Martha Grimes - Las Posadas Malditas

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La novelista norteamericana Martha Grimes es una verdadera revelación. Ha sido aclamada por la crítica por su habilidad para recrear en sus novelas el clima inglés con que supieron deleitar a sus lectores Agatha Christie, Margery Allingham o Ngaio Marsh.
En las típicas posadas de un lejano pueblo ocurren dos crímenes difíciles de entender, con autor o autores más difíciles de descubrir. Los sospechosos abundan, sin embargo. El vicario, un conde y su ridícula tía americana, un funcionario retirado o su aburrida esposa, un escritor de misterio de dudosa reputación, y su sensual "secretaria", el pulcro propietario de una de las posadas, un anticuario, una encantadora poetisa… El inspector Richard Jury, afable y pragmático, logra develar el misterio de las dos muertes pero no puede evitar una tercera. Las posadas malditas es una verdadera obra maestra de ingenio y de suspenso.

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Justo frente a la puerta de la cocina; Ruthven se volvió y dijo; casi gritando:

– ¡Hay gente que jamás pronunciará bien los nombres! – Dio media vuelta y se fue a la cocina.

Agatha quedo boquiabierta.

Melrose sonrió, orgulloso de su mayordomo.

– Piensa, Agatha, que Ruthven te ha absuelto.

Ella giró en redondo y salió furiosa.

Plant retomó el tema que Agatha había interrumpido.

– Creo que Bicester-Strachan sería mi última opción. Ese anciano y encantador jugador de ajedrez…

– He visto a ancianos y encantadores jugadores de ajedrez hacer cosas extrañas. Tenemos también a Simon Matchett.

Los ojos verdes de Plant resplandecieron y exclamó:

– ¡Él! Cómo me gustaría saber más sobre su esposa y ese sórdido asunto para refregárselo en la narices a Vivian, ¡muchacha tonta!

– Parece que tiene ciertos prejuicios hacia algunos de los sospechosos, señor Plant – dijo Jury -. Usted se opone completamente a que se case con la señorita Rivington, ¿no?

– ¿Usted no se opondría?

Jury prefirió estudiar su plato antes que contestar directamente.

– No entiendo por qué, si es que están comprometidos, no se deciden de una vez por todas – alcanzó a musitar.

– Yo tampoco. Ese “compromiso” es obra de Isabel. Ha estado empujando a uno a los brazos del otro, aunque juro que no entiendo por qué. Es muy raro.

– No tanto si…

– ¿Si qué?

– Nada – dijo Jury -. ¿Qué piensa de esa historia de la muerte accidental del padre?

– Qué raro que me haga esta pregunta, porque a menudo he pensado en eso. Vivian está completamente convencida de que era una malcriada que se pasaba todo el tiempo peleando con el padre. Estará de acuerdo en que es muy difícil imaginarse a Vivian como un diablillo cuando chica. No sólo eso, sino que además tenía siete u ocho años cuando él murió. ¿No tiende uno a esconder las experiencias más traumáticas de la niñez? Sin embargo, Vivian suele contar todos los detalles de lo ocurrido en esa oportunidad como si hubiera sido ayer. – Melrose inspeccionó la punta del cigarro antes de tirar la ceniza. – Me gustaría saber quién ha estado rellenando los huecos vacíos de su memoria.

– ¿Piensa que Isabel le pudo haber pintado el cuadro?

– ¿Quién más? No tienen otros parientes.

– Entonces Isabel tendría necesidad de convencer a Vivian del accidente. Y eso le daría un motivo para querer ocultar su pasado – concluyó Jury.

– No pensará que una mujer pudo cometer esos asesinatos.

– Usted es tan sentimental, señor Plant.

Jury pidió usar el teléfono y Melrose fue a la sala de estar a reunirse con las damas.

Jury pidió disculpas por interrumpir al agente Pluck en su cena de Navidad, pero dijo que tenía hablar con Wiggins.

– ¿Sí, señor? – dijo la voz.

– Escúcheme, Wiggins, cuando termine de cenar, me gustaría que fuera a la policía de Dartmouth y me investigara una lista de nombres. Quizá tenga que recurrir a Central. – Jury le leyó la lista de los nombres de huéspedes o personal que habían estado en la vieja posada de Matchett dieciséis años atrás.

El pobre Wiggins no estaba demasiado contento.

– Pero me dio veintitrés nombres, inspector. No creo que estén todos vivos siquiera.

– Lo sé. Pero encontrará a alguno. Y quizá sea uno que tenga buena memoria. – Se oyó un ruido sordo y luego otro como si alguien le masticara al lado del oído. Wiggins estaría comiendo apio. Farfulló que se dedicaría a la lista lo antes posible.

