Martha Grimes - Las Posadas Malditas

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La novelista norteamericana Martha Grimes es una verdadera revelación. Ha sido aclamada por la crítica por su habilidad para recrear en sus novelas el clima inglés con que supieron deleitar a sus lectores Agatha Christie, Margery Allingham o Ngaio Marsh.
En las típicas posadas de un lejano pueblo ocurren dos crímenes difíciles de entender, con autor o autores más difíciles de descubrir. Los sospechosos abundan, sin embargo. El vicario, un conde y su ridícula tía americana, un funcionario retirado o su aburrida esposa, un escritor de misterio de dudosa reputación, y su sensual "secretaria", el pulcro propietario de una de las posadas, un anticuario, una encantadora poetisa… El inspector Richard Jury, afable y pragmático, logra develar el misterio de las dos muertes pero no puede evitar una tercera. Las posadas malditas es una verdadera obra maestra de ingenio y de suspenso.

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Cuando se despertó la mañana de Navidad, el legajo de Matchett estaba en el suelo. Lo recogió y se pasó más de una hora mirando las hojas sueltas. Lo que Matchett le había dicho se confirmaba. Tanto él como la muchacha, Harriet Gethvyn-Owen, tenían coartadas: el público asistente. Una mucama llamada Daisy Trump fue quien le llevó la bandeja a Celia Matchett. Por lo general se la dejaba junto a la puerta de la habitación, pero esa vez la señora le pidió que la dejara sobre la mesita. Por eso Daisy pudo atestiguar que había visto a Celia Matchett viva en ese momento La cocoa tenía una droga, algo que la policía no pudo entender: ¿por qué un ladrón común y corriente iba a ponerle una droga en la cocoa y luego regresar a robar la oficina? ¿Por qué no esperar a que ella no estuviera? Jury también pensó que no tenía mucho sentido. Miró el diagrama de la oficina. El escritorio frente a la ventana, donde estaba sentada. La puerta daba al vestíbulo frente al escritorio. Unos cuadraditos señalaban la ubicación de mesas, sillas, etcétera.

Jury volvió a dejar los papeles en el legajo. Dios. Dos días antes tenía dos asesinatos para resolver. En esa mañana de Navidad ya tenía cinco.

– ¿Más café, señor? – preguntó Daphne solícita.

– No, gracias. ¿Te dijo Ruby alguna vez que ella había sido ayudante en una peluquería en Londres?

– ¿Ruby? Es un chiste. Ella no haría ese tipo de trabajo. Tenía un empleo, sí. Posaba para…, bueno, para “esas” fotos.

Jury pensó en Sheila Hogg y su supuesta profesión de “modelo” en el Soho. Oyó el sonido del teléfono y en seguida Twig fue a buscarlo.

– Habla Jury.

– Estoy en la comisaría de Long Pidd, señor. – Wiggins ya se refería al pueblo con el afectuoso diminutivo. El penetrante silbido de la pava de Pluck servía de música de fondo. – No había ningún diario en el cuarto de Ruby ni en su casa ni en el vicariato. – Wiggins se interrumpió para agradecerle a Pluck una taza de té. – Pero la señora Gaunt me ha dicho que siempre veía a Ruby escribiendo en un cuaderno. Dice que era chiquito y de color rojo oscuro. Se puso furiosa cuando le pregunté si alguna vez lo había leído. – Wiggins sorbió su té. – Dice que no se acuerda cuándo fue la última vez que la vio a Ruby escribiendo en él.

– Está bien. Wiggins, necesito uno o dos datos. Primero, sobre William Bicester-Strachan. Trabajó en el Ministerio de Guerra, así que vea s puede conseguir la información sobre una investigación en la época en que él vivía en Londres. Segundo: que busquen en los archivos una muerte accidental ocurrida hace unos veintidós años en Escocia, en Sutherland para ser exactos. El nombre del muerto era James Rivington. Me interesa especialmente la hora exacta en que ocurrió el accidente.

– Muy bien, señor. Feliz Navidad. – Wiggins cortó. Jury se sintió un poco avergonzado de sí mismo. Durante mucho tiempo había menospreciado a Wiggins; por cierto siempre hacía su trabajo hasta donde su salud se lo permitiera. ¿Su pobre cadáver se aferraría a una libreta, junto a su pañuelo? Durante años, Jury había intentado llamarlo por el nombre de pila, pero por alguna razón se le hacía difícil hacerlo. Siempre estaba allí con el lápiz y las pastillas para la tos. Jury pensó que quizás estaría deseando tener una cena de Navidad con el agente Pluck y su familia. Y Jury debía concurrir a lo de Melrose Plant. Pero primero iría a ver a Darrington y a Marshall Trueblood.

