– Claro que no, Agatha – dijo Melrose, semioculto en una nube de humo como una especie de armadura translúcida.
Por encima del hombro ella le dijo:
– Para ti todo estaba muy bien, sentado allí en Ardry End, dedicado con toda indolencia al oporto y las nueces.
– Lady Ardry – dijo Jury, consciente de que ponía en peligro su flamante popularidad -, de no haber sido por el señor Plant, nunca habríamos conseguido la evidencia para poner a Matchett entre rejas.
– Es una delicadeza de su parte decir eso, mi querido Jury pero usted se ha caracterizado por su generosidad y sus amables palabras para todos.
Plant se ahogó con el cigarro.
– Pero – continuó ella -, usted y yo sabemos quién hizo todo en este caso. – Le dedicó una sonrisa aduladora. – Y no fue Plant, como tampoco fue ese absurdo superintendente, que estuvo demasiado ocupado mirando las piernas de todas las chicas del pueblo. – Agatha lustró una o dos esmeraldas de la pulsera con el borde de la manga de su vestido; después se inclinó hacia adelante y susurró: – Me dijeron que ese Racer estuvo en la posada de Scroggs anoche, revoloteando alrededor de Nellie Lickens.
Jury se abandonó a su curiosidad.
– ¿Quién es Nellie Lickens?
– Usted la conoce. La hija de Ida Lickens, la que tiene el negocio de chatarra. Nellie va a ayudar a Dick Scroggs a veces, aunque no sirve para nada.
– Chismes, Agatha.
– No te preocupes, Plant. Entiendo que mi humilde morada no puede compararse a Ardry End. – Se volvió con gesto despectivo hacia Plant. – Pero ese superintendente no tiene ningún derecho a tratarme de esa manera. Entró en mi casa, miró, dio media vuelta y se fue. ¡Y yo que le había preparado la cena! Un plato delicioso: guiso de anguila. No tienes por qué hacer ese ruido, Plant. ¡Y ese hombre tuvo el coraje de entrar en la cocina y mirar dentro de la cacerola!
– Lo siento muchísimo, Lady Ardry. Si New Scotland Yard le ha causado la menor molestia…
– Bueno, le voy a decir una cosa. Estoy segura de que mis huéspedes siempre se sienten muy cómodos. A propósito, estuve pensando hoy en poner un negocio de alojamiento con desayuno. Me parece que tengo habilidad para eso.
– Encantador – dijo Melrose a través de una cortina de humo.
– A decir verdad – masculló ella por encima del hombro – me pregunto por qué no haces lo mismo. Te vendría bien hacer algo para ganarte la vida.
– ¿Me estás sugiriendo que convierta Ardry End en un establecimiento que ofrezca alojamiento y desayuno?
– Claro. Harías un negocio redondo. – A juzgar por el brillo de sus ojos, Jury supo que Lady Ardry acababa de descubrir la idea. Ahora lucharía contra cualquier molino de viento que se le pusiera en el camino. – Veintidós habitaciones, ¡Cielo santo!, ¿por qué no se nos ocurrió antes? Martha podría preparar los desayunos y yo cobraría. ¡Una mina de oro!
– No tengo tiempo para dedicarme a tales cosas. – dijo Melrose, muy tranquilo.
– ¡Tiempo! No tienes otra cosa que hacer. Ese asunto de la universidad no te lleva más de una hora por semana. Tienes que hacer algo, Melrose.
– Pues voy a darle la primicia, tía Agatha. He decidido hacerme escritor. – A través de la nube de humo, Melrose le sonrió misteriosamente a Jury. – Estoy escribiendo un libro.
Lady Ardry casi tiró la silla al suelo.
– ¿Qué estás diciendo?
– Estoy escribiendo un libro sobre este macabro asunto, Agatha.
– ¡Pero no puedes…! ¡Ya seríamos dos haciendo lo mismo! Yo te dije que estaba escribiendo una especie de documental. ¡Lo tengo todo armado!
– Entonces será mejor que te apresures, o terminaré antes.
– ¡Terminar! Bueno, no es tan fácil. Hay que encontrar un editor. Los que nos pasamos todo el día escribiendo detrás de un escritorio sabemos cuán penoso es ese asunto…
– Pues me pagaré un editor. – Melrose no apartaba s ojos de Jury.
