿Y ahora qué vas a hacer?
– No lo sé. Me pagaron para que encontrara a una chica. Creo que mi deber es encontrarla.
– ¿Y vas a esperar una revelación divina, Vicki? -dijo Mallory con malicia-. ¿O tienes alguna pista para encontrarla?
– Supongo que hablaré con algunas personas.
– Vicki, si sabes algo relacionado con el asesinato y no me lo cuentas…
– Serás el primero en saberlo, Bobby -le prometí.
No era exactamente una mentira porque no estaba segura de que Ajax estuviera relacionado con el asesinato, aunque cada cual relaciona cosas en su cabeza.
– Vicki, estamos investigando el caso. No tienes que demostrarme lo lista ni lo inteligente que eres. Pero hazme un favor. O hazlo por Tony. Deja que el sargento McGonnigal y yo encontremos al asesino.
Lo miré fijamente y él se inclinó hacia delante y preguntó con seriedad:
– ¿Qué impresión te dio el cadáver?
– Le dispararon. No le hice una autopsia, Bobby.
– Vicki, por favor, no me provoques más. Has hecho carrera en una profesión que ninguna chica corriente elegiría, y no eres tonta. Sé que cuando entraste en el piso, y pronto averiguaremos cómo lo hiciste, no gritaste ni vomitaste como haría cualquier chica decente. Tú inspeccionaste el piso, y si me dices que no hay nada del cadáver que te llamara la atención, mereces que te revienten la cabeza cuando salgas a la calle.
Suspiré y me repantigué en la silla.
– Está bien, Bobby. Al chico le tendieron una trampa. No lo mató ningún radical fumeta. Pero tenía que estar allí alguien que Peter conociera, alguien a quien invitara a tomar un café. Yo creo que le disparó un profesional porque hizo un trabajo muy limpio: un único disparo y acertó. Pero tenía que ir acompañado de alguien de la confianza del chico. Y si fue un colega suyo, tiene que ser un tirador excepcional. ¿Has interrogado a su familia?
Mallory hizo oídos sordos a mi pregunta.
– Sabía que harías esta interpretación. Precisamente porque eres lista y ves que se trata de algo peligroso, te pido que abandones el caso.
Bostecé. Mallory estaba dispuesto a no perder la compostura.
– Apártate de este follón, Vicki. Huele a crimen organizado, a sindicatos y a asociaciones peligrosas en las que no deberías mezclarte.
– ¡Bobby, por favor! Que el chico tuviera amigos radicales y pegara cuatro pósters no significa que estuviera metido en sindicatos violentos.
Mallory tenía problemas para convencerme de que me apartara del caso y al mismo tiempo no revelar secretos de la policía. Se le notaba en la cara. Pero al final dijo:
– Tenemos pruebas de que los chicos conseguían los pósters a través de la empresa que edita material para los Afiladores de Cuchillos.
Moví la cabeza y puse cara de pena.
– ¡Qué horror!
La Hermandad Internacional de los Afiladores de Cuchillos era conocida por sus contactos con el mundo del hampa. Contrataron a algunos matones en los turbulentos años treinta y nunca más pudieron deshacerse de ellos. Como consecuencia, la mayoría de las elecciones eran fraudulentas y existía mucha corrupción en los fondos. Y de repente adiviné quién era mi escurridizo cliente, por qué el nombre de Anita McGraw me sonaba y por qué el tipo había sacado mi nombre de las Páginas Amarillas. Me acomodé en la silla pero no dije nada.
Mallory se puso morado.
– Vicki, si te entrometes en este caso, ¡te arresto por tu propio bien!
Se levantó de forma tan brusca que tiró la silla al suelo. Hizo un gesto al sargento McGonnigal y se fueron dando un portazo.
Me serví otra taza de café y me la llevé al baño. Sumergida en el agua calentita con sales minerales noté en los huesos los efectos secundarios de las copas de la noche anterior y me acordé de una noche de veinte años atrás. Mi madre me estaba metiendo en la cama cuando llamaron a la puerta y entró tambaleándose el vecino de abajo. Un hombre corpulento de la edad de mi padre; tal vez era más joven pero todos los hombres grandotes parecen mayores bajo la mirada de una niña. Me asomé a la puerta porque oía jaleo y vi que el hombre estaba ensangrentado. Mi madre vino corriendo y me mandó de nuevo a la cama. Desde mi habitación oímos parte de la conversación. Habían disparado a nuestro vecino, seguramente unos matones contratados por la patronal, y tenía miedo de denunciarlo en comisaría porque él también tenía a matones contratados; por eso pedía ayuda a mi padre.
Tony le ayudó: le curó las heridas. Pero le exigió que desapareciera del barrio y que no volviera nunca más, algo inusual en un hombre tan afable como él. Aquel hombre era Andrew McGraw.
No lo había vuelto a ver nunca más ni lo había asociado con el McGraw presidente de la logia 108 y, por lo tanto, de todo el sindicato. Pero él sí que se acordaba de mi padre. Supongo que lo buscó en el cuerpo de policía y cuando le dijeron que había muerto encontró mi nombre en las Páginas Amarillas y creyó que era el hijo de Tony. Pues no: era su hija, y no tan afable como mi padre. Heredé el carácter italiano de mi madre y me gusta llegar al fondo de las cosas, como hacía ella. Pero, dejando a un lado mi carácter, imaginé que McGraw se había metido en un lío del que ni el afable de Tony lo habría sacado.
Bebí un poco de café y flexioné los dedos de los pies. El agua tenía un color turquesa claro. Me miré los pies a través del agua e hice especulaciones. McGraw tenía una hija. Seguramente ella lo apreciaba porque también se dedicaba al movimiento sindicalista. Los niños no abanderan las mismas causas que sus padres si no se llevan bien con ellos. ¿Había desaparecido Anita o su padre la ocultaba? Quizás él sabía quién había matado a Peter y ella huyó por esta razón. O a lo mejor él pensaba que su hija había matado a Peter. Me acordé de que la mayoría de los asesinatos se cometen entre seres queridos, así que Anita se convertía en sospechosa número uno. ¿Qué relaciones tenía McGraw con el matón que se codeaba con la Hermandad de los Afiladores de Cuchillos? ¿Le habría sido fácil contratar a alguien para que asesinara al chico? Tenía que ser alguien que el chico conociera y lo invitara a entrar, tuvieran buena o mala relación porque McGraw era el padre de su novia.
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