– Dinos, Withers – dijo Trueblood, mientras encendía un Balkan Sobranie con aroma a lavanda -, ¿qué opinas de los horrorosos acontecimientos que han tenido lugar en Long Pidd? Supongo que habrás colaborado con la policía en sus investigaciones. – Trueblood se inclinó hacia ella y bajó la voz. – No les dije que te vi bajando de esa viga. – Señaló la ventana.
– ¡Vete a la mierda, maricón! – Sacó del bolsillo del suéter una colilla, le cortó el extremo quemado y se colocó el resto en la boca.
Prendió la colilla, arrojó el humo en la cara de Melrose y dijo, con orgullo:
– Desollé un zorrillo esta mañana.
Trueblood, que había sacado del bolsillo una navajita de plata, comenzó a limpiarse las uñas. La noticia no pareció perturbarlo.
– ¿Desollaste un zorrillo?
La señora Withersby asintió, golpeó el vaso vacío sobre la mesa, miró hacia el cielo y gritó casi:
– ¡Desollé un zorrillo y clavé el cuerpo en un árbol! – En apariencia, esto era una advertencia a los dioses que pudieran estar allá arriba. – Mi madre siempre desollaba un zorrillo cuando el mal andaba suelto. Mantiene alejados a los demonios.
La puerta de la posada volvió a abrirse y Lady Ardry apareció, envuelta en su capa Inverness.
– Bueno – dijo Melrose – no a todos los demonios, por lo que veo. – Vio los ojos de su tía escudriñar el interior a oscuras hasta reparar en el grupo.
Avanzó hacia ellos.
– ¡Así que aquí estaban!
– ¡Hola, preciosa! – dijo Trueblood, cerrando la navaja y guardándosela en el bolsillo -. ¿Nos acompaña?
– Seguramente lo hará – dijo Melrose -. Aquí estamos tus tres preferidos en Long Pidd, todos reunidos para recibirte. – Se puso de pie para ofrecerle una silla.
La señora Withersby farfulló su saludo pero Lady Ardry casi la decapitó con el bastón.
– Tengo que hablar contigo, Plant, – Miró a los otros sombría. – En privado.
Trueblood no hizo ademán de moverse; sólo bebió un sorbo de su bebida.
– Siéntese. Withers ha desollado un zorrillo.
Agatha lo miró dejando ver con cuánto gusto metería a Trueblood debajo de la mesa a bastonazos.
– Lo estuve buscando temprano, señor Trueblood. Tendría que haberme dado cuenta de que era más probable encontrarlo aquí empinando el codo que atendiendo su negocio. ¿No se da cuenta de que cualquiera podría entrar y llevarse cualquier cosa?
– Cierto. ¿Usted qué se llevaría? Vamos, muestre los bolsillos, pórtese bien. Debajo de esa capa podría llevarse mi sofá georgiano.
Agatha blandió el bastón y Trueblood retrocedió.
– ¡Una palabra en privado, mi querido Plant!
Melrose bostezó.
– ¿Por qué no vienes con nosotros a Torquay? Hemos planeado un precioso fin de semana, contigo seríamos cuatro.
Cuando Agatha golpeó con el bastón sobre la mesa, la señora Withersby se levantó de un salto, murmuró algo y se fue.
– ¡Scroggs! – gritó Agatha, sentándose en la silla de la señora Withersby -, tráeme un poco de ese jerez sedante. – Pero la señora Withersby estuvo de regreso enseguida.
– ¡Si está abajo esta noche, si se cae del árbol, entonces el encantamiento se romperá y el daño triunfará! – Y golpeó el vaso vacío sobre la mesa, haciendo saltar a Agatha.
– ¿Por qué está rezongando, buena mujer?
– Ya nos lo explicó – dijo Trueblood -.Lo del zorrillo. Estamos esperando a que se caiga del árbol para poder dormir en nuestras camas otra vez.
– Señor Trueblood – dijo Agatha con burlona dulzura -, tiene diez personas en su negocio esperando. ¿No sería mejor que se fuera?
Trueblood bebió el resto de su vaso y se puso de pie con pereza.
– Nunca en toda mi vida hubo diez personas en mi negocio. Pero me doy cuenta de que no se aprecia mi compañía. – Y se fue.
