Jury traía su linterna y Plant sacó otra de Bentley. La iglesia era húmeda, muy fría y estaba iluminada por la difusa luz lunar que entraba por las ventanas. Moviendo la linterna, Jury iluminó los bancos, que ocupaban todo el largo de la nave. Cuadrados vacíos en los costados mostraban el lugar donde una vez haba habido placas con nombres, retiradas ya democráticamente. Supuso que uno de ellos había sido el banco de la familia de Melrose Plant. Los más grandes estaban forrados y tenían almohadillas. Los más sencillos eran para los campesinos y gente común.
Como Agatha no tenía linterna y no podía quitarle la suya a Plant, se le aferró de una manga. En determinado momento se enganchó el taco en la alfombra y estuvo a punto de caer. Jury y Plant la ayudaron a incorporarse.
– ¿Dónde diablos están las luces? – preguntó Jury. Nadie parecía saberlo.
Recorrieron toda la nave, iluminando las naves laterales con las linternas mientras Agatha les tironeaba de las mangas como una ciega
El púlpito era el más alto que Jury había visto en su vida, de “tres pisos” del siglo XVIII: púlpito, atril y asiento del clérigo combinados en tres pisos.
– Voy a mirar por acá – dijo Jury subiendo la estrecha y fina escalera. Había un estante en la parte interior del púlpito, con algunos libros; él los iluminó con la linterna. Sólo un Nuevo Testamento bastante usado y un Libro de Oraciones de la Iglesia Anglicana.
– ¿Encontró algo? – preguntó Melrose.
Jury negó con la cabeza y entonces vio la lámpara, que pendía de un brazo de bronce sobre el púlpito. Se estiró y tiró del cordón. Un lago de luz se derramó sobre el púlpito y alcanzó el presbiterio frente al altar.
Bajó los escalones y los tres caminaron debajo del arco del presbiterio. Lady Ardry aún iba colgada del saco de Plant como si es asesino estuviera jadeando entre las sombras de una de las naves oscuras. El altar, que había sido recientemente adornado con flores por los servicios de Navidad, exhalaba una fragancia pesada y exótica. En el extremo sudeste había una sacristía que se abría hacia la iglesia por una puerta en la pared del presbiterio. Jury entró, iluminó con la linterna el recinto y la demoró un momento sobre el cáliz. Quizá fue su insaciable curiosidad de policía lo que lo llevó a acercarse y retirar la servilleta que lo cubría.
Dentro de la copa había una pulsera de oro con dijes.
Con rapidez, sacó el pañuelo del bolsillo trasero del pantalón, lo desplegó y dejó caer el contenido del cáliz en él. Luego se unió a los otros dos, que permanecían mirando hacia el altar.
– ¡Dios santísimo! – dijo Agatha cuando vio lo que traía.
– Estaba en el cáliz, aunque no lo crean.
Hubo un breve silencio mientras consideraron el tesoro hallado.
– Pero, ¿cómo no la encontraron el domingo pasado?
– No hubo comunión – dijo Lady Ardry -. Denzil siempre se olvidaba de la comunión. Además, no habría usado eso. Le parecía antihigiénico. Usaba tacitas de plata, a veces.
– ¿Cree que Ruby la puso ahí? – preguntó Melrose -. ¿Antes de desaparecer?
– Sí. Fue muy inteligente, en realidad. Creo que era una especie de seguro. Ella sabía que la pulsera era importante, y sabía que tarde o temprano la descubrirían, si ella no regresaba a buscarla. Empiezo a creer que tenía cabeza.
– Eso – dijo Lady Ardry – lo dudo.
Cuando regresaron a la posada quince minutos después, Jury se encontró con que Pluck había logrado llegar y retener a los otros y que nadie estaba demasiado contento con eso. Vio en el mostrador a Trueblood, Simon Matchett, los Bicester-Strachan y Vivian Rivington. Isabel estaba sentada sola con una copa de licor almibarado. Sheila Hogg, según Pluck, se había ido antes de la llegada de él, al parecer en un arranque de celos por el coqueteo entre Darrington y la señora Bicester-Strachan.