– Esa chica Ruby Judd era una chismosa. Con razón le gustaba al vicario, era capaz de hacer hablar a los muertos. Habrán tenido encantadoras charlas juntos. – Sheila Hogg estaba por terminar su tercer gin-tonic.

– ¿Dónde la conoció, Sheila? – preguntó Jury.

– En los negocios del pueblo siempre andaba dando vueltas alrededor de mí pensando que podía invitarla a casa a echarle un vistazo al “gran autor”. – Estaba sentada junto a Jury y balanceaba una larga pierna envuelta en seda y un pie calzado con un zapato de terciopelo que hacía juego con su pollera larga. Pero su mirada parecía triste, a pesar del sarcasmo.

– ¿Y lo logró? – preguntó Jury -. ¿Logró venir aquí?

– Sí. Varias veces, me traía los paquetes. Recorría todo, entre exclamaciones de asombro, mirando detrás de las puertas. Una muchachita entrometida.

– ¿Y usted, señor Darrington? ¿Tuvo algo que ver con Ruby Judd?

La pausa fue mínima, pero existió.

– No.

– ¿Estás seguro, mi amor? – dijo Sheila -. ¿Entonces por qué de pronto ella empezó a adoptar ese aire de superioridad conmigo? ¿Nunca le hiciste ningún favorcito?

– ¡Qué ordinaria eres, Sheila!

– Señor Darrington, es muy importante que sepamos todo lo posible sobre Ruby Judd. ¿Hay algo que pueda decirnos que pueda ser de utilidad? Por ejemplo, ¿le dijo algo alguna vez de alguien en Long Piddleton que pudiera ser chantajeado?

– No sé de qué mierda está hablando…- Darrington estiró el vaso casi vacío a Sheila. – Dame otro.

– ¿Dónde estuvieron los dos el martes de la otra semana? La noche anterior a la cena en lo de Matchett.

Oliver bajó la mano que sostenía el vaso y miró a Jury con ojos turbados por el gin y el miedo.

– Supongo que usted piensa que yo maté a Ruby, ¿no?

– Tengo que controlar los movimientos de todas las personas que estuvieron en la posada la noche que mataron a Small. Obviamente, hay una relación oculta.

El pie de Sheila se detuvo en el aire.

– ¿Quiere decir que piensa que fue uno de nosotros? ¿Alguien que estaba esa noche en la posada?

– Es una posibilidad. – Jury miró a uno y luego al otro. – ¿Dónde estuvieron?

– Juntos – Oliver vació el vaso -. Aquí mismo.

Jury miró a Sheila, que se limitó a asentir con los ojos fijos en Oliver.

– ¿Está muy seguro? – preguntó Jury -. La mayoría de la gente no podría recordar dónde estuvo dos días atrás sin un esfuerzo. Esto fue hace más de una semana.

Oliver no respondió. Pero Sheila sí lo hizo, dirigiendo una sonrisa demasiado brillante hacia Jury que contradecía la sombría determinación de su voz.

– Créame, encanto, yo sé cuando Oliver está aquí. – La sonrisa desapareció al mirar Sheila a Darrington. – Y cuándo no.

Como era Navidad, el negocio de Trueblood estaba cerrado, así que Jury fue a su casa, situada frente a la plaza. Era una casa preciosa, escoltada por dos robles cuyas ramas se tocaban graciosamente en las copas y cuyos troncos se curvaban. A uno de los lados había dos ventanas, bastante separadas una de otra, con vidrios en forma de diamantes.

Trueblood ultimaba los detalles de su indumentaria para ir a cenar con los Bicester-Strachan.

– ¿Usted no viene, amigo? Tendría una buena oportunidad de interrogarnos a todos al mismo tiempo. La crême de la crême de Long Pidd. A excepción de Melrose Plant, por supuesto. Jamás asiste a esas reuniones de Lorraine. – Terminó de hacerse el nudo de su corbata de seda gris y suspiró.

– Ceno con el señor Plant – dijo Jury, buscando un lugar donde sentarse, pero todos los muebles parecían demasiado delicados como para sostener su peso -. Tengo entendido que la señora Bicester-Strachan estaba interesada en el señor Plant…

– ¿“Interesada”? Querido, una noche en lo de Matchett casi lo tira al piso. – Trueblood se puso la corbata por dentro del chaleco, se acomodó el saco de corte perfecto y fue a buscar un botellón de cristal tallado, dos copas de jerez en forma de tulipán y un bol de castañas peladas que puso frente a Jury.

– Supongo que ya se habrá enterado de lo de Ruby Judd.

– Sí. La joven que había huido a la luz de la luna. Una lástima.

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