Bobby seguía mirando a algún punto por encima de mi cabeza, pero me dirigió un gesto de asentimiento, de modo que continué:
– George envió a Larry Alito a meterse entre los manifestantes para recuperar la pelota. Alito se volvió loco de contento, un novato metido en el juego de los mayores. Hizo lo que le decían y George se ocupó de ascenderlo enseguida. De novato a detective, sin preguntas. Alito se desempeñó en el trabajo como un pez en el agua.
»Cuando llegaron las presiones de la alcaldía para que se detuviera a alguien por la muerte de la señora Newsome y George decidió que alguno de los Anacondas podía servir de cabeza de turco por Harvey, Larry fue el voluntario bien dispuesto que aplicó los electrodos a los testículos del sospechoso y le administró corrientes hasta que el tipo se derrumbó y confesó todo lo que los detectives querían que dijera.
Petra soltó una exclamación de espanto y se volvió hacia su padre. Peter clavó la mirada en la mesa. El detective Finchley hacía esfuerzos por dominarse. Observé cómo le latía una vena en la sien izquierda.
– Te lo estás inventando. -Dornick rompió el silencio-. No hay ninguna prueba, nada, excepto la condena en un tribunal de una escoria humana que ya era culpable de otros tres asesinatos que no le habíamos podido probar. Era el recadero del Martillo, y éste era demasiado escurridizo para nosotros. Pero detuvimos a ese cabrón por el asesinato de la Newsome.
Bobby miró a Finchley, quien abrió el abultado expediente delante de él.
– El agente Warshawski presentó una protesta después del interrogatorio, señor Dornick. Adjuntó una declaración por escrito en el expediente del caso, en la que decía que había presenciado cómo el sospechoso era sometido a medidas de interrogatorio extremas y que, en su opinión, la sentencia estaba contaminada.
– Y Tony fue trasladado a Lawndale y Larry tuvo otro ascenso -añadí sin alzar la voz-. Y Peter consiguió un puesto importante en Cárnicas Ashland. Y entonces, un mes antes de la gran nevada, Larry Alito trajo la pelota de béisbol a nuestra casa. No entiendo por qué no se la quedó él, pero el caso es que se la dio a mi padre. Le dijo que debía guardarla porque él, Larry, se había ocupado de que Peter no fuese a la cárcel.
– Se produjo otro silencio en torno a la mesa, hasta que Bobby preguntó:
– ¿Dónde está la pelota, Vicki?
– En el portaequipajes de mi coche. Creo. Si no es que George lo ha abierto por la fuerza y se la ha quedado.
Dornick hizo el gesto de quien no da crédito a que dejara escapar su gran oportunidad, pero no dijo nada.
– Pero, ¿qué fue de Lamont? -pregunté-. Lamont Gadsden. Él tenía las fotos y desapareció.
– Debió de cargárselo Merton -dijo Dornick-. Otro pandillero inútil cuya madre proclama que el chico no hizo nada malo en su vida. Ah, no, es su tía, ¿no?
– Lamont Gadsden se presentó en la comisaría de Racine Avenue la mañana del veintiséis de enero -leyó el detective Finchley del abultado expediente que tenía ante sí-. El sargento de recepción tomó nota de su nombre, con una anotación respecto a que Gadsden tenía pruebas sobre el caso Newsome. El sargento asignó a los detectives Dornick y Alito, que se lo llevaron adentro. No hay registro de que abandonara la comisaría.
La noche continuó, inacabable. Peter, Harvey y George parecían estar peleándose sobre quién había hecho qué y advertí, con cierta despreocupación, que era estupendo que lo hicieran porque así, muy pronto, alguno de ellos se vería obligado a admitir algo. Me pregunté en qué pequeño mundo habitaría Elton en aquel momento y si me sería posible unirme a él, en lugar de continuar a la mesa con aquellos hombres.
Hacia las dos de la madrugada, Freeman dijo que no creía que yo pudiera ser de más ayuda. Daba por sentado que Bobby ya había descartado la idea de que tuviera algo que ver con la muerte de Alito.