– Muy bien, te las arreglaste para limpiar la mesa, Agatha. ¿Qué diablos pasa?
Ella dijo, triunfal:
– ¡Encontramos la pulsera de Ruby Judd!
– ¿ Qué ? ¿Qué quieres decir con “encontramos”?
– Yo. Yo y Denzil Smith. – Mencionó el nombre del reverendo tan al pasar que Melrose sospechó quién había sido en realidad el que había encontrado la pulsera.
– Si ya habían registrado e vicariato de arriba abajo. ¿Dónde estaba?
Agatha se demoró en responder.
– No sé si debo decirlo. – musitó al fin, como al pasar -. Estaba allí mismo.
– Entiendo, querida tía, no lo sabes. La encontró el vicario, entonces. ¿Se la dio al inspector Jury?
– Lo haría, sin duda – dijo Agatha con suavidad -, si pudiera encontrarlo al inspector Jury. Siempre anda paseando por cualquier lado cuando uno lo necesita.
– ¿Se lo dijiste a alguien más? – Melrose se sentía incómodo con un descubrimiento así flotando por todo el pueblo.
– ¿Yo? ¡Yo no! Yo soy reservada. Pero tú sabes o chismoso que es Denzil Smith. Acabo de venir de lo de Lorraine y ya lo sabían. – Lo dijo con algo de irritación: era obvio que le habría gustado darles la noticia ella misma.
Melrose suspiró.
– El inspector Jury será el último en enterarse.
– Si se quedara en el pueblo dos minutos seguidos, podría ser el primero. Estuve en la central de policía. No le pude sacar ni una palabra al agente Pluck. Me pasé toda la mañana haciendo lo que tendría que hacer Jury.
Melrose tenía sus dudas, pero no pudo resistirse a preguntar:
– ¿Qué estuviste haciendo?
– Interrogando sistemáticamente a los sospechosos de esta lista. – Sacó un pedazo de papel del bolsillo, arrugado como una hoja de lechuga, y se lo tendió a Melrose. Luego volvió a gritarle a Dick Scroggs que le trajera el jerez y no demorara tanto.
Melrose se acomodó los anteojos e inspeccionó la lista. Había s títulos: Sospechosos y Motivos .
– ¿Qué quiere decir todas esas veces que escribiste Celos debajo de Motivos? ¿De quién iba a estar celosa Vivian Rivington? ¿Tachaste el nombre de Lorraine?
– Es obvio que ella no lo hizo. ¡Ah, el jerez! – Dick esperó a su lado que le pagara, hasta que Melrose le dio unas monedas.
– A propósito, esta noche cenaremos todos en la posada de Simon Matchett
Melrose tenía el vaso en una mano y la lista en la otra.
– ¿Quiénes son “todos”?
– Los Bicester-Strachan, Darrington y esa mujer pecaminosa con la que anda. Y la luz de tu vida: Vivian. – Agregó solapadamente: – Simon estaba en la casa de ella cuando fui esta tarde.
Melrose lo dejó pasar.
– ¿Cómo sabes que Lorraine no tuvo nada que ver en estos asesinatos?
– Por una cuestión de linaje, mi querido Plant. Linaje.
– Eso explicaría que su caballo no los hubiera cometido, pero no exceptúa a Lorraine.
Más adelante en la lista, vio su nombre sepultado entre los otros, en letras pequeñas, apretado entre el de Sheila y el de Darrington, como si lo hubiera agregado a último momento. Debajo de Motivo había un signo de interrogación.
– ¿No se te ocurre ningún motivo para mí, tía?
Ella gruñó.
– No te había anotado al principio. Es por esa condenada coartada que inventaste con Jury.
– Pero he notado que tu nombre no está en la lista.
– Claro, tonto, yo no lo hice.
– Debajo del nombre de Trueblood escribiste Drogas . ¿Drogas? ¿Qué tiene que ver con eso?
Ella sonrió con afectación.
– Mi querido Plant, Trueblood está en el negocio de las antigüedades, ¿no?
– Eso no es ninguna novedad.
– Con todas esas cosas que le mandan desde el exterior, probablemente del Pakistán y Arabia incluso, ¿dónde esconderías tú la droga que quisieras introducir de contrabando en el país?
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