– ¡Típico de ti, Plant! ¡Eres…!
– ¿Verdad que sí? Ya terminé el primer capítulo. – Melrose arrojó con cuidado la ceniza del cigarro en la palma de su mano.
Ella giró hacia Jury como esperando que él disuadiera a su enloquecido sobrino. Jury se encogió de hombros.
– Muy bien, ustedes pueden quedarse perdiendo el tiempo aquí toda la tarde. Lo que es yo, volveré a mi libro.
– Al menos nos hemos librado de ella por la tarde, inspector – dijo Melrose -. Tendremos tiempo para un almuerzo tranquilo. Si me acompaña, claro. – Plant se puso de pie, dejando la ceniza de su cigarro en el cenicero que había sobre la mesa.
– Con mucho gusto. – Jury se levantó.
– Es poco apropiado decir esto dadas las circunstancias – comenzó Melrose -, pero lamento que haya terminado todo. Rara vez se encuentran personas cuya mente no se desarme como un castillo de naipes cuando la vida se vuelve problemática. – Sacó los guantes de cabritilla y se ajustó la gorra. Mientras se dirigían hacia la puerta, Jury le preguntó:
– Señor Plant, una pregunta. ¿Por qué renunció al título?
– ¿Por qué? – Plant quedó pensativo. – Voy a decirle la verdad, si me promete no divulgarlo. – Jury sonrió y asintió. Plant bajó la voz hasta que fue casi un murmullo. – Cuando me ponía ese traje, la capa y la peluca, inspector, quedaba idéntico a la tía Agatha. – Antes de cerrar la puerta, asomó la cabeza y dijo: – Hubo una razón. Algún día se la contaré. Adiós, inspector. – Se llevó los dedos al borde de la gorra a modo de saludo.
Poco después de que se fuera Plant, Jury oyó discutir a Pluck y a Wiggins.
– Fíjate lo que pasó ayer en Hampstead – decía Pluck, machacando con los dedos sobre una página del Telegraph -. Muchacha de quince años violada. – Apartó el diario a un lado. – Y me vienen a decir que Londres es un lindo lugar ¡Sí! A mí no me agarran para vivir ahí… – Mientras Jury cerraba la puerta, Pluck sorbía el té y continuaba: – Es peor que hacerse matar.
Había arreglado una cita con Vivian para el mediodía; ya era casi la hora y estaba demorando el encuentro. Cuando vio a Marshall Trueblood asomado detrás de su ventana y golpeando con el dedo en el vidrio se dio cuenta de que la demora sería inevitable.
– ¡Querido! – dijo Trueblood cuando Jury entró en el negocio -: ¡Me dijeron que se va! Dígame una cosa, que casi me muero cuando me enteré de que era Simon. ¡Simon, nada menos! ¡Tan atractivo! ¿Trató de implicarme robándome el abrecartas, ese desgraciado?
– Probablemente. Seguramente no creía que pudiera tomar al vicario por sorpresa y estrangularlo como a los otros.
– ¡Dios mío! Yo pensaba en la pobre Vivian. Mire si se hubiera casado con él. – Trueblood se estremeció y encendió un cigarrillo rosado. – ¿Así que Matchett también mató a su mujer?
– Así es. Finalmente lo confesó. – Jury miró el reloj y se puso de pie. – Si pasa por Londres, señor Trueblood, no deje de llamarme.
– ¡No me perderé la oportunidad, querido!
La plaza lucía de un blanco resplandeciente, pues había nevado durante la noche. Jury estaba sentado en un banco mirando los patos. Al otro lado de la plaza estaba la piedra oscura de la casa de las Rivington. Tendría que ir hacia allí, se lo había prometido. Pero siguió sentado. Por fin, vio que se abría la puerta de la casa y salía una figura con sobre todo y bufanda. Vivian dejó tras de sí una prolija serie de huellas sobre la blancura lisa y frágil, mientras avanzaba hacia él.
Cuando dio la vuelta al estanque, Jury se levantó.
– Creí que había dicho a las once – le dijo, sonriendo -. Estaba mirando por la ventana esperándolo y de pronto vi que alguien se sentaba aquí. Supuse que podría ser usted.
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