Cuando Jury entró en la sala, Agatha estaba contemplando la pulsera nueva que ya había colocado en su muñeca.

– Te habrá salido muy cara, ¿no? – Al parecer, había olvidado su insinuación de que las piedras eran falsas.

– Puedo decirte exactamente cuánto costó, Agatha.

– No seas ordinario, Melrose. Es muy bonita. Aunque no es antigua , como las joyas de Marjorie.

– ¿Quién es Marjorie? – preguntó Jury.

– Mi madre – dijo Melrose -. Tenía una hermosa colección de joyas. – Miró hacia el techo. – Las guardo en la torres, con los cuervos. Se las puedo mostrar por cincuenta peniques, si quiere.

– Deja de hacerte el gracioso, mi querido Plant. No te queda bien.

Vivian se levantó.

– Melrose, la cena ha estado estupenda. Pero me tengo que ir.

– ¡Oh, vamos! ¿Por qué? – preguntó Melrose, también poniéndose de pie -. ¿Por qué no te quedas y ayudas a desmoronar mi coartada?

– ¡Melrose! – Vivian lo miró como si fuera un niño desobediente.

– Pero Agatha necesitará ayuda…

– ¡Melrose, basta! – Vivian parecía verdaderamente molesta.

Jury pensó que se tomaba todo con demasiada seriedad. No quería decir, por supuesto, que los asesinatos no fueran algo serio. Pero era evidente que Plant sólo intentaba hacerles más liviana la carga. Quizás eso mismo fueran los poetas. Y los policías. Pero él apreciaba el humor de Melrose Plant.

– ¿Te vas? – preguntó Agatha a Vivian -.Yo me voy a quedar otro ratito.

– Viniste con Vivian, querida tía. ¿No vas a permitir que se vaya sola?

– Yo diría que Vivian es bastante grandecita como para cuidarse sola – dijo Agatha con suavidad -. El inspector Jury puede llevarla.

Melrose sonrió.

– Yo no sería tan impertinente con el inspector, querida. – Melrose estaba parado frente al hogar de mármol, haciendo aros de humo con el cigarro.

Jury ayudó a Vivian a ponerse el abrigo y Melrose los acompañó a la puerta.

– No es muy justo de su parte irse con Vivian y dejarme a Agatha – le susurró al oído.

– Nunca me caractericé por ser justo, señor Plant – replicó Jury del mismo modo.

– ¿Qué le puedo servir, inspector? ¿Una copa? ¿Café? – ofreció Vivian.

Él se apresuró a hacerle saber que no era una visita social.

– Nada, gracias Quería hacerle algunas preguntas.

Ella suspiró.

– Dispare, inspector. ¿Nunca descansa?

– Es difícil hacerlo con cuatro asesinatos.

– Perdón – dijo ella, frotándose los brazos como si de pronto la casa se hubiera enfriado -. No fue mi intención ser impertinente, pero… – Se sentó en el diván y sacó un atado de cigarrillos.

Jury se sentó en el sillón de enfrente.

– En primer lugar, tengo entendido que está comprometida con Simon Matchett.

La mirada de ella tuvo un destello de conejo atrapado. Jury le encendió el cigarrillo y luego hizo mismo con el suyo, esperando su respuesta.

– Sí. Sí, supongo que así es. – Se puso de pie. – Voy a tomar algo. Me gustaría que me acompañara. ¿Qué prefiere?

Jury miró la brasa diminuta del cigarrillo.

– Whisky.

Mientras ella iba a un aparador galés y sacaba los vasos y la botella, él miró la habitación.

– En cuanto a Simon, todavía no estoy decidida – dijo ella ya de regreso. Le tendió el vaso.

– ¿Quiere decir que no sabe si se casará con él? ¿Por qué no?

Vivian permaneció de pie frente a él, con los ojos perdidos.

– Porque no creo amarlo.

Los muebles en los que Jury no había reparado antes de pronto empezaron a resplandecer como piedras preciosas en la oscuridad. Se aclaró la garganta y dijo:

– Si no lo quiere, ¿por qué va a casarse con él? Discúlpeme la intromisión – agregó con rapidez, bebiendo casi todo el contenido del vaso.

Vivian estudió su vaso y lo hizo girar entre las manos como una bola de cristal. Luego se encogió de hombros, como si las razones la superaran.

– Uno se cansa de vivir sola toda vida. Él parece amarme, a veces.

Jury dejó el vaso con fuerza.

– Es una razón muy estúpida para casarse.

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