Jury le pidió a Daphne Murch que le alcanzara un paquete de cigarrillos y leyó las declaraciones tomadas por Pluck. Ni uno de ellos tenía una coartada para las horas anteriores a sus respectivas llegadas a la posada. Le pareció recordar que Plant había dicho que Lady Ardry estuvo con él durante ese lapso; en ese caso, ella quedaría libre de sospechas. Pero Jury se deleitaría en no decirle nada por el momento. En cuanto a los otros, cualquiera de ellos pudo haber salido de la posada casi en cualquier momento sin atraer a atención de nadie. El vicariato quedaba a escasos metros de distancia, y los autos no cesaban de entrar en el patio y volver a salir. Jury se enteró por las notas de Pluck que Darrington había llevado a Lorraine a su casa a buscar la chequera. Lindo cuento. Aparentemente Sheila Hogg había pensado lo mismo. Jury recordó que en determinado momento Matchett se había retirado del bar. Y también Isabel. Quizá hubiera ido al baño.
Cuando los miró uno por uno notó que todos lo miraban o jugueteaban con objetos a su alcance. Pidió a Wiggins que fuera a buscar a Sheila Hogg y le tomara declaración; él se quedaría y seguiría con las notas del agente Pluck.
Simon Matchett quebró la tensión diciendo:
– Tengo la sensación de dejà vu con todo esto. Es como si estuviéramos en la noche en que Small… – Pero se le quebró la voz en las últimas palabras.
– Cuánta razón tiene, señor Matchett. ¿Podría ver a cada uno de ustedes por separado? Agente Pluck, creo que el mejor lugar será la habitación pequeña en el frente.
– Señor Bicester-Strachan, comprendo que esto es muy doloroso para usted. Sé que era muy buen amigo del vicario. – Bicester-Strachan tenía la cabeza inclinada hacia adelante y los ojos cerrados. Sacó un pañuelo y volvió a guardarlo. – Iba a encontrarse aquí con el señor Smith, ¿no?
Bicester-Strachan asintió.
– Sí. Íbamos a jugar a las damas después de cenar. Es decir, él no iba a cenar aquí, pero después de preparar el sermón para mañana…- Se le quebró la voz.
– ¿Cuándo se vieron para acordar esto?
– Esta tarde. A eso de las dos – La mirada del anciano vagó por la sala, como tratando de fijarse en algo para apartar el pensamiento de la muerte del vicario.
– Usted salió a caminar. ¿Se alejó de los límites del estacionamiento?
– ¿Qué? Oh, no. Caminé un rato por el estacionamiento. Se enrarece tanto el aire con el humo de los cigarrillos… Además, estaba preocupado por Denzil. – El anciano estaba aturdido. – Siempre es tan puntual. – Bicester-Strachan se volvió hacia la puerta como si esperara que el vicario pudiera entrar en cualquier momento.
– ¿Reconoce esto, señor Bicester-Strachan? – Jury colocó la pulsera de Ruby Judd sobre la mesa plegable. Bicester-Strachan negó con la cabeza con expresión ofendida, como si considerara una frivolidad que Jury cambiara de tema.
– Pero sabía que el señor Smith la había encontrado esta mañana.
Bicester-Strachan frunció las cejas.
– No sé de qué me habla.
– ¿No le informó el vicario que había encontrado una pulsera perteneciente a Ruby Judd?
– ¿Ruby? La pobre chica que… sí, supongo que sí. Pero no le di mucha importancia.
Jury le agradeció y le dijo que podía irse. Se dijo que ese hombre parecía haber envejecido diez años en el curso de dos horas.
– Señor Darrington, usted llevó a la señora Bicester-Strachan a su casa para que buscara su chequera, ¿no es así?
– Sí. – Oliver no lo miró a los ojos.
– ¿Para qué la necesitaba?
– ¿Qué se yo?
– Me imagino que el señor Bicester-Strachan tendría dinero suficiente para pagar la cena. De lo contrario Matchett lo pondría a su cuenta.
– Inspector, no sé para qué quería Lorraine su chequera.
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