– Karen Lennon… -apunté-. Antes de irme, necesito saber que se encuentra bien. Me dejó en el centro hace un montón de horas, cuando vio que el grupo de George nos pisaba los talones.
Finchley me dedicó una de sus infrecuentes sonrisas.
– ¿Es una reverenda? ¿Pequeña como un guisante? Se encuentra bien. Ha tenido al capitán al teléfono toda la noche.
Me descubrí sonriendo de alivio y, mientras me ponía en pie, me volví hacia Dornick.
– No se puede matar a todo el mundo, Georgie. Siempre queda alguien que deja que se filtre la verdad.
Petra se incorporó para acompañarme. A pesar de su estatura, parecía pequeña y frágil. Entre las dos espabilamos a Elton, que seguía murmurando palabras que sólo él podía entender. Freeman nos llevó entonces a mi casa, donde despertamos al señor Contreras y a los perros.
El señor Contreras se lo pasó en grande haciéndonos fiestas. Incluso permitió a Elton utilizar su ducha y su maquinilla de afeitar mientras Petra y yo nos aseábamos en mi apartamento.
Cuando volvimos a bajar, descubrimos que Elton se había escabullido.
– Me ha dado las gracias por el afeitado y la ropa limpia, pero me ha pedido que os dijera que necesitaba estar un rato a solas, que lo entenderíais. Vamos, entrad, estoy friendo unos huevos con tocino. Ahora mismo, la chiquita está en los puros huesos. Y tú, V.I. Warshawski, no tienes mucho mejor aspecto.
Ayudé al señor Contreras a preparar su cama de huéspedes para mi prima.
A los pocos segundos de acostarse, Petra ya dormía, con Mitch enroscado a su lado. Me llevé a Peppy arriba y ni siquiera me acordé de cerrar la puerta con llave.
50 Las ratas se atacan entre ellas
La señorita Claudia volvió a la casa del Padre con gran estilo. Las mujeres llevaban la clase de sombreros que antes se veían por Pascua, cargados de pájaros y flores y cintas, de modo que el salón ajado por las inclemencias del tiempo parecía un recargado jardín. La música estremeció las vigas y la concurrencia rebosó de la pequeña iglesia y se extendió por Sixty-second Place. Ofició la reverenda Karen, lo cual creó un murmullo entre una feligresía que opinaba que las mujeres debían estar calladas en la iglesia. Pero la hermana Rose fue muy firme. Así era como lo había querido la señorita Claudia.
Curtis Rivers acudió al funeral con sus dos colegas ajedrecistas. Los tres llevaban traje oscuro y al principio no los reconocí. La hermana Carolyn y las otras monjas del Centro Libertad estuvieron presentes, cantando himnos con la misma energía que cualquier miembro habitual de la congregación. Incluso Lotty y Max se presentaron para manifestarme su apoyo.
La señorita Claudia duró casi dos semanas desde que yo encontrara los negativos en la Biblia de Lamont.
Procuré visitarla la mayoría de los días. Me limitaba a sentarme a su lado y le hablaba en voz baja, a veces de mis progresos en la búsqueda de Lamont y otras veces sobre nada en concreto.
La muerte de Harmony Newsome había vuelto a ser noticia de portada. Parecía como si todo el país se alegrara de cebarse en la notoria corrupción de Chicago. Éramos un bien recibido descanso de las lúgubres noticias económicas y de la predecible desaparición de los Cubs.
Bobby Mallory estuvo sumamente frío y distante durante esas semanas. Participaba en una unidad especial de investigación interna y, por los comentarios que me llegaban, se mostraba despiadado en sus pesquisas. Sin embargo, tenía que ser muy penoso para él encajar aquella historia de corrupción y abusos entre unos hombres con los que había pasado la vida.
Dornick y Alito no eran, ni mucho menos, los únicos culpables. No habrían podido tratar a los sospechosos de manera tan abyecta sin la connivencia activa de toda la cadena de mando. Dieciséis agentes más que habían servido en la comisaría de Racine Avenue fueron sometidos a una investigación federal por sospechas de brutalidad.
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